Alguien ha notado ya que es en el sur donde se encuentra el núcleo más fuerte de la poesía de México actualmente. Meridionales son —tabasqueños— poetas tan insignes como José Gorostiza y Carlos Pellicer, inteligencia y gozo de los sentidos, perfección de la forma, lujo del idioma. Ellos entre los grandes. Entre los jóvenes Jaime Sabines, de Chiapas, bien conocido aquí y en Sudamérica, bien apreciado. Y otros con quienes la fama ha sido menos pródiga pero que integran una constelación variada y rica en matices y tendencias. Ellos son José Falconi, Mariano Penagos, Enoch Cancino, Juan Bañuelos, Daniel Robles. Todos chiapanecos por su nacimiento y fieles, en su obra, a su origen. Este apego a la tierra y a la tradición es lo que dará a su estilo fortaleza y sabor. Porque no somos nosotros, los surianos, unos advenedizos en el reino de la palabra. Ya nuestros antiguos padres mayas entraron en posesión de ella para decirnos, en misteriosas fórmulas, su idea del universo, las vicisitudes de su historia, sus oraciones y conjuros ante deidades herméticas. Allí está el “Popol-Vuh”, todavía como una entraña viva, nutriéndonos de sabiduría y de belleza. Allí los anales de los Xahil, con esas metáforas repentinas como el relámpago, con la sobriedad y la solidez del "dintel de piedra de la casa".
Después vienen los siglos del silencio mientras un idioma sustituye a otro. Y para el uso del lenguaje nuevo no hay todavía destreza. Además es tan difícil hablar cuando aún no ha desaparecido el estupor del ocaso de una cultura y el nacimiento de otra. Silencio mientras acaba de cuajar la realidad, de tomar otra configuración el mundo, de mostrar su otra cara el destino. Silencio que no rompe ni el grito de independencia política. La poesía esta vez no se alió con los movimientos literarios y continuó esquivándose a pesar de las numerosas solicitaciones que la apremiaban. Hubo quien se aproximara a ella haciendo creer la equivocación de que gozaba de sus favores. Así algunos usufructuaron el nombre de poetas que el tiempo, el gran celoso, no les ha permitido conservar. Ojalá que este nombre, que ahora damos a una pléyade de jóvenes chiapanecos sea más merecido y duradero.
Hablemos en primer lugar de Jaime Sabines. Su juventud (tiene apenas treinta años) ha rendido ya el fruto de dos libros vigorosos que la crítica saludó con entusiasmo concediendo a su autor uno de los más prometedores lugares dentro de la lírica nacional. El primero de estos libros, libro de horas en memoria de Rilke, se titula precisamente “Horal”. En los dieciocho poemas que lo integran se advierten ya las principales líneas directrices que habrá de seguir; las vetas que continuará explorando. Y a pesar de los titubeos iniciales y forzosos en la dura tarea de escribir y de las influencias fácilmente identificables, se advierte ya el principio de la formación de un estilo y del dominio de una técnica. Y puestos a hacer un balance de calidad quizá únicamente rechazaríamos un poema “La tovarich” por indigno de acompañar a los demás.
Lee también: Malacría: fragmento de novela de Elisa Díaz Castelo

Jaime Sabines no es un poeta metafísico cuando esta palabra adquiere la connotación de abstracto, intelectual y filosófico. Lo es si se entiende por metafísica cierta concepción del universo. La de Jaime no esté planteada con rigor lógico ni resuelta en forma silogística. Es una serie de oscuros impulsos, de dolorosas y profundas intuiciones. Sus elementos –amor, dolor y muerte, como en cualquier hombre pero aquí ordenados no en una escala inmutable. Y se contemplan no siempre desde el mismo ángulo ni se muestran siempre con la misma figura. Todo lo cambia y lo trastorna la pasión del poeta quien se podría llamar como aquel dios de la antigua mitología “nuestro señor el desollado”.
En su poema “Uno es el hombre” Jaime hace su manifiesto de lo que debe ser la actitud poética. Rechaza toda pose, todo alambicamiento y escarba hasta llegar a lo simplemente humano. Se despoja de todas las máscaras, recordando su origen:
"uno nació desnudo, sucio,
en la humedad directa
y no bebió metáforas de leche
y no vivió sino en la tierra"
Sólo admitiendo la verdad de la propia esencia es posible su realización que es la de un destino
"que penetra
la piel de Dios a veces
y se confunde en todo y se dispersa"
Vocación que lo impulsa a salir de sí mismo, a llegar al corazón de las cosas, al que se aproxima con una actitud reverente y religiosa.
"Uno es el hombre, lo han llamado
hombre,
que lo ve todo abierto y calla y
entra."
Pero no siempre nos entregará esta visión amplia y serena, este corazón “constante, equilibrado y bueno”. Con mucho más frecuencia leeremos la furia, la desesperación, la angustia (hay que recordar que el libro fue editado en 1950, en plena fiebre existencialista). El desencanto y el pesimismo son la tónica de la mayor parte de los poemas. La captación de una realidad inmediata fea y hostil
"un ropero, un espejo, una silla,
ninguna estrella, mi cuarto, una
ventana,
la noche como siempre, y yo sin
hambre
con un chicle y un sueño, una
esperanza."
Y de pronto el descubrimiento de ese hermetismo que ni la palabra más hermosa puede romper:
"Nada, que no se puede decir nada.
Porque nos pasa a veces, nos sucede
que el mundo
—no sólo el mundo— se complica,
se amarga,
se vuelve de repente un niño
sin cabeza,
idiota, idiota, idiota.
Y empieza a mirarlo todo
con siglos de estupor,
con siglos de odio y llanto"
Y llora:
"roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,
asqueado como una niña."
Pero no es ésto lo único, no puede ser todo. La sombra se hace sólo para que sea posible la luz. En medio de estos versos desolados Jaime Sabines escribe otros donde la sensualidad, la ternura, el amor, han suavizado toda la aspereza que sufrimos antes. En esta línea es donde más frecuentemente acierta y donde tan difícil es acertar. Sabe ser tierno sin debilidad, tener el don de lágrimas sin afeminamiento, ser erótico sin rozar lo pornográfico. He aquí el raro prodigio de equilibrio bien conseguido. “Miss X”. (Pag. 61. Horal.)
Pero no está aquí la salvación. Es sólo un descanso transitorio. Una amarga sabiduría le dicta los versos siguientes.
"Los amorosos buscan,
los amorosos son los que
abandonan,
son los que cambian, los que
olvidan.
Su corazón les dice que nunca han
de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos.
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan el amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día. No pueden hacer más,
no saben.
Siempre se están yendo,
siempre hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro,
el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre, ¡qué bueno! han de
estar solos."
El saldo pues parece pesimista. Al año siguiente, 1951, aparece un nuevo libro “La señal” de mayor economía verbal, lo que significa más precisión. Versos de gran musicalidad y un retorno, una reiteración de los antiguos temas y motivos. Del naufragio, que es el cotidiano vivir, Jaime Sabines se rescata asiéndose a la poesía: "Fuego de la purísima concepción” a la que le pide que lo salve de sí mismo (leer “La caída").
Lee también: ¿Para qué sirve la cultura?
Y sigue siendo, como en “Horal”, lujuria, sed y llanto. Y hablando del amor, de la amistad, de la simpatía con esta conmovedora sencillez (leer “Pequeña del amor”).
Pero Jaime intuye que la veta encontrada y que tan bien supo expresar se había agotado y que insistir en ella sería plagiarse. Además había propendido al gusto del vocablo por el vocablo, del juego de sonidos (ejemplo: En la sombra estaban sus ojos), o al ingenio intrascendente como en “los Caprichos”. Y se salva dando un brusco salto. Abandona la escritura del verso y adopta el versículo, de respiración ancha como un gran oleaje. Procede así inspirado por sus lecturas. La Biblia, el Corán y algunos modernos escritores orientales. Se empapa de los mitos sobre los que se sustenta nuestra civilización y los recrea como una experiencia personal y honda. Así escribe “Adán y Eva”, poema del que sólo se han publicado fragmentos.
Jaime se ha impuesto la disciplina del silencio. Retirado de la charlatanería literaria, de la vacuidad de la propaganda y del afán de publicación trabaja, cada vez con mas fervor y autenticidad, su poesía. Actualmente redacta un largo y muy importante poema que ha titulado “Tarumba”. Su conocimiento producirá sorpresa entre los críticos por la madurez expresiva e interna que su autor muestra haber alcanzado y que reafirma así la justicia con que ocupa uno de los lugares preeminentes en la galería de jóvenes poetas mexicanos.
José Falconi ha publicado un “Canto a la vida" en el que balbucea sin encontrar aún su personalidad y su estilo. Con desigual fortuna intenta los temas amorosos y sociales. Entre estos últimos su canto a Hidalgo ha alcanzado el honor de ser premiado con el primer lugar en el concurso al que convocó el periódico Novedades para conmemorar el centenario del libertador. También se considera como uno de sus mejores aciertos su “Plaza de Garibaldi”, feliz conjunción de humor y ternura que leeremos a continuación.
Mariano Penagos ha publicado “Bajo el sol” y “Hontanar de elegido”. En ambos, junto a expresiones definitivas y rotundas coloca otras menos necesarias. También en él las inquietudes sociales son las predominantes y parecen auténticas. Veamos aquí un ejemplo (Escoger poema.)
Enoch Cancino Casahonda, más apegado a la tradición que iniciara Rodulfo Figueroa, que continuara Santiago Serrano, apela a los sentimientos más simples y elementales y sabe comunicarlos con limpieza y eficacia. Admirador de López Velarde su influencia se advierte en una poesía que todavía ha de alcanzar su madurez y de la que lo más representativo es el Canto a Chiapas.
Autores sin libro todavía: Juan Bañuelos y Daniel Robles. El primero por temperamento y por disciplina adherido a la corriente de lo que se ha llamado poesía pura pretende llegar a lo esencial por los medios más sencillos y la más absoluta desnudez de la palabra. Propende quizá demasiado a lo intelectual y será necesario que deslinde el campo de la experiencia estética de la filosófica. (leer Esencia Real).
En Daniel Robles vuele el gran tema social. Sus versos, como en la frase de Vallejo, están llenos de mundo. Reminiscencias de la tradición maya unidas armoniosamente con las más modernas y audaces corrientes parecen ser las notas distintivas de esta poesía que aún ha de limar las aristas que le restan perfección pero que se anuncia ya como una de las voces más vigorosas y prometedoras de la última generación.
El texto original no tenía título