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¿Cuál fue la investigación que Gabriel García Márquez realizó, y quiénes lo asesoraron, para conseguir relatar con detalle, y con la estructura y la jerga apropiadas, el informe de la autopsia de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada?, ¿cómo supo utilizar el lenguaje y los tratamientos propios del siglo XVII en El amor y otros demonios?, ¿qué tuvo que aprender para hacer verosímil el suicidio por inhalación de cianuro del fotógrafo Jeremiah de Saint-Amour en El amor en los tiempos del cólera?
A lo largo de la obra literaria del Premio Nobel colombiano aparecen referencias a los médicos, la medicina, el dolor, la enfermedad, la muerte, el delirio, los remedios con plantas, la desmemoria y la decrepitud. Cada referencia tiene atrás una investigación con profesionales de muchos campos de la medicina; cada personaje tiene asidero en uno o varios médicos que él conoció en su infancia o en otras etapas de su vida.
De esas historias, así como de los médicos que en Colombia, México, Cuba y otros países lo ayudaron, de cómo nacen de la realidad los personajes de sus libros, y de todo lo que está relacionado con la medicina en su obra literaria, trata el libro Los médicos de Macondo, del doctor en Medicina y antropólogo forense español Juan Valentín Fernández de la Gala.
Los médicos de Macondo. La medicina en la obra literaria de Gabriel García Márquez es una investigación de 650 páginas a la que Fernández de la Gala dedicó más de siete años; fue primero su tesis de doctorado y después la adaptó para la versión que ha publicado este año el Centro Gabo en Colombia.
La primera parte del libro de Fernández de la Gala se refiere a los médicos, y contiene dos subsecciones: una que intenta ver qué doctor real existió detrás de cada uno de los personajes que construyó García Márquez, y otra que busca encontrar a quién ayudó al escritor a construir esos pasajes. La segunda parte del libro analiza la enfermedad y las palabras que la nombran, los diagnósticos de recursos y la farmacopea en sus libros.
Lector de literatura en las tardes, tras sus clases de Medicina en las mañanas, el investigador de la Universidad de Cádiz cuenta desde España cómo hizo la investigación. Recuerda que fue hallando muchas referencias a la medicina que le atrajeron; sin embargo, cuando leyó el libro de Plinio Apuleyo Mendoza sobre García Márquez, El olor de la guayaba, le quedó muy claro que todo lo hay en la obra del narrador colombiano tiene un trasfondo real, aunque parezca inventado.
“Tuve que volver a leer la obra desde esa perspectiva. Y, efectivamente, detrás de cada médico encontramos un médico real. Gran parte del disfrute de este libro está en descubrir quién está detrás de Juvenal Urbino, en El amor en los tiempos del cólera, del Gitano Melquiades en Cien años de soledad o del doctor Octavio Giraldo, en El Coronel no tiene quien le escriba y La mala hora. Y luego fue buscar quién ayudó a Gabo a construir esos pasajes clínicos que de forma tan brillante supo desarrollar; pienso, por ejemplo, en el párrafo inicial de El amor en los tiempos del cólera cuando se describe una intoxicación por cianuro de Jeremiah de Saint-Amour; la descripción de los signos forenses en el cadáver es absolutamente magistral, parece extraída de un manual de toxicología.
“García Márquez tenía una habilidad extraordinaria para utilizar el léxico médico y para intentar recrear una época concreta, con las sonoridades propias; hay un trabajo extraordinario de documentación médica que creo que ha pasado totalmente desapercibido por los críticos”.
¿Cómo fue el trabajo de buscar los asesores que tuvo el escritor?
Me encontré con Gonzalo García Barcha, el hijo de García Márquez, y le pregunté qué médico asesoraba a su padre, y me desengañó. Me dijo que no tenía un médico que lo asesorara sino todo un equipo donde había pediatras, psiquiatras, médicos forenses, reumatólogos, médicos de atención primaria; que los llamaba de día y de noche, a horas intempestivas, para preguntarles cómo podía matar a alguien de una forma eficaz y que encajara con la ficción que tenía entre manos.
¿Cree usted que proviene del periodismo ese rigor y ese cuidado del más mínimo detalle?
Es probable que sea una manifestación más del rigor que los periodistas tienen en esas cuestiones. Gabo, en la materia médica, fue capaz de desarrollar ese rigor periodístico que tanto le caracterizaba. Pero hay otra cuestión: su padre, a pesar de ser inicialmente telegrafista, ejerció durante mucho tiempo como médico homeópata, y Mercedes Barcha era la hija del boticario de Magangué y Sucre. Otro elemento de su inquietud médica lo encontramos en el Liceo de Varones de Zipaquirá, donde tuvo un profesor de Anatomía, el doctor Álvaro Gaitán Nieto, que era además el médico forense de Zipaquirá y que invitaba a los estudiantes a las autopsias que practicaba en el cementerio.
Hablemos de algunos personajes médicos y de los ejemplos que usted encontró.
Uno de los personajes que más me ha llamado la atención es Juvenal Urbino, este médico que se formó en la Sorbona, en París, que fue alumno interno en el Hospital de la Pitié-Salpêtriére, que iba siempre vestido elegantísimamente, y que dejaba a su paso un aroma de agua de colonia de Farina; fue muy llamativo encontrar detrás de Juvenal a un médico cartagenero que se llama Henrique de la Vega, que se formó en la Sorbona y, por si fuera poco, tenía un pequeño zoológico en su casa, cosa de la que nos habla García Márquez en El amor en los tiempos del cólera. Lo curioso es que la hija del doctor Henrique de la Vega, Margarita, no creía que su padre estuviera detrás de Juvenal Urbino, hasta que en La Habana se encontró con Gabo y le dijo: “¿Cómo te pareció el retrato de tu padre qué hice en mi novela?” Juvenal es un personaje que hemos llamado quimérico porque, como en las quimeras de la mitología griega, está construido a retazos, con piezas de muchos otros personajes reales.
Usted hablaba de un médico mexicano en quien pudo inspirarse el escritor para crear a Melquiades
El que pensamos que está detrás de Melquiades es Augusto Fernández Guardiola, que fue un neurofisiólogo, profesor de la UNAM, y que creó una escuela de neurofisiología; él se dedicaba, en su laboratorio, a estudiar las conexiones que podía haber entre el insomnio y la amnesia; para eso utilizaba gatos a los que les colocaba electrodos y registraba su actividad cerebral en sus fases de sueño y en las de vigilia. Sus discípulos están convencidos de que él está detrás de Melquiades; él conectaba el insomnio con el olvido, que son las dos grandes epidemias que asolaron a Macondo durante la narración de Cien años de soledad.
Parece la medicina es un universo fascinante para García Márquez, y son definitorios los temas de la transformación del cuerpo, la vejez, la locura…
Es un eje que atraviesa toda la obra de García Márquez, especialmente en El otoño del patriarca, donde asistimos a la decrepitud y ruina personal del dictador. En La hojarasca se nos relata la vida del médico francés de Macondo, un personaje tan sólido que reaparecerá dos veces en Cien años de soledad, que está lleno también de las nubes grises de la depresión más sombría, de los delirios paranoicos de persecución. El médico que subyace en la realidad de este personaje es el doctor Barbosa, de Aracataca, que tenía su consultorio justo enfrente de la casa de los abuelos de Gabo.
Parece que la vida literaria y real se estuvieran mezclando todo el tiempo…
Absolutamente. He tenido constantemente esa impresión. A veces parecen calcos de la realidad. Pero creo que donde su rigor es más afilado es precisamente en los temas forenses. Sé que él contó en esto con el asesoramiento del doctor Danilo Bartulín, que fue el médico de Salvador Allende, y luego médico de cabecera de la familia García Barcha. El doctor Bartulín ahora se encuentra, un poco, como los personajes de Macondo, sumido en la neblina de la demencia senil. Me cuentan que lleva siempre en el bolsillo la foto donde aparece con Salvador Allende, en el Palacio de la Moneda, y que comprueba cada día que ahí la tiene, como una especie de mástil de náufrago, para asegurarse de que no se hunda en el mar de la desmemoria.
¿Cómo fue la investigación para el personaje de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada?
Lo sorprendente de esa historia es la maestría con que García Márquez es capaz de poner dentro de una novela un informe de autopsia, con toda su estructura canónica y con la jerga propia. A Gabo no le permitieron tener acceso a la autopsia; sé que lo asesoró Danilo Bartulín, y que, además, una noche, en Cuernavaca, con el doctor Fernández Guardiola y su suegro, que también era médico, intentaron armar la estructura de aquella autopsia.
Hay otras formas de medicina en la obra, no sólo la de los médicos sino también está el saber de la mujer. Por ejemplo, Úrsula…
Una de las mayores preocupaciones que tenía es que a pesar de que en todas las obras de García Márquez uno puede identificar una figura médica muy clara, en Cien años de soledad, que es, por así decirlo, la obra emblemática, no podía encontrar la figura médica hasta que hallé que es Úrsula. Úrsula, con toda la tradición médica, con todos los remedios, como saber si tiene que utilizar el epazote para la helmintiasis —los gusanos intestinales—, y es ella la que con los pies en la tierra era capaz de cuidar a todos, mientras que los hombres se pasan la vida perdidos en guerras o en alquimias imposibles... El papel de Úrsula como heredera de la tradición de su abuela wayúu de la Guajira, que había conocido todos los remedios, era extraordinariamente bueno. Hubo un médico mexicano que también asesoró a García Márquez en estas cuestiones de la herbolaria indígena: el escritor Juan Vicente Melo.
¿El libro se ocupa de la relación del escritor con los médicos, de su historial clínico?
No, he prescindido de esa parte. Me parecía que era invadir la intimidad de García Márquez y que yo no tenía derecho a hacer eso, a pesar de que conté con el beneplácito de la familia, y de que disponíamos del electrocardiograma con los últimos latidos de García Márquez… pero ¿hasta qué punto podemos difundir algo que es tan íntimo como el momento de la muerte de una persona?
¿Qué hacía que el universo de la medicina, del dolor, de la transformación del cuerpo, le atrajera tanto a García Márquez?
Fundamentalmente era la situación de absoluto desvalimiento al que puede llegar una persona cuando está enferma. Pienso, por ejemplo, en la ternura extraordinaria que hay cuando José Arcadio está atado al castaño, y en el cuidado esmerado y cariñoso con el que se acerca Úrsula para darle de comer o a explicarle qué es lo que pasa en la familia… Veía a José Arcadio perdido en su locura, o desvalidos a los habitantes de Macondo cuando tenían que colocar carteles en las cosas porque no eran capaces de recordar para qué servía una vaca, que había que ordeñarla cada mañana para tener leche, y que tenían un cartel en la ciudad que decía “Dios existe”, como un recuerdo que era importante mantener; un poco similar a lo que le está pasando a Danilo que tiene la foto de Salvador Allende en su bolsillo. La enfermedad nos sitúa en una situación dramática, que da un juego extraordinario para quien se dedique a la escritura.
Y también la muerte…
Sin duda, y la vejez. En El otoño del patriarca la decrepitud del dictador que tiene que guardar papelitos para acordarse y que luego olvida dónde los guardó, o la historia de amor extraordinariamente tierna de Fermina Daza y Florentino Ariza, ¿qué ocurre cuando los cuerpos son decrépitos?, ¿cabe la ternura y la sensualidad en esos casos? García Márquez nos demuestra que sí.