Lee también: Antropología del cerebro por Roger Bartra
Ottessa Moshfegh (Boston, 1981) se ha convertido en un fenómeno literario de la narrativa norteamericana con obras como McGlue, Mi nombre era Eileen y Mi año de descanso y relajación, las cuales han asombrado a sus lectores y a la crítica por una prosa de tono nihilista, que explora “los rincones más sombríos de la condición humana con una maestría excepcional”.
Ottessa Moshfegh inició su carrera con McGlue(Alfaguara, 2024, traducción de Inmaculada C. Pérez Parra), una novela de estilo gótico, sombría y delirante, que sumerge al lector en el abismo mental de un marinero alcohólico con una herida sangrante en la cabeza por haber saltado de un tren en movimiento y que, en el tiempo presente de la narración, se halla recluido en la bodega de un barco, acusado de apuñalar a Johnson, su mejor amigo.
La novela tiene una estructura fragmentaria y se adecua al ritmo de las elucubraciones de Nick McGlue, el narrador protagonista, quien intenta recordar las etapas de su existencia en los breves instantes de sobriedad que le provee el síndrome de abstinencia. La historia empieza in medias res (por la mitad de la trama) y, a partir de ese momento, el narrador reconstruye el periodo de su niñez, caracterizado por la marginación y el desamor de su madre, y la fase de juventud, en la cual se relaciona con Johnson, un joven rico y desclasado con quien vive una pasión amorosa sometida al tabú de la época.
Hay dos coordenadas que equilibran el desarrollo de la historia y se vinculan al cautiverio de McGlue. La primera se ubica en la bodega del barco, un espacio de escombros, con olor a sales marinas, excrementos y vómitos. La segunda corresponde a la cárcel de Salem, en Massachusetts, donde el personaje espera ser sometido a proceso por un crimen que no acepta haber cometido. En este contexto, los vacíos de información, que son producto de una focalización situada en la mente de un narrador poco fiable, tampoco permiten al lector llegar al fondo de los hechos, aunque sí se puede hacer conjeturas sobre las peripecias del personaje y su incapacidad para remontar su destino.
Así, por ejemplo, McGlue rechaza todo intento por ser redimido, a la manera de los poetas malditos, cuando afirma: “Yo no quería triunfar en la vida. Quería tumbarme con ella y estrangularla y matarla y salvarla y cuidarla y volver a matarla, y quería irme y olvidarme de a dónde estaba yendo, y quería cambiarme de nombre y olvidarme de mi cara, y quería beber y echarme a perder la cabeza, pero desde luego no se me había ocurrido triunfar en la vida”.
Mientras tanto, en una entrevista, Ottessa Moshfegh declara: “Lo que descubrí al final de la novela es que, en realidad, estaba escribiendo una historia de amor, la historia de un personaje reprimido por sus recuerdos. Alguien que llega a matar al hombre que quiere”.
En síntesis, la novela es recomendable por la fuerza de su lenguaje desencantado, por el ambiente marino que nos recuerda las obras de Herman Melville y Joseph Conrad, por la estructura narrativa heredera de las técnicas de William Faulkner y por la recreación de las atmósferas densas, propias de los autores de la generación beat, como Jack Kerouac (Los subterráneos) y William S. Burroughs (El almuerzo desnudo).