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Paul Valéry pensaba que no hay obras completas, ni concluidas, sino simplemente abandonadas, y este es el caso de Suspense, la última novela de Joseph Conrad (editorial Funambulista, traducción de Alfonso Barguñó Viana y J.M. Lacruz, 2008), obra publicada por primera vez en 1925, sólo un año después de la muerte del autor, por lo que en el próximo ciclo estaríamos recordando el centenario de ese acontecimiento.
El título de la novela cobra sentido a partir de la atmósfera de incertidumbre que se vive en la ciudad italiana de Génova, por el posible alzamiento de Napoleón Bonaparte, quien se encontraba desterrado en la isla de Elba, hecho que realmente ocurrió en 1815, cuando el emperador huyó a Francia para ser derrotado definitivamente en la batalla de Waterloo y luego recluido en Santa Elena, en el Atlántico Sur.
Suspense es una obra inacabada que deja varias líneas argumentales a la imaginación del lector, pues, según la apreciación de algunos de sus críticos, Conrad apenas había cimentado la mampostería en cuatro secciones de lo que pudo ser su obra maestra, pero lo sorprendió la muerte antes de concluir su novela “napoleónica” y “mediterránea”, como solía expresarse del proyecto ante su amigo André Gide.
Pese a este golpe de la fortuna, Suspense es una obra madura y abierta, en el amplio sentido del término, según lo entendía Umberto Eco, que estimula la imaginación del lector y lo deja en una libertad relativa para interpretar y valorar lo que esta obra pudo llegar a ser, mediante el desarrollo y confluencia de las historias que fueron esbozadas por el afamado escritor inglés.
En este contexto, la historia principal nos refiere la llegada del joven inglés, Cosmo Latham, al puerto de Génova, donde accidentalmente traba relación con Attilio, un hombre que lucha desde la clandestinidad por la reinstauración de la república genovesa, misma que Napoleón había impuesto años atrás y, por una serie de enredos, Cosmo termina involucrado en la causa de la rebelión.
Una segunda línea narrativa recupera las peripecias de la condesa de Montevesso, cuyo nombre de pila era Adèle d’Ármand, perteneciente a la aristocracia francesa venida a menos después de la revolución de 1789, exiliada en Inglaterra y siempre a la espera de la restauración del viejo orden. Adèle asume un matrimonio por compromiso, con el conde Helión, un excombatiente de las guerras de la India, donde ganó fortuna conduciendo ejércitos de hombres y elefantes indómitos, al servicio de algún príncipe ignoto.
La vena más prometedora de la novela pareciera apuntar a los afectos de Cosmo y la condesa, ya que el narrador se esmera en las descripciones sensuales de ambos jóvenes que parecieran suscitar el recuerdo de los amores trágicos de Paolo y Francesca, aunque también se asoma la posibilidad de que Cosmo y Adèle sean hermanos de padre, aún sin saberlo.
Suspense también se distingue por su estructura narrativa. Todos los acontecimientos del tiempo presente ocurren en tres días, y además dichas acciones corresponden a 1815, lapso en que permaneció Napoleón en Elba, y los sucesos del pasado se integran mediante la técnica del flashback.
La obra es un híbrido de novela coral e histórica. En ella, es frecuente la polifonía y la fusión de los hechos reales con la ficción, cuyo epicentro es la figura fantasmal de Napoleón Bonaparte, que es una especie de tercer personaje ineludible y sustancial para la trama. Esta es una novela que, como los mejores vinos, debe paladearse por el buen cuerpo de su lenguaje.