Hace 100 años, en París, el escultor colombiano Rómulo Rozo creó Bachué, una de las obras de arte de Colombia que más ha abierto conversaciones en torno de la identidad, si bien, por desgracia, también ha sido parte de una historia de silenciamientos.

Rómulo Rozo la hizo cuando tenía 26 años; había llegado a España en 1922 con la idea de que para hacer arte había que irse a Europa, y tres años después terminó creando la primera obra de arte de la modernidad para Colombia, una obra que se desconectaba del academicismo europeo y que acogía corrientes artísticas del mundo, como el Muralismo mexicano, con la idea de representar un mito fundacional indígena.

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Detalle del Bachué en granito negro. Cortesía: CHRISTIAN PADILLA
Detalle del Bachué en granito negro. Cortesía: CHRISTIAN PADILLA

Era 1925 y todavía pasarían poco más de cinco años para que Rómulo Rozo optara por venir a México, en 1931, donde permaneció hasta su muerte en 1964. Nunca más volvió a Colombia y tampoco volvió a estar junto a su mayor obra. Fue, probablemente, el primero de muchos creadores que durante el siglo XX tuvieron que salir de Colombia hacia México porque en este país encontraron un lugar donde crear lo que creían.

Rozo hizo la Bachué, diosa generatriz de los chibchas primero en bronce y después la esculpió en granito negro. A la vez, la obra prestó el nombre a una generación de artistas y escritores autonombrados como “los Bachués” que, entre los años 20 y 40, propugnaron por un arte nacionalista, por romper con la academia y abrirse a la modernidad. Sin embargo, contra esos artistas operó el negacionismo y el silenciamiento, primero desde gobiernos y elites, y después bajo la firma de la crítica de arte Marta Traba, que no hallaba valor en el arte indigenista latinoamericano.

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El Bachué en el pabellón de Sevilla. Crédito. Cortesía: Christian Padilla
El Bachué en el pabellón de Sevilla. Crédito. Cortesía: Christian Padilla

Como le pasó a Rozo, su escultura Bachué ha vivido lejos del público colombiano; se mantuvo guardada durante casi siete décadas en una colección particular —la de la familia del empresario Guillermo Moreno Olano— y sólo fue vista por vez primera en una exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en 1997, cuando la localizó el curador Álvaro Medina.

Al adquirirla en 2008, el coleccionista José Darío Gutiérrez promovió investigaciones, estudios, exposiciones y ediciones sobre la obra bajo el nombre de Proyecto Bachué. Sin embargo, la errancia continúa para la escultura porque en 2024 fue adquirida por Eduardo Constantini para la colección de su Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). En contraste, en ningún momento las instituciones de cultura de Colombia han buscado adquirir la pieza.

Albañil, picapedrero y escultor

Rómulo Rozo nació en 1899 en un pueblo religioso, Chiquinquirá, en Boyacá, una región andina que conserva también las tradiciones y herencia indígena. En la segunda década del siglo XX, como albañil y picapedrero en el Ferrocarril de la Sabana y en el Capitolio Nacional, en Bogotá, aprendió el oficio de tallar la piedra. Sus habilidades fueron reconocidas, entre otros, por el embajador de Chile en Colombia, Diego Dublé Urrutia, quien impulsó la vocación del joven.

Rozo se formó primero en escuelas en Bogotá y luego en el taller madrileño de Víctor Macho, quien lo animó a ir a París.

El artista relataba que se había ido de Colombia con el anhelo de conocer los centros artísticos de Europa, las grandes figuras del arte contemporáneo y los museos, y con la convicción de hacer un arte nacional, testimonio que recupera el historiador Christian Padilla en su libro Arte del siglo XX en Colombia (contado en 12 obras). A pesar de que casi no tuvo estudios, Rozo tenía una gran curiosidad intelectual y una singular capacidad para asimilar de museos, artistas y libros. Por eso Bachué es una síntesis de su convicción de crear un arte nacional y de lo aprendido.

La materia de Bachué

La primera Bachué era en bronce, y medía 30 centímetros; después, Rozo la esculpió en granito negro, con una altura de 1.7 metros. Esta versión en granito es quizás la más emblemática e identificable, por su tamaño, por la técnica y por el material.

En la región andina colombiana, el mito de la Bachué está en el imaginario desde la infancia. Cuenta que de la laguna de Iguaqué, cuna de la humanidad, emergió una mujer cargando a un niño; eran Bachué y su hijo. Cuando él creció, se casaron y poblaron la tierra formando el imperio chibcha, una sociedad que se regía por el matriarcado: Bachué era diosa y maestra que les enseñó a cultivar, tejer, construir viviendas, amasar el barro y moldear metales. Su hijo-esposo entrenó guerreros y enseñó el valor de la vida. Según el mito, los dos regresaron a la laguna para emerger, otra vez, transformados en una figura única que lleva en la parte superior al hijo del Sol, que en la parte media tiene cuerpo de mujer y cuyas piernas son serpientes entrelazadas.

Ante las escasas representaciones que sobrevivieron del mito, el escultor sólo tenía la historia oral y un libro que le llegó a París: La civilización chibcha, de Miguel Triana. Así construyó su visión: “Yo esculpo a Bachué no como pudo ser sino como yo la imagino”, llegó a decir Rozo. La escultura es resultado de un sincretismo conceptual y formal, de ideas mexicanas y de vanguardias, como explica el investigador Christian Padilla:

“Una escultura académica o neoclásica congela un instante, por ejemplo: el tipo posando sobre el caballo. En Bachué habitan distintos tiempos, y eso lo tiene en común con el Muralismo, en un mural de Diego Rivera hay simultaneidad de tiempos: lo prehispánico y lo contemporáneo conviven”, describe Padilla.

A la historia de Bachué la acompañaron —y la siguen acompañando— muchas coincidencias. Cuando Rozo visitó el Museo de Louvre, en París, conoció a la mujer con quien iba a pasar buena parte de su vida, Ana Krauss; y cuando viajó con ella a Checoslovaquia para conocer a su familia, en ese país adquirió la piedra de granito sobre la cual esculpió a Bachué. Sus visitas al Louvre también le dieron otros rasgos a la obra: la antropóloga Clara Isabel Botero, quien dirigió el Museo del Oro, desarrolló una investigación sobre la escultura, y planteó que la obra de Rozo pudo tener influencia de los sarcófagos egipcios, que conoció en el Louvre.

Rómulo Rozo consiguió crear en Europa una obra nacional, aun cuando provenía de un país donde hasta hacía poco los presidentes regalaban las últimas colecciones de orfebrería prehispánica a las reinas españolas, donde el Estado no protegía a los indígenas de ser esclavizados por los traficantes de caucho de Perú y Europa, y donde el arte se encargaba a artistas europeos que hacían monumentos de los conquistadores.

Bachué representa un despertar en el arte colombiano, entre los intelectuales y literatos, porque el país venía de una polémica: ¿por qué seguimos pidiéndole a los artistas europeos que vengan y nos hagan nuestros monumentos?, ¿será que no tenemos artistas con el talento suficiente para hacer nuestras propias obras?, ¿no podemos crear un arte propio? En México la respuesta se había resuelto, pero en Colombia no”, refiere Padilla.

Cuando Rozo creó su Bachué el impacto en Colombia fue fuerte e inmediato tras una crónica en El Espectador y una fotografía que el propio artista se hizo tomar en su estudio parisino, donde aparecía golpeando con el cincel la pieza de granito; el autor de la foto fue el ruso Pierre Choumoff, el mismo que retrataba a Auguste Rodin.

Ante el éxito, el Estado colombiano buscó al artista. Resultaba irónico: años antes le había negado a Rozo apoyo para estudiar en Europa. Sin embargo, le comisionó el pabellón de Colombia en la Feria Iberoamericana de Sevilla, a celebrarse en 1929. El centro del pabellón fue Bachué, y resultó un hito en su historia.

Después de la exposición, la pieza en granito regresó a sus dueños. Para entonces, la de bronce había sido adquirida por Eduardo Santos, director de El Tiempo, y a la postre, presidente de Colombia; él ayudó a Rómulo Rozo a venir como agregado cultural de Colombia en México.

Los años y décadas que siguieron para Rozo en México estuvieron llenos de grandes proyectos y creaciones: su escultura Pensamiento, de 1931, es un icono en el arte mexicano que, aunque plagiada y provista de falsas connotaciones, fue defendida por su creador. El artista, que vivió en la capital entre 1931 y 1943, después se fue a Mérida y ahí creó, entre otras obras, el Monumento a la patria, un icono de esa ciudad.

Bachué emerge

Tras la exposición de 1997 en Bogotá, donde un gran público pudo conocer a Bachué, la obra comenzó a salir del olvido, y formó parte de la exposición “Sincretismo” que se presentó tanto en Bogotá como en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en México.

Con el nuevo milenio, Bachué vivió una nueva etapa. Por una parte, su exhibición y estudio fueron promovidos por artistas como Carlos Salas, a través de la galería Mundo, de Bogotá. Por otra parte, fue adquirida por el coleccionista José Darío Gutiérrez, quien emprendió algo muy novedoso para una obra de arte: el Proyecto Bachué, que dedicó estudios a la escultura y a su autor. Uno de los investigadores en este proyecto ha sido Christian Padilla. Hoy, aunque la pieza se vendió al MALBA, el Proyecto Bachué continúa con una tarea muy grande: estudiar los vacíos en la historia del arte colombiano, y conserva aquella primera versión en bronce de la obra.

Padilla concluye que lo más importante con el Proyecto Bachué es que permitió que se entendiera la obra como un fenómeno no solo local sino global. En gran parte eso sucedió en 2024, cuando en el marco de la Bienal de Venecia Bachué fue una de las obras centrales de la exposición Extranjeros por todas partes, que curó el brasileño Adriano Pedrosa. Pero, además, en el MALBA Bachué convive con grandes artistas latinoamericanos, como Frida Kahlo y Diego Rivera.

“La venta al MALBA logra una consagración internacional para un artista que incluso había sido censurado en Colombia. Marta Traba escribió en su libro Historia abierta del arte colombiano: ‘lo que pasó de los años 50 para atrás no vale la pena’. Decía textualmente que esa generación no sirvió, que no fue arriesgada, que no hizo ningún aporte; y eso causó estragos entre los artistas y sus familias: no podían exhibir, no vendían nada, estaban estigmatizados. Con ese planteamiento, Marta Traba los dejó en la postración artística”, cuestiona Christian Padilla.

Aun con las revisiones, el silencio continúa. Si bien, durante años se ha promovido que el Estado colombiano adquiera Bachué, ni el Museo Nacional ni el Banco de la República, que tiene una de las mayores colecciones públicas de arte, han intentado comprarla.

“En gran medida —y fui testigo de eso de alguna forma—, la razón fue que la artista Beatriz González, que era parte del Comité de compras del Banco de la República y que fue discípula de Marta Traba, no encontraba conexión con este tipo de modernidad”.

A la pregunta de por qué Colombia no siguió ese impulso, Padilla responde: “Porque nuestros gobiernos no fueron revolucionarios sino de élites. Ya fueran liberales o conservadoras, eran familias que se consideraban a sí mismas europeas, por eso Bogotá se formuló como la Atenas Sudamericana. Nunca se identificaron con esa revolución mestiza porque ellos no se consideraban mestizos. No copiaron la idea porque no gobernaban para el pueblo, gobernaban para ellos. Las élites, que tenían el presupuesto, no confiaban en los artistas colombianos”.

Otra prueba del olvido hacia Bachué y su autor es que en su centenario los museos de Colombia no han programado actividades conmemorativas. La única exposición, hasta ahora, fue una curada por el propio Christian Padilla: “En busca de la Bachué”, que estuvo en el Club El Nogal, en Bogotá.

Pero Bachué, que es una obra que como pocas reúne belleza, calidad y múltiples significados, y que dialoga con el arte mundial, no deja de estar rodeada de coincidencias: en 2024 Padilla halló en una subasta en Internet una segunda versión en bronce de la pieza. Nunca antes se tuvo noticia de que Rozo hubiera hecho más de una en bronce, pero ahí estaba. Hoy, el investigador conserva esa “Bachué” en Colombia, sin embargo, tampoco esta ha interesado a las autoridades de Cultura.

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