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Paul Ricoeur dejó dicho: en las ciencias sociales y humanas una verdad puede asentarse aunque no se alcance el 100% de comprobaciones, esto es, aunque tengamos resultados diferentes o incluso contrarios en un —digamos— 5 o 10 %.
La complejidad y la diversidad de los individuos en dichas ciencias autorizan este margen. Se trata de resultados tendenciales y aun así válidos, tomando en cuenta —eso sí— a las minorías, que pueden proporcionarnos modelos de solución.
Pues bien, más de un 90 % de los motociclistas en la Ciudad de México se pasan los altos. Y hay accidentes. El 10% restante apoya a la vida social respetando las normas.
Los autobuses de pasajeros y los peatones deben andar en un 50%. Los ciclistas se arriesgan en un 80 %. ¿Hay ánimo descompuesto? ¿Hay insuficiencia de equipamiento vial? ¿Las megalópolis necesitan reglas diferentes, específicas para ellas, dadas sus características?
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Una página de Dietrich Rall puede ayudarnos a ver las megalópolis desde la literatura.
Se lee en el capítulo “Megastadt-Erfahrungen: Mexiko aus der Sicht mexikanischer und deutschsprachiger Schriftsteller” (Experiencias de las megalópolis: la Ciudad de México a los ojos de escritores mexicanos y germanohablantes), del libro Das poetischste Land der Erde. Mexiko in der deutschsprachigen Literatur des 18.-21. Jahrhunderts (El país más poético de la Tierra. México en la literatura germanohablante del siglo XVIII al XXI).
El volumen apareció en 2023 bajo el sello de ediciones Tandem, en Salzburgo y Viena. Promotor y lector de la edición fue el poeta Christoph Janacs, otro entusiasta de México.
Rall llegó a México en 1969, junto con su esposa Marlene Zinn (1940-2003), extraordinaria especialista en literatura comparada, en especial la francesa y la germánica, así como estudiosa de la pragmática de la comunicación (John L. Austin) y de la acción comunicativa (Jürgen Habermas), entre otros asuntos (su padre, Ernst Zinn, fue el editor de Rilke).
Hacia 1992, Dietrich y Marlene trabajaron temas de imagología: la imagen de un país en otro país, por ejemplo, mediante piezas literarias, artísticas y testimoniales.
Pues bien, ya desde por lo menos el siglo XVIII constan numerosas páginas sobre la imagen de la Nueva España y México en lengua alemana.
Rall ha revisado a Matthias Claudius, Charles Sealsfield y, sobre todo, a Karl May. En aquel 1969 aterrizó en nuestra Megalópolis sin quitarse del todo la idea de Sealsfield: precisamente nuestro país como tierra idealizada, “el país más poético de la Tierra”, ¿todavía como vestigio de El Dorado?, ¿del país perfecto?, ¿de alguna región originaria?
Alexander von Humboldt ha desvelado a polígrafos como Jaime Labastida, Ottmar Ette, el propio Rall y asimismo a los muchos padres de familia que alguna vez pagamos colegiaturas en el colegio portador de tan ilustre nombre.
Rall sigue las huellas de Humboldt en el discurso literario sobre Yucatán durante los años 1930-1960. Luego revisita una entidad, Chiapas, “afinidad electiva”, y busca la imagen de esta región en la literatura, la etnología, la prensa y la filmografía de lengua alemana.
Y llegamos al último capítulo, destinado a la megalópolis.
Parecería que ahora nos encontramos en el otro extremo del país más poético. El capítulo comienza refiriéndose a un estudio de 2009, Las reglas del desorden. Habitar la Metrópoli, de Emilio Duhau y Ángela Giglia (México: Siglo XXI).
Luego hace referencia a los conceptos más comunes en las reflexiones de quienes tenían una imagen previa del país y de la ciudad y luego vienen y deben matizarla o construir otras: “caos”, nos dice el doctor Rall, es una de las palabras más frecuentes, así como “amenaza”, “catástrofe”, “destrucción”, “corrupción”, “muerte”.
Asumen (asumimos) la magna urbe como un desafío intelectual y experimental, esto último en dos sentidos: lo que ya estamos experimentando y lo que podríamos hacer en un experimento, viéndola como un laboratorio pululante.
Hay también una “Ästhetik der modernen Metropole, im Sinne Walter Benjamins” (una estética de la metrópoli moderna, en el sentido de Walter Benjamin, p. 205).
Entre las frases fuertes del capítulo resalta la siguiente: “In der Stadt und im Land Mexiko ist jeden Tag Totentag” (En la ciudad y en el país México cada día es Día de Muertos, p. 207). Así se conjugan el estereotipo internacional del Día de Muertos y la nueva realidad de la invasión por parte de las mafias, esos expansivos ejércitos cancerígenos que incursionan en el propio país y nos lo vuelven extraño, como si necesitáramos un pasaporte interno.
El doctor Rall encuentra una secuencia recurrente: los autores ya se asombran frente al mar de casas a través de la ventanilla del avión, poco antes del aterrizaje.
El capítulo no me responde a la pregunta de por qué se pasa el alto un 90% de motociclistas (redondear a 100% podría llevarnos a conclusiones injustas). Aparte, muchos de ellos corren a alta velocidad: convierten Insurgentes en pista, por ejemplo, a la altura de Ciudad Universitaria y frente a la Bombilla.
Aun así, me permite trastear algún marco de referencia entre conceptos opuestos, como reglas y desorden. Muchos motociclistas son repartidores: tienen prisa, ¿por el compromiso de entregar la mercancía en menos de 30 minutos? Si la respuesta es positiva, ¿entonces el Walter Benjamin de Passagen-Werk y el Roland Barthes de Mitologías los verían como víctimas y como personas-vehículos del crudo capitalismo contemporáneo, que desde hace mucho titubea entre la sana productividad y el enfermizo productivismo?
El pasarse los altos no provendría de una presunta “esencia” mexicana o capitalina.
Ahora bien, las condiciones de los acuerdos y pactos entre actores y factores de la producción y del consumo económicos sí son específicas de cada región, urbe o colonia.
Y al parecer los choferes de nuestro transporte público deben “cubrir” cierta “cuota” diaria a sus patrones y por eso se pelean por el ya de por sí sufridísimo pasaje. Causa-efecto: arrecia la prisa de sus enormes armatostes.
(Lo he sospechado: ¿al día siguiente de una carrera del Checo Pérez se incrementan la velocidad y las invasiones de carriles ajenos? ¿Repercute en nuestra conducta este piloto como un modelo más que inconsciente?)
Dietrich Rall ha escrito en español. Un ejemplo es el volumen Entre culturas y literaturas (México: Samsara, 2015). Allí podemos leer los textos que he citado en alemán, así como capítulos sobre viajes, aventuras, horizontes, traducciones, “traslación y transmisión del conocimiento” (se le recuerda como gran maestro en el área de Lingüística Aplicada de la hoy Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción y en la Facultad de Filosofía y Letras).
Horizontes es una palabra clave en la visión y la vida de Dietrich Rall. Hay horizontes físicos y hay horizontes filosóficos y culturales. Los horizontes son geográficos y temporales. Los horizontes son espacios abiertos, sí, y a la vez nos dibujan un contorno, una figura y por lo tanto un límite. Necesitamos más conciencia y experiencia de ellos para nuestra vida privada y nuestra vida pública.
¿La humanidad se asfixia ante la falta de horizontes, obsesionada por “el ganar y el perder” de La tierra baldía, esto es, por la “economía del puro cálculo” en términos de Ricoeur? Veamos las guerras de hoy: las encarnizadas ambiciones territoriales son fruto de personas que ven el mundo desde un embudo, solamente que colocado al revés.
El encuentro sano entre personas con diferentes lenguas y culturas es una de nuestras esperanzas.
Dietrich Rall dedica Das poetischste Land der Erde a su esposa Adriana Haro: diálogo intercultural ya desde casa.