Más Información
Guadalupe Taddei solicitará ampliación del presupuesto para la elección judicial a la Cámara de Diputados; “si funciona, estaremos mejor en calidad y resultados"
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
IMSS-Bienestar asegura mantener contratados a 2 mil trabajadores en entidades no adheridas al organismo
No me preguntes cómo pasa el tiempo... resuena todavía el verso que nos acercó a aquella sutileza... Obra de un recatado poeta —al que otros se sumarían— de una ciudad y un siglo lejanos.
Los simbolistas franceses, Ezra Pound, Li Po, Marco Polo, Mateo Ricci, Confucio, el I Ching y otras lecturas y circunstancias contribuyeron al encanto. El hombre se enamora de una persona, de un paisaje, de un amanecer, de unos acordes, de unos colores, de algunos versos, sin explicación ni manifiestos.
La ironía no es imposible. Un puñado de libros acercan a un individuo, a la nación cuyo Emperador dispuso La quema de libros. Pekín comporta también el viaje hacia adentro de uno mismo.
Pekín: capital de “Todo lo que está debajo del cielo”. No comenzó a serlo en realidad sino hasta el siglo XIII, bajo la dominación foránea, cuando imperaba en el país un príncipe mongol. Aunque la visión china del mundo provenía de siglos atrás, cuando aquel emperador, Qin Shihuang, hace más de dos milenios, dispuso la construcción de La gran muralla y La quema de libros, a fin de borrar la historia e impedir invasiones extranjeras.
Lee también: Reseña de "No esperes demasiado del mundo" de Radu Jude
Pekín conoce la experiencia, más de 3 mil años de civilización. Es y ha sido, asiento y guía de una vastísima cultura. Una civilización antigua y autosuficiente; otra gran cultura frente y junto a la greco-romana. Es modelo y guía del mundo oriental. Tan antigua como las milenarias comunidades establecidas en las orillas de los ríos de Asia menor y de África: Mesopotamia, Persia, Babilonia, Asiria, Egipto. No todas mantuvieron continuidad, como la China.
Pekín acumula historia por sí misma. Los chinos han inventado tantas cosas. Una como eternidad late en el ritmo silente y poderoso que envuelve todas sus acciones. El joven Marco Polo hizo su descripción hace varios siglos. Es una ciudad bien planeada, cuya disposición tiene forma de tablero de ajedrez. Los ojos del mundo la contemplan a la cabeza del Imperio amarillo.
Absurda conversión fonética la que transformó a Pekín en Beijing, escribió con sabiduría y cariño, el maestro y amigo Sergio Pitol.
¿Cómo será Pekín el año 2400? Hoy sus plazas y calles y avenidas parecen acosadas ¿Cómo lucirán entonces sus museos, sus tranvías y la basura de las calles? Los pekineses son seres urbanos. La cortesía en ellos no es sólo un refinamiento accidental.
Históricamente, sus bazares y mercados eran, han sido, los sitios donde se mezcla la gente de todas las procedencias y los callejones constituyen rumbos atractivos de Pekín. Un conteo de sus cualidades es inagotable. Sólo citemos la caligrafía y la antigüedad de la lengua, para luego atender a la convocatoria de la mesa, a compartir bollos calientes y pato laqueado.
Pekín preside la nación más civilizada en los menesteres de la alimentación y la cocina. La cocina no es sólo una fuente de placer, sino también un dominio del saber, prescribió Grimod de La Reyniére.
De la certeza de su sobrevivencia también perdura en la memoria aquel invierno remoto que nos acogió sobre las calles expuestas y nevadas. Los transeúntes marchan abrigados —doce grados bajo cero—, libres de toda imprevisión. Nosotros marchamos con ellos y ellos con nosotros. El viaje acaba en nuestro propio hogar.