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Tenía 17 años. En la colonia le llovían chiflidos y mentadas de madre cada vez que se aproximaba por la banqueta. Los tacones podían escucharse por la cuadra. En la esquina de su casa, en la colonia Magdalena Mixhuca, mientras platicaba con sus amigas, una patrulla se detuvo bruscamente frente a ellas: “A ver, ustedes, pinches putos, identifiquense”. El silencio fue la única respuesta ante el miedo. “Si descubro que eres hombre te voy a partir tu puta madre. ¡Súbanlas!” La llevaron a los separos de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia; estuvo ahí casi un mes: incomunicada, golpeada y violada. Era 1978.
Emma Yessica Duvali es una luchadora social, que aún mantiene el glamour de una vedette: cuida cada detalle de su vestimenta, ningún accesorio es casualidad en los talleres y conversatorios que hoy encabeza sobre la visibilidad de la población trans; sin embargo, en la década de los 70 fue tachada como una criminal por el simple hecho de expresarse y vestirse como mujer.
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Esta represión y discriminación no eran un caso aislado. Unos años antes, en julio de 1976, Terry Holiday acudió a una fiesta en Zapopan, Guadalajara. Llevaba un vestido plateado lamé y una capa negra cubría sus hombros. Las risas y un par de copas marcaban el ritmo de la velada, hasta que los policías irrumpieron en el domicilio. Algunos pudieron huir. “Faltas a la moral”, ese fue el pretexto para detener a Terry y a sus amigos. Estuvieron casi seis horas en un separo, aterrados por la incertidumbre de su destino. A las primeras horas de la mañana, los obligaron a ser retratados por unos periodistas de nota roja entre las burlas y el hostigamiento. “¿Eso es lo que quieren? Aquí estoy. No me voy a esconder ni me voy a hacer chiquita”. Ahí, frente a las celdas, Terry posó, como la diva que es, para el fotógrafo de la revista Alerta. “Bacanal de homosexuales”, así lo tituló la prensa en su contraportada.
La discriminación y vejación fueron un capítulo en la vida de Holiday, pero hoy está consagrada a su trabajo como artista plástica, una escena cultural en la que siempre se sintió correspondida, aunque también hizo cine y teatro. En México, la esperanza de vida de una mujer trans es de 35 años. Ella tiene 68, no se cansa de vencer los estigmas y las normas fatídicas. Al igual que el arte, dedica su energía en pro de la población trans.
Emma, Terry, Brandy Basurto y César González Aguirre encabezan el proyecto Archivo Memoria Trans México (AMTM), un repositorio que busca reconstruir la historia de las mujeres trans. A través de fotografías, periódicos, carteles, dibujos y vestimentas relatan su lucha, la violencia del Estado, las injusticias, la discriminación de la sociedad, pero también son el testimonio de resiliencia, de sus victorias, de alegrías, de los lazos de amistad que cultivaron y el recuerdo de aquellas que ya no están.
“Hacía falta este archivo porque no había la manera de visibilizar estas historias de dolor, confrontación, terror, sangre y muerte de las mujeres trans en México; historias de mujeres trans que ejerciendo el trabajo sexual sacaron adelante a sus hermanos, a sus familias y que después fueron desechadas”, recalca Emma a sus 63 años.
“El archivo tiene un espíritu de denuncia porque vivimos muchos atropellos de parte de las autoridades, sobre todo a finales de los 70 y 80. Sufrimos vejaciones por parte de los policías, de los judiciales. No sólo se trata de contar historias, sino de demostrar por qué un archivo está basado en hechos reales”, destaca Terry.
El AMTM nació en 2019. Aunque era un anhelo que venían persiguiendo desde antes, fue hasta la inauguración de la exposición Piratas en el boulevard. Irrupciones públicas 1978-1988, una retrospectiva del fotógrafo Agustín Martínez Castro, quien participó en los inicios del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, que pudieron identificar y reencontrar a algunos compañeros.
El curador de la expo fue César González Aguirre, quien llevaba varios años investigando y tratando de recuperar historias de las sexodisidencias de los 70 y 90 en México. Fue ahí donde comenzó a involucrarse con la historia trans.
II
Cuando regresaba de la primaria a casa —recuerda Emma Yessica— llegaba con la mochila cagada, las libretas escupidas, buleada. Le contaba a mi mamá que me habían golpeado en la escuela y me decía: “Pues sí, así cómo tú eres siempre te va a pasar eso”. A mí la sociedad me dijo que era puto, joto, maricón, pero yo sabía que era mujer, desde los ocho años me identifiqué como una niña.
En la secundaria, el director me dejó en claro —sigue— que ya no sería recibida en la escuela. “Eres un muchacho problemas, siempre estás provocando pleitos”. Pues sí, pendejos, me estoy defendiendo ya que ustedes no lo hacen. Me corrieron por tener el cabello largo y mi ceja depilada, por comenzar a transicionar.
El archivo que por ahora sólo se puede consultar en línea, ya que el proyecto no cuenta con un apoyo gubernamental y no han podido financiar una sede, alberga siete fondos de personas mayores de 60 años: documentos visuales que recorren pasajes de la vida familiar, de la transición a mujer, de sus años esplendorosos en la escena cultural nocturna de la capital, la represión del Estado, la epidemia del VIH y la transfobia.
“La marginalización, el escarnio y la burla comenzaba desde la propia comunidad gay, ellos nos decían las vestidas, jotas, locas, porque ellos eran gays, pero machos”, comenta Terry. Recuerda que en su juventud andaba con el pelo largo, con playeras tipo lingerie pues estaba de moda el glam rock con David Bowie y Mick Jagger. “Nos vestíamos así porque era provocador, era muy atrevido y la gente se escandalizaba. A nosotras nos daba un extraño placer molestarlos, no lo hacíamos para que fueran buenos con nosotras, lo hacíamos para picarles y que aprendieran de que podíamos ser distintas, no diferentes”.
La vida nocturna era una ventana para escapar de todas las fobias. Bares de la Zona Rosa y el Centro se convertían en efímeras guaridas para las disidencias, que sólo buscaban pasar un buen rato. Sin embargo, la represión policiaca se empecinaba en que no hubiera paz.
La persecución contra la comunidad LGBTI de esos años fue comandada por Arturo El Negro Durazo, personaje cercano al presidente José López Portillo, quien era director de la extinta Dirección General de Policía y Tránsito del Distrito Federal. A mediados de la década de los 70, las redadas (razias) en los establecimientos nocturnos eran el común denominador, donde personas homosexuales y personas trans eran extorsionados y violentados por las autoridades.
“Cuando al Estado se le acabaron los estudiantes para reprimir, comenzaron con la comunidad gay de Zona Rosa y la periferia: te detenían y te llevaban a los separos con el propósito de extorsionarte, amenazarte, quemarte con tu familia”, detalla Terry Holiday.
III
Era un sofocante enigma que corría entre la comunidad homosexual y trans. Aún no tenía nombre ni rostro, pero empezaba a cobrar vidas. En las calles se rumoraba sobre una enfermedad que le daba a las personas gay de Estados Unidos, a finales de 1982. No había información ni respuestas, sólo angustia por los seres queridos; la epidemia del VIH se ponía de frente.
Nuestras amistades —cuenta Holiday— comenzaron a morir de manera misteriosa y no sabíamos de qué: empezaban con debilidad, pérdida de peso, diarreas constantes, sudoraciones nocturnas. La estigmatización se daba hasta en la muerte. Del show que yo tenía, Ecstasy Travesti Show, murieron dos compañeras: Gil Cardiel y Rubí. Una de ellas fue mi roomie, nos quisimos mucho. Comenzó a sentirse débil, con mareos, después de la presentación del show se acostaba en el suelo a dormir, se sentía muy cansada. Su mamá fue desde Hidalgo a Monterrey para cuidarla, la madre estaba preocupada porque según ya la habían visto 10 doctores y no le hallaban. Un día encontré en el refrigerador AZT (zidovudina), que eran los primeros tratamientos-cocteles para el VIH. No le quisieron decir nada a la mamá.
El primer caso de sida en México se registró en 1983, en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. Aunque hay una etapa previa difícil de identificar: ¿cuándo la infección se propagó y evolucionó silenciosamente en la población mexicana?
“Sidoso”, “puto”. La gente no nos quería ni saludar —recuerda Emma— por su ignorancia y temor a contagiarse. Llegó un momento que pensé que jamás volvería a coger; las personas le llamaban el “cáncer rosa”, porque según lo transmitían los putos nada más, pero en ese tiempo era peor que el cáncer porque al menos ahí estaban las quimios, para el VIH no había nada. Mi querido amigo Arturo Flores estuvo internado en un cubículo improvisado de Nutrición, cuando lo visitaba veía cómo la enfermera le arrimaba la charola de comida con la escoba a pesar de que utilizaba un traje médico como si fuese astronauta, toda tapada. “Yo no me voy a contagiar, quién sabe qué tenga”, decía la enfermera.
La información sobre el VIH era a cuentagotas, poco se sabía sobre las vías de transmisión, qué la ocasionaba y el por qué. En medio del panorama desolador, la sociedad civil tomó la batuta para sensibilizar y educar sobre la enfermedad: realizaron campañas de prevención, en los bares gays de la capital se repartían condones de forma gratuita. En 1983, el Grupo Orgullo Homosexual de Liberación de Guadalajara y el Colectivo Sol del Distrito Federal fueron de las organizaciones pioneras en responder a esta emergencia. “En 1986 surge la primera asociación civil específica sobre sida: la Fundación Mexicana para la Lucha Contra el SIDA, en el DF, impulsada por Luis González de Alba”, así lo documenta el activista Juan Jacobo Hernández en 25 años de SIDA en México. Logros, desaciertos y retos (2008).
“Las que integramos el Archivo somos sobrevivientes, debemos hacer que la gente se entere para que no piensen que somos unas inventadas, que todo es una fantasía, que nos sacamos el conejo del sombrero. No. Esto es una lucha de años, de muchos años: ahora hay una Unidad de Servicios Integrales para las Personas Trans, está Transsalud, Respetttrans, ya hay instituciones y hay lugares específicos creados para nosotras. En aquel entonces no había nada, que no te fuera a dar una gonorrea porque era casi una condena de muerte: ‘Ya ves, tú te lo buscaste por andar de maricón, quien sabe con cuántos te metiste’, decían los doctores”, señala Terry.
Fue hasta 1992, que los primeros medicamentos antirretrovirales (Zidovudina) llegaron a una institución pública en México, el IMSS. “Eran 27 pastillas diarias que se tenían que tomar, a veces la medicina resultaba peor que la enfermedad. Teníamos muchas ganas de vivir para no dejar de tomar los antirretrovirales a pesar de las colitis, gastritis, úlceras, ronchas, caída de cabello y lipodistrofia”, comenta Emma.
IV
La década de los 80 también fue una época de glamour, de desenfreno nocturno, de cabarets y vedettes. El Archivo Memoria Trans nos aproxima a esa época de la contracultura en la capital mexicana a través de carteles, fotografías, boletos, recibos de pago, periódicos, donde las protagonistas fueron las mujeres trans y la comunidad LGBTI.
Emma fue una estrella del Teatro Garibaldi, inspirada en los espectáculos de Jessica Muriel, El milagro del siglo, y de Yari Caballero. “Fui la estrella y coestrella cinco años sin tener una reasignación y saliendo a controlar a 200 cabrones borrachos”, cuenta. También brilló en el teatro burlesque, presentó shows en distintos estados del país. Su trabajo como vedette le permitió dejar de ser una extranjera en su propio país.
En 1981, Emma trabajó como vendedora en el Sanborns que recién habían inaugurado en Xola. Estuvo ahí seis meses hasta que su jefa le pidió un acta de nacimiento para darla de alta en el seguro social. No tenía ningún documento que avalara su identidad como mujer. Se vio forzada a renunciar. “Pareciera increíble, pero para las mujeres trans de ese tiempo fue un proceso muy cabrón quitarnos esos estigmas, miedos y etiquetas, por eso muchas acabamos como acabamos: alcohólicas, en drogas, en relaciones tóxicas. No había la emoción de pertenencia, eras extranjera en tu propio país”, dice.
Fue la Asociación Nacional de Actores (ANDA) la que ayudó a tener un documento con su identidad como mujer. “Le conté mi caso a David Reynoso, quien era secretario general de la ANDA, me explicó que en las oficinas del PRI podía hacer un examen que avalaba que sabía leer y escribir y podían firmarlo con mi nombre de Emma. Con ese documento pude agremiarme a la asociación y trabajar por todo el país; además, esa credencial me permitió frenar a muchos policías que intentaron volver a secuestrarme”, explica.
Para 1982, Terry Holiday participaba en un espectáculo donde interpretaba canciones a Daniela Romo. El encanto que emanaba era tal que fue invitada al programa televisivo de Ricardo Rocha. Estaba programada para salir al aire a las ocho pero minutos antes de su participación, el staff de Rocha se dio cuenta de que se trataba de un show travesti. Los productores los fueron retrasando y retrasando hasta la una de la madrugada. Fue la primera irrupción de un performance travesti en la televisión mexicana.
“Como mujeres trans ya nos cansamos de que personas cis, heteros o gays nos utilicen para mostrar sus proyectos, lograr sus propósitos, porque nos han utilizado fotógrafos, pintores, escritores para contra la triste historia de la Cándida Eréndira y su desalmada abuela. No. Ya es el momento de que hablemos por nosotras; estamos capacitadas, ahora ya puedes hacer una carrera universitaria o un doctorado sin tantas trabas como era antaño, se ha logrado muchas gracias al trabajo de años”, afirma Terry.
Holiday debutó como actriz en La montaña sagrada de Alejandro Jodorowsky; participó en Noches de cabaret de Rafael Portillo, junto a Sasha Montenegro; en Cuando tejen las arañas de Roberto Gavaldón, entre otras cintas. Ahora se concentra en las artes plásticas que utiliza como megáfono para amplificar su voz de denuncia.
“Cada textil o cada acuarela toca temas como la infiltración de polímeros en los cuerpos de las chicas trans, la soledad, la disforia, la trata de personas, el abuso. Las chicas trans en su afán de acercarse a la imagen idealizada de la mujer, se ponían aceite avión, de carro. Pero pasan los años y comienzan a salir los resultados adversos de esas cosas, muchas chicas por eso han muerto, porque con los años viene la fibrosis, la necrosis del tejido: terminas mutilada, con hoyos en la cadera o inválida”, explica Holiday, quien en marzo inauguró su exposición monográfica Patchworks en la Galería Memoria de Madrid.
V
Los años de lucha de la población trans, en especial de las mujeres, ha permitido la conquista de derechos y espacios, pero la lista de pendientes aún es larga, y eso lo saben las integrantes del AMTM que no bajan los brazos.
“Ser mujer adulta mayor trans es algo que cuesta mucho trabajo en México, es una población que termina siendo olvidada, precarizada no sólo económica sino también social, educativa y emocionalmente. La mayoría de las mujeres adultas trans se van aislando porque a veces encuentran el rechazo dentro de la misma población trans”, afirma Emma.
El acceso a servicios de salud transversal, atención a la infiltración de sustancias y modelantes, aumento del cupo laboral, apoyos para que concluir estudios básicos de educación o becas universitarias son tan sólo algunas de los pendientes.
“Tengo 68 años. A veces me siento de 30. Yo no me voy a sentar cruzada de brazos viendo el desfile, quiero estar ahí”, apunta Terry.
Nadie podrá olvidar estas historias ni sus nombres, mientras vivan en la Memoria.