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Rafael Lozano-Hemmer (Ciudad de México, 1967) no teme que los artistas desaparezcan con la Inteligencia Artificial o que se ponga en riesgo la originalidad porque, en todo caso, la creación artística siempre abreva de un pasado; él mismo ha convertido la IA en una herramienta casi cotidiana en su estudio, en Montreal.
Lozano-Hemmer tiene décadas utilizando en sus obras la IA como herramienta y con ésta su arte ha evolucionado dando otras respuestas al ejercicio de entablar nuevas relaciones entre espectadores y tecnología, tecnología que, reitera, no es neutral y tampoco inocente.
Durante su visita a México para presentar en la Feria Zona Maco obras con las galerías Max Estrella, Pace y bifforms, el artista habló sobre uno de los grandes proyectos que presentó en 2023, Translation Island, en la isla Lulu de Abu Dahbi, proyectos en los que interactúa con la Inteligencia Artificial y el espacio público.
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Cada una de las obras de la exposición Translation Island, que se exhibió entre noviembre y enero, requirió de la voz, el calor, el corazón y la participación del público; al final, acudieron 150 mil personas, cuenta el artista. La muestra estuvo compuesta por diez obras gigantescas de arte público, algunas fueron variaciones de trabajos previos como Almacén de corazonadas, mientras que otras se relacionaron con la literatura o se basaron en el concepto de la traducción, entendida por el artista como una forma de hacer que cosas invisibles se conviertan en algo tangible, pero también como un ejercicio de interpretar de un idioma a otro o de reubicar a una persona en otro espacio.
Una de las obras de esa exhibición, Translation Lake, ocupó el lago de la isla donde tres barcos blancos fueron iluminados por traducciones de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, que con Inteligencia Artificial se tradujo a 24 idiomas que se hablan en los Emiratos Árabes; otra pieza, Translation Stream, constó de 100 metros de proyecciones en el piso, de versos de poetas emiratíes contemporáneos sobre los cuales iban caminando los visitantes; en Collider, la traducción fue de otro tipo, partió de la detección de la radiación cósmica que llega a la Tierra desde las estrellas y los agujeros negros, pero que es invisible, luego la tecnología tradujo tal radiación y la hizo visible como ondas de una inmensa cortina de luz que pudo verse en un radio de 10 kilómetros.
“Mis proyectos son siempre sobre esta relación entre presencia y ausencia, ¿quién es el observador y quién es el observado? Cómo estas tecnologías no son neutrales, cómo no capturan sino que crean una realidad. El uso de Inteligencia Artificial en la mayoría de mis obras tiene que ver con cómo dotar a la computadora de la capacidad de poder detectar la presencia de público y actuar a partir de la misma”.
¿Cuáles son los límites que tú y tu estudio se ponen frente a la Inteligencia Artificial? Estamos ante debates, por ejemplo, de ilustradores y otros creadores reclamando cómo se vulnera la autoría… ¿Éticamente qué piensas ante este tema?
No creo que alguien lo tenga claro. Estamos ante algo irreversible, o sea, aquí está una serie de tecnologías que permiten hacer ciertos promedios de una cantidad vasta de información y ciertas predicciones o extrapolaciones, lo que tiene, por un lado, una utilidad real.
En el estudio, te confieso, nosotros utilizamos mucho ChatGPT porque mucha de la programación que hacemos es facilitada como un idioma por ChatGPT; le pedimos que nos haga ciertas programaciones y, con tal de que tengas atención de dónde insertarla y cómo modificarla, de hecho abarata y facilita la producción de nuevas obras gracias a la reutilización de códigos que ya estaban.
Pero hay una cosa bastante problemática: somos parte del movimiento Open Source (Código Abierto), y defendemos la idea de que todo nuestro software, absolutamente todo, pueda ser reutilizado por quien le dé la gana. Pero ocurre que llegan, por ejemplo, ChatGPT o GitHub, de Microsoft, y toman todo ese contenido que se está dado en Open Source y luego te cobran por reutilizar tu propio desarrollo tecnológico. El problema no está sólo en la tecnología en sí, sino en cómo estas empresas están monetizando el trabajo de millones de personas, de especialistas que han trabajado sobre una materia y que han publicado esto sin ánimo de lucro.
Lo que nos lleva al tema de la originalidad en la obra de arte…
Estoy consciente de que cuando programo algo, no lo estoy haciendo de la nada. Yo mismo soy un agente de Inteligencia Artificial, estoy haciendo variaciones sobre lo que he aprendido y leído, ya estoy copiando; los artistas no trabajan separados del resto de la historia y de la sociedad, todos tenemos idiosincrasias y bagajes de lo que aprendimos, entonces no podemos pretender que somos puros y claros y que somos el origen de las ideas. Por eso es muy importante, cuando uno trabaja con Inteligencia Artificial, el sentirse parte de una colaboración, de una red.
¿Qué riesgos ves en un mal uso de la Inteligencia Artificial?
Uno de los graves problemas es que de repente dependamos de algoritmos para que nos den la mejor información sobre cómo mantener, por ejemplo, un medioambiente sano o una economía funcionando o el trabajo de la policía. Que de repente la seguridad de los países, el acceso a bancos y datos personales se haga a través de recursos que no tienen neutralidad o un proceso de check and balances donde puedas contestar y exigir una transparencia. Hay una demanda porque entendamos que hay detrás.
Ahora, todo eso está bien, pero al mismo tiempo me interesa mucho hablar del hecho de que nunca vamos a dejar de existir. Para el ilustrador puede ser que tenga un impacto pero también este miedo existía cuando se inventó la fotografía y se dijo: “Las pinturas ya no van a ser necesarias”. Lo que sucedió es que la pintura cambió gracias a la fotografía. Tú como artista o como ilustrador siempre tienes la capacidad de improvisar y de generar cierta diferencia con la IA.
¿Es exagerado decir que la IA va a remplazar a los artistas?
Mi posición utópica es que a los artistas no los va a reemplazar la Inteligencia Artificial porque nosotros fallecemos, la muerte es algo que nos separa de los algoritmos que recuerdan todo. El olvido es una parte fundamental de la poesía. La capacidad de tener estas lagunas mentales y luego encontrar ciertas resonancias y el saber que tu vida va a finiquitar es algo que las computadoras no tienen. Montaigne decía que filosofar es aprender a morir, y hacer arte es un poco parecido: estamos todos ante el límite de nuestra propia vida y eso no lo tienen las máquinas, las máquinas lo recuerdan todo. Leía hace poco que el olvido es fundamental en la evolución; es de hecho la mutación genética.
Nos queda ese margen de lo impredecible, lo que no controlan las máquinas, donde aún hay improvisación…
A mí me encanta que nuestra sociedad está basada muchísimo en números aleatorios hechos por máquinas, la criptografía ahora te da la capacidad de conseguir algo muy cercano a la improvisación; pero sigue siendo un no lugar para las máquinas, donde tú puedes llegar a improvisar —y tengo que tener cuidado porque es cierto que los humanos también somos muy malos en improvisar. Pero justo lo que los artistas más necesitan hacer es lo impredecible, o sea, el no ser parte de un patrón o una fórmula sino lograr siempre crear algo que los acerque a la improvisación, a la aleatoriedad. Eso siempre va a ser algo mucho más civilizado que pretender tener una especie de objetivo preconcebido, teleológico. Hay que actuar de una forma impredecible y, en el futuro más y más los humanos, nos definiremos por la libertad de ser impredecibles. Pero contra esa libertad asistimos al control de los contenidos…
Trump ganó las elecciones gracias a una serie de algoritmos que justamente hacen un análisis de quiénes son las personas que están vulnerables a recibir cierto tipo de información; eso fue hace muchos años y ahora el nivel de sofisticación de esos algoritmos es todavía superior. Sí existe una manipulación efectiva; los medios de comunicación o los espacios de diálogo están controlados por oligarcas, y por definición, un espacio público no debe estar controlado por un dictador o un oligarca porque ponen las reglas de esa interacción.
Entonces lo terrible en este año, donde Trump va posiblemente a ser reelegido, es que toda esta operación —no me gusta hablar de conspiraciones—, es una manipulación mediática fina que permite entender cuáles son las debilidades de los diferentes sujetos y atacar y suplirles con información alternativa. Lo estamos viendo con la guerra entre Israel y Palestina; no entiendo a la gente que no tiene empatía con lo que sucedió en Israel, igual que no entiendo a la gente que defiende el ataque de Israel. Hay una gran información, una metainformación, es la información que es muy difícil simplificar; pero los grandes jefes de Estado y las empresas bélicas, etcétera, nos venden esta simplificación para que actuemos de una forma o de otra. La información nunca es neutral y esto es, al final, lo que hay que subrayar: “No te creas todo, todo viene desde una perspectiva y las perspectivas son interesadas”.
¿Cómo ha cambiado tu noción de la ocupación del espacio público con el arte?
Depende mucho del país; continúa siendo sobre esta idea de la búsqueda de plataformas de autorrepresentación, ¿cómo hacer para que el espacio público se convierta en un catalizador, en un lugar de encuentro, un lugar que ocupe la gente en actividades no comerciales?, ¿cómo hacer que nuestros parques, plazas, calles se vuelvan nuestras, y no solamente un resultado de una optimización de capital? Para mí, el arte es una intervención, una interrupción de esas grandes narrativas de optimización de capital. Es cómo hacer que la gente se encuentre en el espacio y comparta una experiencia; la idea es que en lugar de cámaras tengamos proyectores, porque si tienes más imágenes vas a tener algo más de qué hablar y vas a desarrollar más comunidad.
Hay una sensación de que tu activismo es darle like a un post. Esto no es activismo
Rafael Lozano-Hemmer
Muchos de los recursos de representación popular devienen en proyectos de represión popular; es al final lo que estamos viendo en un espacio público que desaparece como lo es internet. Gente como yo venía de una tradición de pensar en el mundo de internet como un lugar donde se podía uno expresar, donde tenías la capacidad de no ser censurado, que la red tenía una maleabilidad de sobrevivir a diferentes tipos de ataque centralizado. Sigo creyendo todo esto, pero ahora veo que nuestras interacciones tienden a ser más pasivas, tengo tres hijos que están conectados totalmente a los teléfonos, hay una sensación de que tu activismo es darle like a un post. Esto no es activismo, todavía toca tomar las calles. Tengo la certeza de que el espacio público está siendo atacado. Estamos viendo una concentración brutal de medios y de dinero en pocas manos.
¿Qué opciones ves?
Las soluciones son siempre las difíciles: redistribución de medios, dignidad, fin de la violencia económica… son procesos que tardan generaciones, pero la gente quiere soluciones rápidas, y piensa que la solución es un coche autónomo. No, la solución es transporte público, es pensar de forma diferente sobre cómo interactuamos unos con otros, tenemos que diseñar las ciudades para que estén pensadas a nuestra escala.