Quiero repasar de nuevo el humanismo, esa corriente que coloca al ser humano en el centro de la reflexión, y que ha tejido una historia compleja desde el Renacimiento hasta nuestros días, y ha causado varios dolores de cabeza tanto a filósofos como a religiosos. El humanismo es una corriente del pensamiento que celebra la dignidad, la libertad y la capacidad humana para crear sentido de la existencia y del orden del mundo, y que ha dejado huella en el arte, la literatura, la política y la educación.Así pues, como lo hemos estado revisando, en la Italia del siglo XIV, en medio de un torbellino de cambios sociales, el humanismo despertó como una revisión de lo humano. Figuras como Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio, inconformes con el teocentrismo medieval, volvieron sus ojos a los textos grecolatinos, olvidados por siglos. Este redescubrimiento fue un renacer cultural que puso al ser humano en el foco, desplazando lo divino. Surgieron los studia humanitatis, un currículo de gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral, diseñado para formar personas íntegras. Pico della Mirandola, en su vibrante Discurso sobre la dignidad del hombre de 1486, proclamó que los humanos somos libres para moldear nuestro destino. Este espíritu crítico, llevó a Erasmo de Rotterdam a escribir su Elogio de la locura, que desafió dogmas y abrió caminos para una revolución filosófica futura.
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Con la Ilustración de los siglos XVII y XVIII, el humanismo se vistió de nuevos ideales: progreso, libertad, razón. Pensadores como John Locke, Voltaire y Jean-Jacques Rousseau defendieron los derechos naturales del individuo, mientras Immanuel Kant, en su ¿Qué es la Ilustración? de 1784, llamó a la humanidad a salir de su “minoría de edad” intelectual, a pensar por sí misma. Fue una era de principios audaces: la educación como motor de perfección, la libertad de expresión, la separación entre Iglesia y Estado, y la noción de derechos humanos universales. Estas ideas, como chispas, encendieron revoluciones, desde la Francesa de 1789 hasta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que dieron forma jurídica al sueño humanista.
Lee también:“Los hongos son el combustible de la tecnología”: entrevista con Naief YehyaPero el siglo XX trajo sombras. Las guerras mundiales, los totalitarismos y el poder destructor de la tecnología rompieron la fe en el progreso. En ese desencanto nació el existencialismo, una filosofía que miró de frente la existencia individual y su libertad absoluta. Søren Kierkegaard, su precursor, ya había insistido en la importancia de la subjetividad frente a sistemas rígidos. Jean-Paul Sartre llevó el humanismo a un nuevo terreno con su “existencialismo humanista”. En 1945, en El existencialismo es un humanismo, afirmó que “la existencia precede a la esencia”: no hay un molde humano previo, solo existimos y nos definimos con nuestras elecciones. Esta libertad es abrumadora, pues, como decía Sartre, “el hombre está condenado a ser libre”. Cada decisión no solo nos forja, sino que proyecta un ideal para todos. Es una responsabilidad inmensa. Albert Camus, aunque rehuía la etiqueta existencialista, dialogó con estas ideas desde el absurdo, esa grieta entre nuestra sed de sentido y el silencio del universo. En El mito de Sísifo y El hombre rebelde, propuso que aceptar el absurdo no lleva al vacío, sino a la rebeldía, a una solidaridad humana que afirma la dignidad sin necesidad de trascendencia.Simone de Beauvoir, por su parte, llevó el existencialismo al feminismo. En El segundo sexo de 1949, con su célebre “No se nace mujer: se llega a serlo”, desmanteló la idea de que la biología define a la mujer. Mostró que es la sociedad quien la relega a ser “lo Otro” frente al hombre, robándole su libertad. Su humanismo feminista exigió reconocer a las mujeres como sujetos plenos, capaces de autodeterminarse. Así, desde la segunda mitad del siglo XX, el humanismo se ha ramificado, enfrentando retos como la globalización y la revolución digital. El humanismo secular, con voces como Richard Dawkins y Peter Singer, apuesta por la razón, la ciencia y una ética centrada en el bienestar, defendiendo los derechos humanos, la justicia social y la laicidad.El humanismo es una tradición que respira, que se transforma. Desde el Renacimiento, ha sostenido la dignidad, la libertad y la razón crítica, adaptándose a cada época. El existencialismo lo revolucionó al poner la libertad y la responsabilidad en el corazón de lo humano, desechando esencias fijas. Como dijo Pico della Mirandola, somos “escultores de nosotros mismos”, libres para cuestionar, crear y transformar nuestro mundo.
Y aquí señalo lo siguiente: la filosofía ha sido utilizada y adaptada como herramienta de “superación personal” comercial porque ofrece un marco profundo para reflexionar sobre el sentido de la vida, los valores y las decisiones que tomamos. En particular, el humanismo filosófico, con su enfoque en la dignidad, la libertad y el potencial del ser humano, ha sido clave en este proceso. Al colocar al individuo en el centro de la reflexión ética y existencial, el humanismo inspira a las personas a buscar una vida más plena, consciente y auténtica. Es la base de todo movimiento espiritual o “progre” en nuestro tiempo.