Sobre los cuadernos y la vida

Cristian Lagunas

La modernidad trajo consigo la creencia de que toda vida es digna de ser contada, dice Vivian Gornick en La situación y la historia. En la escritura de memorias, añade, el yo extrae –o pretende extraer– de la vida “un relato que moldee vivencias, que transforme acontecimientos, que brinde sabiduría”. En 1983, cuando este libro de Jorge Arturo Ojeda se publicó por primera vez, los relatos del yo y la escritura personal no gozaban del privilegio que presumen ahora. Revalorar la literatura íntima ha abierto panoramas hacia espectros del pasado que se intuían de difícil acceso, o que no causaban mayor interés. Muchos diarios, notas y testimonios se antojan textos de gran sinceridad, quizá por haberse pensado por fuera de las dinámicas editoriales o por permitirse libertades que en otros géneros literarios resultaban difíciles de ejercer.

El transbordador espacial Challenger llegó al espacio exterior en abril de 1983. Ese mismo año, el disco compacto se lanzó a todos los rincones del mundo y Madonna dio a conocer el primer sencillo de su carrera. Hubo terremotos en Turquía, Afganistán, Japón y Colombia. En la televisión mexicana –y comienzo aquí a hablar en presente– se transmite un comercial de cuadernos de la marca Scribe. La escritura y la posibilidad de verter en la página la propia vida están a una distancia mínima y se anuncian como portales a la juventud, el frenesí y lo auténtico. Los modelos del comercial van con sus libretas en un auto convertible, escriben en los parques o echados en la cama. Registran todo. Poseer un cuaderno en el 83 es una forma de ejercer la propia identidad y precisa escribir lo privado. Scribe es como tú, que guardas tus secretos, te gusta recordar, vivir intensamente

En algún lugar de la Ciudad de México, un hombre de cuarenta años escribe en un cuaderno y tiene la televisión encendida, pero no escucha las noticias ni las telenovelas del momento. Prefiere la ópera Carmen, que transmiten en algún canal. Es miércoles 13 de abril y Jorge Arturo Ojeda, que para entonces ya ha publicado algunos libros –como la popular novela Octavioo los cuentos en Personas fatales–, se asoma de vez en cuando a la pantalla. La televisión, como confiesa en los textos aquí recopilados, le resulta demasiado moderna, es un conjunto de “colores espolvoreados”. Desconozco si alguna vez vio el comercial de Scribe, pero creo que Sabiduría–si utilizamos el anuncio como un ejemplo de Zeitgeist, como una marca epocal que arroje luz sobre las prácticas de escritura personal y cotidiana en el México de los 80– cumple con las premisas del recuerdo –que también es recorte, pues el autor obtiene fragmentos de la realidad y forma pequeñas entradas a partir de ello– y del secreto –porque se reflexiona a sí mismo con luminosa franqueza desde el espacio de seguridad que le confiere su propia caligrafía–. Ojeda construye su libro con la evidente intención de producir conocimiento sobre sí y de darse a conocer ante un lector aún implícito. En el acto, y es probable que sin percibirlo, termina inscribiéndose en la praxis creativa de su tiempo.

Al explorar los textos que componen este cuaderno-libro –como me gusta llamarlo–, la mayoría escritos entre abril y mayo del 83, no existe la sensación de adentrarse clandestinamente en un espacio ajeno, como ocurre en el imaginario cuando se lee el diario de otra persona o se descubren anotaciones prohibidas. En la obra de Jorge Arturo Ojeda, la escritura fechada es una marca de intimidad no presente, o presente de manera muy velada, en su obra de ficción. Así ocurre en Hombres amados, o en Vuelo lejano, que recopila cartas suyas escritas entre 2001 y 1962, en orden retrospectivo. La vida se escribe y se archiva con día, mes y año; dicho ejercicio genera núcleos que, de manera panorámica, pueden verse como los grandes o pequeños acontecimientos que atravesaron la existencia del autor en momentos determinados: el término de las relaciones amorosas, breves encuentros con los hombres que desea, una cena, una llamada telefónica interrumpida, un intercambio de miradas, escuchar música, estar desnudo en casa…

Sabiduría se intuye una obra periférica dentro de la producción de Ojeda, que no gozó de la popularidad ni de la atención que tuvieron otros de sus contemporáneos; sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en su narrativa, la transparencia y la sinceridad aquí presentes generan un efecto de familiaridad. Uno escucha con atención a un conocido que, despojado de filtros, desea exponer una parte de sí sin miedo al juicio. La compulsión por la escritura –siempre moderada, siempre en la medida exacta para generar un efecto meditativo en sus lectores– atraviesa al autor a lo largo del año. De manera sorprendente, éste se queja incluso de no poder registrar en las páginas de su cuaderno detalles específicos que le permitirían conocer un poco más sobre sí: “el color de la orina, el ardor estomacal con las galletas, la potencia de los músculos de las piernas como un estado anímico…”.

Quien decida entrar a la obra de Jorge Arturo Ojeda por este libro, que se reedita en la colección Molinos de Viento de la uam más de cuarenta años después de su primera aparición, hallará una poética franca, que no teme hacer del día a día el pretexto para convertir la vulnerabilidad, el deseo o lo cotidiano en métodos para el autoconocimiento y la literatura. La obra de Ojeda –quien, según escuché, llegó a bromear con parecerse al Adonis de la Enciclopedia Británica debido a su ejercitado cuerpo– todavía espera en conjunto una revaloración y es un buen exponente de la literatura con temática homosexual en México. Su manera precisa de representar y describir el cuerpo masculino, o la frontalidad con que aborda el erotismo entre los hombres que se aman o son amados unilateralmente –como muestran algunas de las páginas que siguen– se perciben vigentes décadas más tarde y confirman la urgencia de realizar un ejercicio de arqueología literaria que reconstruya trayectorias, intereses y puntos de cruce en los márgenes de la historia literaria mexicana. Esos lugares que, por el paso del tiempo, se han erosionado.

Que así sea.


Recuperar la fuerza

Es preciso recuperar la fuerza y el entusiasmo sólo para sentirme bien. El budismo excluye las preguntas referentes a dónde vamos y de dónde venimos. La cultura de Occidente sólo se pregunta los orígenes y responde con una creación mítica y un razonamiento teológico, y responde también con un final bienaventurado o maldito. Pero a mí me preocupa cada instante que transcurre. Me encuentro sin otra persona que sea conmigo yo mismo. Estoy sin que me acompañe nadie. Pero no debo quejarme: he amado el conocimiento y el arte, me he entregado con devoción a las cosas bellas, al estudio, y allí he tenido satisfacciones.

Vivimos lo fugaz en todo en esta época: la comida al momento en un restaurante, la cena preparada que vende el supermercado para meterla unos minutos al horno casero, la ropa de plástico que se ensucia y se cambia diariamente, los viajes relámpago para estar frente a la Acrópolis media hora, los cursos de técnico por correspondencia, la universidad abierta que transmite la televisión, el conocimiento enciclopédico universal que se vende en fascículos semanales en el estanquillo de la calle.

Y así los afectos: la amistad de oficina que se acaba cuando se cambia de lugar el escritorio, los brazos sensuales y los besos de dos desconocidos en un bar. Y así el amor que ilusiona una semana y termina en un mes, porque no hemos tenido tiempo de interiorizar ni pensar. A veces la máxima comunicación con el amado es compartir una película y despertarse a la salida del cine.

Quisiera alejarme de tanta diversión de gas neón y relampagueo de colores, poder omitir la estridencia de los megáfonos del centro nocturno, no escuchar la música en el elevador, ser inmune al radio que vibra y truena en la mano de mi vecino en el taxi colectivo.

Estamos desarmados y agotados para que dos almas se encuentren y se amen, se entiendan y se busquen, se adivinen mutuamente una vida interior. Quizá esto me ha pasado contigo. He vuelto a las viejas preguntas del destino, de dónde venimos y adónde vamos que postula la cultura occidental. Me quedo sin solución y continúo sin ti. Después leo libros de Oriente que omiten la elucubración intelectual y sólo proponen hacer todo simple y cotidiano, por hacerlo en sí mismo y nada más.

16 de marzo, 1983

Observación sobre mi cuerpo

Me han reprochado que con frecuencia hablo de mis estados de ánimo y mis pequeñas afecciones. Algún amigo me ha dicho que quizá es hipocondría. Algún otro me ha indicado molesto las observaciones que comunico de mí mismo sobre mi peso corporal, sobre la digestión, el tabaco…

Acabo de leer que Goethe anotaba la intensidad de las influencias de la luz y el calor, a las que eran tan sensible, y comparaba su propia naturaleza a una flor que se cierra cuando el sol se aparta de ella.

Si yo pudiera llevar al conocimiento y la belleza cada observación sobre mi cuerpo: el color de la orina, el ardor estomacal con las galletas, la potencia de los músculos de las piernas como un estado anímico, la densidad fecal, las punzadas en los ojos a causa de contrariedades intelectuales, las horas de sueño profundo…

Leo después que Goethe pasaba alternados los días del orden, de la fantasía, de la labor, y sobre su caso personal intentaba llevar a la ciencia la ley de la periodicidad del hombre.

2 de abril, 1983

Zurdo

Mi sobrinito me muestra que ha escrito la palabra los. Yo continúo mi lectura sobre Leonardo da Vinci: “Como era zurdo, la escritura espejo le resultaba natural”. Yo acabo de corregir a mi sobrino porque él mismo me decía:

—¿No ves? Es la palabra sol.

Mi sobrino es zurdo. Leonardo da Vinci dejó cartas en que consta que dominaba la grafía normal pero sus manuscritos de ciencia y arte se leen con espejo. Ahora ya sé la causa.

3 de abril, 1983

Llamada telefónica

Pasa por mi mente la imagen deseada de aquel muchacho del gimnasio. Recuerdo sobre todo sus piernas y sus nalgas. Era él quien se comunicaba por teléfono, siempre a la misma hora de la tarde, para no decir ni una sola palabra; era él, quien había rechazado mis solicitudes y mis ruegos personales. Comencé a declarar mi amor a su llamada silenciosa. Un día descolgué el auricular, a la misma hora de la tarde, y su voz me insultó; él fue quien me dijo palabras soeces.

—¿Quién habrá sido el de las groserías por teléfono? —comenté con un amigo, que me respondió:

—Alguien que te quiere mucho.

28 de abril, 1983

El idioma es el espíritu de un pueblo

En inglés se dice to fuck y en alemán ficken, en francés foutre, procedente del latín futere, que dio en italiano fotere y en español joder (que es distinto de hacer sexo aunque a veces dañe). Una falla de nuestro idioma, pues en España dicen follar, término vago, y en Argentina coger, que ya llegó a México. Un cantante desafortunado me decía que en Cuba se dice singar. A veces ponemos en buenos libros la expresión extranjera hacer el amor, que en castellano castizo[1]sólo significa cortejar. El verbo exacto para el coito es fornicar, que nunca usamos por la condena moral que lo señala. Yo sólo atestiguo la ausencia de un verbo para eso en nuestro idioma. El hispanohablante quiere ser erótico y se vuelve cochino, quiere ser amoroso y resulta patriotero.

24 de mayo, 1983

Escritor anticuado

Estos días de calor son deliciosos. Me paseo a media noche desnudo en el departamento. Desde el televisor lejano llegan voces y coros de la ópera Carmen. A veces miro los colores diluidos y espolvoreados sobre la pantalla y me retiro para ponerme de nuevo frente a mis libros.

Quisiera yo ser un autor de televisión y de cine porque sé que es anacrónico esto de llenar cuadernos de escritura a mano. La televisión es un medio de gran perfección tecnológica y su poder electrónico abarca al país entero, pero sus dirigentes y autores aún no tienen el nivel intelectual para manejarla. La gente que hace el cine no ha llegado al arte: la detiene el cebo de la venta de boletos en la taquilla y la atan los prejuicios de su propia incultura; y el cine es el espectáculo colectivo de nuestros días por excelencia. Pero como artista siento que ambos medios, cine y televisión, si no son poesía, no son.

Carmen entra, los compases gallardos… pero todo eso fue hecho para el proscenio de un gran teatro con acústica. Si yo escribiera un libreto para ser cantado expresamente en televisión, con indicaciones de cambios de cámara, con divisiones de pantalla, con… No: yo pertenezco al pasado como aquellos que escribían en latín cuando se trasegaba la vida con ricas lenguas vulgares; yo pertenezco al pasado como aquellos que adornaban sus manuscritos cuando ya existía la imprenta; y por eso lleno de letras con tinta un cuaderno arcaico que me permite explayarme sin censura alguna y sin agradar a nadie.

13 de abril, 1983

La vida empieza

Estoy en la edad en que la vida empieza. Un número redondo me asegura que las dichas vendrán, que las mejores experiencias se aproximan, que todos los años vividos no fueron más que preparación para una dorada madurez que me aguarda con frutos y flores, con dicha y regalos, con amor y placer.

Lo dicen el día y la hora de mi nacimiento: viviré el doble de los años hasta hoy y además los años a partir de este día serán delicia en una mordedura a la fruta, abrazo con la carne hermosa del amado, sabiduría en cada nuevo libro y en cada conversación. Nací para la gloria y mi estrella es de bienaventurado.

19 de abril, 1983

[1] Castizo viene de casto, Gran diccionario enciclopédico Durvan, vol. 2.

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