Un regreso a su infancia a través de las fotografías que su padre tomó y una constante preocupación por las ruinas modernas, es decir, aquellas que las guerras dejan en lugares como Gaza, Ucrania o Líbano, son temas que aparecen en la reciente obra de la artista Carla Rippey y que se exhiben en el Museo Universitario del Chopo. “Es la primera vez en diez años que hago una exposición grande”, comenta Rippey.

Algunas de las 120 piezas que integran la muestra La imagen interceptada —entre dibujo, pintura, collage, escultura y cerámica—, son explicadas por la creadora de origen estadounidense y radicada en México desde 1973, en donde además de producir su obra, fue la maestra de cientos de alumnos de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”.

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La primera obra que recibe a los visitantes del Chopo es Domicidio: un neologismo que se aplica a la destrucción deliberada de viviendas (2024-2025), una instalación de impresiones tamaño carta desaturadas y quemadas en los bordes, pero antes de que Rippey hable de esa pieza, se apresura para mostrarnos las fotografías donde se le ve de niña.

La artista visual Carla Rippey y de fondo su obra más reciente Domicidio: un neologismo que se aplica a la destrucción deliberada de viviendas, con imágenes de la guerra en Líbano, Ucrania y Gaza. Artista visual estadounidense radicada en México desde 1973, Carla Rippey presenta su más reciente exposición, La imagen interceptada, en el Museo Universitario del Chopo. La muestra reúne más de 120 piezas que exploran la reinterpretación de la realidad a través de imágenes./ Hugo Salvador / El Universal
La artista visual Carla Rippey y de fondo su obra más reciente Domicidio: un neologismo que se aplica a la destrucción deliberada de viviendas, con imágenes de la guerra en Líbano, Ucrania y Gaza. Artista visual estadounidense radicada en México desde 1973, Carla Rippey presenta su más reciente exposición, La imagen interceptada, en el Museo Universitario del Chopo. La muestra reúne más de 120 piezas que exploran la reinterpretación de la realidad a través de imágenes./ Hugo Salvador / El Universal

¿Mira a la fotografía como un archivo íntimo?

Crecí con la foto, mi papá era fotógrafo y fue la época en que veía las revistas Look y Life, miraba imágenes fotográficas todo el tiempo. Teníamos una copia en mi casa de La familia del hombre (1955, Museum of Modern Art), uno de los primeros grandes libros de foto. Siempre lo veía. Muchos años después me di cuenta de que formó mi manera de trabajar con las imágenes porque se basaba en yuxtaposiciones y contextualizaba con literatura, con un texto.

Empecé a trabajar con fotografía en los años 70, pero todavía no era muy válida, todavía no llegaba a la apropiación, lo que predominaba era el neofigurativismo de artistas como José Luis Cuevas y Francisco Toledo. Pero la foto era lo mío porque entraba en un diálogo con las imágenes y las podía cambiar de sentir o aumentar ciertos elementos que no eran importantes en la foto original.

Crédito: Hugo Salvador / El Universal
Crédito: Hugo Salvador / El Universal

De esa relación, Rippey recuperó una serie de fotografías que su padre le tomó junto con sus hermanas mientras se cambiaba de ropa, “cosa que ya hoy en día sería mal visto”, añade la artista. “Me gustaron mucho. Las vi hasta que ya había muerto mi papá, así que no pude preguntarle sobre ese momento. Me gustaron porque se ve la interacción entre mis hermanas y yo, se mira esa relación”.

Esa misma fascinación aparece en otras intervenciones que unen lo doméstico y lo salvaje. “Es una serie que empieza con una foto de mi hermana vestida de pájaro, seguramente mi mamá hizo el disfraz. Y de ahí retrabajé la idea de los niños y los animales, lo doméstico y lo salvaje. Salió sin que me haya propuesto el tema de la explotación de los animales por los humanos. Es una obra que trabajé del 2019 al 2021”.

Otro archivo que exploró la artista fue la fototeca de los hermanos Casasola, se interesó por imágenes de mujeres detenidas durante la década de 1930. “Con las mismas imágenes hice una instalación, segmentos de las caras de estas mujeres, porque para mí es una especie de tratado de emociones, es mirar su expresión en el peor momento de su vida, cuando están frente al juez”, comenta.

Hugo Salvador / EL UNIVERSAL
Hugo Salvador / EL UNIVERSAL

¿La mujer sigue presente en su reciente obra?

Fue mi tema durante muchísimos años y sigue estando a veces, pero no es tan central como antes. Curiosamente cuando expuse aquí en el Chopo, en 1998, tampoco había muchas mujeres, ha sido la única exposición que he hecho de puro arte objeto. Tuve una pareja de muchos años, Adolfo Patino, que hacía arte objeto y siempre se me hace más divertido que dibujar porque es mucha talacha. En ese entonces tampoco tenía mucha presencia la mujer, pero sí es algo que siempre he trabajado.

¿Ahora está más presente el tema de las ruinas?

Lo de hoy son las ruinas. La primera parte de esta exposición son meditaciones sobre la precariedad. En recientes años empecé a pensar mucho en ruinas y cómo la catástrofe afecta la vida personal. Hice esta obra que se llama Dolor, la hice después de que murió mi hermana, ella murió en 2010, pero la obra es de 2015. Luego trabajé estas imágenes de manos destruidas por cohetes que encontré en internet.

Y en el último año ha abordado el tema de las guerras.

Sí. Está mi obra Domicidio , esa palabra es un neologismo que viene de domicilio y homicidio, lo inventaron en inglés, no es mío. Tiene que ver con las casas destruidas por guerra, desafortunadamente estuve trabajando todo un año, todos los días, y siempre había más y más y más imágenes. La mayor parte son de Gaza, aunque hay del Líbano, Yemen, Ucrania y hasta un par de Rusia e Israel. Es muy difícil ignorar todo esto cuando afecta a tantas personas, simplemente quería hacer este acto de registro porque no podemos ignorar lo que está pasando.

Y al mismo tiempo estaba trabajando obras sobre ruinas antiguas que son de tres tipos. Primero empecé a trabajar con las imágenes del francés Girault de Prangey, que fue de los primeros en tomar fotos del Mediterráneo a mediados del siglo XIX, sus imágenes me parecieron fantásticas. Luego trabajé con imágenes del explorador francés Désiré Charnay en México donde se mira una intervención, pero de la naturaleza sobre las ruinas. Y la tercera parte son imágenes de Palmira cuando fue tomada por Siria en 2015 y por Daesh o ISIS en 2016. Escogí estos últimos dos lugares porque estoy en México y porque tengo parientes en Siria. Al final lo que presento es mi intervención, encuadré las imágenes, viré el color, las cosí y las monté en bastidores.

Hugo Salvador / El Universal
Hugo Salvador / El Universal

¿Considera que es una visión algo rebelde el decidir que hay otras historias por narrar?

No sé si fue así de consciente, de rebeldía, pero eran imágenes que me fascinaron y cuestiones históricas que me interesan mucho, sólo quería compartirlas. Bueno, primero quería intervenir. Mucho tiene que ver con que quiero dialogar con las imágenes. Mi obra está basada en eso, tratar de hacerlo coherente o tratar de establecer una dialéctica entre las imágenes y mi persona. De ahí viene todo esto y, claro, luego lo quiero compartir.

El mundo está en un momento de mucha destrucción, entonces lo tengo muy presente, pero también hay cosas que perduran. Por ejemplo, la Gran Esfinge de Guiza, hay una secuencia que trabajé en donde se observa cuando estuvo cubierta por arena, después fue rescatada, pero es una secuencia cíclica porque la arena vuelve y la cubre otra vez, entonces se vuelve a liberar pero la arena regresa.

Hugo Salvador / EL UNIVERSAL
Hugo Salvador / EL UNIVERSAL

Una estética que le agrada a Carla Rippey es la plasmada en los tapices: estampados de flores y plantas. Esos elementos los integra tanto en las fotografías que le tomó su padre como en una obra en la que deforma las siluetas de esos garigoleados.

“Estaba pensando en cómo los niños siempre imaginan cosas siniestras en el papel tapiz. Yo crecí en un país con mucho papel tapiz. Cuando era chica en Estados Unidos había bastante. Tomé el papel tapiz de la casa de mi abuela y lo combiné con las gárgolas de Notre Dame e hice este papel tapiz con monstruos”

¿Cuáles eran esos sueños o visualizaciones que tenía de niña?

Mi papá era fotoperiodista, entonces la vida era un poco inestable, iba mucho de un trabajo a otro y a veces yo no interactuaba mucho con la comunidad, pero sí con los libros e imágenes, entonces empecé a tener una vida interior muy fuerte. Nunca fui a la escuela de arte, sólo un par de meses pero en Chile. En general, mi formación no es académica. Me formé, básicamente, interactuando con imágenes impresas y luego, mucho después, con imágenes virtuales, como hago hoy en día.

¿Hay alguna técnica en la que se sienta cómoda?

Empecé dibujando, mi mamá nos ponía a dibujar. Tengo dibujos reconocibles de cuando tenía dos años y medio, hay uno que se llama Mamá enojada con su pequeña hija. Empecé a expresar o trabajar mis emociones por medio del dibujo, pero como a los trece años dejé de dibujar, no me gustaba, sentía que no me estaba expresando bien y fue que comencé a escribir poesía. A mis 22 años, cuando me fui a vivir a Chile y me casé con un mexicano, fue que volví a escribir poesía, pero en Chile no mucha gente podía leer lo que escribía y creo que a mi marido no le interesaba mucho mi poesía. Regresé al arte visual y me quedé ahí, fue mi forma de comunicarme con el mundo.

Uno de los grandes amigos de Carla Rippey fue el escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), con él sostuvo una vasta correspondencia que ahora se preserva en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo.

“Dejamos de escribirnos porque dejé de contestar sus cartas. Me escribió: ‘¿por qué no me escribes?’ Él sí era muy fiel para contestar cartas y, evidentemente, escribía súper bien, sus cartas eran muy lindas, pero mi vida era muy complicada, me separé y me fui a vivir a Xalapa, tenía una relación complicada con mi nueva pareja y además creo que me costaba trabajo mantener una intimidad con alguien tan lejos. A Roberto le funcionaba porque era material y porque le encantaba escribir”.

Rippey narra que en 1955 retomó la correspondencia con el autor de Los detectives salvajes y éste le respondió con una carta de diez páginas, hojas que la artista no contestó.

“El año en que murió, unos meses antes, en marzo, le pedí a alguien que me pasara su correo electrónico y retomamos la comunicación. Y como uno o dos meses después me enteré por el periódico que estaba enfermo. Murió ese julio, pero estoy agradecida de que pude volver a tener ese contacto, ponernos al día y poderme despedir de él”.

¿Nunca pensó irse de México?

Aunque me separé de mi marido cuando mis hijos eran chicos, no quise irme de México, en parte porque mi carrera ya estaba hecha aquí y porque no quería llevar a mis hijos lejos de su papá. También porque me gusta México más que Estados Unidos. Cuando vivían mis papás trataba de regresar allá dos o tres veces al año. Por un largo rato no tenía mucho dinero para ir, en una ocasión tardé tres años en poder ir. Uno no gana tanto como artista.

Trabajé en la Universidad Veracruzana durante siete años, en los 80, dando clases de grabado. Luego estuve en La Esmeralda como 17 años dando clases y también fui directora durante cuatro años. Entonces, así pude complementar mis ingresos.

Lo que me era más importante cuando decidí entrar a la Esmeralda es que me hacía falta comunidad porque la vida de un artista puede ser muy solitaria, entonces, ahí sí estaba trabajando orgánicamente con más personas.

¿Trabaja algún tema específico?

Estoy empezando una nueva serie que tiene que ver con las estatuas tumbadas, también está un poco relacionado a lo de las ruinas. Me interesa esas épocas en que el poder está centrado en un espacio y luego se mueve, pero se mueven tanto las manifestaciones como los íconos del poder. En fin, es un tema muy interesante.

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