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Miguel de Unamuno sufría delante del espejo. Ver su imagen lo orillaba a la pregunta por la identidad y lo empujaba al tema del doble, por culpa del cual se le desprendió a su pluma una obra de teatro. Asediaba la idea de la inmortalidad y puede ser que –por contraste– inspirara “El inmortal”, de Jorge Luis Borges, quien se alegraba de no tener que vivir indefinidamente en su cuerpo.
El libro La máscara o la vida. De la autoficción a la antificción (Málaga: Pálido Fuego, 2017, pp. 59 y ss.), de Manuel Alberca, nos transmite esta y otras escenas de la literatura española durante el último siglo.
Ya comenté brevemente la muy sólida biografía que el doctor Alberca realizó de Ramón Valle-Inclán. Otro libro de este investigador es El pacto ambiguo. De la novela autobiográfica a la autoficción (2ª edición revisada y ampliada. Málaga: etc El Toro Celeste, 2024).
La historia puede seguir a veces con nitidez una secuencia: 1) a una crisis social 2) la sigue una crisis política, espiritual, cultural, estética y 3) a esta segunda crisis la sigue la generación de nuevos recursos artísticos, estéticos. A veces las dos crisis se superponen en tiempo y espacio o bien la crisis política-espiritual-cultural-estética anuncia la social.
Apenas el otro día cité a Jürgen Habermas por medio de su biógrafo: si los “déficits de legitimación” crecen, provocan crisis “cuyos síntomas se muestran primero en los ámbitos políticos y socioculturales” (Stefan Müller-Doohm. Jürgen Habermas. Una biografía. Traducción de Alberto Ciria. Madrid: Trotta, 2020 [2014], pp. 199 y ss.).
En todo caso, ante las crisis las artes suelen responder con búsquedas y hallazgos que no se dan de manera automática ni como mero reflejo, pues –lo hemos aprendido– las respectivas historias de las diferentes artes poseen sus propias dinámicas. Aun así, hay un entrelazamiento sin duda complejo entre las historias sociales y políticas y las historias de las artes.
Leo El pacto ambiguo en el contexto de crisis representativas del último siglo.
Sabemos desde hace tiempo que los seres humanos establecemos alianzas, pactos, contratos para la convivencia. Entendemos que para los siglos xviiy xviii los pactos y contratos sociales, explícitos o implícitos, fueron fundamentales a la hora de comprender el pasado y el presente y de modelar el futuro. Recordamos, con el doctor Alberca, que la pragmática de la comunicación, con autores como Dominique Maingueneau, ha visto en la lectura la consumación de un pacto tácito entre autores y lectores; por ejemplo, cada género –novela, cuento, etcétera– comporta una serie de cláusulas no escritas, y las innovaciones literarias conllevan la anulación de viejas cláusulas y la instauración de nuevas en un proceso difícil, inestable, fragmentario y –no pocas veces– polémico.
Manuel Alberca, que ha sido profesor titular en la Universidad de Málaga y profesor invitado –entre otras– de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y la Universidad Nacional Autónoma de México, se refiere a las crisis causadas por el individualismo, que a su vez es fruto indirecto de la secularización: ¿el espejo le hablaba a Unamuno de la nada?
En una de sus películas Woody Allen encaja una frase: reconoce haber nacido en el judaísmo y haberse convertido al narcisismo. El autor de El pacto ambiguo anota que la victoria del individualismo ha supuesto “la desaparición de lo público en la escena social (Lipovetsky, 1986)” (p. 69). Hay un nuevo narcisismo, un “neonarcisismo”, esto es, “un narciso desapegado, descreído, distanciado; un sujeto en crisis, escindido y dubitativo” (p. 70). El sujeto vive en “el fragmentarismo, la dispersión y la inestabilidad que los cambios sociales y de todo tipo le producen” (p. 71).
Escribe el biógrafo de Habermas:
“En la medida en que las sociedades del presente son controladas y manejadas sistemáticamente y en proporciones crecientes por los medios del poder y el dinero, el mundo de la vida y el sistema se desacoplan uno de otro. Como consecuencia de este desacoplamiento, existe el peligro de que los mecanismos de integración en el sistema, a causa de su eficacia, se impongan frente a los mecanismos de integración social basados en la coordinación mediante entendimiento mutuo y acuerdo. Entonces es cuando se produce una mediatización del mundo de la vida (p. 249).”
Esto nos sugiere dos grandes mecanismos de integración para cada persona: 1) en el sistema y 2) en la sociedad, en el mundo de la vida.
Los desajustes o “desacoplamientos” son un rasgo muy importante de la vida humana. Nos levantamos cada mañana a ajustar lo desajustado. Empezamos con nuestro cuerpo, que necesita ir desde la nada relativa del sueño y desde el descentramiento parcial frente a nuestra propia conciencia hasta el brusco recuerdo de las horas, los días, los compromisos.
Y cada actividad nuestra implica dinámicas que remueven inercias y provocan nuevos desajustes y desacoplamientos y urgencias. De hecho, el desalojo de lo social por el individualismo es un típico desajuste ideológico que no hace otra cosa que proponerse esconder el elefante en la sala: lo social nos inunda por todas partes.
Un ejemplo: hacia el final de su libro Manuel Alberca nombra a un autor que aprovechó el contexto de la transición democrática y la consecuente apertura en España para exponer su propia diversidad sexual.
Vientos contrarios hoy contra esta y otras diversidades exigirán nuevas o renovadas estrategias en las artes para resistir todos los embates.
En todo caso, Alberca sintetiza muy bien las ambigüedades inherentes a escrituras del yo que no son simples autobiografías ni testimonios o documentales sobre la propia persona. La ambigüedad parece ser un “Sí, pero no”, un “Sí y no”, un “No, pero sí”, un “A veces sí, a veces no”, un “Sí, pero quién sabe”. El vertiginoso mundo de la vida, en fin, está lleno de ambigüedades que no se muestran a simple vista o no pueden analizarse con la calma que nos consiente el texto literario.
De la mano de autores como Phillipe Lejeune, el autor de El pacto ambiguoexpone la necesidad de recursos y pactos duales, acaso contradictorios, con capas superpuestas, a partir de la evidencia de que incluso en sociedades abiertas hay numerosos temas que por distintas razones no dejan decirse:
“Poder jugar con lo que no se puede decir abiertamente, con lo que se tiene prevención de contar, porque contradice algunas convenciones sociales o porque desestabiliza el propio yo, para terminar contándolo, aunque sea bajo el disfraz novelístico, da idea de que el autor se mueve en los límites de lo que está permitido y de lo que es tabú, […]. / [El] lector […] puede […] presentar dos posturas opuestas: una distante, que no entiende ni ve justificado ese juego, y otra de simpatía con el novelista autobiográfico (pp. 172-173).”
Concluye Alberca: la autobiografía de hoy no “pretende ya contar la vida de una vez por todas, sino de ir produciendo en sucesivos relatos el derrotero de la vida sin ponerle punto final” (p. 629).
¿Vivimos, por cierto, en estado de autobiografía permanente? ¿Las redes sociales (notoriamente Facebook, tan afín al poder político en turno) democratizan una costumbre que parecía reservada a unas pocas voces literarias?