En El cuadro perdido (Le tableau volé, Francia, 2024), zarandeado film 9 del prolífico guionista parisino y cineteórico mayor de Cahiers du cinema asimismo cinensayista de 78 años Pascal Bonitzer (Encore 96, Pequeñas heridas 02, Nada sobre Robert 03), con guion suyo y de Iliana Lolic basados en un hecho verídico, el cínico subastador cuarentón parisino especialista en arte moderno André Masson (Alex Lutz) no tiene escrúpulo alguno en darle por su lado a los arrebatos racistas de una ricachona clienta ciega rodeada de afroesclavos, ya que está acostumbrado a tolerar lo que sea con tal de salirse con la suya, al servicio de los grandes intereses del mercado del arte, y por añadidura está entrenando en el oficio a la guapa becaria omnicuestionante Aurore (Louise Chevillotte), pero de pronto cierta carta a la antigüita de una abogada Egerman (Nora Homzawi) le comunica que en el pueblo fronterizo suizoalemán de Mulhouse ha detectado el cuadro Los girasoles del artista degenerado según los nazis Egon Schiele perdido desde 1939 y hoy propiedad azarosa del joven obrero fabril nocturno Martin Keller (Arcadi Redelff) que acababa de comprarle un vieja casita a su mami (Laurence Côté), y contra todas las expectativas la pintura resulta auténtica, tal como lo comprueba in situ el escéptico André, usurpando el papel de experto y haciéndose asesorar por su exesposa y colega la rubia aún guapa Bertina (Léa Drucker), aunque en ese lance el ínfimo mundo personal de ese opulento divorciado solitario va a verse amenazado de trastrocamiento, sin quererlo ni temerlo arrastrando con él al de todos y cada uno los involucrados en la transacción de esa pieza ejemplar pero de mil maneras redefinitoria e irónica de un arte neodegenerado.

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Crédito: Especial
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El arte neodegenerado goza y hace gozar con una hiperconsciente obra ultraequilibrada de escritura clásica y por completo naturalista, ajena a cualquier innovación estructural o de manejo sonoro, como las viviseccionalmente estudiadas por Bonitzer en su libro El campo ciego-Ensayo sobre el realismo en el cine, porque todo en ella está dado en función de la contundencia concreta y por ende en las ambigüedades implícitas de cada situación planteada, más la agudeza de los diálogos (“Ser odiado es bueno para las hormonas”) con sus réplicas incisivas (“Él se la pasa fingiendo”) y sus contrarréplicas feroces (“Todo mundo finge, tú me finges que has olvidado las llaves”), recordando que el experimentadísimo Bonitzer ha fungido como coguionista de 61 filmes en menos de medio siglo, siendo colaborador indispensable de Raúl Ruiz y otros realizadores de primera línea (Allio, Rivette, Téchiné, Akerman, Peck, Breillat), rindiendo sin duda aquí un homenaje sesgado a La hipótesis del cuadro robado de Pierre Klossowki/Ruiz (78) pero también a su propio tratado sobre cine y pintura Desencuentros, formidablemente respaldado por la sobria fotografía rutilante de Pierre Milon, la anticipatoria trivializante música de Alexei Aigui y la tajante edición de Monica Coleman en ocasiones tan abrupta cuan calculadamente elíptica.

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El arte neodegenerado disfruta cebándose en una galería de hirientes retratos contemporáneos, siempre vueltos del revés y al derecho a la menor provocación de complejas y retorcidas historias folletinescas sabrosamente deliberadas: ese atropellante subastador homónimo del pintor surrealista-expresionista abstracto André Masson (1896-1987) pero placeres mezquinos (objetos suntuarios, autos antiguos) más una incapacidad para “distinguir entre su cara y su careta” (Pío Baroja) más una consentida autodegradación más un acerbo alcoholismo galopante y autodestructivo hasta la subasta apoteótica y el rechazo a su ascenso final, esa imponente becaria mentirosa inveterada Aurore que le renuncia por dignidad al jefe para mejor oscilar entre un falso padre especulador de libros antiguos y uno aún más falso, esa labiosa exesposa Bertina que sostiene un seductor doble juego con su amante clandestina la abogada Suzanne, ese cándido obrero sacrificado Martin que lucha a brazo partido por su cuadro hasta con su mejor amigo abusivo; en suma, una pululante cohorte de personajes originales y conmovedores sin dejar de ser esencialmente odiosos, con desesperación y ternura inútiles.

El arte neodegenerado impone un tono de alborozo constante e indestructible a esta extraña y cerebral comedia dramática que, sin embargo, se presenta como “un thriller sin desperdicio, con ingeniosas vueltas de tuerca y buen ritmo narrativo” (tal cual la alcanzó a definir en su reseña el cinecrítico más fino del país Carlos Bonfil el 22-IX-24), porque en verdad se trata de un thriller/antithriller sutilmente satírico sobre el negocio del arte, los oficios aberrantes que engendra, las mentalidades distorsionadas que lo sostienen, sus contradicciones históricas y fehacientes (un arte tan perseguido y acaparado por el capital como antes lo fue perseguido y depredado por la comisaría estética hitleriana), sus vacíos esenciales y sus oquedades (con menos obviedad que un film tan directo como The Square: la farsa del arte de Östlund 17), sus agandalles, sus tentáculos internacionales (para beneficio en última instancia del supercapitalismo estadounidense), pero sobre todo su mordaz contraste sustancial, hecho evidente por ejemplo en la colisión de las intrigas de los millonarios con el pequeño universo del trabajador Martin que devolvería gratuitamente su robada posesión arrobadora a sus legítimos dueños: los ciudadanos judíos expoliados.

Y el arte neodegenerado desemboca en una jubilatoria venta/recuperación en subasta del cuadro robado por 23 millones de dólares y todo se resuelve en varios ominosos remates anecdóticos, de inmediato o 7 meses después, para que el cínico de cínicos por fin se autojuzgue navideñamente al nivel de su bella exbecaria y el desinteresado/adinerado obrero prosiga con envidiable elegancia espiritual su vida de siempre como si nada hubiera pasado jamás.

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