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La diversidad sexual, hoy tan glamurizada en las alfombras rojas y en las plataformas, fue durante mucho tiempo Lo Otro amenazante, lo que acechaba fuera de nuestras estructuras sociales tan pesadas y corroídas; pero hubo quien abrazó esta otredad y exhibió un orgullo ominoso crecido entre las sombras, más allá del velo esteticista de lo parnaciano, y para eso estoy yo aquí: para hablar de personajes que representan una estética límite dentro del espectro LGBT+, propuestas artísticas llevadas a extremos que en ocasiones resultan inconmensurables, incluso indigestas, y desde donde permiten ver que la vida siendo diferente no es ni mucho menos cercana a la historia rosa y de aceptación anacrónica de la cual quieren convencernos las actuales narrativas puritanas.
Diva de lo grotesco
Autoproclamada en Pink Flamingos como “la persona viva más inmunda” (filthiest person alive), Divine fue la musa inspiradora del cineasta trash John Waters, y actualmente es un ícono LGBT+ que revolucionó el mundo del drag queen con su provocadora imagen.
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Viniendo de una conservadora familia americana dentro de una sociedad bautista, no fue raro que el tímido Harris Glenn Milstead (1945 – 1988), “titular” del cuerpo cohabitado por Divine, terminara yendo al psiquiatra durante su adolescencia después de declarar que sentía atracción lo mismo por mujeres que por hombres, así que su desdoblamiento artístico como Divine terminó por ser el punto de fuga que se convirtió en la alegoría por excelencia de lo camp.
Divine no militó ni gritó consignas en marchas, pero su imagen misma resultaba una afrenta: una drag queen de 150 kilos que cantaba éxitos como “You Think You’re a Man”, “I’m So Beautiful”y “Walk Like a Man”, himnos empoderadores de un cuerpo que no encajaba con los estándares asignados a ningún rol.
Su mayor auge lo tuvo precisamente de la mano de Waters en Pink Flamingos, oda indigesta en la que la vemos encarnar a una asesina que vive bajo el seudónimo de Babs Johnson dentro de un miserable remolque, cuyo título de “la más inmunda” es envidiado por una pareja heterosexual que se dedica a tener sexo sobre pollos vivos y a secuestrar bebés, y quienes harán lo imposible por robarle a la talentosa Babs-Divine la gloria de la que ella se jacta, aunque ciertamente, es difícil lograr tales honores: Divine, irónica desde el nombre mismo, habla sobre sus creencias políticas, cuando se las preguntan los reporteros en la transmisión en vivo del asesinato de sus enemigos: “Matar a todos, perdonar el asesinato en primer grado, apoyar el canibalismo y comer mierda”, responde con gracia grotesca.
No puedo despedirme de ella sin evocar una de las escenas más insólitas de la historia del cine: para cerrar con broche de oro, Pink Flamingos nos muestra a una Diva gloriosa alimentándose del fresco excremento de un canino, manjar que exhibe en su sonrisa de Venus siniestra (y no trate de engañarse: la escena fue filmada en un solo plano para evitar los trucos de cámara. Definitivamente, hemos mirado al abismo y el abismo nos ha mirado a nosotros).
Fenomenología del horror
Estoy convencida de que a los millenials nos definen las traumáticas experiencias de los videos virales de la adolescencia: desde los banquetes pornocoprofágicos brasileños y la manufactura de snuff ucraniano, hasta el video que nos convoca para esta cuestión: la leyenda urbana que circuló de boca en boca con la llegada a nuestros celulares del famoso Obedece a la morsa, protagonizado, sin su intención, por la actriz transexual Sandie Crisp, aka Johnnie Baima.
Resulta que el mínimo metraje perturbador es un extracto del documental cultural The Goddess Bunny, que sigue la vida de Baima en el underground de los shows travestis en Los Angeles.
Su singularidad corporal la hizo ser musa, en el 86, de uno de los más transgresores fotógrafos: fue la Leda de Joel- Peter Witkin —que merecería todo un apartado por su dedicación a las figuras que retaban la dualidad biológica—, desnuda en la plenitud de un cuerpo que desbordaba los canones de la belleza, inconmensurable en el avasallamiento a los sentidos que provocaba contemplarla demasiado tiempo (le ruego acuda a nuestro Twitter, donde podrá ver a placer la magnificencia de la obra citada).
Si nombro a Sandie Crisp es por su valentía para afrontar la vida a pesar de haber poseído una corporeidad disidente por “naturaleza” (sea lo que sea ese artificio con el que denominamos el principio de nuestros males), y a pesar de los múltiples abusos sexuales y emocionales que sufrió, sumado a las consecuencias de la polio y tratamientos mal llevados en la más abyecta precarización, corroboró esa máxima que ampara a la materia frente al imperio corrosivo de los ideales: “Nadie sabe lo que un cuerpo puede”. Sandie falleció en 2021 a causa del Covid.
Advertencia: contenido transgenital
Con esta leyenda nos recibe cada álbum de Sopor Aeternus and the Ensemble of Shadows, proyecto musical darkwave del cual su única encarnación visible radica en el cuerpo de Anna-Varney Cantodea, ente enigmático y femenino que a lo largo de casi tres décadas nos ha hablado del lado más doloroso de su transición, pues se ha confesado de haber padecido graves crisis depresivas por su disforia sexual.
Pero ¿transición hacia qué?, pues resulta que Anna ha declarado que no se considera a sí misma mujer, “en tanto que la única forma de convertirse en mujer es cuando una niña lo hace”, ha declarado. Algo biologicista, desde luego, pero su apuesta visual y musical, y su poética, son una mirada a los complejos que emergen en una mente que habita un cuerpo en el que no se identifica, pero al cual se niega a renunciar por haberlo hecho parte ya de su no-identidad.
Anna comenzó siento sólo “Varney”, inspirándose en el vampiro gótico del Festín sangriento, pasó por una larga musical enfocada a Saturno, que terminó por desvelar una “muerte” de su “yo” masculino, y siguió una nueva etapa concentrada en temas psiquiátricos y de la morbosidad del cuerpo (bastaría ver la descorazonadora propuesta visual en la que se pone a sí misma como un cuerpo-crisálida en plena mutación, perteneciente al libro del álbum La Chambre d’Echo ), que provocaron frases terribles como “El espejo es el teatro donde comienza la disección” o la pesada pieza “Collision” del album Sanatorium Altrosa.
Su propuesta visual también agrede: maquillada fuertemente, a veces la vemos con dientes feroces y limados en contraste con sus trajes de dama victoriana, a veces en la plena desnudez de un cuerpo martirizado y castrado, a últimas fechas, con la piel rodeada de un enjambre de estrellas para su producción Death and flamingos (no sé qué de ominoso tienen los flamingos…) y en el último año es un cuerpo putrescente que emerge desde la tumba. Anna Cantodea es un plato fuerte de digerir, sus videos son incómodos, sus vivencias desgarradoras, como la reflejada en la emblemática “In der palästra”, que habla de la impotencia provocada por un amor (entonces) homosexual no correspondido.
Aunque en medio de tanto horror, siempre hay una luz esperanzadora: “Beautiful” es todo un himno a los freaks, a los rechazados sociales. Un personaje canonizado tanto por su estética como por el martirio que ha representado su existencia verdaderamente presa de un cuerpo que es insuficiente para la potencialidad de su espíritu. Anna-Varney Cantodea es pura metafísica del provocador.
A la sombra del vampiro
Mientras Anne Rice cosechaba éxitos con sus homoeróticas crónicas vampíricas que encontraban en los sex symbols Brad Pitt, Tom Cruise y Antonio Banderas la complacencia de la fantasía sexual femenina a la par que una mina dorada, Poppy Z. Brite escribía una de las novelas más crudas sobre el amor homosexual: The exquisite corpse, obra de 1996, que tuvo la fortuna de ser traducido como El arte más íntimo (Reservoir Books, 1996), joya que me tomó más de una década adquirir para disfrutarla y llorar como mi generación lloró con Crepúsculo.
La historia central es la siguiente: Andrew, un gentleman inglés y asesino serial necrófilo, escapa de prisión y huye hacia el barrio francés de Nueva Orleans, donde se encontrará con Jay, un apuesto joven inspirado en Jeffrey Dahmer, que Andrew perfila como su próxima víctima, hasta que se desvela que Jay es también un acérrimo devoto de la carnicería, con un apunte más escalofriante: su gran pasión radica en el canibalismo necrófago. Paralelo a ello, se desenvuelve la historia amorosa de Tran, un hermoso efebo de conservadora familia vietnamita que trata de escapar de la abusiva pero pasional relación con el bastante mayor Lucas, enfermo de sida que se encarga de escupir su odio hacia la heterosexualidad, pues cree que la falta de atención de su situación se debe al privilegio institucional y económico del cual goza la familia tradicional (no erra demasiado). La historia se complicará cuando el trágico cuarteto se vea involucrado en la concreción de sus deseos, y fatídicamente se vean marcados por el sino del canibalismo.
Una obra decadente, finisecular, que nos muestra las partes más sombrías de la humanidad, comprendido como una alegoría de lo monstruoso que es lo diferente a los ojos del mundo. Sorprendemente, al leer a Brite uno logra empatizar con sus personajes, y de hecho me cuestiono el porqué no ha sido rescatada de las sombras del tiempo, ¿será la crudeza y minuciosidad de detalles al momento de describir la tortura de los cuerpos?
Poppy, quien por cierto aparece desnuda en la portada del libro en su edición al español y que entonces sobrevivía como desnudista, actualmente es un hombre trans gay llamado Billy Martin, y en reiteradas ocasiones ha escrito sobre la disforia que vivía en la década de los 90. Así que no es de sorprender que sus terribles personajes no sean más que alegorías de la desesperación e inmensa incomunicabilidad de habitar un cuerpo ajeno en un mundo que te observa como paria.