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La mayor zona paleontológica urbana del mundo se llama La Brea Tar Pits y se encuentra al oeste de Los Ángeles, a 15 kilómetros del océano Pacífico y a unos pasos de dos de los grandes museos angelinos: LACMA (Museo de Arte del Condado de Los Ángeles) y el de la Academia de Cine.
La Brea, que forma parte del Museo de Historia Natural de Los Ángeles (NHM), es al mismo tiempo un centro de excavaciones activo y de investigaciones, un museo y un parque público.
Pero sobre todo, La Brea es la más rica fuente de información sobre la Edad de Hielo; la abundancia de restos permite formular desde aquí respuestas acerca de cómo es que hace 13 mil años, hacia el final de la Edad de Hielo, se extinguieron casi todos los grandes mamíferos de la Tierra: los lobos terribles o lobos huargos, los gatos dientes de sable, los bisontes antiguos y los mamuts colombinos, la misma especie de los que se descubrieron en México. Los hallazgos en La Brea han permitido, por otra parte, indagar acerca de cómo la acción humana intervino en esa extinción.
“Para un paleontólogo no hay mejor lugar en el mundo que La Brea”, coinciden, durante un recorrido por el lugar, Emily Lindsey, paleoecóloga, curadora asociada y directora de la excavación en La Brea Tar Pits, y José Alberto Cruz, paleontólogo mexicano y posdoctorante en La Brea, en un proyecto de anfibios y reptiles fósiles.
Es muy poco frecuente que, en cuestiones de arqueología o de paleontología, el público vea los procesos de excavación; casi siempre ve el fósil u otro material. En La Brea, que recibe cerca de 400 mil visitantes al año, todo el ciclo se puede continuar, incluso el trabajo que hacen los investigadores en campo y en laboratorio.
Aunque el nombre de La Brea ha cobrado fama en los últimos años por una serie en streaming en Netflix, lo que realmente ocurre en el subsuelo de esta ciudad estadounidense apenas si se alcanza a insinuar en la popular serie.
La Brea Tar Pits, que puede traducirse como La Brea Pozos de Alquitrán, debe su nombre a las burbujas de brea —conocida como chapopote en México o también llamada asfalto— que desde el subsuelo emergen a través de fisuras a la superficie.
“Debajo de nosotros, en este Valle de Los Ángeles, hay gran cantidad de petróleo –explica Emily Lindsey-; como se producen muchos terremotos aquí, a veces se abren fisuras en el suelo y esas fuentes de petróleo suben hasta la superficie. Cuando los componentes más livianos se evaporan, lo que dejan es el asfalto que es el componente más pesado del petróleo”.
La investigadora precisa que en el mundo se conoce alrededor de una docena de lugares donde ocurre este mismo fenómeno: en otras zonas de California, y en sitios específicos de Venezuela, Ecuador, Perú —donde Lindsey y Cruz también desarrollan investigaciones—,Trinidad y Tobago, Cuba, así como en Japón y Azerbaiyan.
“Todo esto antes eran lagos de brea —describe José Cruz—; en el parque vas a encontrar puntos que todavía siguen activos”. De forma constante, en el terreno de La Brea se pueden ver esas burbujas, que parecen grandes esferas de navidad de color café oscuro, que se forman y revientan. Esos puntos son denominados charcos o pozos, y se encuentran cercados para su investigación. Junto al asfalto se hallan restos de lodo, raíces y hojas que, como expresan los investigadores, probablemente un día también se transformarán en fósiles.
Los manantiales de brea
El área donde se localiza La Brea fue parte de un rancho en el que a inicios del siglo pasado se iniciaron las excavaciones para recuperar fósiles y que, posteriormente, fue donada por sus dueños al condado de Los Ángeles para proteger, estudiar los hallazgos y crear un museo.
Las primeras menciones acerca de la existencia de “manantiales de brea” fueron descritas por un fraile franciscano en el siglo XVIII, mientras que en lo cotidiano el asfalto era tomado por los habitantes de la zona para uso personal; fotografías antiguas, que exhibe el museo, retratan a personas que recolectan brea junto a fósiles.
A finales del siglo XIX, aunque predominaba la idea de que los fósiles eran de animales domésticos, el científico William Denton confirmó que se trataba de fauna extinta. A partir de 1913 los Hancock, propietarios del rancho, autorizaron al condado a realizar exploraciones durante dos años; entonces se llevó a cabo un profundo trabajo de documentación de 750 mil piezas en 96 sitios; poco después se hizo la donación del área. Sin embargo, durante un largo periodo, más allá incluso de las entreguerras, las excavaciones se suspendieron.
Fue en los años 60 cuando comenzó una nueva etapa: en 1963, el rancho La Brea fue declarado Monumento Natural Nacional por el Servicio de Parques Nacionales de EU, y en 1969 se reabrió la exploración del llamado pozo 91. Gracias a una donación del filántropo George C. Page, en 1977 se inauguró el museo al interior de La Brea para estudiar, conservar y exhibir la colección que es de alrededor de 4 millones de fósiles. Fue en 2015 cuando el museo, junto con toda el área, tomó el nombre actual de La Brea Tar Pits.
Pero hay que volver atrás, al año 2006, que marcó otra etapa para La Brea: en medio de la construcción de un estacionamiento para el vecino museo LACMA, se descubrieron 16 depósitos fósiles. Ese hallazgo representa la principal área de exploración actual; se conoce como Proyecto 23 de salvamento, porque aunque fueron 16 depósitos, estos se conservan en 23 grandes cajas, que se asemejan a contenedores.
Los arqueólogos trabajan al aire libre, directamente sobre el contenido de algunos depósitos, mientras que otros todavía permanecen cerrados. Lo que se puede ver son enormes masas de tierra donde los investigadores han trazado una especie de cuadrícula y ahí distinguen cada hallazgo, desde la cadera de un perezoso gigante y el hombro de un gato dientes de sable, hasta el cráneo de un lobo terrible y fósiles de insectos de hace 30 mil años.
Es algo que sólo el equipo de paleontólogos distingue con facilidad, porque para un visitante es imposible determinar a simple vista de qué espécimen se trata. Esos trabajos de los depósitos en torno el estacionamiento del LACMA permitieron encontrar, por ejemplo, un mamut casi completo, que hoy se expone en La Brea.
La imagen de esas burbujas de brea, indicio de la actividad natural cotidiana de la materia, marca el inicio del recorrido para los visitantes que se toparán con millones de fósiles conservados casi completos por obra de la brea; de ahí su color café oscuro tan singular.
“La brea no sólo atrapa cosas sino que las preserva porque evita que el agua y las bacterias descompongan los fósiles; entonces, la preservación aquí es exquisita. Después de miles de años, los huesos se vuelven piedras, se mineralizan, pero con la brea el hueso se preserva y de esa manera podemos fecharlos con radiocarbono, investigar con base en los químicos, en isotopos estables, incluso sacar proteínas con las que pudimos determinar el sexo en una investigación reciente, aunque el ADN no hemos logrado sacarlo”, asegura la doctora Lindsey.
A lo largo del tiempo se han encontrado dientes de sable, perezosos gigantes, mamuts colombinos, mastodontes, caballos, camellos, bisontes, leones, lobos terribles, coyotes, y aves extintas como el teratornis, que era gigante y muy similar a los buitres o cóndores. Los más abundantes en la colección son, en su orden: lobos terribles, gatos dientes de sable, coyotes, caballos y bisontes antiguos. En contraste, sólo se halló un resto humano.
“Hemos identificado hasta ahora como 600 especies de plantas y animales; de estas, 25 son de mamíferos grandes y 25 son especies de aves grandes”, dice la doctora Lindsey. También están encontrando insectos y escarabajos extintos debido a que al desaparecer los grandes mamíferos aquellos también se acabaron pues dependían de sus excrementos de los primeros; los estudios del doctor José Cruz se enfocan en otras especies, como las tortugas y las lagartijas, un campo que ha resultado muy revelador de información.
Respuestas a viejas preguntas
Emily Lindsey y José Alberto Cruz explican qué es lo que permitió la conservación de tanta cantidad de restos; en el terreno que hoy ocupa Los Ángeles, en los últimos 60 mil años, el asfalto ha subido a la superficie y formado charcos que se cubren de agua cuando hay lluvias. En específico, durante la Edad de Hielo, cuando todo estaba cubierto de agua, los animales se acercaban a tomar agua y muchas veces quedaban atrapados por lo pegajoso de la brea; cuando un animal grande como un mamut o un perezoso gigante quedaba impedido para salir del asfalto atraía a depredadores, como lobos terribles o gatos dientes de sable; de esa forma, en cadena, mamíferos y grandes aves terminaban atrapados.
En el museo de La Brea se encuentran en exhibición muchos de los restos y, a través de vitrinas se puede observar a los investigadores trabajando, por ejemplo, con la mandíbula de un mamut del que, uno solo de los dientes, es grande como la huella de un pie humano.
La existencia tan numerosa de fósiles posibilita que se exponga un muro completo de cráneos de lobo hurgos, con más 400 de los mil 600 ejemplares que de ese animal tiene La Brea. Y esa abundancia además da pie a estudios comparativos únicos, pues son escasos los restos del Pleistoceno en el mundo; con ello se puede determinar por ejemplo la alimentación y las enfermedades.
“Con las investigaciones en La Brea buscamos entender cómo ha cambiado el ecosistema aquí a partir de cambios climáticos o de acciones de humanos, y comprender la extinción más grande que hemos experimentado en los últimos 66 millones de años, que fue de casi todos los animales grandes”, explica la doctora Lindsey.
Tras la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años aproximadamente, inició la edad de los grandes mamíferos, y gran parte de estos se extinguieron al final de la Edad de Hielo, salvo en África; hoy en América sólo quedan el jaguar, el tapir y algunos osos.
Ante preguntas como hacia dónde se dirigen los estudios y qué están permitiendo comprender, la investigadora Emily Lindsey responde:
“Ahora hay un proyecto muy grande para entender cómo cambió el ecosistema en respuesta a los cambios climáticos. Sabemos que antes del Último Máximo Glacial (The Last Glacial Maximum, LGM), hace más o menos 50 mil años, este era un bosque con árboles de piñón, encinos... Como el mundo se iba enfriando, más agua del mar estaba atrapada en el hielo y esta zona empezó a secarse; cambió el ecosistema, perdimos bosque, perdimos los piñones y, en su lugar, tuvimos robles y juníperos. Luego, comenzó a calentarse y a secarse más; subió mucho la temperatura, entramos en sequías que duraban por 10, 20, 30 años; murieron árboles y disminuyeron las especies de animales en los charcos. (Hace) entre 14 mil y 15 mil años subió la temperatura como en cinco grados; luego entramos en una sequía como de 200 años y, de súbito, a una época de muchos fuegos. Cuando salimos de esa época ya no había mamíferos grandes, todos desaparecieron.
¿Qué llevan a pensar estos incendios?
Lo que los datos indican son cosas que estaban ocurriendo entonces, con impactos interrelacionados. El mundo, y especialmente esta región de California, se estaba calentando y secando; los mamíferos estaban desapareciendo y, a la vez, la población humana estaba apareciendo y causaba fuego todos los días, para comer, tener luz y calor, evitar que los gatos dientes de sable vinieran a comerlos. Creemos que tuvimos un ecosistema predispuesto al fuego, pero que no tuvimos un sistema de ignición sino hasta que llegaron los humanos.
Al respecto, José Alberto Cruz concluye: “El ambiente estaba propicio, pero con la llegada del ser humano se incrementaron los incendios”.
En 2023, en la revista Sciencefue publicado un artículo sobre estas investigaciones, en el que participaron 19 autores, entre ellos las doctoras Emily Lindsey y Regan Dunn, también curadora de La Brea Tar Pits. En el artículo explicaron cómo incendios forestales que probablemente causaron humanos en un ecosistema ya de por sí propenso a incendios, fueron la causa de la desaparición de los grandes mamíferos en la región. Esta investigación, posible gracias a la diversidad de registro fósil de La Brea, es inédita porque fue la primera vez que se pudo documentar el vínculo entre el aumento de la población humana en un área propensa a incendios y la desaparición de la megafauna.