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Hagamos un paréntesis para dedicarle un par de lecciones a la religión. Entiendo la religión como una asignatura que todos debemos aprender bajo el concepto de “Historia de la humanidad”. Dejemos a Dios a un lado por el momento y pensemos en la religión como un sistema de creencias y prácticas que gira en torno a lo trascendental [a lo que está más allá de nosotros, a lo metafísico]. Esta ha sido una de las fuerzas más poderosas y controvertidas en la historia. Surgió en los albores de la civilización como una forma de dar sentido al mundo, de explicar los fenómenos naturales y de establecer normas para la convivencia social. Sin embargo, su influencia ha sido profundamente ambivalente: al mismo tiempo que ha inspirado grandes logros culturales y artísticos, también ha justificado guerras, persecuciones y opresión.
El origen de la religión se remonta a las sociedades primitivas, donde los humanos intentaron comprender el universo a través de la personificación de las fuerzas naturales. Los mitos de creación, presentes en culturas de todo el mundo, reflejan la necesidad de explicar el origen de la vida y el cosmos. Desde los panteones politeístas de Mesopotamia y Egipto hasta las creencias animistas de las tribus africanas y americanas, las primeras religiones ofrecían un marco para entender el caos y establecer un orden moral.
Sin embargo, estas mismas religiones o sistemas de creencias pronto se convirtieron en herramientas de poder. En el antiguo Egipto, los faraones se presentaban como encarnaciones de los dioses, consolidando su autoridad divina. En Mesopotamia, los reyes utilizaban a los sacerdotes como intermediarios entre ellos y los dioses, justificando así sus mandatos. Este patrón se repitió en civilizaciones posteriores: los emperadores romanos, los califas islámicos y los monarcas cristianos europeos reclamaron una conexión especial con lo divino para legitimar sus gobiernos.
La religión no solo fue un medio de control interno, sino también una excusa para la guerra. Las Cruzadas, iniciadas en el siglo XI, son un ejemplo emblemático de cómo la religión se utilizó para justificar la conquista y el derramamiento de sangre. Bajo el pretexto de recuperar Tierra Santa, los ejércitos cristianos devastaron regiones enteras, saquearon ciudades y masacraron poblaciones, bajo el lema “así lo quiere Dios”. Del mismo modo, la yihad, entendida como "esfuerzo en el camino de Dios" en el Islam, ha sido interpretada por algunos como una licencia para la violencia y la expansión política.
La Reforma Protestante del siglo XVI marcó otro momento de gran tensión religiosa. Lo que comenzó como una crítica al catolicismo por parte de Martín Lutero y otros reformadores derivó en guerras religiosas que devastaron Europa. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue uno de los conflictos más sangrientos de la historia europea, dejando miles de muertos y marcando un punto de inflexión en la relación entre religión y política.
Las religiones también han desempeñado un papel crucial en la colonización. La conquista de América por parte de los europeos fue acompañada por una misión religiosa que buscaba convertir a los pueblos indígenas al cristianismo. Los sacerdotes franciscanos, jesuitas y dominicos participaron activamente en la imposición cultural, destruyendo templos y tradiciones milenarias bajo el pretexto de salvar almas. Este proceso no solo resultó en un genocidio cultural, sino también en una explotación económica y social brutal.
El papel de la religión en la política no se limita al pasado. En el siglo XX, el conflicto entre musulmanes y judíos en Palestina se intensificó tras la creación del Estado de Israel en 1948. Aunque las raíces del conflicto son también políticas y territoriales, las diferencias religiosas han alimentado el odio y perpetuado la violencia. Por otro lado, en la India, el ascenso del nacionalismo hindú ha generado tensiones entre hindúes y musulmanes, exacerbando la discriminación y la violencia sectaria.
Es imposible ignorar cómo las religiones han perpetuado sistemas de opresión. En la Europa medieval, la Iglesia católica persiguió a los herejes y brujas, consolidando su dominio a través del miedo. Durante siglos, las mujeres fueron relegadas a un papel subordinado, justificándolo con textos religiosos que promovían la superioridad masculina. Incluso hoy en día, en países como Arabia Saudita, las leyes basadas en la interpretación estricta de la sharia limitan los derechos de las mujeres y las minorías.
El impacto de la religión en la ciencia y el conocimiento también ha sido problemático. Durante siglos, la Iglesia católica se opuso al avance científico, llegando al extremo de condenar a Galileo Galilei por defender la teoría heliocéntrica. Esta resistencia al cambio no fue exclusiva del cristianismo: en muchas culturas, las doctrinas religiosas han retrasado la aceptación de ideas innovadoras, privilegiando la tradición sobre la evidencia.
Sin embargo, no se puede negar que la religión también ha inspirado grandes logros culturales. Desde las imponentes catedrales góticas de Europa hasta los delicados templos budistas de Asia, las creencias religiosas han dado lugar a algunas de las obras de arte y arquitectura más impresionantes de la humanidad. A pesar de estos logros, la religión sigue siendo un terreno fértil para el conflicto y la división. En el mundo contemporáneo, la radicalización religiosa ha dado lugar a grupos extremistas como Al Qaeda, ISIS y Boko Haram, cuyas acciones terroristas han cobrado la vida de miles de personas. Estos movimientos explotan la religión para justificar su violencia, desafiando la idea de que la fe es intrínsecamente benéfica.
Así pues, la religión es un fenómeno complejo que ha moldeado profundamente la historia de la humanidad. Ha sido una fuente de consuelo y esperanza, pero también una herramienta de control y destrucción. Su influencia en la política, la cultura y la sociedad es innegable, pero su papel en perpetuar la violencia y la desigualdad no puede ser ignorado.