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El fin de semana pasado, dos eventos presentados por el INBAL acapararon mi agenda. Pintaban para “imperdibles” o, cuando menos, “interesantes”, considerando cuán pocas y mediocres que fueron las actividades musicales que realizó el Instituto durante esta administración. Finalmente, fueron más requisitos para la numeralia y para que, como en todo fin de sexenio, los funcionarios que no saben qué más inventarse para que les tomen sus últimas fotos, aparezcan sonrientes, como si hubieran hecho una gran labor, por cuantos estrenos, inauguraciones, entregas de medallas y hasta exhumaciones se les presenten. Tal y como fueron, de hecho, este par de eventos.
Ciento un años después de que José F. Vásquez compusiera El Rajáh, esta ópera fue presentada en el Teatro Orientación por la Coordinación Nacional de Música y Ópera (CNMO) como parte del ciclo “Notas de Verano” que tuvo lugar del 31 de julio al 11 de agosto y contó con tan poca difusión que no exagero al señalar que, prácticamente, se llevó a cabo en la clandestinidad. Asistí a la función del viernes 9 y, por el programa de mano digital, me enteré que una semana antes se había realizado una primera función, pero, a decir del personal del teatro, “hubo más gente en el escenario que en la sala, pues, cuando mucho, habrán venido unas diez, quince personas”.
Ante la magnitud del desastre, finalmente se dieron a la tarea de sacar algunas notas en la prensa que, cabe aclarar, tenían varias imprecisiones: de entrada, El Rajáh no pudo estrenarse en 1932 en Bellas Artes, porque el Palacio no se inauguraba todavía. Se estrenó el 14 de junio de 1931 en el Teatro Arbeu y fue hasta el 29 de agosto y el 1 de septiembre de 1935 que se montó en el Blanquito. Eso sí, se esmeraron cacareando que habían reconstruido la partitura de canto y piano, la partitura orquestal y las partichelas. Lo que nunca precisaron, fue que ofrecerían una versión para canto y piano… ¡destartalado!
¿A quién culpar? He perdido la cuenta de a cuántos artistas he oído quejarse de la arrogancia, despotismo y enciclopédica ignorancia de Mireille Bartilotti, que es quien encabeza la CNMO a pesar de que no ser “gente de música”, pero como llegó recomendada por María Katzarava con Lucina Jiménez, que quién sabe qué le vio —porque abundan las referencias cuestionando su desempeño en encomiendas anteriores—, ahí la tienen, sin idea de dónde está parada: lo mismo se queja de que un ensamble de música contemporánea programa obras que deben pagar derechos (nada más para calibrar la magnitud del rebuzno: según su país, la música pasa al dominio público hasta los 75 o 100 años de muerto el compositor, ergo, ya no es de vanguardia), que desconoce la diferencia entre emplear un piano vertical o uno de cola para un concierto (¡con razón!), y como muestra de su falta de criterio musical, invita y programa en nuestros recintos más emblemáticos a personas o agrupaciones que, como ahora, son de ínfimo nivel. ¿Será esa, su idea de inclusión?
Como encargada del área de música de Bellas Artes, antes de dar luz verde a cualquier propuesta —por valiosa o interesante que parezca—, Bartilotti debió constatar el nivel de la pretenciosamente llamada Compañía Nacional de Ópera Mexicana Canto del Alma y del Colectivo Artístico AcercARTE, responsables de la precaria producción de El Rajáh. Por conmiseración, no mencionaré los nombres de quienes conforman estos grupos. Aquello fue de risa loca y pena ajena: cuando acabó la función y se oscureció el escenario, ni sus parientes se animaban a aplaudir y fue el elenco quien, tras bambalinas, tuvo que dar la pauta.
El 27 de enero de 1963, Rafael Azuela publicó aquí, en EL UNIVERSAL: “El caso de Vásquez es un caso patético; todavía muerto se le ataca y se le niega…” La realidad, es que más que por confrontarse con Carlos Chávez, sus óperas padecieron el lastre de los libretos con melcochosos textos de Manuel Bermejo, culpable también de que, desde su estreno, se percibieran caducas y anaftalinadas Citlali y El Mandarín, las otras óperas que conforman su trilogía exótica. A más de seis décadas de su muerte, y a pesar de que ahora fue “atacada” por un piano desafinado y un elenco que pasaba a ahogarse al intentar cantar, es imposible negar la inspiración y buena factura de la música de José F. Vásquez.
Hoy, más que nunca, es imperativo revalorar su legado. Para ello, urge hacer accesible la música que, sorteando mil vicisitudes, ha ido recuperando su hijo José, y ponerla al alcance de nuestros mejores intérpretes. De aquellos que sí le dejen a uno con ganas de oír más, como me ocurrió cuando escuché a Ricardo Acosta tocar sus cinco series de Impresiones, a pesar de hacerlo en un piano del Auditorio del Museo Nacional de Antropología que, también, clamaba por una afinación urgente.
Afortunadamente, el instrumento que se tocó el domingo 11 en la Sala Principal de Bellas Artes sí estuvo afinado para Salomé Herrera, Mauricio Náder y Rodolfo Ritter, miembros del grupo de Concertistas de Bellas Artes que presentaron 25 piezas inéditas para piano de Silvestre Revueltas que permanecían bajo la amorosa custodia de su hija Eugenia, quien, ante la devoción con que Luis Jaime Cortés estudiaba la música y la vida de su padre, le permitió acceder a aquellos añejos papeles.
Otros, fueron los tropiezos percibidos esa tarde: desde la ambigüedad del cartel que invitaba al “Estreno mundial de la obra para piano”, dando a entender que lo que ahí se escucharía era una sola obra o que se ignoraba la existencia de las otras piececitas que han circulado desde hace años, hasta un video pésimamente realizado —carente de definición y sobre iluminado— en el que se reiteraba lo dicho previamente en los discursos.
Ya se pelearán los académicos decidiendo si estas miniaturas merecen ser consideradas obras de juventud, o meros ejercicios “para soltar la mano”. Lo que es innegable, es la genialidad del adolescente que las creó. Hallé encantadoras varias de ellas y disfruté muchísimo el Poema y el Valsette que tocó Ritter, así como la selección encomendada a Herrera, aunque creo que contribuyó a ello el que, además de ser quien se involucró más notoriamente con el repertorio, posee un sonido y un fraseo más refinado que sus colegas.
A decir de Víctor Barrera, director del Cenidim, estas joyitas conforman la primera entrega de los 42 volúmenes de la Opera Omnia de Revueltas, y el 18 de septiembre presentarán en la Sala Ponce el libro con las partituras y la grabación correspondiente. Considerando que, como le dije a Lucina, “están al cinco para el good bye”, se me hace temerario confiar que veremos concluido este proyecto que, si bien nos va, irá saliendo en abonos chiquitos.
Por lo pronto, ya les tomaron la foto.