En No hagas olas (Pas de vagues, Francia-Bélgica, 2024), tenso film 3 del francés de 46 años Teddy Lussi-Modeste (Jimmy Rivière 11, El precio del éxito 17), con guion suyo y de Audrey Diwan, el entusiasta profe gay de literatura francesa en una escuela secundaria multirracial en los suburbios norparisinos Julien Keller (François Civil desconcertado a perpetuidad) analiza en su ruidosa clase el poema “Vayamos a ver si la rosa” del fundacional Ronsard bajo los conceptos de la voluptuosa coquetería y la seducción sin sospechar que eso alborotará el soez-burlón hormonal de sus alumnos pubertos, sobre todo cuando pretende ponerse como ejemplo con la impávida estudiante Leslie (Toscane Duquesne), un hecho inocente que va a motivar una manipulada carta de acoso sexual y a desatar después la sobrerreactiva furia de los brutazos hermanos mayores de la chica, uno amenazando corporalmente al maestro sorprendido y otro presentando una denuncia ante la comandancia policial que, en beneficio de la duda y de la presunta víctima, habrá de prosperar judicialmente de manera desmesurada, en tanto que al docente se le niega cualquier otra oportunidad legal para poder defenderse que no sea recurrir a un oneroso abogado impagable, ese agobiado maestro que por dignidad oculta su orientación homosexual asumida (lo cual podría exculparlo parcialmente), provocando el abierto repudio gremial o la ambigua solidaridad intimidada por parte de sus colegas masculinos o femeninas, así como el hipócrita apoyo más bien omiso del director del colegio (Francis Leplay) que sólo recomienda “No hagas olas”, la condena a ciegas de los representantes de los padres de familia, la intransigencia de las autoridades y la avasallante hostilidad de los propios alumnos que urden una falta masiva a clase para ir a declarar ante la policía, le avientan un balonazo al profe aislado durante el recreo o le hacen bullying a su mentor, poniendo a éste en un estado de tensión mental que llega a dañar incluso la relación de pareja con su tierno amante árabe hipersolidario y todoperdonador Walid (Shaïn Boumedine), mientras sufre sentencias sumarias de muerte por golpeadores apostados a las puertas que lo obligan a hacerse acompañar al Metro por algún valeroso colega aceptante de jugarse la vida por él, pero que pronto afectan a toda la escuela en un aparatoso incendio de botes de basura, hasta que Julien decide luchar en lo inmediato, se enfrenta al director y le reclama resuelto a no renunciar a su curso a medio semestre, arrostrando el riesgo de que la pequeña enigmática Leslie le pida perdón en privado por el pánico que siente ante sus hermanos tiránicos, cuando ya es demasiado tarde para solucionar algo, atrapado como está el varón en la irreversible espiral descendente/ascendente de una intransferible fragilidad ignominiosa.
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La fragilidad ignominiosa se ajusta en rigor a la doble estructura narrativa clásica-moderna de la bola de nieve que surge al parecer de la nada y crece sin razón aparente arrastrando a su paso a todos los prejuicios sociales hasta devastar el conjunto, y la estructura de la chispa irresponsable (“El profe quiere ligar con Leslie, el profe quiere ligar con Leslie”) que incendia la pradera en un plano sociopolítico muy representativo, con una severidad descriptiva cercana a la crónica, a la fábula cotidiana y a la requisitoria corrosiva a la vez, con fotografía a ráfagas nerviosas o contemplativas de Hichane Alaule, música propositivamente lumpen rockera de Jean-Benoït Dunckel y edición de Gerric Catala pletórica de arrebatos pulsionales.
La fragilidad ignominiosa rompe con la representación de los escolares como criaturas bienintencionadas y revoltosamente redimibles (al modo del ansia por aprender de La clase de Cantet 08), presentando a los chavos de barrio bravo periférico como irredentos perversos polimorfos posfreudianos en frío, como las guapas arpías manipuladoras natas y desafiantes incluso rechazadas por sus compañeros Océanie (Mallory Wanecque) y Shihem (Emma Boumali) que se largan a voluntad pretextando trastornos femeninos y ejercen con descaro su voluntad de dominio en mezquino provecho propio, como el traidorcillo delator vagamente enamorado del profe, como la afrovoluminosa falsa aliada mustia Roxane (Marianne Ehouman) que fulmina al profe pretextando juicios fraternos (“Mi hermana abogada dice que terminarás en prisión”), y por último como ese chamaco afroalburero Modibo (Makary Kebe) para quien todo debe ser motivo de lépera irrisión o de gratuito sabotaje material al esfuerzo colectivo.
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La fragilidad ignominiosa revela dramáticamente y enarbola en forma virulenta la ambigüedad riesgosa y recóndita de todos los actos humanos deseantes y afectivos, donde cualquier impulso puede volverse del revés, donde una gratificadora invitación académica del maestro a compartir el almuerzo con sus alumnos (narrada en flashback) puede convertirse en materia de acusación e inclusive violadora de códigos sagrados (por atreverse a pagar el kebab ajeno), un obvio rechazo sensual a cierta profa flaquita se experimenta como engaño y culpa, una amenaza cumplida se torna fatwa contra ese Salman Rushdie o asedio depredador nazi, y una fina ironía flagrante bautiza al insufrible instituto-reducto con el nombre del poeta surrealista defensor de la libertad Paul Eluard.
Y la fragilidad ignominiosa celebra la altiva decisión personal del apabullado profe de proseguir su fiero combate, pero la trama antiejemplar y antiedificante prefiere concluir destacando la vulnerabilidad emotiva del miniheroico Julien agitadísimo en el transcurso del simulacro de un ataque violento recurriendo a la oscuridad absoluta, pues el afrochicuelo malditillo Modibo ha descorrido una cortina atentando supuestamente contra la seguridad de todos, pero sólo provocando un arrebato histérico del profe gritoneante y ovillado fuera de sí, antes de fundirse en la negrura disolvente (“Estamos todos muertos”).