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Huyendo de la violencia de la Guerra Civil española, María Zambrano se dirigió a la frontera entre España y Francia el 28 de enero de 1939. Iba en coche con su madre y su hermana Araceli, y en el camino se encontraron con el poeta Antonio Machado. Cuando le invitaron a subir, Machado respondió que prefería cruzar a pie con los vencidos. Entonces María se apeó del auto y siguió a pie con el poeta hasta que llegaron juntos a la frontera de Portbou. He encontrado esta anécdota en Herida fecunda, el más reciente libro de Sandra Lorenzano. Distinguido con el XV Premio Málaga de Ensayo y publicado por Páginas de Espuma, el volumen parte de una idea de Clarice Lispector, quien sufrió en carne propia el destierro y que solía decir que el exilio es siempre una herida, pero que esa herida se puede volver fecunda.
“¿Qué llevaban en sus maletas? ¿Qué llevaban los emigrados, los exiliados, los desarraigados?”, se pregunta Lorenzano al evocar a la filósofa y al poeta en este nuevo libro. No es casualidad: en un artículo publicado en estas mismas páginas en ocasión del 40 aniversario del golpe de estado que la obligó a dejar su natal Argentina, Lorenzano confesaba: “Una de las preguntas que atraviesa mi vida es una pregunta de migrantes, de exiliados, de sobrevivientes, de cualquier época y de cualquier lugar: ¿Qué salvaríamos de un naufragio?”. Fue muy poco lo que Sandra, en ese momento una muchacha de dieciséis años, pudo traer a México aquel 9 de julio de 1976: únicamente los dos tomos de Juan Cristóbal de Romain Rolland que sus padres le habían regalado al cumplir quince.
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Así pues, el exilio es uno de los ejes en la obra de esta autora. No es casualidad que Fuga en mí menor (Tusquets, 2012), una de sus novelas más emblemáticas, sea un homenaje a su abuelo ruso, quien de niño desembarcó en Buenos Aires hacia 1910. También en Saudades (FCE, 2007) el exilio es uno de los temas centrales. Algo debe saber Sandra Lorenzano de mudanzas: exiliada de Argentina desde 1976, mexicana oficialmente desde 1983, hoy divide su rutina entre México y La Habana, pues dirige la sede UNAM-Cuba (Centro de Estudios Mexicanos). En este sentido, Herida fecunda es un libro que, según ella misma ha comentado, “habla de la pasión por hacer vida en donde sea que la pongan”.
El volumen está conformado por ochenta y cuatro ensayos breves emparentados por el tema del movimiento, el viaje y la dislocación. Hablando de maletas: uno de los pasajes más estrujantes es “Invierno”, donde narra cómo, ya instalada la dictadura, la joven Sandra debió acompañar a su padre a tirar al río un par de valijas llenas de libros que habían sido prohibidos por la junta militar. En “Cello”, retoma la memoria del abuelo ruso, ese antepasado del que jamás pudieron despedirse, pues murió “al sur de todos los sures” a donde Sandra y su familia no podían volver. Tal vez por eso, en otro de los pasajes, Lorenzano advierte que para ella el exilio tiene una doble dimensión: en la distancia y en el tiempo. Cuando se plantea la posibilidad del regreso, la autora se pregunta no sólo adónde sino a cuándo volver. No es la primera ocasión en que Lorenzano apuesta por la escritura fragmentaria. Acaso como una transposición artística de esa proclividad al movimiento constante, la autora destaca por su habilidad para escribir en varios géneros: no sólo ha publicado libros de poesía, narrativa y ensayo, también ha combinado esos distintos registros en una misma obra. Así lo había hecho en la ya mencionada Saudades, novela fragmentaria que intercala prosa, poemas, imágenes e incluso diversas tipografías para lograr un poderoso collage que envuelve al lector. Un zurcido perfecto. Un ejercicio coral en donde las voces intentan expresar el duelo de la pérdida: Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror…En su penúltimo libro, el poemario Abismos, quise decir (Círculo de Poesía, 2024) lleva al máximo esa experimentación: incorpora fragmentos en prosa, imágenes y hasta un poema titulado “Notas para una novela”, en donde registra impresiones, recuerdos y una que otra pregunta relacionados con el momento en donde comenzó su exilio.
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Y sin embargo, Herida fecunda no es un libro anclado en el pasado. Lorenzano dedica reflexiones a los desarraigados de de hoy, por ejemplo a los 51 migrantes mexicanos que fueron hallados muertos en un tráiler a las afueras de San Antonio, Texas, en junio de 2022. También evoca a lasmillones de mujeres desplazadas por el conflicto armado en Colombia, y a los desaparecidos en México en los años recientes, como el hijo de Yolanda Morán, levantado en Torreón, Coahuila, en 2008. O evoca la pandemia, ese lapso marcado por la imposibilidad de desplazarse.
La autora propone una tercera dimensión del exilio: el desplazamiento no es sólo espacio y tiempo, también es un cambio de lenguaje. Para ejemplificarlo cuenta cómo a su llegada a México debió reaprender el castellano, pues las variaciones rioplatenses la delataban como alguien foráneo, externo, distinto. Esa pérdida extrema no se trata de una condición exclusiva de quien sufre el desarraigo. Las perversiones del lenguaje pueden alejarnos del mundo que habitamos, por ejemplo cuando incurrimos a eufemismos para referirnos a los aspectos más sórdidos del mundo. Hablamos de “desplazados” como si habláramos de turistas. Es un término suave e inocente, sin filos que corten ni aristas que lastimen. “Qué tranquilizadoras pueden ser las palabras cuando no queremos ver la realidad. Qué lástima que llegue la literatura y ponga el dedo en la llaga”. Es precisamente eso, poner el dedo en la llaga, lo que hace Lorenzano. Poner el dedo en la herida y volverla fecunda. Cambiarla de signo.
Herida fecunda es, en suma, un libro sobre exilios, migraciones y violencias, pero también sobre la solidaridad, la ternura y sobre las potencias del lenguaje. Ese lenguaje que resulta el equipaje más valioso que podemos llevar en ese desarraigo constante que es la vida, pues nos permite evocar y compartir incluso lo perdido.