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La lectura de poesía es muy vulnerable en nuestro siglo XXI.
Quienes la editamos podemos contribuir a salvarla del naufragio de tantas distracciones, ofertas, sugestiones, premuras, inducciones meramente comerciales.
Para lograrlo es bueno que editemos libros cada vez más adecuados a la época.
“No podemos aspirar al candor, esa cualidad del alma que no reflexiona sobre sí misma. Se es lo que se puede, pero se piensa lo que se es”, decía Stendhal en uno de esos relámpagos que caracterizan su prosa.
Sí podemos, en cambio, aspirar a la edición perfecta, al libro impecable.
Eso consigue Tusquets Editores con el volumen Almudena, de Luis García Montero (Barcelona, 1ª edición en abril de 2024; 1ª reimpresión o 2ª edición en el mismo abril de 2024): pasta dura, camisa en dorado y negro, portada con un dibujo, espléndida fotografía del autor, papel de gramaje adecuado y sobre todo la elegancia de que cada poema comience en página non: se deja, si es necesario, una página par en blanco como descanso después de un poema que terminó en página non ya sea porque es muy breve, ya sea porque se prolongó a lo largo de tres páginas.
Hay que permitirle a la vista que descanse después de leer un poema.
De hecho, esas páginas en blanco equivalen a un día entero conforme a la sugerencia del gran Felipe Garrido (uno de los mejores editores y cuentistas breves mexicanos): es prudente leer un poema al día.
No más de un poema. No menos de un poema.
La lírica es una de las máximas condensaciones y concentraciones del lenguaje.
Un poema es como un ron, un coñac, un whisky. Mejor degustarlo poco a poco.
Y ya veíamos hace meses que toda persona necesita de lírica, de narración, de dramatización y de crítica (análisis, examen, estudio, argumentación) todos los días.
La sociedad del espectáculo comprendió esto hace mucho. Más aun, tal vez nació de esta comprensión.
¿Nació, de veras, de semejante comprensión? ¿Nació de comprender que los consumidores podemos ser objetos de reverencia experimental? ¿Aspira a llegar a nosotros, a nuestros gustos, a nuestros requerimientos primarios, y para eso explora y explota nuestras reacciones básicas, como si fuéramos perritos de Pavlov?
Por ejemplo y por lo pronto, las letras de canciones son la poesía para el consumo masivo de la sociedad del espectáculo. Y algunas letras de canciones son —lo sabemos bien— poesía de enorme calidad.
La otra poesía, en todo caso, la poesía sin más música que la suya propia, la de sus vocales, sus consonantes y sus ritmos, se defiende ella sola ante la sociedad del cálculo (diría Paul Ricoeur) y del espectáculo (diría Guy Debord).
Bien anotaba Octavio Paz que la poesía es lo más marginado de lo marginado y que allí se deja vivir en libertad: paga su autonomía al precio de la marginación.
Marginación. Marginales.
La célebre colección Marginales de Tusquets tiene ahora, en el libro de Luis, un subtítulo muy sugestivo, provocador, ambiciosísimo: Nuevos textos sagrados. (Lo sagrado se ubica en el centro, en la cúspide; ¿la colección coquetea con la posibilidad de ser núcleo desde el margen, desde lo cotidiano?)
Almudena reúne los poemas que el autor nacido en Granada (1958) fue escribiendo a partir de 1994, cuando surgió el amor entre él y la brillante novelista Almudena Grandes.
El libro se va convirtiendo en la bitácora de una historia entre dos personas con un potente talento literario y una fina y noble generosidad, más bien insólita en nuestro medio.
La bitácora se remota a tiempos tan antiguos que aún puede ofrecernos hermosas analogías con objetos y usos que ya desaparecieron: “Como cierras los ojos / cierras también los sobres de tus cartas”.
Desde las páginas iniciales, en el prólogo escrito por Almudena, vemos el propósito de exponer un mundo inmanente, sin “nubes religiosas” (“La inmortalidad”, p. 76).
Queda entonces el amor terrestre, queda la pareja al centro, quedan los cuerpos desnudos como en Piedra de Sol, de Octavio Paz: los amorosos en el corazón del Calendario, del Tiempo circular.
La valentía del poeta se expresa en el esfuerzo por construir un mundo pleno en medio del “buitre / de los horarios laborales” (“Hombre de lunes con secreto”, p. 21), de la urbe acalorada (“La ciudad de agosto”, p. 35, y “Dudosa geografía urbana”, p. 37) y de los múltiples péndulos del ánimo.
En los años 70 hablábamos de “poemas logrados”, de “textos rescatables”, de “escritura irreverente”. Pues bien, entre los muchísimos versos logrados del libro puede citarse íntegro “A veces una piel es la única razón del optimismo”: “Debería llover / y hace falta ser lluvia, / caer en los tejados y en las calles, / caer hasta que el aire ponga / ojos de cocodrilo / mientras muerde la tierra igual que una manzana, / caer sobre la tinta del periódico / y caer sobre ti / que no llevas paraguas, / que te llamas María y Almudena, / que piensas como abril / en hojas limpias bajo el sol de mayo. // A veces una piel / pudiera ser la única razón del optimismo” (p. 127).
Quienes se dedican al arte —incluidas las artes de la palabra— se echan sobre los hombros la experiencia y la expresión de los extremos de la sensibilidad y de la inteligencia.
La sensibilidad puede distraerse —¿dispersarse?, ¿concentrarse? — en sensaciones como la de la piel, como la de la lluvia; la inteligencia exige alguna forma de unidad, de articulación, de secuencia, como la del verso, como la del ensayo o la novela. De hecho, lo sagrado pide una articulación cósmica, y acaso los desgarramientos de la sensibilidad solitaria no nos dejan construirla.
“Pues todo se me olvida / si tengo que aprender a recordarte”, dice el poeta al final de “La ausencia es una forma del invierno” (p. 45).
La cohesión de su mundo en la presente antología es una trenza, un entrelazamiento con la persona amada. Ahora bien, este libro-bitácora-de-viaje-amoroso no se propone erigir una cosmovisión como la del largo poema de Paz, moderna y además mesoamericana.
Más en el día a día, Luis García Montero se (re)construye desde tabula rasa a fin de aprender a recordar a la persona amada.
Para quienes han estudiado mejor que yo su amplia y valiosísima obra, no son un secreto los vasos comunicantes con poetas como Ángel González, de cuya infancia y con base en cuyas memorias Luis escribió una biografía que nos vuelve entrañable al poeta de la generación de medio siglo: Mañana no será lo que Dios quiera (Madrid: Alfaguara, 2009).
Desde mis lecturas latinoamericanas creo encontrar “simpatías y diferencias” (diría Alfonso Reyes) con el Pablo Neruda de las Odas y con el Mario Benedetti de Poemas de la oficina.
Aun así, ninguna similitud le arrebata un tono propio, inconfundible: Luis García Montero es una de las voces más claras, cálidas, auténticas y poderosas en la lírica de nuestro tiempo.