El doctor José Francisco Mejía ha trabajado intensamente tanto en temas de exilio como en temas de diplomacia política de alto rango, entre otros asuntos.

Recientemente presentó, en el Instituto Cultural de México en España, un volumen acerca de los reconocimientos o desconocimientos que experimentó la República Española después de la derrota de 1939, en plena urgencia de volverse una instancia trashumante, dueña de la legitimidad, pero no del territorio.

Nuestro anfitrión fue el diplomático mexicano Jorge Abascal Andrade, director del Instituto y agregado cultural de México en España; la mesa estuvo animada por gente de gran conocimiento, gozosa de volver una y otra vez sobre cuestiones tales como las distintas actitudes de los gobiernos latinoamericanos ante una realidad indudable, la República Española en el exilio, que corría siempre el peligro de volverse una entelequia asimismo indudable.

Un ejemplo de la vulnerabilidad de la República se dio a inicios de los años cincuenta, hace siete decenios, cuando Fulgencio Batista llegó al poder en Cuba –por vías, más o menos, non sanctas– y casi de inmediato retiró el subsidio que el anterior régimen cubano concedía a la Presidencia de una República siempre a punto de extinguirse.

Otro ejemplo es la certeza de que el presidente mexicano Miguel Alemán estuvo a punto de reconocer formalmente al dictador Francisco Franco ya a inicios del sexenio, hacia 1947.

Uno de los primeros actos del veracruzano como jefe de Estado consistió en visitar al presidente norteamericano Harry S. Truman, responsable del lanzamiento de la bomba atómica menos de dos años atrás. Seguramente hablaron de comercio y de correlación de fuerzas en aquel momento de prolegómenos de la guerra fría. Y en tal contexto la España territorial (eufemismo para la España franquista) era mucho más atractiva en términos geopolíticos que la España legítima, la España legal, auténtica pero carente de músculo: de tierra, de población, de ámbitos dónde ejercer las leyes de la Constitución de 1931.

El propio doctor Mejía y la doctora Laura Beatriz Moreno Rodríguez, actual embajadora de México en Chile, coordinaron un libro al que ya me referí hace dos entregas. Me quedaba entonces un par de reflexiones mínimas a propósito de los textos del volumen que se ocupan del exilio de humanistas, como la filósofa María Zambrano, María de España.

El libro se llama Redes políticas desde los exilios iberoamericanos (México: Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la Universidad Nacional Autónoma de México, 2022); el capítulo es “El exilio y sus símbolos literarios en María Zambrano, José Gaos y Juan David García Bacca” y se debe a la pluma de Jesús Guillermo Ferrer Ortega.

El texto nos recuerda el concepto de razón poética como un ejemplo de la visión que la filósofa había alcanzado frente a aquellas posturas que consideran que el logos y el conocimiento son exclusivos del pensar filosófico o científico o informativo. Incluye meditaciones de la autora a partir de una experiencia en carne viva:

La patria, la casa propia es el lugar donde todo se puede olvidar. Porque no se pierde lo que se ha depositado en un rincón. [En cambio, en el destierro] hay que recogerse a sí mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre (p. 339).

Los exiliados, resume el investigador, no debían “ser simplemente los otros” (p. 340).

Acerca de José Gaos, el doctor Ferrer rememora los neologismos “transtierro” y “transterrados”, frente a los cuales mi pequeña computadora, con sistema Word, todavía hoy se alarma y me marca con unas olitas rojas debajo de las letras, como si la especificidad del exilio republicano español aún conservara ecos de una marginalidad.

Por su parte, García Bacca se definió como español peregrino y se disgustaba con el término exilioporque “se trata de un concepto jurídico de penalidad” (p. 345).

El texto de Yolanda Guasch Marí se denomina “Fortuna expositiva. Artistas plásticos. Exiliados en México en el ochenta aniversario” del fin de la guerra civil española. Se ubica en 2019, año que “ha marcado un antes y un después en la recuperación de la memoria del exilio español” mediante un “programa coordinado y dirigido desde una comisión interministerial que a su vez funcionó como comisión organizadora y contó con un comité científico en el que se integraron otras instituciones internacionales, principalmente Francia” (pp. 373-374).

La doctora Guasch es experta estudiosa y coordinadora de exposiciones, y su texto hace un recuento de aquellas que se han llevado a cabo tanto en México como en España a propósito de figuras exiliadas o transterradas o peregrinas. El texto ofrece comparaciones tales como aquella que se refiere a Remedios Varo, artista muy querida en México, como lo confirmó la ofrenda de la Universidad Nacional Autónoma de México hace un par de años en la explanada del Campus Central, Patrimonio de la Humanidad, de Ciudad Universitaria.

Pues bien, Remedios Varo apenas recibió atención en su país natal, ni siquiera en el centenario de su nacimiento, 2008, ni en los ochenta años del fin de la conflagración (p. 384).

Muchos otros nombres brotan del capítulo de la investigadora, como el del pintor Antonio Rodríguez Luna y su hijo, el también artista Antonio Rodríguez Sierra.

Justamente esta semana, el martes 10 de diciembre, la doctora inauguró una exposición en el Colegio de San Ildefonso de la Ciudad de México. Se trata de Exiliadas de España. Artistas en México.

La curaduría estuvo a cargo de ella y de Rafael López Guzmán. Ambos son catedráticos de la Universidad de Granada. Ella, además, es vicedecana de la Facultad de Filosofía y Letras.

De todas estas vidas y obras –unas políticas, otras artísticas, otras filosóficas– se desprende para mí una cavilación. Palabra clave es redes ya desde el título del libro de los doctores Mejía y Moreno.

Entre líneas percibo la urgencia de tejer redes de afecto, de sobrevivencia, de estímulo intelectual y artístico, de trabajo, de vida política, luego de que el destierro ha significado una des-radicación y una des-reticulación, un robo –un despojo– de raíces y de redes.

La psicología lo sabe: sobrevivimos anímicamente y, a fin de cuentas, vivimos gracias a que contamos con una conjunción de redes que, cuando vamos saltando por los trapecios de la existencia, nos salvan si caemos.

Sufrir un destierro o un transtierro o exilio significa verse en la obligación de tejer redes en tierras desconocidas, muchas veces hostiles, y hacerlo además a una edad que podría acercarse ya a la del retiro, del balance, de la cosecha de frutos si tanto se sembró durante lustros.

Seguramente ya se habrá escrito sobre tipos de redes: familiares, laborales, políticas, artísticas, institucionales, amorosas de un tipo u otro, emocionales…

Nacemos dentro de redes más o menos sólidas, más o menos precarias, más o menos pequeñas, más o menos grandes.

Podrían escribirse las historias de las artes y la historia misma de la humanidad a partir del tejerse y destejerse de vínculos con arreglo a diferentes fines. Destejerse, sí: las redes humanas están expuestas, están de un modo u otro en peligro, por ejemplo durante una guerra.

El tema es tan vasto que por lo pronto merecería un texto entero para Confabulario.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios

Noticias según tus intereses