En Mátate, amor (Die My Love, EU-RU, 2025), impetuoso film shocking 5 de la escocesa experta en comportamientos anómalos de 55 años Lynne Ramsay (Cazador de ratas 09, Tenemos que hablar de Kevin 11, Nunca estarás a salvo 17), con guion suyo y de Enda Walsh y Alice Birch basado en la novela argentina homónima de Ariana Harwicz, la rubita exnovelista irremediable Grace (Jennifer Lawrence fascinante) se muda con su bello marido funcionario musical Jack (Robert Pattison) a una casona campestre demasiado lejos del laboral NY que a la muerte de su padre Harry (Nick Nolte) el hombre ha heredado, y donde la pareja desea prolongar eternamente el feliz entendimiento erótico que la hace reptar por el césped al encuentro carnal o a bailar efusivamente, pero la rápida llegada de un bebé y las prolongadas ausencias laborales del marido (cual estoico ceroalaizqierda) hunden a la aislada joven madre en una depresión posparto psicológicamente devastadora que parece extenderse indefinidamente, sin término, con el agravante de las visitas a (y de) una amable suegra convencional preparapasteles e invitathés Pam (Sissy Spacek ensimismada) incapaz de recuperarse aún de su estado de viudez solitaria, aunque será el descubrimiento de las infidelidades sexuales de su esposo lo que lleve a la azotadísima Grace a exhibir conductas erráticas de cualquier tipo desesperado, que van a culminar en un baile autista y un refugio sexofrustrante en la suite nupcial durante su fallida boda tardía con Jack al primer rechazo de un beso por parte de éste, redundando en el encierro laxo de ella en un psiquiátrico, donde se le machacan una violación cuando niña y sus insuficiencias afectivas a raíz del accidental fallecimiento de sus padres, sólo para egresar supuestamente curada, recibiendo felicitaciones de todos por lo bien que se ve, si bien debe aceptar arbitrarios cambios en su entorno y en su vínculo familiar, algo que la sumerge de nuevo en crisis, hasta su posible autoinmolación, sin piedad para su femimpulso abismal.
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El femimpulso abismal arranca con el protagonismo de la casa mediante un largo y totalizador plano fijo abierto a una profundidad de campo en imposible contrapicado de nadie que en busca de la felicidad y del contacto/no-contacto va llenándose con la misma pareja, a distintas distancias, siempre con el horizonte cercado por un irónico espacio idílico a contraluz, y que pronto se revela como el ámbito donde el padre suicida Harry se pegó un tiro exacto en el trasero: la casa atrapante y tan claustral como una prisión, la casa del agitado drama innombrable, la casa cotidianamente inoperable y hegemónicamente trágica donde la soledad y el abandono acabarán con las últimas resistencias y asideros vitales de esa Grace sin gracia alguna ni divina ni humana, una casa nefasta y funesta en apariencia tan desdramatizada como la vetusta mansión familiar a través de los años en el inescapable Aquí de Zemeckis (24), una casa tan preponderante como el suntuoso depto con apenas un viejo sillón rojo en esa otra Tesis sobre una domesticación truculenta e impedida y por otra escritora argentina (la actriz trans Camila Sosa Villada) elucubrada (aunque dirigida por Javier van de Couter 24), esa casa que remodelada y muy pintadita de azul le resultará doblemente ajena a la atormentada infeliz mujer, quien no tardaría en descubrir durante un día de playa que el lastrante nombre Harry del suicida doméstico es el ya adjudicado a la brava por el padre arbitrario al inerme bebé de ambos hasta entonces orgullosamente sin nombre ni designio.
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El femimpulso abismal engendra cualquier cosa menos una película sobre la maternidad, pues jamás aborda de frente el tema de esa maternidad particular en sí, que nunca representa una carga leve o aleve, ni desgracia ni dificultad, ni una violencia como para la aterrada progenitora de Tenemos que hablar de Kevin, sino sus consecuencias, sus daños colaterales diría el clásico, sus estragamientos, sus monstruosos efectos y deterioros en una hipervulnerable mente frágil y expuesta en exceso, pues con sádica sensibilidad y efectista falta de respeto en los bordes de lo políticamente incorrecto Ramsay saca a la luz los problemas acumulados de la madre primeriza, con su leitmotif empujando por los caminos una desahogadora carriola omnicompensatoria, la obsesión por los cuchillos, el plomazo exterminador al malherido perro obsequiado por Jack cual injuriosa compañía sucedánea y al que no se atreve a ultimar para rabia de su esposita (“Algo que amas es el sufrimiento, acaba con su miseria”), las efímeras seudoaventurillas antojadizas (con un sorprendido chavo jardinero o el vecino abusivo o un recepcionista guitarrero de hotel) demostradoras de la banalidad del sexo ante la magnitud del insalvable desastre interior.
El femimpulso abismal se inscribe estilísticamente en una especie de cine-vértigo constante, de acuerdo con la dialéctica fílmica de la figura ilinx-stasis sin nada en medio, sobre todo en los intermezzi de impacto que acechan y estallan sin aviso ni tregua en algunos puntos clave del relato, esos vértigos incesantes a golpes de cámara del dúctil fotógrafo Seamus de Garvey para motivar la quasi subliminal edición del implacable montajista Toni Fraschhammer, según los indómitos arrebatos imprevisiblemente bombásticos de la música de George Vjestica y Raife Burchell más la realizadora, como esencia del sarcasmo doliente de esa pareja amorosa que baila engañosamente reconciliada “Love Me Tender” de Elvis Presley y teme escapar de esta fábula de gran complejidad subyacente y subrepticia que sólo aflora en duros y punzantes estallidos a su dolorosa manera perfectos.
Y el femimpulso abismal concluye en un metaliterario incendio interno/externo del bosque cual recóndito borgeano jardín de los senderos que se bifurcan, entre la paz de la dicha domesticada y la fatal purificación por el fuego de esa chiva expiatoria de nada o de su innato vacío emotivo.
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