El cristianismo es como un animal vivo, es un movimiento cultural, no se hizo en un día. Estamos en un momento en que la forma en que lo concebimos puede cambiar radicalmente, porque el cristianismo está mitologizado y los jóvenes del siglo XXI son incapaces de tragarse eso”, declaró el filólogo e historiador Antonio Piñero (España, 1941), autoridad, a nivel mundial, en el estudio del cristianismo primitivo y del Nuevo Testamento, y quien recientemente publicó su libro Gnosis. Conocimiento de lo oculto (Trotta, 2025), centrado en uno de los fenómenos más fascinantes del paleocristianismo: la búsqueda de una revelación divina, mediante la interpretación en clave platónica, de los textos bíblicos.
Gracias al apoyo de la Fundación Ética Mundial de México, dirigida por el empresario y filósofo Gerardo Martínez Cristerna, y a la logística del Dr. Ernesto Gallardo León, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Antonio Piñero ofreció una serie de pláticas en la Ciudad de México, en las cuales el también profesor emérito de la Universidad Complutense dejó muy en claro su postura respecto a la importancia de los estudios sobre religión, ya que “todos, seamos o no cristianos, estamos estudiando la base de nuestra cultura, que es cristiana”, y aunque Piñero se declara agnóstico, su trato hacia la feligresía y hacia la Iglesia como institución es indiscutible: “De mí no saldrá una sola palabra en contra de los creyentes. En cuanto al Vaticano, no ha tergiversado nada: sólo ha avanzado en su postura. Puedo decirles, por medio de la posible evolución del cristianismo, que los teólogos, los papas, están cambiando la concepción del cristianismo. Pero estamos tan ocupados que no nos damos tiempo de pensar en cosas básicas de nuestra cultura. La iglesia cambia profundamente y tenemos que darle más tiempo a nuestra formación cultural”.
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Antonio Piñero ha marcado un hito en los estudios religiosos: publicó una edición comentada, estrictamente histórica y laica, del Nuevo Testamento —y tiene en mente hacer algo similar con el Antiguo Testamento—; junto con Francisco García Bazán y José Montserrat Torrents coordinó el colosal proyecto de traducir al castellano los manuscritos gnósticos de Nag Hammadi, escritos en copto y encontrados en 1945 a 100 kilómetros de Luxor, ciudad del Alto Egipto, situada en la ribera oriental del Nilo y sobre las ruinas de la ciudad de Tebas; asimismo, llegó a provocar controversia con su hipótesis sobre la figura del Jesús histórico, artesano de Galilea y líder religioso, diferenciado del Jesucristo mitológico en torno al cual se erigieron los dogmas del cristianismo que conocemos hoy en día.
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Aunado a su labor divulgativa, en Gnosis Piñero hace una revisión de este fenómeno desde sus orígenes, situados en el siglo II a.C. en el judaísmo marginal, donde comienzan a generarse las primeras ideas dentro de lo que el emérito denomina “atmósfera gnóstica”, puesto que aún no hay escritos definitorios, sino sólo la presencia de un conjunto de individuos que no se encuentran del todo bien en la tierra y buscan una explicación divina a ese malestar. Dichas ideas alcanzarían su máximo apogeo hacia el segundo siglo de nuestra era, cuando proliferaron los escritos gnósticos, derivados de una suerte especial de interpretación, vía revelación, de los textos bíblicos, pero empleando categorías filosóficas de Platón, quien vivió del 427 a.C al 347 a.C.
“Probablemente, entre los estudiosos judíos se había extendido una manera de comprender el judaísmo no sólo mediante sus textos, sino también con la ayuda de la filosofía griega, y este fue el gran descubrimiento: que, utilizando a Platón, un filósofo espiritualista, podías explicar el Génesis, así que le podríamos declarar San Platón”, bromea, haciendo alusión a la fuerte impronta de este filósofo en el desarrollo posterior no sólo de la gnosis judía, sino del desarrollo del pensamiento cristiano, pues en Platón se encuentran nociones como el Uno, el Bien, el mundo de las Ideas, el lugar inferior de la materia. En suma: la tajante división del alma y el cuerpo que ha atravesado a Occidente y que incluso llega a nosotros. “En suma: la gnosis es un conjunto de ideas fundamentales en las cuales yo me siento extranjero, yo tengo en mi mente una especie de chispa distinta de mi cuerpo, y esa chispa es procedente de la divinidad; mi patria no está aquí, porque mi cuerpo es una cárcel de mi espíritu y de mi alma, por lo tanto, yo tengo que volver a la patria de mi verdadero espíritu, es decir: arriba, a la luz. Al cielo”.
Sin embargo, de un sector que se siente tan en disconformidad de la vida y al borde del fin del mundo, es preciso encontrar explicaciones sobre el mal que repta por la materia y al cual se está irremediablemente expuesto. “La clave es la reflexión sobre la existencia del mal, más no del que hacemos nosotros, sino del que proviene de alguna entidad espiritual que es mala”, explica Piñero. Desde luego, en un sistema que plantea un dios elevadísimo y alejado de la materia, éste no podía ser el creador del mal. “Y, sin embargo, si todo depende de ese dios trascendente, de ese gran espíritu invisible, ¿cómo puedo yo decir que Él no es, en último término, culpable?”
Tenían que pensar, indica el filólogo, alguna suerte de divinidad que fuera al mismo tiempo perversa para que diera lugar a este mundo y al hombre (donde hay que aclarar que, en el judaísmo, ni cuerpo ni materia son malos, sino que esto viene por influencia platónica). Pero la gnosis dio en el clavo: “El bien por su misma bondad tiende a generar algo, pero aquello que genera es siempre inferior al generante. Entonces el truco es este: mentalmente y por revelación, los gnósticos van construyendo una constelación descendente que parte del ser supremo; es una cadena, abajo tienes el mal, y arriba tienes a Dios. El ser supremo genera su pensamiento, que es femenino; de ahí se genera el Hijo, del hijo se genera la corte celestial, y hay un momento en que tienen que plantearse que, para explicar el mundo, tiene que haber un error en la corte divina”.
El desarrollo cosmogónico se torna aún más lóbrego, puesto que, de ese error cometido por la entidad más joven de la corte celestial, es decir, la Sabiduría, surge un aborto: la materia. “Sabiduría se arrepiente y logra regresar arriba del muro, pero una hija, réplica suya, queda abajo y cae en la cuenta de que tiene ahí al aborto, y como no quiere tocarlo, lo primero que hace es crear a Yahvé, quien a través de ángeles que él crea, manipula el aborto, o sea la materia, todavía ininteligible y oscura, que ha de convertirse en la materia clara del universo. ¿Y quién es Yahvé en la cosmogonía gnóstica? Si conoces a Platón, verás que tiene las mismas cualidades que en el Timeo tiene el demiurgo, creador del mundo en el sistema platónico, que tiene a las ideas arriba y estas se reflejan en la materia”.
Otro tema importante en el gnosticismo es la libertad, relacionada con el problema de la existencia del mal y la predestinación: “Los gnósticos son judíos, o sea que tienen libertad y no la tienen a la vez, porque resulta que, sin querer, han escogido el mal. No nos vamos a meter ahí, pero sucede que, en el antiguo mundo judío, aunque tengas libertad, al mismo tiempo puedes estar predeterminado para ser bueno o ser malo”. Sin embargo, la libertad acarrea una consecuencia más grave: “El pecado es la Caída del ser humano. El error de Adán no es sino una réplica de ese error que se produjo en la corte celestial, de esa entidad más joven (la Sabiduría). Entonces el paradigma del pecado es el platónico: todo lo que está en el cielo, en el mundo de las ideas, se replica en la tierra. Pero no sólo se replica el pecado, sino también la salvación de la Sabiduría será la salvación de Adán”.
Al final de este sistema de réplicas, encontramos la creación de la humanidad, con diferentes escalas matéricas y espirituales: “Hay unos hombres que son casi animales: sólo tienen cuerpo y alma, de animal superior; hay otro tipo de hombres, judíos también, que aunque no han recibido la revelación, leen la Biblia, cumplen la ley (lo mismo que los cristianos cumplen la ley de Cristo), y como están dotados de un alma y un cuerpo un poquito superior, si se portan bien, cuando se mueran irán a un cielo secundario, que es el de las estrellas fijas”. Esta segunda clase de hombres serán salvados de la destrucción por una réplica del Salvador (¡vaya blasfemia para el dogma del cristianismo como lo conocemos!), mientras que una versión superior del Mesías salvará sólo a los que tienen espíritu, es decir, los gnósticos: “Serán los únicos que llegarán con el espíritu invisible, y una vez que llegue el fin del mundo, todo el universo se convierte en nada.” Como puede verse, la visión es más desalentadora que el optimismo propio del dogma cristiano, pues tan sólo la predestinación podría hacernos partícipes de la gloria, una vez que el mal quede aniquilado.
Por otro lado, no sólo las fuentes gnósticas son primordiales para la comprensión del paleocristianismo: también los llamados rollos del Mar Muerto, descubiertos en Qumrán, escritos en su mayoría en hebreo entre 250 a.C y 66 d.C., arrojan una nueva luz sobre los estudios bíblicos, pues incluyen en su corpus textos apócrifos que muestran un judaísmo muy diferente al rabínico y, en contraste, amplias coincidencias con el cristianismo: “Nos iluminan muchísimo, y en cierto modo, nos simplifican. Tomemos las figuras bases fundamentales del cristianismo: Jesús, Pablo y luego sus discípulos. Gracias a los manuscritos del Mar Muerto, entendemos mejor el judaísmo en el que vivió Jesús y, por ende, algunas citas crípticas de Pablo. Respecto a los manuscritos de Nag Hammadi, nos han ampliado el conocimiento de la gnosis, que es la plasmación de esa atmósfera gnóstica que también está dentro de la teología de Pablo y del cuarto Evangelio (conocido como el evangelio de Juan)”.
Pese a que la época de mayor actividad gnóstica gira en torno al segundo siglo de nuestra era y se extiende aún hasta el siglo V, después, en torno al siglo IX y X, la gnosis vuelve a resurgir con los bogomilos y los cátaros, sectas heréticas y maniqueístas (la primera de las cuales creía que Dios había tenido dos hijos, Satán y Miguel, mientras que la segunda pensaba que Satanás era el creador del mundo material y que Dios no era omnipotente frente a él). Asimismo, explica Piñero, en el siglo décimo florece el norte de España con la Kavala. De esta manera, podemos ver que la gnosis se ha desenvuelto como una historia un tanto paralela y oculta del cristianismo, y que incluso en nuestros días reaparece bajo la forma de la teosofía, un cúmulo de conocimientos religiosos y filosóficos que buscan el conocimiento a través de la intuición y la supuesta conexión con un espíritu superior. Pero aquí alerta el especialista: “Lo único que tendrán que preguntarse los gnósticos de ahora, teniendo ya en las manos este libro, es si son herederos de la gnosis o si en realidad han inventado una cosa nueva”.
En suma, la importancia de los estudios religiosos no estriba en una reiteración de los dogmas, sino en una comprensión crítica de la religión y de las narrativas que la transforman, incluso en tiempos tan seculares como los nuestros: “Gracias a los manuscritos de Qumrán, en 50 años tendremos, los cristianos culturales, una biblia muy distinta”, comenta Piñero, quien también ha observado que los conceptos religiosos están sometidos a un devenir, y que en sus mutaciones engendran realidades y dialogan, al mismo tiempo, con la actualidad que los contiene. Finalmente, a esta crítica y a este cambio está sujeto incluso el más poderoso de los conceptos religiosos: Dios. “No sé si el Dios de la Biblia pueda valer hoy; creo que hay que pensar en una nueva idea de Dios”, finaliza el filólogo, que en su práctica es también, muy a menudo, un filósofo de las ideas.
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