Hay dos trabajos en vías de extinción: el de crítico literario y el de editor; y detrás de ellos, se perfila otro en peligro de desaparecer: el ensayista. La poeta y ensayista Malva Flores señala algunos culpables: el elogio, lo políticamente correcto, las tendencias de leer textos cortos y la academización. Como buenos vicios alimentan egos, pero contaminan la escritura y, por tanto, a los lectores llegan numerosos textos dañinos.

Aunque confiesa no ser la crítica francotiradora que fue durante su juventud, en su reciente libro, Manual para el crítico literario en emergencias (Universidad Veracruzana, El Equilibrista, 2024), la poeta lanza precisos comentarios sobre su gremio: hoy casi nadie entiende la ironía, nuestro lenguaje está amputado y ¿realmente en México existe una vida literaria?

“Ahora ya no importa cómo escribes, sino cuántas afrentas has recibido de manera personal o considerando el colectivo al que te adscribes. Importa menos que el resultado sea similar o inferior a lo que hayan hecho cientos antes que tú, porque tú eres diferente y eso es bastante”, escribe la Premio Internacional Alfonso Reyes 2022.

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Malva Flores es poeta, ensayista e investigadora de la Universidad Veracruzana. También es autora del libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020)./Patricia Morales / El Universal
Malva Flores es poeta, ensayista e investigadora de la Universidad Veracruzana. También es autora del libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad (Ariel, 2020)./Patricia Morales / El Universal

Malva Flores también cuestiona la desaparición de revistas y suplementos culturales, recuerda la frase que Octavio Paz le escribió a su amigo José Bianco (14 de agosto 1954): “Cuando los escritores quieren salvar al mundo, siempre se les ocurre fundar una revista”. Con preocupación, la autora acepta que ahora pocos quieren salvar al mundo.

La crítica literaria hoy es sinónimo de elogio, platícanos sobre esa crisis y la autocensura.

Existe una autocensura en los críticos porque cuesta mucho trabajo referirse a la obra de un colega sin que el colega aludido o los otros escritores consideren que estás incurriendo en un error que tiene más que ver con cuestiones extraliterarias que con la literatura misma. Entonces, a la gente ya le da miedo escribir. Si tú vas a escribir sobre mí, cualquiera podría decir que se están metiendo en contra de una mujer, que además es poeta, que no vive en una metrópoli, que tiene hijos y que es casi negra, por ahí se puede ir la crítica y olvidan que tal vez el crítico se está refiriendo a mis errores literarios. Eso me parece muy grave, se ha contaminado la crítica literaria con errores de juicio que confunden la literatura con la vida y con la vida personal de los autores.

¿Hay una contaminación con origen político: la recuperación de textos para entrar en el discurso incluyente?

Sí, la parte política, pero sobre todo la académica y ése es mi mayor reclamo, porque ha sido la academia quien nos ha educado en los últimos 40 años para pensar que debemos ser buenas personas, no buenos críticos. La literatura no está hecha ni por buenas personas ni habla de buenas personas ni de aquellas personas que en otro momento nadie habría considerado (publicar) siquiera por su género, por su color, por nada de eso, sino porque en su momento eran malos escritores. Pero ahora nosotros nos obligamos a hacerlo porque consideramos que así somos buenas personas y estamos cubriendo una cuota cuando el trabajo no es sobre las características personales de un autor, sino sobre su literatura. En el momento en que esas dos áreas se confunden, tenemos como resultado una crítica que lo último que ve es la literatura.

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¿Hay una escritura de plagio?

Vivimos en la época del re. En nuestro propio lenguaje cada vez que hablamos decimos repensar, revisar, reconsiderar, todo es re como si no tuviéramos la capacidad de ser originales. Sé que es muy difícil ser originales, pero ni siquiera lo intentamos. Desde nuestro lenguaje estamos diciendo que no seremos originales y que vamos a repetir todo como loros. La gente que habla y (lo que dice) empieza con re, está diciendo que desconfía de sí misma. No somos capaces de pensar. Esto es terrible, está en nuestro lenguaje y no nos damos cuenta.

¿El placer por la lectura se ha transformado en exigencias por entrar a la academia con discursos de moda, de contar nuestras tragedias?

Las tragedias que son humanas, que compartimos muchos y que en algunas personas realmente son graves, eso no está mal denunciarlo, tampoco está mal denunciar el maltrato a las mujeres. No está mal denunciar todos los hechos horribles que ocurren en nuestro mundo. La literatura siempre denuncia esas cosas, pero no de forma programática.

Cuando somos incapaces de ver el centro literario y sólo nos remitimos a la denuncia podemos estar frente a dos cuestiones: una incapacidad nuestra para entender la literatura como lo que es, un lenguaje artístico, o frente a un texto que no le interesa el lenguaje artístico porque le interesa, más bien, denunciar y si sólo le interesa denunciar no es literatura. Lo que critico es que no seamos capaces de ver la diferencia y que no demos gato por liebre.

Mencionas la declaración de Marx Arriaga sobre la lectura como ocio y generadora de apatía, ¿es aún una visión desde las instituciones?

No sé si sea una visión desde las instituciones, lo que sí sé es que en México se ha olvidado la literatura y lo prueban las estadísticas que salieron hace poco sobre la lectura, han disminuido brutalmente. Nunca hemos sido un país en el que se lea mucho, pero ha disminuido.

La administración pasada y esta ha hecho un esfuerzo notable por destruir la cultura. Y lo han conseguido. Me parece grave que no lo denunciemos. Nosotros que tanto nos gusta denunciar nos quedemos callados frente a lo que está ocurriendo, por ejemplo, en el Fondo de Cultura Económica o lo que ocurrió con los libros de texto. Eso es terrible no sólo para los escritores sino para un país. Nadie o muy pocos quieren decirlo.

Hablas de la desaparición de revistas y del ensayo en vías de extinción.

Tengo una verdadera pasión por las revistas y me interesan mucho aquellas de formato físico. Sé que ahora hay muchísimas revistas electrónicas y lo celebro, pero creo que nos hace falta apoyar a las revistas y a los suplementos que aún existen y que contra viento y marea hacen su labor para mostrarnos a los demás otra parte del mundo, la parte literaria, la parte artística. Considero que eso es forzoso.

Mi reclamo es que olvidamos nuestro pasado. Nuestro pasado literario está en las revistas. Vivo permanentemente peleando por las revistas del pasado, pero también por las del presente.

Mencionas a Octavio Paz, él decía que las revistas eran esos puentes entre generaciones.

El problema central es que no conocemos nuestra tradición y, al mismo tiempo, la criticamos. Eso es absurdo porque cómo criticamos algo que desconocemos. ¿Qué hacer? Es una tarea titánica y, además, hay que recordar que la literatura —aunque es para todos— no todos la consumen. Entonces, cuando nosotros pensamos en que debería existir gran número de revistas para que la gente lea más, siempre ese número de personas va a ser muy insignificante en relación con el resto de la población. El problema aquí es lo que van a leer; no cuántos leen sino quiénes y qué leen.

Si nosotros les damos a leer basura, aunque sean cinco los consumidores de esa literatura, lo que van a consumir es basura y lo van a reproducir, por eso necesitamos publicar cosas de calidad. Cuando no somos capaces de voltear a ver qué ocurrió en nuestro pasado y ni siquiera siglos atrás, en nuestro pasado inmediato, a veces creemos que estamos inventando el hilo negro. Te lo puedo mostrar, por ejemplo, en el área de la poesía, existen un montón de experiencias, no es queja, pero siempre pasa que los poetas están inventando nuevas formas de la poesía, pero si revisas hace 50 años en Plural, la revista de Paz, esas mismas formas estaban ahí.

Hablas de tu mudanza y sobre qué libros llevar, ¿qué se hace con los libros dañinos?

La mudanza de la que hablo fue real y no tuve el corazón para tirarlos a la basura porque sentía horrible. Algunos los regalé y muchos otros los doné a mi universidad, no porque fueran malos, sino porque son libros que a mí ya no me interesan y muchos de ellos son libros que pienso que han pervertido el gusto por la literatura. Pero no me atreví a tirarlos.

¿Y qué se hace con los best seller, con los de superación personal…?

Alejandro Rossi los llamaba novelas de aeropuerto porque cuando estás en el aeropuerto y no tienes nada que hacer, de pronto ves que hay una librería y compras un libro, el que sea, y lo vas leyendo porque no es algo que te haga pensar. La verdadera literatura hace pensar. Esta literatura no hace pensar. Hay que hacer algo, pero te confieso que no sé qué.

Los seres humanos necesitamos de relatos. Todo el tiempo estamos buscando que nos cuenten historias, se debería aprovechar esa condición humana, diría yo esa necesidad de necesitar de los relatos, necesitar de las historias, pero para eso, para darle el nivel a lo que leemos, necesitamos mejores editores. Hay editores extraordinarios, pero la mayoría ni siquiera leen lo que publican. Incluso, en los mismos periódicos, si a uno le piden algo y se te fue una falta de ortografía o una coma mal puesta, así se publica. Nadie lo lee. No hay editores, es una profesión ya olvidada. Entonces uno ve cada cosa y se pregunta: “¿Que no hay un editor en ese periódico? ¿Nadie les dijo que esto no se escribe así?”

Es aterrador. Es un proceso largo y de educación de todos nosotros para impedir que eso siga produciéndose y tengamos editores que cuiden sus libros, que cuiden sus revistas, que no permitan que salga cualquier barbaridad.

Mencionas en el libro que de joven se es un francotirador haciendo crítica literaria. ¿Eras más aguerrida?

Actualmente casi ya no hago crítica literaria porque tengo miedo. Esa es la verdad. Me da miedo decir qué es lo que pienso. Sí, escribo una o dos reseñas al año y más bien me dedico a hacer otro tipo de investigaciones, sobre revistas literarias.

Creo que cuando (todos) éramos jóvenes —porque ahora los jóvenes también se dedican al elogio—, siempre estábamos criticando qué es lo que leíamos y criticábamos incluso a nuestros amigos y no había sensación de ofensa. Claro, había momentos en que la gente se ofendía, pero todos trabajaban leyendo y diciendo: "Aquí esta persona hizo mal su trabajo". Eso con el tiempo va pasando y entonces piensas ¿para qué? Eso deberían hacerlo los jóvenes que tienen un impulso mayor, pero resulta que los más jóvenes tampoco lo hacen.

¿Se quedó otro postulado para los críticos literarios en emergencias?

Tengo otros artículos que quizá debí incluir. Lo único que tengo claro es una cosa que ahí digo: salva lo que te salve cuando tengas que aplicar aquello que te transforma verdaderamente la vida.

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