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"Creo que todos, no sólo los poetas, deberíamos revisar la concepción que tenemos del amor", le responde un desconfiado André Breton a Pierre Le Noir, el agente de la Brigada Nocturna, que en esta ocasión se ha hecho pasar por reportero.
Breton y Le Noir se encuentran dentro de un castillo embrujado sobre los acantilados de Normandía, en Francia, donde el líder del movimiento surrealista se hospeda, a la espera de que arriben Aragon, Buñuel, Dalí, Éluard, Ernst, por supuesto Magritte, Péret y Tanguy, entre otros, esa pandilla de poetas y pintores violentos y sediciosos (también machistas) que contribuyeron a revolucionar el arte del siglo XX, para una de esas sesiones, mitad francachela, mitad exploración del inconsciente, mediante procedimientos novedosos como la hipnosis, que tanto les gustaban.
Este es uno de los pasajes centrales de Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque (Random House, 2024), la nueva novela de Martín Solares (Tampico, 1970), quien habla en entrevista exclusiva para Confabulario.
¿Qué te llevó a interesarte en Breton, poeta radical que afirmó en alguna ocasión que la novela es un género que “invalida nuestra capacidad para la revuelta”?
Hasta ahora tengo la impresión de que las novelas no comienzan por un solo motivo, sino por muchos, y eso me sucedió con esta trilogía. Cuando trabajaba en Los minutos negros sentí la necesidad de tomarme unas vacaciones respecto al tema de la violencia en Tamaulipas, y visité por azar, en 2002, la enorme exposición del Museo Pompidou sobre el surrealismo. Entre las piezas que más me impactaron había una breve nota explicativa, según la cual muchos de los surrealistas, que regresaron de la Primera Guerra Mundial con un ánimo beligerante y explosivo, fueron arrestados por actos vandálicos. Péret, Breton y Masson no podían ver a un diputado o a uno de los escritores o sacerdotes que los convencieron de alistarse en el ejército sin injuriarlos o golpearlos. Investigué en todas las fuentes a mi alcance, y aunque confirmé que estos incidentes ocurrieron, nunca hallé muestras de los supuestos informes de la policía, y comprendí que si quería leer esos expedientes tendría que escribirlos yo mismo. Así que desde el 2002 me he dedicado a imaginar los reportes que la policía parisina habría reunido sobre los miembros más distinguidos del grupo, basándome en hechos comprobables, contados por los biógrafos y estudiosos de los artistas, pero modificados por la percepción de mis personajes. En el mundo de la ficción literaria la información nunca es suficiente para darle vida a una novela: probé con todo tipo de estrategias y ninguna funcionó hasta que apareció un ser que tenía motivos de vida o muerte para infiltrar al movimiento surrealista: Pierre Le Noir, el detective que vive tres historias, cada vez más tenebrosas.
¿Cuál consideras que es la vigencia del surrealismo en nuestros días?, ¿qué te ha aportado a ti?
La aportación del surrealismo es tan grande que a más de 100 años de distancia, nuestra imaginación sigue bajo la influencia de sus poemas, relatos, pinturas, esculturas y películas, y aún pensamos en los mismos términos que ellos cuando escuchamos la palabra amor, la palabra poesía, la palabra libertad, tres palabras que fueron los motores de todo el movimiento. Para explicarnos el misterio del deseo aún recurrimos a términos como “el amor loco” o “la belleza convulsiva”.
Los surrealistas, Breton a la cabeza, se propusieron vaciar de su significado oficial a las palabras importantes y buscar que recuperaran su significado original
Martín Solares, novelista
Me propuse entender qué unió a artistas tan disímiles, además de la rabia contra sus ancestros, y encontré que los surrealistas se propusieron limpiar el idioma del veneno nacionalista y patriotero que los políticos le habían inyectado durante años. Todos ellos, Breton a la cabeza, se propusieron vaciar de su significado oficial a las palabras importantes y buscar que recuperaran su significado original.
Otra de las mayores creaciones del surrealismo y de las menos conocidas son los libros de memorias de sus integrantes, tan simpáticos y desconcertantes que fundan un género literario aparte, donde se revelan los motivos que llevaron a estos artistas a arriesgar sus vidas con tal de crear una gran obra artística. Me fascina la naturalidad con que estos creadores contaban las enormes transgresiones que cometieron y me propuse usar ese tono para contar estas novelas. Los capítulos que más disfruté son aquellos en que Aragon, Max Ernst, Robert Desnos o Breton se sinceran y hablan de sus mayores travesuras o de los enigmas que siguieron.
¿Cuál es el enigma que obsesiona a los personajes de Cómo vi a la Mujer Desnuda…?
La aparición de un fantasma. Como en el caso de las primeras dos aventuras del detective Pierre Le Noir, una de las razones por las que escribí esta novela fue un cuadro de Magritte exquisito, que puede interpretarse como el relato de un hecho sobrenatural en torno a las sesiones de hipnotismo de André Breton, el interés por el Más Allá de los miembros destacados del grupo, y un suceso que conmocionó a Breton luego de una de las sesiones de escritura automática.
Sabía que a Breton no le agradaban las novelas porque le parecían relatos planos y complacientes, hechos para anestesiar la imaginación de los lectores e inhibir su capacidad para sublevarse, y que llegó a expulsar del movimiento a los colegas que se atrevieron a escribirlas, pero también dio su brazo a torcer y escribió unos cuantos relatos largos magníficos, acaso porque para contar ciertas cosas se necesita escribir una novela.
A partir de Los minutos negros (2006) y No manden flores (2015), tus dos primeras novelas, y a través de esta trilogía, has explorado variantes del género negro. ¿Qué te da la novela policiaca que no te dan otros géneros, como el cuento?
Si exceptuamos a las novelas en forma de acertijo, que pierden todo su interés en cuanto averiguas quién es el culpable, la novela negra representa un gran desafío artístico, en la medida en que vuelve transparente los secretos de la vida humana, como ocurre cuando leemos a Antonio Tabucchi, a Cormac McCarthy, a Friedrich Dürrenmatt, a Leonardo Sciascia, a Georges Simenon, a Paul Auster o a Olga Tokarczuk.
Estas ganas de cambiar la forma de las novelas se la debo a la estructura inalterable de la novela policial
Martín Solares, autor de "Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque"
Aunque siempre tuve la intención de contar cómo se vive en mi ciudad natal, soy incapaz de ir en línea recta, y en lugar de novelas policiacas convencionales, he escrito novelas sobre policías: incluyo largas historias dentro de la historia, persigo digresiones y relatos que se alejan del tema central, me sumerjo en las pesadillas o profecías que imaginan mis personajes, y regreso a la historia del inicio. Estas ganas de cambiar la forma de las novelas se la debo a la estructura inalterable de la novela policial. Por si la investigación y la imaginación no fueran suficientes, durante la última revisión de la novela un ingrediente llegó a mi vida para enriquecer mi percepción. La epidemia de Covid renovó nuestra capacidad para describir la realidad en términos surrealistas. Cuando pierdes el sentido del gusto, cada bocado es desastroso como experiencia gastronómica pero muy inspirador para la búsqueda de metáforas: para describir los sabores más cotidianos tienes que usar todo tu ingenio: “Esta barra de chocolate me sabe a mantequilla pintada”, “El pan de caja es un caso de aserrín compactado”, “Si lo miras con atención, el vino se convierte en agua de Jamaica”, “La salsa de chile verde equivale a subir por la cresta de una ola hecha por navajas de afeitar congeladas”. Escribí en esas circunstancias, irritado y viviendo las metáforas surrealistas durante varios meses hasta que mi personaje salió del laberinto y encontré el final de la trama.
Para asegurarme de que no era el Covid quien escribió la novela, sino yo, la di a leer a dos decenas de colegas y la tuve guardada dos años, hasta que comprendí que estaba terminada. Me costó trabajo despedirme de ella porque con su publicación se cierra una etapa en mi vida, en la que tenía un pretexto para vivir en el París de los años 20. Ahora uso nuevas cartas de navegación y estoy trabajando en una nueva novela.
El humor es un ingrediente de tus libros, lo cual me hace pensar en el humor que le imprimía un autor clásico del género policiaco como Raymond Chandler a sus relatos.
Las novelas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett fueron decisivas en mi vida de lector: esa elegancia, esa manera de llenar las escenas de tensión, como si los personajes estuvieran sentados sobre barriles de pólvora. Pero mientras el humor de Chandler se volvió un procedimiento mecánico para muchos de sus seguidores, las aportaciones literarias de Hammett siguen tan vigentes como el día de su publicación, ya que no son tan fáciles de igualar.
Hammett nos enseñó a advertir las diversas capas de mentiras con que nos topamos todos los días, o bien, de las ficciones de segunda mano, repetidas por doquier.
Martín Solares, escritor y crítico literario
En Chandler, el humor es el condimento de una historia trágica, y quizás esa mezcla sea su aportación más influyente, mientras que Hammett nos heredó recetas deslumbrantes, realizadas con una técnica tan innovadora y eficaz que asegura su supervivencia. En la historia de la narrativa policial, Edgar Allan Poe y Conan Doyle descubrieron el combate entre la luz y la oscuridad, pero Hammett inventó los colores primarios de la novela negra: la invención de los falsos culpables, el furor con el que perseguimos seres imaginarios, las técnicas para dividir a la población y lograr que se enfrente a muerte con sus semejantes. Con su habilidad para reconocer las diversas conspiraciones que conforman la naturaleza de una sociedad, y con su destreza para indicar de qué manera se tejen los lazos criminales, a veces indisolubles, en todo tipo de relaciones humanas, Hammett nos enseñó a advertir las diversas capas de mentiras con que nos topamos todos los días, o bien, de las ficciones de segunda mano, repetidas por doquier. Si Hammett viviera, estaría contando cómo opera la curiosa variante de la justicia actual. En lugar de perseguir a los delincuentes más siniestros que asolan a la gente común, vemos cómo la política crea o revive antiguos cargos contra los delincuentes de cuello blanco, a fin de obligarlos a seguir instrucciones de los gobernantes en turno. Si aprendí una cosa al escribir Los minutos negros y No manden flores es que no se necesita investigar mucho para encontrar historias inquietantes sobre los encargados de aplicar la justicia. En América Latina la verdad está siempre ahí, al alcance de la mano; nunca falta alguien que desea dar un testimonio de lo que en verdad ocurrió, pero muchos prefieren que se cubra cada tragedia con tantas capas de mentiras como sea necesario.
Dice el cliché, tras la visita que hizo Breton a México en 1938, que el nuestro es un país surrealista. ¿Consideras que esta afirmación se sostiene en los tiempos violentos y globalizados del México actual?
Hay un libro de Fabienne Bradú, breve y sustancioso, que cuenta la estancia mexicana de Breton y demuestra que el líder del surrealismo nunca dijo exactamente esas palabras, aunque se hayan repetido mil veces para celebrar la singularidad del país. Si era muy cuestionable asegurar que hay una sola manera de ser mexicano a finales del siglo XX, a principios del XXI se ha vuelto peligroso, sobre todo en estos momentos tan cargados de odio, en que los gobernantes y la oposición han insistido en crear dos bandos inconciliables, que se atacan de la noche a la mañana, y a los cuales les falta muy poco para asumir vías más incendiarias y reprobables. Me resisto a entender mi país en términos de chairos o fifís, y a dejar de pensar porque todo el mundo acepte esta clasificación. Si algo nos enseña la literatura es a pensar desde el punto de vista de los otros, tanto de los vencidos como de los tiranos, y algo de humanidad nos devuelve la lectura, mientras que los discursos de odio atentan contra toda la sociedad.
En la novela, la mucha claridad mata la sorpresa y hace que los giros del destino se vuelvan predecibles; a los novelistas nos vienen mejor la niebla
Martín Solares, Premio José Revueltas de Ensayo
En Cómo dibujar una novela (2014) afirmas que, a diferencia de la prosa vertical del cuento, la novela es prosa horizontal, que se eleva cada que nos preguntamos: “¿y ahora qué va a pasar?”. ¿Qué tipo de prosa es la que usas en Cómo vi a la Mujer Desnuda…?
Por fortuna no descubrí la forma desde el principio, y me beneficié de esa oscuridad. Una de las diferencias esenciales entre la imaginación de los guionistas de cine y la de los narradores literarios es que ellos pueden conocer de antemano la gran mayoría de los eventos y detalles que ocurren en sus historias, mientras que para los novelistas y los cuentistas es mejor avanzar por la oscuridad total con una linterna que ilumine una frase a la vez, como si avanzáramos por el interior de una ballena. En la novela, la mucha claridad mata la sorpresa y hace que los giros del destino se vuelvan predecibles; a los novelistas nos vienen mejor la niebla, la lluvia, los truenos y todas las formas de la incertidumbre.
Dicen los cuentistas que cuando escriben un relato lo primero que imaginamos es el principio y el final, y que nuestra labor consiste en averiguar qué hay en medio. Las novelas que forman esta trilogía fueron como montañas para mí. Cuando empezaba la primera comprendí que allá adelante me esperaban otras dos más, más altas y complejas, y que necesitaría toda la ayuda posible.
La realidad me ayudó a escribir esta novela. Al principio de la pandemia, las sirenas de las ambulancias se oían buena parte de la noche. Mis hijos, que tenían dificultades para dormir, me pedían que les contara un cuento. Yo estaba cansadísimo, pero rara vez me negué. Ahí descubrí por qué necesitamos las ficciones. La única manera de ordenar nuestra vida consiste en apagar la luz y contarnos la experiencia del día. Y de ser posible: contarnos historias sobre otros tiempos y lugares, en donde se viven aventuras fascinantes, que nos sacan de esta realidad.
Mientras que el cuento es el mejor instrumento que tenemos para registrar el momento en que un personaje abre los ojos, las aventuras con que buscamos vencer al destino cientos de veces caben mejor en el espacio de una novela. Los cuentos creen en la existencia de ese ser implacable al que llamamos destino, pero una buena novela es profundamente atea, y está hecha para desafiarlo.