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Si hubiera un poema capaz de condensar la poética de Lengua hierba. Notas, interrupciones y ejercicios (Heredad, 2023) ese sería, a mi parecer, “Ortopedia del poema”. En unas cuantas líneas, captura, en su despliegue de ironía, lo que es también una declaración de principios a la inversa: “Uno: / ‘Escriba siempre sobre lo esencial, el poema está en el Ser, no en los accidentes’. Dos. / ‘Lo político no es poético’”. La operación que lleva a cabo la autora a lo largo del libro se alza en sentido contrario a lo ahí expresado. Es un desafío. No obstante ¾lo admito¾, hablar de un poema medular resulta, especialmente en este caso, inapropiado. Pues estamos ante una escritura que se rebela contra cualquier noción de centro. Lo que a la escritora, investigadora y defensora de derechos humanos Diana del Ángel (Ciudad de México, 1982) le interesa es habitar la periferia. Y pocas cosas hay más periféricas, marginales y laterales que la hierba. Esas especies del reino vegetal, nunca tan valoradas como las rosas, por ejemplo, que se las ingenian para crecer en lugares inhóspitos. Muchas veces en medio de ladrillos o a la orilla de las carreteras. No son, como las privilegiadas flores de un jardín, regadas puntualmente ni podadas con esmero. Su existencia resiste no sólo al mal tiempo, también a las manos deseosas de arrancarlas, a las botas poderosas que intentan aplastarlas.
La lengua hierba, se nos va revelando en este conjunto de sesenta y siete poemas, es aquella que la voz lírica ha aprendido de sus ancestros. Abuelos, abuelas, madre y padre cuyos relatos, gestos de cuidado y actos de valentía han configurado una forma particular de comunicación con el mundo. Un idioma que se remonta al día en que la madre anima a su hija a entrar en una escuela primaria que por error apenas le ha sido asignada: “Apretaba en una mano el portafolio regalo de mi padre / y en la otra el papelito [que le permitiría tomar clases]; / la mirada de mi madre me sostuvo. / Caminé sin detenerme, sin volver la vista atrás. / Mi mejor versión se parece a esa niña”. Esta lengua también se adquiere a través de acciones que involucran a la hierba misma, como aquella que lleva a cabo el padre, observado por la niña, cuando planta en otro sitio las hierbas que ha arrancado previamente para construir un muro: “Lo que quiero decir es muy sencillo, / la vida llama a todas horas. / Quiero decir la luz verde. / Quise decir la lengua hierba viene de la infancia”, expresa la voz poética a propósito de esta escena. El hierba es un idioma que se ha transmitido de generación en generación, del que es posible trazar una genealogía. Así lo hace la voz cuando recuerda: “mamá me contó que cuando ella se cansaba de andar su abuelita arrancaba un manojo de hierbas y se las frotaba en las rodillas para aliviar su cansancio del camino. […] Si toda la hierba se secara, todavía nos quedaría la palabra ‘hierba’”.
En la lengua que practica el yo lírico se entrevera una conciencia política, así como la búsqueda de una belleza alterna, lo que necesariamente ha de entrar en conflicto con las muy variadas formas que adquiere la hegemonía. Reconocerse dentro de los márgenes, para quien además habita ese espacio por excelencia periférico que es el Estado de México, se vuelve imperativo. Así como rehuir del centro, de las prácticas y discursos del clasismo, el machismo, del canon que dicta lo que debería ser o no ser poesía. Con textos en prosa o en verso, el poemario de Del Ángel encara al “Acaparador de historias”, ese “mago aprendiz poeta hijo del hombre hijo de dios espíritu señor santo maestro gran patriarca patrón”, que “hace escuchar su voz por encima de las pequeñas voces”. Para subvertir ese discurso dominante es necesario expresarse de otra manera, de la mano de otros, como lo hace la propia autora, cuya escritura se nutre del abono al que dan forma las experiencias y palabras de otros. Hace falta escuchar las historias de los ancestros, pero también entender cómo funciona el sistema: “Notas en el cuaderno de La que aprende hierba: / ‘La pobreza es esencial para el sistema. Los pobres son esenciales para la obtención de mano de obra barata. Mantener la pobreza resulta esencial para la supervivencia del Ser. Hablar de miseria: esencial para el poema”. Como “Ortopedia del poema”, esta nota también de carácter metapoético revela una consciencia de la potencia de la poesía, un elemento más de la gramática de la lengua hierba. Como este idioma, “La resistencia siempre va por las orillas”. Por eso “La hierba es la hackerde la vegetación, / la alegría de los terrenos baldíos”.
De las especies vegetales, las hierbas se encuentran entre las menos pomposas, pese a los usos medicinales y alimenticios de muchas, y a la importante función ambiental que cumplen al purificar el aire, conservar el suelo y ser morada de gusanos e insectos. No poseen el estatus de una orquídea. Pero cómo no admirarse de su enorme capacidad de resistencia. (“Tiene tan poco que hacer la hierba— / una esfera de sencillo verde, [...] / que una duquesa sería demasiado vulgar / para percibirlo”, ironiza Emily Dickinson en un poema cuyos versos me ha recordado el poemario de Del Ángel.) Como apunta la voz poética: “Con la voz ‘hierba’ se designa por igual a al menos diez mil especies de gramíneas, también conocidas como pasto, césped, grama o grass. Todas tienen en común el crecimiento cespitoso […] / La hierba es legión”. Es también, dentro de la jerarquización humana del mundo vegetal, periférica. Como lo son las voces de los que practican la lengua hierba:
Te hablo desde la orilla,
desde la madrugada obrera en las ciudades,
desde donde nadie espera nada,
desde donde apenas unas matas crecen,
donde el viento da vuelta,
donde quedamos fuera del encuadre,
en el margen de las fotografías,
en las notas a pie de los grandes tratados,
[…]
en las afueras de la ciudad, las colonias de la periferia,
La hierba, pues, es a su modo marginal y combativa. Y la lengua que lleva su nombre, poderosa.