Más Información
Canciller ya está en diálogo con sus homólogos en Centroamérica: Sheinbaum; alistan atención a probable deportación masiva
Alertan en Senado sobre suicidios de estudiantes; se convierte en la segunda causa de muerte entre jóvenes
Presidencia “echará para atrás” últimas concesiones del IFT; “Quisieron hacer un albazo, pero no va a proceder”: Sheinbaum
Este domingo visité una librería. Las librerías son santuarios de una especie en peligro: los lectores de literatura muy exigente.
Como mariposas monarcas o cualesquiera otras especies amenazadas de extinción, quienes leemos poesía en México podríamos percibirnos como la última línea de defensa de una actividad milenaria.
Somos eslabones de una cadena cultural, equivalente a las cadenas evolutivas naturales: una actividad conduce a otra y a otra y a otras, y por ejemplo la lectura de gran poesía o teatro o novela o crítica favorece buenas ediciones, y cada edición a su vez exige diseño, formación, ilustración de alto nivel…
Se promueven círculos económicos virtuosos, y eso beneficia a la sociedad.
Me encontré con un libro que cumple con toda la cadena evolutiva de una literatura minoritaria de dimensiones mayúsculas: A Rilke, variaciones, de Rafael Cadenas, con prólogo de Jordi Doce y sello de Galaxia Gutenberg. El pie de imprenta es de marzo de 2024.
Lee también: Antonie de Saint-Exupéry: hambre de luz; a 80 años de su muerte
Aclaro: en 2012 publiqué Quince hipótesis sobre géneros (México / Bogotá: Universidad Nacional Autónoma de México / Universidad Nacional de Colombia en Bogotá). La primera hipótesis presenta la lírica, el drama, la narrativa y el análisis como cuatro derechos que absolutamente todas las personas realizamos de un modo u otro cada día.
Los realizamos al recibir e incluso al crear eventuales trozos por lo común inconscientes de piezas (para)literarias: tal es el caso de aquellos géneros que Mijaíl Bajtín calificaría como primarios; en esa categoría se encuentran por ejemplo la anécdota, el chisme y el chiste, géneros colectivos –a veces anónimos– que andan circulando por todas partes y aprovechan recursos comunes en la literatura e incluso llegan a concebir algunos.
Por eso seguirán existiendo los cuatro derechos básicos; además, la sociedad del espectáculo (el concepto es, como sabemos, de Guy Debord) produce para nuestro consumo letras de canciones más o menos comerciales, novelas de circulación masiva, teatro y cine para todos los gustos, análisis e interpretaciones al instante.
De hecho, nos rodean a todas horas las producciones paraliterarias, sustitutos o complementos de las literarias. Y más de una vez las fronteras se rompen, y por ejemplo alguna letra de canción es poesía de muy notables efectos.
(Hace unos cuarenta años la colección Material de Lectura, promovida por Manuel Núñez Nava y Fernando Curiel para la Universidad Nacional Autónoma de México, publicó una selección de letras traducidas del inglés; recuerdo Julia, de John Lennon.)
Rainer María Rilke y Rafael Cadenas se ubican en el otro extremo de los géneros cotidianos o paraliterarios. Ambos, eso sí, van recogiendo aquí y allá la pedacería de lo diario y con esa pedacería y esos retazos y retales destilan un licor de profunda densidad.
A Rilke, variaciones es una invocación, una llamada, una apelación del poeta venezolano nacido en 1930 al poeta apátrida nacido en Praga (1875) e ido tempranamente en Suiza (1926).
Le escribe Cadenas a través de los años y los continentes:
Les hablaste a los hombres para que se mirasen
quitándoles así la arrogancia,
esa demasía que les cierra el paso
hacia su insospechada profundidad (p. 39).
El libro deja leerse como una bitácora de la lectura que desde una orilla americana del Atlántico ha ido haciendo el brillante poeta, uno de los más galardonados de nuestro tiempo, de la obra de Rilke, cuya recepción nos ofrece puntos interesantes.
Hasta donde mis luces alcanzan, se cumplen cien años exactos de la recepción trasatlántica del autor de las Elegías de Duino y de los Sonetos a Orfeo: una nota de Xavier Villaurrutia sobre Rilke apareció en 1924.
Recuerdo al menos tres momentos paradigmáticos de Rilke en la América hispana, con tres lectores de la magnitud de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y Juan Rulfo.
Borges realizó en alguna parte un comentario condescendiente: Rilke habría tenido cierta fama, pero ahora se le leería mucho menos. Más allá de este apunte casual y poco documentado son visibles un par de conexiones entre el argentino y el praguense: uno es la relación con un animal emblemático, el tigre en uno, la gacela y el unicornio en otro. Un segundo es el amor al soneto y a otras formas medidas.
En uno de los peores textos del Canto general, “Los poetas celestes”, Neruda se burló de los poetas “rilkistas” y los “gidistas”: los juzgó etéreos, inasibles. Se me podrá cuestionar mi juicio, juzgar mi juicio:
––“Los poetas celestes” no es un mal poema; es un programa estético, desde luego contrario a las visiones muy personales de Rilke, por una parte, y de André Gide, por la otra.
Puede ser. Lo he pensado así varias veces. En ese caso, ¿“Los poetas celestes” sería un programa en verso, no un poema? Sea como fuere, sin duda esta crítica de Neruda es uno de los documentos más interesantes de recepción de Rilke en América Latina, así sea negativo.
Muy positiva es en cambio la lectura de Juan Rulfo. El volumen Tríptico para Juan Rulfo. Poesía, fotografía, crítica, de 2006, recupera las versiones hasta entonces inéditas que el joven jalisciense efectuó de las Elegías de Duino a partir de traducciones del gran novelista gallego Gonzalo Torrente Ballester y una colaboradora alemana y de versiones de Juan José Domenchina, exiliado hispano.
Rilke fue una lectura muy benéfica para Rulfo.
Víctor Jiménez (coeditor del Tríptico junto con Jorge Zepeda) encontró en el Diario florentino de Rilke un pasaje que alude a féretros que con las lluvias empiezan a crujir bajo tierra y a remover a sus ocupantes; sin que podamos confirmarlo, este pasaje podría haber sido una de las muchas posibles fuentes de inspiración del nudo central de Pedro Páramo: una tranquila charla de dos difuntos al fondo de un cementerio.
Más sutil es la manera como Rulfo fue forjando su estilo a partir de múltiples lecturas, reformulaciones y esfuerzos. Y allí podemos ir detectando finos ecos de Rilke en motivos como las aves que cruzan de pronto el aire en las Elegías.
Los poemas de Cadenas son muy breves, entre el haikú, el aforismo y el apunte de diario (véase para esto el prólogo de Jordi Doce; por ejemplo, p. 12).
Su verso también es breve, y así el venezolano conserva sus propias formas frente a un poeta de versos y poemas siempre un poco más extensos.
Compañero de la forma, está desde luego el fondo. Están el significado y el sentido. Cadenas va captando tan bien las estaciones vitales, los trayectos, las decisiones de Rilke que el libro (asimismo breve) deja leerse con una biografía cifrada de los principales procesos de uno de los poetas más conscientes de la vida espiritual como vida íntima.
Por ejemplo, Cadenas capta muy bien el lazo en Rilke entre los paisajes contemplados y la búsqueda de una voz interior:
Cuánto trashumar por rutas solas
a la busca
de tu entonación,
abolido
como quien mira
con ojos desocupados (p. 40).
Terminemos con la niñez de Rilke, resuelta en estas líneas de su cofrade venezolano:
Tú no segaste
la infancia
y ella
te seguía los pasos,
te recuperaba de ti,
te hacía.
Se volvió hondura (p. 37).