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Irène Némirovsky publicó en 1934 El peón en el tablero (editorial Salamandra y traducción de José Antonio Soriano Marco), novela situada en un ambiente de crisis económica y de valores, debido a los desastres heredados de la Primera Guerra Mundial y a la gran depresión financiera de 1929, lo cual dio cauce a un ambiente de pesimismo y desilusión que encarnó en el arte, la literatura y la filosofía de la época.

Las guerras suelen poner en tela de juicio la celebrada racionalidad del ser humano, tan cara a los pensadores griegos, renacentistas e ilustrados. La destrucción del hombre por el hombre descubre las fuerzas irracionales que rompen la supuesta lógica que debería guiar las acciones de una sociedad solidaria y amorosa, tal como la han soñado los socialistas utópicos; pero, en lugar de ello, la quijada del asno de Caín parece regir la historia.

En este contexto, surge la expresión literaria del absurdo con novelistas como Franz Kafka (La metamorfosis, El proceso, América) y dramaturgos que rompen la línea edificante del teatro aristotélico para exhibir el desconcierto de la criatura humana. Es el caso de Samuel Beckett (Esperando a Godot, Final de partida) y Eugène Ionesco (La cantante calva, Las sillas).

Sumado al sentimiento de desamparo y la muerte de las creencias, surge el existencialismo literario con El hombre sin atributos (1930) del escritor austriaco Robert Musil, novela en la que se describe la vida de Ulrich, un personaje sin identidad, sin valores y sujeto al vacío de la vida.

Esta obra es un antecedente de El peón en el tablero de Némirovsky, ya que su personaje, Christophe Bohun, un hombre de cuarenta años que ha fracasado como hijo, padre, amante y esposo, se asume como una marioneta subordinada a los dictados de la burguesía francesa de la que formó parte su progenitor, un anciano decrépito que se encuentra en bancarrota.

En El peón en el tablero se advierte la maestría de Némirovsky para dibujar, con lujo de detalles, la personalidad de un personaje carente de voluntad y que se mueve en círculos cada vez más estrechos en la búsqueda de la razón de una existencia cuyas respuestas se le escapan como el agua o los frutos que anhelara Tántalo.

Christophe Bohun es un antihéroe, lo cual supone, entre otras cosas, que carece de valores ejemplares, se sabe mediocre, alienado y sujeto a unas fuerzas superiores que no cuestiona ni define. En estas circunstancias, es un ser que puede resultar irritante para el lector, a la manera de Gregorio Samsa, quien no atina a concebir cómo, de la noche a la mañana, se ha convertido en una cucaracha.

Después de Kafka y Némirovsky, otros autores continuaron las líneas existenciales y del absurdo para pintar el desmoronamiento mental de sus personajes. Algunas obras y autores memorables son La náusea (1938) de Jean-Paul Sartre, El extranjero (1942) de Albert Camus y El túnel(1948) de Ernesto Sabato.

En estas obras, cuyo antecedente remoto es Crimen y castigo (1866) de Dostoievski, los personajes proclaman el sinsentido del ser en el mundo y, mediante su sed de oscuridad mental, a la manera de los Cristos menesterosos, parecieran redimir a quienes no alcanzan a visualizar una sociedad mejor.

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