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Quise hacer un espacio para abordar este tema que, a lo largo de décadas, enloquece a un sinfín de estudiantes y pensadores, escritores en general. Pareciera que la frase salida de La gaya ciencia de Friedrich Nietzsche es el “abracadabra” del pensamiento del siglo XX. No lo digo como burla, sino que esta expresión del filósofo se convirtió en una suerte de declaración absolutista que puede “concluir” o “concluía” cualquier intercambio de ideas entre pares. No obstante, vale la pena hacer un recuento de la herencia de esta declaración del filósofo alemán.
Esta conocida proclamación de Friedrich Nietzsche sobre la “muerte de Dios” no debe entenderse como un evento aislado, sino como la culminación de un largo proceso intelectual que transformó la concepción de lo divino en el pensamiento occidental. Desde el Renacimiento hasta la modernidad, diversas corrientes filosóficas, científicas y culturales contribuyeron a erosionar la noción tradicional de Dios, desencadenando una crisis de sentido que aún resuena en la filosofía contemporánea. El Renacimiento marcó el inicio de un cambio profundo en la cosmovisión occidental, al poner al ser humano en el centro del discurso intelectual y artístico. Este período, caracterizado por un renovado interés en la antigüedad clásica y el humanismo, comenzó a cuestionar la autoridad teológica medieval, que había dominado el pensamiento europeo durante siglos.
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Figuras como Marsilio Ficino y Giovanni Pico della Mirandola desempeñaron un papel crucial en este proceso. Ficino, al traducir y reinterpretar a Platón, propuso una síntesis neoplatónica que intelectualizaba la noción de Dios, alejándose del concepto de un ser personal y providencial propio del cristianismo medieval. En su obra Theologia Platonica, Ficino presentó a Dios como una entidad más abstracta, accesible a través de la contemplación filosófica, lo que implicaba un primer distanciamiento de la ortodoxia religiosa. Pico della Mirandola, en su Discurso sobre la dignidad del hombre, elevó la condición humana a un estatus casi divino. Al describir al hombre como un ser capaz de moldear su propio destino mediante la libertad y la razón, Pico desafió implícitamente la idea de una humanidad subordinada exclusivamente a la voluntad divina. Su visión antropocéntrica sugería que el ser humano no solo era un reflejo de Dios, sino también un creador activo de su propio mundo, lo que sembró las bases para un pensamiento autónomo.
Otro pensador renacentista relevante, Nicolás de Cusa, otro de los filósofos que ya hemos revisado, introdujo el concepto de la docta ignorantia [ignorancia aprendida], argumentando que la verdadera comprensión de Dios radica en aceptar nuestro desconocimiento de dicha idea. Al proponer que las categorías racionales humanas eran insuficientes para abarcar la infinitud divina, Cusa anticipó las crisis epistemológicas que surgirían en siglos posteriores. Aunque estas ideas aún se desarrollaban dentro de un marco cristiano, representaron los primeros pasos hacia una redefinición de lo divino que prioriza la razón y la experiencia humana sobre la autoridad teológica tradicional.
Pronto en la historia de la humanidad, el arribo de una de tantas revoluciones científicas trajo consigo la revolución científica, un movimiento que transformó radicalmente la comprensión del cosmos y, con ello, la concepción de Dios. La obra de Nicolás Copérnico, con su modelo heliocéntrico, desplazó a la Tierra del centro del universo, desafiando la cosmovisión geocéntrica respaldada por la Iglesia. Galileo Galilei, al defender el heliocentrismo y emplear métodos empíricos, consolidó la idea de que el universo podía comprenderse mediante la observación y el razonamiento, más allá de las escrituras. Isaac Newton, con su descripción de un cosmos regido por leyes matemáticas universales, llevó esta transformación aún más lejos, presentando un universo ordenado y predecible que parecía funcionar sin la intervención constante de un Dios providencial; y en todo caso Dios mismo era predecible en su accionar divino.
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Este nuevo paradigma científico plantea preguntas inquietantes: si el universo operaba según leyes naturales, ¿cuál era el papel de Dios? La respuesta de muchos pensadores de la época fue el deísmo, una corriente que reconceptualiza a Dios como un relojero que había creado el cosmos y establecido sus leyes, pero que no intervenía en los asuntos humanos. Voltaire, influenciado por Newton, fue uno de los principales defensores de esta idea. En sus escritos, como Cartas filosóficas, abogó por una religión racional que despojaba a Dios de los atributos personales y emocionales del cristianismo tradicional, reduciéndolo a un principio cosmológico abstracto. Este cambio marcó un punto de inflexión, ya que la divinidad dejó de ser un agente activo en el mundo para convertirse en una causa primera distante.
Mi opinión sobre este tema es muy sencilla: en lo personal Dios es el universo en sí mismo, si Dios es todopoderoso, está en todas partes y concentra al universo en sí mismo… no hay mucho que decir y si somos materia regresamos al universo. Pero queda el misterio del influjo de la vida.
Así pues, el maestro Immanuel Kant en el siglo XVIII dio un nuevo golpe a la concepción tradicional de Dios; éste examinó los límites del conocimiento humano y llegó a una conclusión devastadora para la teología racional: las pruebas tradicionales de la existencia de Dios [la ontológica, la cosmológica y la físico-teológica] eran lógicamente inválidas. Según Kant, estas pruebas dependían de supuestos metafísicos que excedían los límites de la razón humana, que solo puede conocer los fenómenos [lo que aparece en la experiencia] y no los noúmenos [las cosas en sí mismas, como Dios]. Al relegar a Dios al ámbito de lo indescifrable, Kant socavó la posibilidad de fundamentar la existencia divina en argumentos racionales. La distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno transformó a Dios en una idea regulativa, más que en una entidad demostrable, preparando el terreno para interpretaciones posteriores que lo consideran una construcción humana.
Hasta aquí esta primera entrega, reafirmo lo que en otras ocasiones he puntualizado, las religiones, todas, deben ser estudiadas, pero como una historia de la humanidad que nos permita conocernos son peligros de conflictos que nos lleven a la muerte.