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Emma Cline (California, 1989) es autora de dos obras: Las chicas (2016), inspirada en la secta mesiánica de Charles Manson, y La invitada (Anagrama, 2024, traducción de Inga Pellisa), que narra las peripecias de una joven sexoservidora de 22 años. Ambas novelas han sido elogiadas por su prosa fluida y poética, llena de tensiones emocionales que superan los límites de la moral para presentar, ante el lector, una serie de paisajes donde contrastan la belleza y la oscuridad.
La invitada nos presenta la historia de una mujer hábil en el arte de la seducción, que ha perdido los lazos familiares y se enfrenta a una sociedad sumida en el lujo y el egoísmo, ajena a los vínculos solidarios y a una perspectiva humana que podría darle sentido a su modo de ser y estar en el mundo. Este tipo de personas acaudaladas parecen vivir en una "orgía perpetua" que ritualiza los placeres y siembra el vacío existencial en cada uno de los glamorosos mendicantes.
En este entorno, Alex hace una pausa en sus citas con hombres de diversa índole para mantener una relación estable con Simon, un personaje excéntrico que la introduce en la sociedad adinerada, solo para luego echarla de su casa por una semana, con la promesa de volver a verla después. Esta larga y agotadora semana representa el corazón de la novela, pues da forma a su estructura episódica, como un viaje en el cual la protagonista se relaciona con otros personajes para sobrevivir, alimentada únicamente por la frágil esperanza de regresar con Simon.
Desde luego, existen numerosos ejemplos de obras cuya estructura se debe al desplazamiento de los personajes para el desarrollo de la trama. En principio, debemos recordar El Quijote, las novelas picarescas y Las aventuras de Huckleberry Finn (Mark Twain, 1884); luego podemos mencionar textos más cercanos a nuestra autora, como En el camino (Jack Kerouac, 1957), Hacia rutas salvajes(Jon Krakauer, 1996) y La carretera (Cormac McCarthy, 2006).
Sumado al motivo del viaje, el manejo del tiempo aparece como un elemento clave que detona las tensiones en cada uno de los episodios, ya que la protagonista hace un cálculo minucioso de los días y las horas que la separan de su ansiado encuentro con el amante perdido. Leamos este pasaje: “No hacía ni una semana que se había marchado de casa de Simon. ¿Era posible eso? ¿Era capaz de contar los días que habían pasado? No sin esfuerzo. El día que se fue de casa de Simon era martes. Hoy era sábado. El tiempo había empezado a parecerle un poco difuso, un poco irreal.”
De esta manera, el movimiento del personaje nos recuerda el famoso cronotopo de Mijaíl Bajtín, quien definió este recurso literario como la asimilación artística del tiempo y el espacio en la estructura novelística, cuestión que Emma Cline maneja de manera extraordinaria. Desde luego, hay obras memorables donde el tiempo se convierte en el verdadero protagonista de la trama. Por ahora, recuperemos dos cuentos: “El milagro secreto” de Borges y “¿Qué hora es...?” de Elena Garro.
La invitada es una excelente novela y una metáfora de la esperanza, una esperanza que se nutre del deseo de "esperar" que las cosas sucedan, pese a la certeza del fracaso inminente. Al terminar de leerla, nos queda una opresión en el pecho.