Auður Ava Ólafsdóttir (Reikiavik, 1958) se ha convertido en un referente de la narrativa islandesa actual con obras como La mujer es una isla, La escritora y La verdad sobre la luz, cuya prosa da muestra de un marcado lirismo que evoca los paisajes de su isla natal, tierra volcánica sujeta a las fuerzas extremas de la naturaleza, entre las que destacan las ventiscas y nevadas; los sismos y poderosos géiseres, sin obviar la fragilidad de las fronteras entre la luz y la oscuridad, por su irrevocable vecindad con el casquete polar.

Y este es el escenario de La verdad sobre la luz (Alfaguara, 2024, traducción de Fabio Teixidó), novela que recrea la fábula de las comadronas islandesas o “maestras de la luz”, cuya función ancestral ha sido facilitar, con sus manos expertas, el alumbramiento de los bebés en las granjas y hospitales, a lo largo de un periplo histórico donde la perspectiva sobre los dos acontecimientos más importantes del ser humano (nacimiento y muerte) se ha enriquecido con las miradas mágicas, religiosas, filosóficas y científicas, sin que por ello pierdan su halo de misterio.

La narración está a cargo de Dýja, la joven matrona que pertenece a un largo linaje de parteras, entre las que destaca su tía abuela Fífa. De ella hereda el oficio y también una especie de filosofía de la vida que se decanta en una serie de manuscritos fragmentarios y desordenados que logra agrupar en “Vida animal. Estudio sobre las aptitudes del animal humano”, “Azar” y “La verdad sobre la luz”. Destaca en este almanaque el pesimismo sobre el futuro de la humanidad y la creencia, entre gozosa y nostálgica, de que las fuerzas naturales habrán de eliminar al Homo sapienspara restablecer el equilibrio perdido.

La recuperación de la memoria está simbolizada en la obra por el viaje al pasado, a través de las retrospecciones y la recreación de las vidas de algunas mujeres sabias del ámbito rural islandés, quienes desafiaban la oscuridad de las ventiscas y nevadas para dar paso a la luz, en una especie de escisión luminosa que pareciera un acto de creación del universo, como se expresa en la mitología clásica.

Otro elemento estructural de La verdad sobre la luz es la fragmentariedad discursiva que se observa en el uso de los paratextos, pues al comienzo se incluye el resultado de una encuesta al pueblo respecto a cuál es la palabra más bonita del idioma danés, la cual resulta ser ljósmóðir o “madre de la luz”. A lo anterior se une la abundante intertextualidad en la que se citan pasajes de la obra de la tía Fífa y de otros personajes como Blaise Pascal, Borges, San Agustín o bien se alude a teorías científicas sobre aspectos del clima, la medicina o la naturaleza de la luz.

Desde luego, son múltiples los vínculos de la novela con los preconstruidos de la cultura occidental. Uno de ellos es la alusión velada a la mayéutica de Sócrates, ya que su método de enseñanza implica un alumbramiento: él ayuda a parir ideas, a la manera de su madre Fenáreta, la partera. Del mismo modo, es amplio el simbolismo de la luz como principio de la creación, ya que la comadrona, como el dios creador, ahuyenta la oscuridad a través de la luz.

La verdad sobre la luz es una novela poética que recrea el instante primero del ser humano: su caída de la noche al día o de la eternidad al instante del tiempo histórico. Vale la pena leerla como una bella metáfora.

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