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En Joyland, la tierra de los sueños (Joyland, Pakistán-EU, 2022), disruptiva ópera prima del antropólogo pakistaní con posgrado en artes por la Universidad de Columbia de 31 años Saim Sadiq (cortos previos: Es agradable hablar contigo 18 y Darling 19, sobre bailarinas trans), con guion suyo y de Maggie Briggs, Premio del Jurado y Palma Queer en Cannes 23, el estoico clasemediero guapo Haider (Ali Junejo barboncillo) ha venido soportando durante demasiado tiempo el yugo de un desempleo que lo ha vuelto compañero de juegos de sus sobrinas y preparador de lentejas para el severo clan familiar Rana donde vive inserto en la ciudad interior pakistaní de Lahore, lo que redunda en la humillación de ser mantenido por su activa esposa cultora de belleza Mumtaz (Rasti Farooq ostentando grácil lunar en un labio) con quien se casó por venturoso matrimonio arreglado aunque ella ha sido incapaz de proporcionarle aún el hijo varón que para la preservación de su estirpe le exige el septuagenario patriarca en silla de ruedas Amanulah (Salmaan Peerzada), pero un apurado día, en un hospital donde está llevándose a cabo el parto de la decepcionante cuarta hija de su entusiasta cuñada Nucchi (Saewat Gilani) y de su resignado hermano Seleem (Sohail SaSameen), el triste Haider queda fascinado al toparse con la hermosa cubierta de sangre ajena Biba (Alina Khan), una enérgica diva transexual a quien milagrosamente volverá a ver cuando el buen hombre consiga por fin un trabajo, aunque vergonzante y oculto, como bailarín de fondo del grupo de danza erótica haija que la atractiva Biba encabeza, dando lugar a que una insólita, sordamente escandalosa e insostenible corriente seductora compartida surja entre el tímido bailarín incipiente y la poderosa mujer trans, basada en una prohibida fascinación mutua, llena de efusiones, contratiempos y agravios morales, pues mientras su esposa es obligada por el cruel patriarca a renunciar a su empleo para dedicarse sólo a concebir el nieto varón del que pronto logrará embarazarse, el sometido Haider adopta una postura exclusivamente pasiva en lo sexual que conduce la irritación y la ruptura con la enamorada Biba, pero también llega a provocar un azaroso suicido de la profundamente contrariada e insatisfecha Mumtaz junto con el bebé varón que llevaba dentro, cual resto último de una abortada pasión transluminosa.
La pasión transluminosa despliega un apretado espectáculo visualista en forma omniseductora, sobre la cuerda floja del pudor psicológico y el estallido espectacular, entre el intimismo hinduista clásico de Satyajit Ray (El mundo de Apu 59, El hogar y el mundo 84) o Mrinal Sen (Un día como todos 80) y las coreografías tipo Bollywood que caricaturescamente se ensayan en la azotea del teatro o destellan incontenibles en el escenario, con una constreñida fotografía claustrofóbica en sostenidos planos fijos de Joe Saade, mutable música en su mayoría microtonal o meramente ambientalista de Abdullah Siddiqui y una expedita edición de Jasmin Tenucci junto al realizador que puede solazarse en pulsionales planos cortos o tensarse en largos planos atrapantes para permitir tanto la reflexión como el enfrentamiento y la efusión de los cuerpos en el simple abrazo totalizador.
La pasión transluminosa debe entenderse así en primer lugar como el amor loco de raigambre surrealista, la pasión más apartada y opuesta posible del cualquier triángulo amoroso tradicional o banalizado, la compleja pasión inasumible que dolorosamente se labra y se deshace en la simplicidad aparente y el absoluto relativizado sin remedio, la pasión nacida en la defensa física de Biba y externada en una complicidad emocional en un juego mecánico de feria, la pasión que se indigna con el morboso machismo de los bailarines burlones interrogando a Haider sobre el estado de los genitales de su amante, la pasión contextualmente condenada al fracaso, a la destrucción o el amor, diría el exánime Vicente Aleixandre, donde “la muerte es el vestido/ el trapo palpable sobre el que un pecho solloza, mientras busca imposible un amor o el desnudo”.
La pasión transluminosa se entiende aquí además como calvario, tormento o aflicción prolongada, exacto lo que el relato doliente e intenso va proponiendo, con habilidad y sutileza dramática, a modo de un progresivo vuelco hacia un punto de vista femenino y transexual que debe leerse en las ignominias cometidas por el incuestionable patriarcado contras las mujeres y su desgracia de serlo y reproducirlo, reconocible en las tres niñitas y la nueva bebé, la emblemática salida de las cuñadas homologadas en sus deseos frustrados al parque de diversiones que da nombre a la cinta, las tardías confesiones adúlteras del héroe, la introyección puritana en la murmuradora pavorosa tía vecina Fayyaz (Senia Saeed) espantada delatoramente con el estorboso promocional danzaerótico que Haider ha debido esconder en el pesadillesco espacio embutido y a su vez víctima de la rígida indecisión amorosa del inhibido patriarca Amanulah en la fiesta de cumpleaños de éste, la botella de veneno que ingiere como revuelta moral límite la insumisa Mumtaz dentro del baño donde solía atrincherarse cual si fuese su única habitación propia, o el sensible flashback quasi explicativo durante el entierro de su esposa amada donde el joven Haider rompía con la artera costumbre de los matrimonios arreglados para rejurarle a la hoy difunta que podría continuar desarrollando su oficio de esteticista en su propio salón de belleza.
Y la pasión transluminosa concluye truffautianamente con el cósmico existencial descubrimiento del mar en Karachi por el manumitido héroe devastado Haider, pero a diferencia del paradigmático púber de Los 400 golpes (59) su hazaña se plantea desde un significativo enfoque cenital ultrasobrio apenas retrocediente y en mínima lucha dura contra un afilado risco que sin embargo alcanza para coronar simbólicamente su escape del yugo familiar hiperpatriarcal.