Escéptico que soy, hechos recientes me han devuelto la esperanza de que, contra los comentarios fatalistas que ponen fecha de caducidad inminente a ese magno espectáculo que es la Ópera, vamos a seguir disfrutando de ella por un buen rato. Mayo ha sido pródigo: en lo que va del mes, distintos foros capitalinos han brindado opciones por demás diversas.

Empezamos con L’enfant et les sortilèges, de Ravel, escenificada en el Teatro de las Artes del Cenart los días 7 y 9; en estas páginas di cuenta de ella el domingo 11, día en el que me fue imposible llegar al Teatro de la Ciudad para conocer la ópera I’m a dreamer who no longer dreams, de Jorge Sosa, que contó con Alberto Alonzo en el podio y el trazo escénico de Ragnar Conde. Del Rigoletto que tuvo lugar en Bellas Artes vi por streaming la función inaugural, asistí a dos de sus cinco representaciones, les compartí la semana pasada mis impresiones, y para cerrar este periplo operístico, hoy vamos a hablar del clásico mozartiano que me hizo volver al Cenart para disfrutar la cuarta y última función de Le nozze di Figaro.

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Crédito: Secretaría de Cultura
Crédito: Secretaría de Cultura

 Cuando vemos llegar a escena esfuerzos tan desequilibrados, como el Rigoletto recién consignado, en que a la probidad musical se contrapone la incompetencia de un equipo que evidencia su ignorancia y falta de oficio al pretender pecar de creativo (si tienen tanta imaginación, ¿por qué no la emplean mejor intentando disimular la pobreza presupuestal?), es cuando más valoro los esfuerzos que realiza la iniciativa privada por formar profesionales de la Ópera. Sí, Bellas Artes tiene su Estudio de la Ópera (EOBA), pero, hasta hace muy poco, se enfocaba en formar cantantes que no pasaban de realizar funcioncitas lamentables en espacios poco propicios, o incursionar como eventuales partiquinos en alguna función en el Blanquito.

Felizmente, estas páginas han dado cuenta de las veces que he ponderado el trabajo que realizan el México Opera Studio, que a un lustro de su fundación ha presentado más de quince títulos al público regiomontano. Las producciones generadas por la Filarmónica de las Artes son otro ejemplo de una exitosa visión empresarial, y en el ámbito de la educación privada, tenemos una rara avis, cuya visión holística condensó Gabriel Pliego, su decano, en el programa de su más reciente apuesta lírica:

“En la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Panamericana somos conscientes de que enseñar canto, un instrumento o la teoría musical no es suficiente para la formación universitaria de los músicos. Estos futuros profesionistas necesitan experiencias directas, reales y específicas que los acerquen a la realidad de la industria musical. Resulta irremplazable que nuestros estudiantes participen de todos los componentes de la producción de una ópera, incluyendo el desarrollo vocal, orquestal, escénico, dramático e histórico, tal y como se realiza en una compañía profesional”.

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Obviamente, para ello se requiere un profesorado que, además de contar con una sólida formación académica, se haya curtido en la práctica. Por eso, cuando vemos que la dirección músico vocal recae en una cantante tan experimentada como Gabriela Herrera y la puesta en escena está a cargo de Miguel Santa Rita y Mauricio García Lozano, a quienes tantas puestas memorables les debemos, tenemos la certeza de que “van a lo seguro”. Ése es el plus de la UP. Ése, y contar con su orquesta y coro propios, conformados por alumnos que van de los 15 a los 20 años y respondieron decidida y afinadamente a la batuta de Luis Manuel Sánchez. Ya tendré oportunidad de ver a Mariano García Valladares, quien por ser uno de sus egresados más talentosos dirigió la primera función, realizada el jueves 15.

Sin llegar al entusiasmo extremo de la mamá de uno de los participantes, que le repetía a quien pudiera que este montaje de Las Bodas de Fígaro “era digno del Met”, no me sorprende que, tras padecer la escenografía, los trapos y las epilépticas convulsiones cometidas por Auda Caraza, Carlo Demichelis, Raúl Taméz y Rodrigo González en Rigoletto, ya estaba yo afirmando cual tía solterona o señorita decimonónica que, lo que acabábamos de ver, había sido “de muy buen gusto”.

Pero como disto de ser señorita, y mucho menos decimonónica, lo menos que puedo es felicitarlos: por muy estudiantil que sea de facto, el resultado fue sumamente profesional. Serio… por bufo que sea este título. Qué buen trabajo hizo Mario Marín del Río, él diseñó un vestuario sencillo y apegado a la época, así como los paneles que, deslizándose desde arriba o hacia los lados, propiciaban el entorno idóneo para cada acto. Vivian Cruz fue la responsable del movimiento –ágil, y particularmente lograda su resolución de la escena de la boda- e Ingrid SAC de la iluminación, que cumplió a secas. Ahí sí: justo es precisar que la iluminación de Víctor Zapatero para Rigoletto, dramática y plena de relieves, fue de lo poco visualmente rescatable en dicha puesta.

Auxiliada por Valeriia Prokofieva, quien además de haber sido la pianista repasadora fungió como clavecinista acompañante durante los recitativos, Gabriela Herrera preparó dos elencos para Las Bodas de Fígaro y hay que reconocerle que no es lo mismo tener “carta blanca” y contratar a los profesionales indicados, que descubrir en jóvenes cuyas voces están todavía en formación quién posee la más indicada para cada rol; y aunque lo ideal habría sido trabajar con lo que hay, tomó la sabia decisión de invitar a algunos profesionales. Es mejor contar con ellos, que asignar prematuramente a un alumno un rol que podría dañar su instrumento. Entre estos me tocó escuchar a Jacinta Barbachano (Cherubino), Eva María Santana (Marcellina) y Rodrigo Urrutia, cuya vis cómica enriqueció enormemente a su Don Bartolo. Incluirlos en el elenco del domingo 18 logró un afortunado equilibrio.

Ese día, Ruth Trujeque asumió el rol de Susanna; los condes de Almaviva fueron Yair Betancourt y Cristina Nakad, quien aprovechó la oportunidad para lucirse durante Porgi amor, su cavatina. Sebastián Witmosser ha dejado de ser una promesa. ¡Cuánto ha avanzado de aquel Don Giovanni producido por la UP en el que le escuchamos en 2022! Desde que entonó Non più andrai, farfallone amoroso… en el primer acto, su Fígaro fue ejemplo de gracia, fraseo y apego estilístico.

Dicen que “por sus frutos los conoceréis”, y que el prestigiado Instituto Curtis de Filadelfia recién le haya concedido a Witmosser una de sus muy codiciadas becas confirma que, además de enseñarles el oficio, algo están haciendo muy bien en la Escuela de Bellas Artes de la UP.

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