“Un intento fragmentado por comprender la vastedad de una gran obra” es el que hace el escritor Alonso Cueto con Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo (Alfaguara, 2025). A través de esta lectura de algunos rasgos que considera esenciales de la producción literaria del nobel peruano, el autor nos expone en dónde es que observa “el brillo del lenguaje y la solidez de las estructuras que lo sostienen” y defiende, con ello, por qué escribir historias es un modo recomenzado de recuperar los paraísos perdidos de los que hablaba Proust.

Cueto recorre con juicioso análisis las exploraciones que hizo Vargas Llosa sobre la naturaleza esencialmente siniestra del poder, la escritura en la que la moral se hibrida con las emociones y los instintos, su viaje constante por las utopías, la ineludible presencia del Quijote y Flaubert, la variedad del mundo y su cualidad de aventurero.

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Crédito:  Pontificia Universidad Católica del Perú
Crédito: Pontificia Universidad Católica del Perú

¿En qué momento nace la idea de este libro? Usted empezó a escribirlo antes de que él muriera…

Sí, y de hecho, él me llamó por teléfono cuando vio el libro. Cualquier escritor tiende a compartir experiencias fundamentales en su vida. En la mía lo fue la lectura de Vargas Llosa, y desde hace mucho yo quería organizarla y expresarla por escrito. Una de las experiencias que le debo a él es que, cuando yo era todavía un joven de colegio y leí La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral, me di cuenta de que los grandes personajes, las grandes historias, los grandes diálogos podían ocurrir en Lima, la ciudad donde yo vivía, y en barrios cercanos a los míos. Hasta entonces yo tenía la ingenua convicción de que las grandes historias solo podían ocurrir en París, San Petersburgo o Londres, pero había algo en estas historias que era muy representativo de nuestra sociedad y nuestra cultura: el hecho de que las más diversas culturas, etnias, se pudieran reunir en una novela, para desde ahí desarrollarse la historia de sus diferencias, sus conflictos, sus contrastes. En La ciudad y los perros una de las diferencias fundamentales es que se reúnen personas de la costa, de la sierra, negros, blancos, andinos.

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Una visión del mundo profundamente latinoamericana.

Es que de una u otra manera somos un continente hecho de migraciones desde tantos lugares diferentes. Vargas Llosa hace un juego con nosotros al poner a personas tan diferentes en un mismo lugar y preguntarse qué pasa con esta gente en un espacio cerrado. Yo creo que había mucho de esa experiencia de la América Latina, la coexistencia de mundos diversos, contradictorios, en esa novela y en toda la obra de Vargas Llosa. Los europeos han apreciado el hecho de que él es un escritor profundamente peruano y latinoamericano. Sus grandes novelas ocurren en Santo Domingo, Brasil, Perú, no en España o en Europa. Creo que esa cualidad muy nuestra, muy típica, fue para mí una de las experiencias más interesantes y más importantes en esa época y lo ha seguido siendo. Lo que he querido hacer aquí es tratar de organizar la obra de Vargas Llosa en tres asuntos fundamentales que me parece que sintetizan lo que él ha hecho.

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¿Cuáles son esos tres puntos fundamentales?

En primer lugar, un amor a la diversidad y la abundancia; la idea de que hay un mosaico en movimiento en sus libros. En sus novelas comparecen todos los tipos humanos, físicos y psicológicos. Está el Jaguar, que es un gran y terrible líder; el sumiso y apocado idealista Somocurcio; Urania, que busca venganza; Curema, que es abusada. Están los ríos y las células de Santa María en La casa verde, pero también los desiertos de Piura, la Plaza San Martín de Lima en Conversación en La Catedral, también los sertones de Brasil. Están todos los personajes, todos los escenarios y todos los lenguajes; se usan lenguajes clásicos, naturales, pero también telescópicos, cambios de tiempo y espacio. Aquí hay un gusto por la abundancia y la variedad que se lo han dado Perú y América Latina.

Usted dice que las novelas de Vargas Llosa “dramatizan una exploración sobre la naturaleza esencialmente siniestra del poder” y eso lo vemos desde Trujillo en La fiesta del Chivo hasta el poder en el colegio militar Leoncio Prado de La ciudad y los perros, pasando por los militares en Pantaleón o en La casa verde. ¿Por qué es tan esencial ese concepto en su obra?

La vida de Vargas Llosa tiene una nueva fundación cuando a los diez años su mamá le dice: Vamos al Hotel Variedades en Piura y le enseña a su papá. Esta es la aparición del poder en su vida. Él me dijo más de una vez: Si eso no ocurría yo no hubiera sido escritor, yo hubiera sido abogado. Ahí aparece el poder como la destrucción de un paraíso familiar en el que él vivía, el paraíso de los Llosa, donde él era un niño mimado porque era hijo único y también porque sentían lástima de cómo el padre Ernesto Vargas había abandonado a la madre cuando ella estaba encinta. Le habían hecho creer que su padre era un hombre que tenía un sombrerito de marinero, que había viajado por todo el mundo y había muerto. Ese día, a fines del año 46 su madre lo lleva a Piura y le dice: Tu padre no ha muerto, acá está, y era un señor que estaba ahí; ¡es increíble! Se van en auto a Chiclayo, se hospedan en un hotel esa noche, el padre con su madre en un cuarto, y en otro cuarto está él solo; él escucha a sus padres haciendo el amor todas las noches. Para él esa es una fisura irreparable.

Y ahí aparece entonces ese asunto del poder.

Claro; el padre como una fuerza intrusiva. Vargas Llosa se echa a leer, al padre le parece muy mal que lea, él le dice a la madre: Vámonos a otro lado, vamos a dejarlo. Se opone al padre y por otro lado se dedica a leer. Desde muy temprano él tiene la experiencia del poder como una fuerza absoluta contra la cual hay dos posibilidades: oponerse y evadirse; oponerse peleando con él y evadirse leyendo. Tan grande es su interés y tan desesperada es su necesidad de evadirse, que se entrega a la lectura y después a la escritura como un intento por crear un mundo en el que el padre ya no tenga autoridad. Esto mismo hacen sus personajes que también se enfrentan al poder como el Jaguar en La ciudad y los perros, o lo evaden, como el escribidor, que se pierde en sus relatos. El poder es entonces una experiencia fundamental. Y ahí el padre no aparece, pero están los dictadores Trujillo, Odría, Esparza Zañartu, un montón de figuras autoritarias paternales.

Leyendo este libro me hice una especie de línea de tiempo de las novelas de Vargas Llosa, identificando grandes temas que las agrupaban. ¿Cómo ve usted esa transformación que se fue dando en su narrativa?

De acuerdo con su ideología marxista en la primera época, los años 60, en esas tres novelas él ve al sistema como el culpable. La institución del colegio, la institución económica en La casa verde, la política en Conversación en La Catedral tiene la culpa. Cuando él abandona y termina con la Revolución cubana las verdades aparecen ya no tan afirmadas, sino que surge el humor como un relativizador de la verdad en Pantaleón y La tía Julia, novelas donde el humor está presente. Creo que hay algo que sí se mantiene a lo largo de su vida, que es la idea del rebelde, el héroe y el que busca mundos nuevos con un sentido moral. Con la última novela, Le dedico mi silencio, el personaje Azpicueta busca que en la música y el arte popular haya un espacio de reencuentro, redención y reconciliación social. Es algo que él nunca pierde: la idea de que la literatura y el arte puedan tener una función en la sociedad, de que podamos sentir que hay una razón para luchar y que hay una moral detrás de la protesta, que el héroe tiene una categoría moral. Esto es lo que creo que se mantiene a lo largo de toda su obra: la idea del héroe como un personaje moralmente constituido para, en sus términos, enrumbar hacia una sociedad mejor.

Usted también plantea la importancia de las geografías urbanas y naturales en la obra de Vargas Llosa.

Para él, el ser humano no está detenido, inmovilizado, autocontemplándose, sino que siempre está moviéndose. Su ambiente natural tiene que ver con el viaje como una exploración de la identidad. Fushía está navegando en el río; la niña mala se va de un lado a otro cambiando de identidad… En ese contexto el ambiente natural, el ambiente externo es esencial a su evolución. Y él tiene un especial cuidado en la descripción de los ambientes físicos como escenarios muy abigarrados, variados, diversos. La riqueza sensorial que hay detrás de las descripciones de las plazas, de las montañas verdes, la selva, los ríos, los desiertos, es muy fuerte e intensa. Él también es un narrador de interiores, con espacios cerrados como en La casa verde, por ejemplo, y además explora los universos psicológicos más íntimos de los personajes. La obra de Vargas Llosa tiene un rango, un panorama de observación muy amplio del ser humano, lo que hace la gente, lo que dice, las alusiones, los saltos al pasado, lo que reflexiona en su fuero más interno con los monólogos interiores. Ese espacio exterior e interior, objetivo y subjetivo es muy amplio. Él quiere hacer un retrato integral del ser humano.

¿Qué pasa con su extraordinaria faceta como ensayista, que se conoce más bien poco?

Yo te digo una cosa: es difícil encontrar en el siglo veinte a un escritor que haya tenido cinco novelas que son obras maestras: La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo. Hay algunos que pueden agregar alguna otra, pero a esas se les puede agregar, como obras maestras, dos grandes libros de ensayo literario: Historia de un deicidio sobre García Márquez, y La orgía perpetua sobre Flaubert. Y te digo más: a esas dos les puedes agregar un gran ensayo de memorias como El pez en el agua. Ahí tienes ocho libros de gran, gran nivel entre novelas, ensayos y memorias. Es difícil encontrar un escritor que haya tenido una maestría y un desarrollo tan logrado en géneros distintos.

Vargas Llosa fue el último nobel vivo de quienes escribieron su obra en español; ya no queda ninguno en nuestra lengua.

Yo creo que detrás de lo que tú dices hay también una idea fundamental: él era uno de los últimos escritores vivos, por lo menos del boom, que pensaba que la novela tenía una función social y era capaz de cambiar el mundo, de mejorarlo, de hacer a la gente más consciente. Ellos pensaban que estaban creando una conciencia social. Hoy creo que hay un escepticismo sobre lo que puede ser y hacer la literatura en un mundo que está dominado por el mercado. No está demostrada la influencia de la literatura en la sociedad, salvo en algunos casos como Harriet Beecher Stowe, que escribió La cabaña del tío Tom e influyó en la Guerra Civil Estadounidense —eso sí está demostrado, pero en general, no—. Me parece que todos ellos tenían esa gran convicción y creo que hay algunos escritores de hoy que todavía la tienen, pero esta era una marca distintiva en todo ellos. Otro legado es que con Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes, se tomaba la literatura como un espejo diverso y múltiple de una cultura o de un país; el México de Carlos Fuentes, la Colombia de García Márquez, el Perú de Vargas Llosa estaban representados en su variedad, en su escritura. Eso ya no ocurre hoy día. En ningún escritor, creo, se toma hoy la idea de su obra como una representación de todo un país, porque ahora las cosas van por otro lado. Esos dos elementos, la idea de que la literatura puede tener una función social y la idea de que la novela puede representar un país, son parte de un modelo que se está extinguiendo.

¿Vargas Llosa conoció al papa León XIV en su tiempo como sacerdote en Perú?

No lo conoció, pero creo que es interesante pensar que, aunque no era creyente, en las últimas novelas suyas empezó a valorar el elemento religioso o de la convicción religiosa como un factor de cohesión. Su gran legado es que al final tuvo fe en el ser humano, en la humanidad y, sobre todo, en la humanidad latinoamericana. No perdió la esperanza y creo que eso es lo más significativo.

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