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La religión tiene bastante que ver en la consolidación del pensamiento crítico de la filosofía. Tendemos a satanizar a la religión porque la figura de “Dios” polariza el mundo de las ideas por sentir que este nombre o concepto todo lo enturbia, pero no es así. “Dios” … o sea cual sea el nombre con el que cada religión nombre a su figura pilar de la fe sobre la cual toda cultura devenida, incluso, atea fundamenta su futuro. Por supuesto que esta idea la podemos debatir, dejémosla para otro momento.
Así pues, se le atribuye a Francesco Petrarca ser la figura central en la evolución del pensamiento occidental. Inclusive se dice que sin Petrarca ni el Teatro Isabelino, el Siglo de Oro español ni los inicios de la ilustración francesa podrían haberse dado. No quiero asegurarlo, pero considero que algo de verdad existe en todo esto, por supuesto. La vida y obra marcan un punto de inflexión entre la tradición medieval y la revalorización de la cultura clásica que definiría el Humanismo. Petrarca rompe con el llamado periodo oscuro de la humanidad, o de ese devenir luego de la caída del imperio romano del que mucho hablaremos aún.
Nuestro pensador cristiano generó a partir de la escritura espacios de indagación interior, a decir… Era en principio un historiador porque gracias a su labor por rescatar manuscritos sentó las bases de una forma de entender la relación entre el pasado y el presente. Su obsesión por la lengua y la historia no fue arqueológica, sino estratégica: leer a los antiguos era, para él, construir el futuro del pensamiento heredado a la filosofía francesa, italiana y alemana. Pero entendamos su contexto: el siglo XIV, con sus fracturas políticas y sus crisis demográficas-geográficas, no ofrecía un contexto estable para el desarrollo intelectual, pero en ese entorno Petrarca encontró los márgenes desde los que repensar lo que hoy conocemos como tradición. Si bien su formación inicial estuvo orientada al derecho ya que su padre fue notario, su interés por los clásicos lo llevó a abandonar la ruta convencional del conocimiento para emprender una recuperación activa de textos que habían caído en la indiferencia. No se limitó a copiar lo que encontraba: su trabajo fue un ejercicio de reconstrucción y reinterpretación, en el que la lectura no era un fin en sí misma, sino un modo de intervenir en la historia. En este sentido podemos decir que figurativamente conocemos el mundo moderno a través de la interpretación del mundo antiguo que tenía Petrarca.
A decir de Petrarca el poeta, el escritor, su obra pilar llamada el Canzoniere, no responde al sentimentalismo ingenuo que a menudo se le atribuye. La figura de Laura [de la que siempre se habla], el objeto de su deseo: “aquel hermoso brillo, hoy ya apagado”, es menos una persona que un principio de orden. En esos versos, el amor y la imposibilidad funcionan como un eje en torno al cual giran ideas más amplias sobre la fugacidad, el lenguaje y la memoria. Laura es, me atrevo a decirlo, la semilla de una filosofía del lenguaje donde las palabras no logran capturar la esencia de la belleza, del amor, de la pasión… qué romántico Petrarca… Sus sonetos no se organizan como un flujo de emociones personales, sino como una estructura en la que cada poema corrige o amplía el anterior, los invito a leerlo.
Secretum, es la obra filosófica de Petrarca, intuyo que no fue una pieza que se escribiera para todos nosotros, aunque esto que digo es tramposo, todo lo que se escribe es para leerse por los otros… esa trampa del escritor que dice que solo lo hace para sí mismo es más que nada un capricho… sí… Hay cosas que uno atesora, una idea, una palabra, un momento, pero si lo dejamos sobre el papel es porque en el fondo deseamos que tal vez alguien encuentre esas palabras y las resignifique. El Secretum de Petrarca exhibe una contradicción central en su pensamiento: el impulso hacia la contemplación y el repliegue interior, enfrentado con el deseo de reconocimiento y de influencia en el mundo intelectual de su tiempo. La conversación ficticia con San Agustín que articula el texto no es un diálogo con la tradición cristiana en los términos habituales, sino una puesta en escena de su propio conflicto entre la introspección y la necesidad de proyección pública. Respecto a esto, siempre he tenido la idea nada original de que el diálogo como una forma del pensamiento respondía en principio a una forma de lograr la seguridad… esto es: si el pensador era increpado siempre podría argumentar que la ficción imperaba.
La actividad de Petrarca como filólogo tuvo grandes logros ya que recuperó a Cicerón y otros autores, no sólo restauró fragmentos del pasado, sino que introdujo un nuevo método de lectura basado en la interpretación contextual y la correspondencia entre la forma y la idea. Su interés no era la repetición erudita, sino la posibilidad de establecer un vínculo productivo entre la antigüedad y la actualidad, situando al lector en un diálogo activo con el texto. El concepto de Humanismo, gran tema filosófico que será retomado por otros filósofos a lo largo de la historia, que emerge de su obra no es una teoría abstracta, sino una práctica intelectual concreta. La insistencia en el estudio de las humanidades no responde a un culto nostálgico por los antiguos, sino a la convicción de que las palabras contienen estructuras de pensamiento que pueden ser desmontadas y apropiadas. Esta actitud lo distancia de sus predecesores y lo coloca en la antesala de un cambio de paradigma en el que la tradición ya no es un cuerpo de autoridad inmutable, sino un campo de trabajo sobre el que es posible operar.
El proyecto del pensamiento de Petrarca no fue únicamente literario, sino también político en un sentido amplio. Su recuperación del latín clásico y su correspondencia con figuras influyentes de su tiempo responden a una estrategia que busca reposicionar el saber en la estructura de poder de la época. Su ambición no era sólo personal, sino institucional: la restauración de la cultura antigua debía ir acompañada de una transformación en la manera de gobernar y de educar. Petrarca, y prestemos atención a esto, expresa su frustración con la política de su tiempo y su desilusión ante la corrupción del presente… En este sentido, ¿cuándo no ha sido corrupta la política?