A principios de los 2000s una voz proveniente del desierto de Coahuila comenzó a hacerse notar en el panorama literario mexicano. Pertenecía a Luis Jorge Boone, un joven que antes de cumplir veinte años ya daba pasos acelerados por la ruta más habitual que transitan aquellos que aspiran a ser reconocidos como escritores en México, este es, el camino de las publicaciones constantes y de la obtención de premios y becas literarias.

Un año después de su primer poemario Legión (Instituto Coahuilense de Cultura -La Fragua) publicado en 2003, vino Galería de armas rotas (Tierra Adentro/Conaculta) y, en 2005, otro más, Material de ciegos (Instituto Cultural de Aguascalientes) — este último le hizo acreedor en 2004 del Salvador Gallardo Dávalos en la categoría de poesía, primero de los varios premios literarios nacionales que integrarán su impresionante trayectoria y que, en aquellos primeros años de adultez, con su reciente mudanza a la Ciudad de México y habiendo dejado ya por completo de lado su carrera profesional de administración, representaron el apoyo económico que le permitió sustentarse mientras estaba enfrascado siempre con un libro nuevo entre manos —no solo de poesía sino también de ensayo, novela y cuento, género este último en el que también se destacó en sus inicios obteniendo el primer lugar del premio Inés Arredondo en 2005—.

También lo ayudaron a sustentarse (y a consolidarse como escritor) las becas recibidas, por ejemplo, la de Jóvenes creadores del FONCA (que ganó por primera vez en el periodo 2004-2005) y la de la Fundación para las Letras Mexicanas que obtuvo durante el periodo 2006-2007. Tanto en ese año como en los venideros, los premios y las publicaciones continuaron llegando de manera consecutiva: ganó el de poesía Clemencia Isaura (2006) con el manuscrito titulado “Discovery Channel y otros poemas”, el Elías Nandino (en 2007) – por su poemario Traducción a lengua extraña (Tierra adentro) y el Francisco Cervantes Vidal en 2008 – por Novela (Tierra adentro).

Crédito: El Universal
Crédito: El Universal

Podría seguir enumerando cronológicamente su obra publicada premiada (que no es poca y que posee una constancia rítmica) pero me interesa detenerme en este punto para mencionar que los 5 tempranos poemarios publicados por Luis Jorge Bonne que fueron hasta este punto mencionados (Legión, Galería de armas rotas, Material de ciegos, Traducción a lengua extraña, Novela— 3 de ellos premiados—) han sido recientemente compilados por Fondo de Cultura Económica en una antología poética titulada Perdidos en Hamartia, a propósito de la cual el monclovense nos concedió esta entrevista.

Leí que Hamartia puede interpretarse como un exceso de confianza del héroe clásico que implica un desafío a los dioses. ¿Dirías, en este sentido, que existe un exceso de confianza en tu poesía formativa o en tu pensamiento de joven de veintitantos?"

En realidad, yo no lo veo como un exceso de confianza, sino como una ceguera natural del ser humano respecto a sus actos. Porque aún y teniendo las mejores intenciones, no podemos prever las consecuencias de estos, ni del más mínimo ni de nuestros grandes planes.

La intención detrás de cada una de nuestras decisiones no tiene nada que ver con sus consecuencias, ya que nos resulta imposible prever lo que va a pasar. Yo me refería, más bien, a esa acepción de hamartia. Hay una ignorancia, una insuficiencia, no siempre se puede dar en el blanco porque el azar y las circunstancias del momento también influyen para que suceda, además, lo que hoy es correcto, mañana puede que no lo sea más.

En el devenir de una vida, creo que más que asegurarnos de que somos la mejor versión de nosotros mismos, como dice esa expresión que se usa mucho, conviene ser consciente siempre de nuestra pequeñez y de nuestra ausencia de control sobre las cosas, sobre las consecuencias de nuestras acciones e, inclusive, sobre el lugar que ocupamos en el mundo.

Si bien hay muchas cosas sobre las que no tenemos control. ¿Crees que uno va aprendiendo y mejorando con el tiempo? Hablando de tu obra: ¿Crees que poemarios escritos posteriormente como Bisonte Mantra (Ediciones ERA / Universidad Autónoma de Sinaloa, 2017) y Contramilitancia (Atrasalante 2020) posean más calidad literaria que los primeros?

Pues yo a cada libro le he puesto todas las ganas en el momento de escribirlo. Siempre he echado toda la carne al asador a la hora de actuar, de aventarme al ruedo, cuando liberé el libro, cuando lo entregué al editor o lo mandé al premio. No me siento a gusto si no pongo todo lo que está en mis manos por el libro.

En este sentido, no sé si haya una diferencia de calidad literaria entre mis poemarios. Hay transformaciones, eso sí. A veces somos de una manera, a veces somos de otra. Yo en algún momento tuve ciertas ideas sobre la poesía y sobre cómo versar, tuve cierto oído, pero después mi punto de vista se fue modificando, mi oído y mi voz cambiaron y mi relación con el lenguaje también.

En una carrera dedicada al arte tendemos a confundir el devenir con el progreso. Quizá haya un progreso en la técnica, esa que nos enseña a apuntar. Pero hay partes de nosotros de las que no somos dueños. La creación viene del inconsciente, de territorios subterráneos que revelan cosas que no teníamos planeado revelar y que no alcanzan a mostrar otras que sí queríamos decir.

La diferencia es que en la etapa de Bisonte Mantra soy un señor de 35 años y en la de Galería de Armas un muchacho de 21. El punto de la vida desde el que hablo es diferente: el joven que vivía en Monclova dice: confía en que el mundo se va a ensanchar de pronto, en que vas a poder dedicarte a la escritura, en que vas a tener una biblioteca nutrida y diálogos y que vas a aprender cosas. Ya el señor que escribió Bisonte Mantra o Contramilitancia creía y necesitaba cosas distintas, tenía posibilidades distintas de decir.

Siempre le he echado todas las ganas para que mi escritura salga con toda la calidad que le puedo dar y ya lo demás depende del lector.

Adscribes la visión que postula a la etapa formativa de un escritor como un momento en el que todavía su identidad no está totalmente formada y en el que emergen sobre todo sus influencias?

Pues es que todo depende de cómo entendamos esos conceptos. Yo simplemente me empecé a sentir poeta, empecé a tener una afinidad muy grande con esas personas que encontraba en los libros, esas voces que me hablaban y que le hablan a cada lector con ese tono extraño, con esa mirada tan rara que puede animar las cosas que no están vivas, darles otra existencia.

A los 12 años ya leía a Pablo Neruda y pensaba: "Oye, yo quiero decir cosas como las que él dice, quiero saber de dónde salen esas ideas, esas imágenes y esos versos. Quiero ser en ese lado de la vida.” Fui estudiando, metiéndome, leyendo y teniendo experiencias. A los 19 años, que más o menos fue la edad en que escribí el primer poema que viene en Hamartia, fue que dije: ya tengo un maestro de taller, ya tengo amigos, ya tengo diálogos, ya tengo poquito de seriedad en el ejercicio. Me sentía listo por más que estuviera yo en mi llamada etapa formativa.

En este sentido no adscribo la visión a la que refieres sobre esta etapa. Los tempranos poemas de Paul Auster, por decir, me encantan y me revelan cuadros de lo más interesantes. No estoy diciendo que sea el mismo caso conmigo, pero he tratado desde un principio de que el significado de mis poemas no se agote, que sigan diciendo algo. La reedición de estos poemarios, por ende, no representa su mera repetición. No es un gesto que signifique: “pues ahí está todo”, porque de hecho no está todo. Los libros se modificaron, hay unos en los que dije: "Oye, este al parecer no dio el kilo, este, ya a cierta distancia de la exploración, habrá que sacarlo, este se me quedó a medio cocer, este se me quemó y este quedó un poco sordo.” A algunos les hice algún trabajito y a otros los cambié de lugar dentro de sus mismos libros. En los primeros tres poemarios, sobre todo, me dieron oportunidad de tomar este tipo de decisiones.

Desde la perspectiva del lector, la cuestión de la etapa formativa es interesante por lo rico que puede ser conocer muy a fondo obras y autores en todas sus fases, desde la del joven poeta hasta la del autor maduro. Y es una preocupación que también se puede aplicar en mí. Me voy acercando a los 50, tengo casi 30 años escribiendo y aún me mantengo en el oficio. Así que dije: "Bueno, y si pongo en circulación poemas de esta etapa que sigue ocupando un lugar importante dentro mi producción, creo que también le puede interesar a alguien.” Eso fue lo que pensé.

Si la vida fuera una película: ¿por qué eliges ser un extra y no un protagonista —tal como lo planteas en el apartado titulado “Cinema”—?

Bueno, es que esa es una sensación en la podemos converger algunas veces, encontrarnos e identificarnos, sobre todo, cuando uno es muy joven: la percepción de que te estás perdiendo las cosas importantes, de que la vida sucede en otro lado y que no está en tu control, de que no eres tú quien toma las decisiones y estás, más bien, solo contemplando. Esa emoción que abunda en la juventud es muy avasalladora y te la sigues encontrando a lo largo de los años.

El verso “Me falta la sangre fría de los sicarios” presente en Galería de armas rotas introduce una semántica violenta vinculada al crimen, dentro de un poema que me daba la sensación al principio ser de desamor. ¿Por qué de pronto aflora está estética violenta?

Sí, ese poema hace parte de una serie que se llama De la distancia, en donde la voz que habla es la de un muchacho enamorado. Dice: “porque no puedo darme a tu caza, porque me falta la sangre fría de los sicarios, la mirada profunda de los reos de muerte. Me falta ser reptil para no hacer ruido.” Y sí, cuando uno se enamora la cosa es de vida o muerte.

Cabe decir también que en aquel entonces, en el 2003, la palabra no tenía la carga que tiene ahora. Era una cosa medio inusual, no se veía tanto y, por tanto, no nos la tomábamos como esta versión tan dolorosa de la realidad que viven muchos jóvenes, estaba lejos de eso. Yo empecé a relacionarme con esa palabra cuando leí La virgen de los sicarios, la novela de Fernando Vallejo. Él empezó a moldear su significado y para mí era una referencia, aunque lejana. Había que usarla de alguna otra manera, otorgarle el valor que yo le calculaba.

También hay que considerar que la vida verbal que yo tenía a los 19 estaba en relación con su tiempo y hace 30 años este país era bastante distinto al de hoy. Podría decir que hice esa referencia con bastante inocencia, sin prever que hoy se podría leer distinto (precisamente, esta es una cualidad de los poemas, ¿no?). Algo que en una época causaba cierto impacto, ahora causa algo distinto. La vida verbal va cambiando y los poemas representan un registro del momento en el que fue creado.

La canción y la poesía tienen una larga historia de diálogos, ¿Hay algún cantautor que admires?

Ya he dicho antes que considero a Leonard Cohen el rey de los poetas y que ya debieron de darle un nobel. Para mí los grandes letristas son poetas. En el contexto mexicano, por ejemplo, Paco Huidobro, de Fobia, tiene unas canciones que son literatura. Está, por ejemplo, la del “Pepinillo marino” que es una especie de cuento alucinante o “Camila” y “Todas las estrellas” que me encantan. Esta última tiene un gran verso: “Soy la pelota que usa dios para jugar pinball”.

En el poema “Patea una lata y silva una vieja tonada” hay una invitación al robo de versos e ideas; ¿es algo que tú aplicas en tu escritura o algo que, más bien, condenas?

Es innegable que existe una necesidad de apropiarnos de las cosas. En otro verso mío que aparece en Traducción a lengua extraña digo: "El plagio es una forma honorable de la envidia." Claro que esta especie de legitimación del robo es enunciada con un dejo de ironía porque a mí no me interesa simplemente repetir cosas que veo en otros lados y hacerlas pasar como si fueran mías (eso ni siquiera me parece un ejercicio creativo). Si bien hago muchas referencias, siempre doy el crédito pues, más que repetir ideas, me agrada esa celebración de las fuentes. Es por eso que todo el tiempo estoy refiriendo lecturas, citando gente, charlas, poemas de hombres y mujeres que admiro y cuyos versos me dan alas para pensar otras cosas. Ahora bien, en algunos poemas (como en los mencionados) coqueteo con la idea de que no tendríamos que escribir nada ya, que hay tantos poemas que ya no sería necesario ni posible inventar algo original, bastaría solo robar, romper la vitrina de la tradición y saquearla. Pero es una idea irónica, repito. Ahora, si ya vas a robar no te olvides del dictado popular que dice: ¿Para qué robar un Oxxo si puedes robar un banco? Es decir, róbale a Shakespeare, róbale a Emily Dickinson, róbale a Eliot tal como lo hacía el propio Eliot. Hay una frase de Jaime Sabines muy lúcida al respecto que palabras más palabras menos dice "A los poetas que admiro, me gusta copiarles la libertad. Su libertad para ver, para hacer, para decir. No la palabra, sino el gesto de valentía, el atrevimiento, la confianza, la penetración en la mirada".

¿Qué se viene después de Hamartia? ¿Te tomas un descanso o ya tienes prevista tu siguiente publicación?

Para mí la publicación es algo totalmente ajeno al trabajo creativo, a la escritura. Ajeno a estar sentado contigo mismo, corregir, revisar tus libretas, trabajar un poema, repetirlo 100 veces para ver cuando se oye mejor, antes de pasarlo a limpio.

Una vez que el editor tiene el libro, yo ya terminé con él. Entonces, busco otra cosa que hacer. Y regularmente tampoco es que trabaje una sola durante demasiado tiempo ininterrumpido.

Sí se ha dado el caso que me concentro en un libro y abandono todo lo demás. Pero, por lo regular, campechaneo mucho, termino un cuento que me encargan y aprovecho para terminar unos poemas que tenía por ahí. Luego me encierro meses a darle a una novela, etcétera.

Justo hoy en la mañana me puse a pasar unos poemas en limpio, unos poemas de hace 2 años. Eso para que te des una idea más o menos del largo de las cosas. Una novela tarda años, un poema y un cuento también.

Uno siempre está trabajando así, no hay nunca una cosa de actualidad. Creo que es una trampa muy tonta tratar de decir algo importante ahorita. A mí me gusta mucho y me parece muy cierta esa frase de Juan Villoro que dice “Un escritor es alguien que siempre llega tarde.” Y es que siempre necesitamos distancia, tiempo pensar las cosas, bajarlas, trabajarlas. Y cuando terminamos, el mundo ya está hablando de otra cosa, pero eso no importa.

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