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En los inicios de los setenta, cuando se estaba arraigando en los Estados Unidos la amenaza que representa el calentamiento global, apareció un anuncio en la televisión que quedó grabado en la mente de mucha gente de ese país. Una persona vestida de nativo (el actor era italiano) navegaba en una canoa por las aguas cristalinas de un río, al avanzar había más basura en el agua y comenzaba a ver una industria contaminante en la ribera. El anuncio termina con su rostro con lágrimas mientras una voz en off dice: “la gente genera la contaminación, la gente pude detenerla”. El anuncio fue bautizado como “The crying Indian” (el indio llorando). El anuncio pretende dar un buen mensaje, pero también tiene consecuencias negativas. Una de ellas es que, al apelar a algo tan etéreo como “la gente”, desvía la responsabilidad de la contaminación que tienen las empresas contaminantes hacia toda la sociedad.
Así lo escribe Michael Mann en su libro The New Climate War para explicar la técnica de la “desviación” (deflection). Que es una táctica para desviar la responsabilidad a toda la sociedad de un problema que claramente tiene nombre y apellido: las empresas. Y, como lo retrata la obra de Fuenteovejuna de Lope de Vega, si todos somos responsables, en realidad nadie lo es. Las compañías petroleras se aprovecharon de esta estrategia de desvío, y en estas décadas la han utilizado para culpar a los ciudadanos del cambio climático.
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Este fue el inicio, dice Mann, de la partidización en la política norteamericana sobre el cambio climático. Previo a esto, ambos lados del espectro político (los demócratas y los republicanos) habían comenzado a buscar soluciones para el claro problema que se vendría. Pero a partir de esta técnica de desviación usada por las petroleras, la discusión viró. Pasó de un diálogo para resolver el problema a ser un bastión de posicionamiento político partidario. Es gracias a esta técnica de la desviación que el país más responsable del cambio climático sigue debatiendo si existe, generando incertidumbre mundial sobre sus acciones, dependiendo de qué partido esté en el poder.
Viendo su efectividad, los gobiernos y las empresas utilizan constantemente esta técnica. En México tenemos varios ejemplos. Una versión muy parecida al “The crying indian” surge cada vez que hay inundaciones. La gente que tira basura es la responsable, dicen los gobiernos, pues la basura tapa las coladeras. Hace diez años en mi laboratorio nos preguntamos si eso era cierto en la Ciudad de México e hicimos un estudio que indica que los efectos de las coladeras tapadas son menores, comparados con la topografía. El estudio sugiere que el responsable final de las inundaciones es el gobierno por permitir y promover el desarrollo urbano en zonas de riesgo de inundación, y por la falta de mantenimiento del drenaje. Otro ejemplo de desviación se puede ver en los momentos de sequía. Ahí el gobierno le pide a la sociedad ahorrar agua, pero se deja a las grandes compañías refresqueras, cerveceras y a los campos de golf seguir operando, pues consideran que eso es desarrollo económico. El sexenio pasado, la entonces jefa de gobierno hasta agradeció a las compañías que cedieran un poco de la mucha agua que tienen concesionada. Se le pide al ciudadano que se bañe con cubetas y se agradece al refresquero que ceda un poco de agua. Esa agua, por cierto, es de la nación.
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La técnica de la desviación ha derivado en dinámicas políticas más sofisticadas. Por ejemplo, la discusión sobre la construcción del Tren Maya no se basó en los efectos ecológicos ni en la calidad de vida que tendrán los mayas. La discusión la desvió el mismo expresidente desde el principio de su sexenio al criticar una carta donde le solicitábamos que antes de la construcción hubiera una amplia discusión sobre el proyecto. A los peticionarios nos llamó despectivamente “abajofirmantes”. Desde ahí la línea política gubernamental definió que aquel que cuestionaba algún aspecto del tren se le calificaba como “fifí” o “conservador”, evitando un debate muy necesario para evaluar la pertinencia de esa construcción. Otro ejemplo es la refinería de Dos Bocas, la conversación que debemos tener sobre los efectos climáticos que el petróleo está ocasionando y la destrucción del manglar del sitio de construcción, pasa a la reverencia, casi religiosa, que todo mexicano debe de tener a Pemex como eje de identidad nacional. De nuevo, el foco cambia de un problema ambiental a un problema de preferencia electoral.
La efectividad de la técnica de la desviación ayuda a explicar la incongruencia que estamos viviendo en nuestra relación con el ambiente. Los gobiernos, de cualquier ideología, utilizan el recurso de la infraestructura para el crecimiento económico. Esta infraestructura produce efectos negativos en la naturaleza. La infraestructura es promovida por todos los gobiernos, incluso los que se autodenominan ambientalistas.
Es necesario aclarar que no toda la infraestructura es negativa. Pero en estos tiempos de crisis ambiental, se debe de planear muy bien esta infraestructura para lograr que sea útil para el desarrollo sostenible. Por el contrario, una infraestructura que busca el dinero fácil sin consultar a los expertos y a la población, basada en caprichos gubernamentales o empresariales, afectará la naturaleza local o globalmente, lo que nos vuelve mucho más vulnerables al cambio climático.
Esto lo ha venido notando mucha gente (particularmente joven) quien, sabiendo que la crisis ambiental requiere de acciones inmediatas, busca solucionarlas de manera individual. Esto es, abraza esa responsabilidad que surge de la técnica de la desviación para poder cambiar las cosas y toma acciones de las cuales tiene control. La gente sabe que no podemos estar tirando basura en la calle, ni gastar agua en momentos de sequía o promover el cambio climático con el uso indiscriminado del auto. Así comienzan las iniciativas de no utilizar popotes, utilizar regaderas ahorradoras, o comprar un automóvil eléctrico.
Estas acciones individuales buscan hacer un llamado a la acción con el ejemplo que en muchos casos es exitoso. Unos pocos locos comienzan a llevar sus bolsas de tela al supermercado y hacen llamados en redes sociales para que la gente los imite. Comienza la ola de críticas sobre el uso de las bolsas de plástico, que el gobierno genere una política pública prohibiendo las bolsas de plástico en las tiendas. Otro ejemplo semiexitoso es la utilización de la bicicleta como medio de transporte que ha generado la construcción de ciclovías en varias ciudades.
Pero no todas las acciones civiles para la sostenibilidad son exitosas e incluso algunas son contraproducentes. Por ejemplo, durante más de una década se ha promovido el automóvil eléctrico como una forma de combatir el cambio climático. Las personas que compran un auto híbrido o un eléctrico asumen que están actuando de manera ecológica. Pero los beneficios de un auto eléctrico son muy dudosos. Aún cuando no emita CO2 con combustión interna, el auto requiere de mucha energía y de almacenarla. La energía eléctrica en su mayoría se genera en plantas muy contaminantes. En la Ciudad de México, por ejemplo, la obtenemos de la termoeléctrica de Tula que usa combustóleo y que contamina todo el valle. El tanque de gasolina se sustituye por baterías que almacenan la energía, las cuales requieren de la destrucción de ecosistemas para la obtención del litio. También está el desgaste de llantas en el asfalto y el aceite que siguen generando contaminación. Y la contaminación por espacio: al menos 9m2 por auto para transportar a alguien que ocupa menos de 1m2. La huella ecológica de un auto eléctrico es muy grande. A eso habría que sumar que estos autos, al ser más caros y estar exentos de impuestos, promueven aún más la desigualdad social. El que tiene poder adquisitivo puede ser “ecológico” mientras que el resto de la sociedad (más del 95%) se percibe como generadora de prácticas insustentables, aunque ni auto tengan.
En el caso del automóvil eléctrico tanto la dinámica social como las políticas públicas están en contra de la sostenibilidad. Para ser sostenible, la movilidad tiene que estar basada en la eficiencia energética y de espacio para mover gente. Esto es, una política de transporte público de calidad. Esto no solo mejora la calidad de vida de todos sino que vuelve más equitativa la sociedad. Por ello, la búsqueda de la sostenibilidad debe de estar basada en políticas públicas que guíen el comportamiento social a la reducción y uso eficiente de los recursos.
Debido a la pasividad de los gobiernos para generar estas políticas públicas, es quizá esta estrategia de abrazar la técnica de la desviación una forma de presionarlos para que hagan cambios en sus políticas a favor de la sostenibilidad. Las prácticas individuales son muy útiles cuando están dentro de una visión de largo plazo donde se convierten en políticas públicas. Y la presión social es clave. Esa presión social se nutre de las experiencias que implican que esa política se pueda hacer y no afecte la calidad de vida. Este ejemplo cobra relevancia puesto que siempre hay fuerzas contrarias que buscan evitar los cambios rumbo a la sostenibilidad. Cualquier acción gubernamental tendrá una reacción negativa de diversos poderes económicos que se han beneficiado de una política depredadora de la naturaleza.
Una acción tan pequeña como prohibir bolsas de plástico en los supermercados ha generado una reacción muy grande de la industria indicando que es una medida inútil y que dejará a mucha gente sin empleo. En muchos casos, incluso, la industria no tiene que inconformarse puesto que la misma ciudadanía hace el trabajo por ellos. Tal es el caso de las ciclovías que podría afectar a la industria automotriz si verdaderamente hubiera una política de eficiencia en movilidad.
Sin embargo, es necesario seguir promoviendo acciones que realmente sean sostenibles. En esta promoción es necesario entender claramente qué puede ser una acción positiva y cuál solo parece serlo. El caso del automóvil eléctrico ejemplifica que no todo lo que se vende como sustentable es verde. En esta crisis ambiental, es necesario engranar estas acciones con la presión al gobierno para generar políticas públicas aunque puedan afectar intereses económicos de grandes industrias. Para ello tenemos que hacer una evaluación objetiva sobre las políticas que está llevando a cabo el gobierno en turno, dejando de lado nuestras preferencias electorales. Si logramos presionar al gobierno para que genere una política pública sostenible, estaremos avanzando en el verdadero desarrollo del país. La trascendencia de nuestras acciones rumbo a la sostenibilidad es mucho más profunda que la dinámica sexenal.
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