La relativa atención hacia la obra de Jorge Juanes es fácilmente explicable, se trata de un autor de más de una treintena de libros, que si bien recorren las pasiones intelectuales que definen por lo menos los últimos dos siglos, no están sujetos a asuntos coyunturales ni a las disputas gremiales o académicas con las que se forman clanes y capillas. Esas publicaciones iniciadas en los años setenta, van del análisis marxista a la exploración por los territorios del arte. Entre una y otra etapa se despliega un formidable proceso de reformulaciones y descubrimientos que no pueden pasar inadvertidos para nuestra memoria cultural. Uno de los capítulos más notables de la saga se da en la década de los ochenta con la publicación de Los caprichos de Occidente, un texto que da fin a una época e inicia otra en la vida del autor.

En la dedicatoria que Jorge Juanes me hizo en el orwelliano 1984, sobre la segunda página de la primera edición de Los Caprichos de Occidente, escribió: “No hay que perder de vista lo que en este libro escueto puede ser revocado en cualquier instante”. Desde entonces, entendí que los Caprichos se sustentaba en un desafío, en la revocación contra lo que yo describiría como el monoteísmo de la razón pura. Era una apuesta contra la metafísica y el nihilismo, y a favor del sujeto individual, libre e irreductible. El libro, tan ambicioso como radical, recorre, ni más ni menos, el itinerario de la razón occidental en varias de sus principales estaciones durante el tiempo fundacional de la modernidad. No hay postulación canónica ni sistema filosófico de por medio, sino un asalto de lúcidos párrafos, en ocasiones un fraseo cargado de paradojas que, con ánimo poco común, describen la hecatombe del pensamiento Verdad, del pensamiento Sistema, imperante dentro de un Occidente que paulatinamente se fue convirtiendo en un fenómeno planetario, con sus cultos al poder, al dinero y a la técnica, consumando el antropocentrismo, el logocentrismo, así como su cadena de secuelas y exégesis. En ese texto se encuentran contenidos los trazos de lo que vendría después, un germen que incubaría el fundamento de libros posteriores, sin ecos wagnerianos y sin ningún llamado a la sensatez. Hoy veo el texto como una disección lúdica y ciertamente feroz de los saberes instituidos y, en cierta forma, de sí mismo.

Entiendo Los Caprichos de Occidente como un hermoso libro-bisagra entre dos etapas, en el que no está ausente la poesía y la antipoesía, los despliegues ortotipográficos de una cabeza que no sólo quiere rebelarse, sino que concita a la rebelión; es el testimonio de alguien que sabe enfrentarse con los ojos abiertos a aquello que es el objeto de esa rebelión, pero no para situarse en el sitio confortable de la disidencia integrada, sino para ponerse fuera del control de la sistematicidad. Se trata de alguien que se sale del ring de las ideologías, como vastas experiencias del sometimiento de la existencia, como reducción de la existencia misma. Anoto que la morfología de aquel libro es formidable. No la encuentro en obras subsecuentes, más concentradas en la teorización. Es probable que las ediciones que vendrán en un futuro próximo, inherentes al arte, recojan el hilo de esa subversión libresca que tanto me impresionó desde un primer momento, un despliegue plástico que apunta a lo visible, a la percepción y al juego de las formas, como parte viva de la propia insurrección, en la medida que la morfología de su trabajo se enriquece a lo largo de un itinerario que desarrolla una reflexión tras otra sobre la historia de un Occidente dominado por la idea de Verdad como paradigma, una vertiente constitutiva de la realidad unilineal, que de modo inapelable repele la promiscuidad del pensamiento.

Lee también:

Crédito: Instagram Aluro30
Crédito: Instagram Aluro30

Libro goyesco, los veinticinco grabados puestos allí no son sólo evocación y sentencia, pueden verse como formas de asaltar una realidad que se endurece, de abordar la normalidad con una composición-descomposición que integra a manera de collage epígrafes, aforismos, paradojas, pintas políticas, grafitis, poemas, un largo trazo sin remordimiento ni pena, sin temor a reconocer la matriz terrenal del cuerpo instalado bajo la noche del mundo, como advierte la coda dedicada a Luis Cernuda. Los caprichos es un intento incisivo de acabar de una vez por todas con el patriarcado de un Dios político y omnipotente, envuelto en promesas incumplidas, en el espejismo que siempre se levanta al final de los tiempos, en rescatar de la condena al cuerpo, tomando distancia de los milenarismos que exigen el sacrificio del tiempo de vida de cada uno de nosotros.

La apoteosis moderna trae consigo saldos terribles, millones de muertes, gulags, totalitarismos, limpiezas étnicas, pero también en ella está presente otra dimensión, un sitio de reserva para el emboscamiento, como lo reclamaría Jünger. Realidades contrapuestas que demandan la pérdida del miedo a la muerte y a los becerros de oro que gobiernan el mundo, cuyos grotescos representantes intentan, una y otra vez, arrinconar la alteridad.

Lee también:

Hay demasiado Hegel, demasiado Marx en el banquete de Occidente, idolatría del Estado, inclinación hacia el dominio de la naturaleza al interior de un festín sanguinario que aún no termina y que no puede prescindir de sus claves y sus protagonistas. Detrás del desmontaje crítico que hace Marx de la configuración histórica y lógica de los mecanismos del capital, está el dogma de la dictadura del proletariado, pero sobre todo la cauda de marxismos que se declara heredera científica del pensador de Tréveris, muy específicamente la barbarie desatada por el leninismo. Pero Juanes tampoco recurre a la descalificación llana como modelo, sino que inserta el aguijón de la otra lógica, la identificación de los valores activos y destructivos que permean a las sociedades que han definido el destino de nuestra época con numerosos universos concéntricos vaciados en el estatalismo ideocrático-totalitario, con su enorme prisión física y espiritual, con todas sus comparsas. Todos los sistemas nos hacen víctimas de su generosidad, de la dualidad Bien-Mal como fórmula binaria que funda la socialidad proveniente del mundo teológico, pero que encuentra espejos fieles en los teoremas del historicismo y la política.

En Los caprichos hay ideas cifradas e implícitas, renuncias al camino de las seguridades, gestos que no son ajenos a la contracultura, a la generación beat, remitiéndose a la crítica de la génesis y los efectos de los disparates que garantizan la vigencia del genio de Fuendetodos, esa inteligencia que desconfía de las certezas paradigmáticas que dan contenido tanto a ideologías como a catástrofes. Allí está la ruptura con los ismos que se desprenden de lo filosófico y la metafísica, con las corrientes que se cimientan en la abstracción, cancelando alternativas del pensamiento. Juanes postula el desapego a toda apariencia simultáneamente admirable y falsa. Lúdicas, sin acentos prosopopéyicos, están en el libro las tonalidades básicas y el rigor de lo que seguiría, incluida la crítica endiosamiento de lo que más tarde denominará tecnociencia.

Cuando el presente zozobra, viene la sujeción desesperada al pasado mítico o al futuro inalcanzable. Los remedios sangrientos llegan uno a uno. Conecto con Cioran: “No existe ningún movimiento de renovación que en el momento que se aproxima a su objetivo, en que se realiza a través del Estado, no caiga en el automatismo de las antiguas instituciones, ni tome la apariencia de una tradición o un cauce transparente […] una idea clara es una idea sin porvenir”. Quien se sumerja en los vodeviles perpetrados por la historia, podrá constatar cómo la especie, en uno de sus más consistentes segmentos, está constituida por una animalidad reaccionaria o revolucionaria, por endeble que se haya vuelto la distinción entre esos conceptos, no deja de ser una convención sospechosamente obligatoria. Parafraseando al rumano, es factible afirmar que derechas e izquierdas son términos que no corresponden en absoluto a circunstancias intrínsecas, términos paupérrimos que sería un placer dejar de utilizarlos, quizá sólo dejarlos en manos del demagogo o del miembro de la logia partidista.

Allí está el cruce metamórfico que Jorge Juanes reconoce entre cristianismo e historicismo, saberes que definen al humanismo, en tanto Sujeto entrenado para la sobrevivencia a cualquier cambio, allí está la revaloración de lo temporal-mortal frente a lo atemporal y eterno. El desastre es parte de las trampas puestas por las escatologías salvadoras, que incesantemente se refundan con vehemencia en doctrinas e instituciones; allí están las izquierdas enmarañadas en los mecanismos del poder o cautivas de sus propias supersticiones, productoras de monjes y monaguillos ultras, allí están la teleología de las virtudes ilusas, aniquilándose y aniquilándonos con las mismas taras que pretendían destruir. Veo Los caprichos de Occidente como una proclama contra la circunscripción de la condición humana a mero animal metafísico. El juego de las ideologías sólo puede escoger la desesperación o el oportunismo. Lukács, Bloch, Artaud, Sartre, Marcuse, Adorno son parte del complejo dibujo de los modernos y sus mundos. En toda apología y en toda forma de nihilismo siempre se recogen los destrozos, es entonces que hay que explorar las razones que llevan al mundo politico a forjarse una teoría, conceptos y categorías con los que se ha montado el espectáculo de una civilización sin porvenir.

A través del libro podemos vislumbrar la enorme franja de saberes en la que se dibuja la servidumbre voluntaria, la gloria desgarrada de la civilización ilustrada, el hábitat del doctor Frankenstein, la eternidad sobrehumana con la que se ha querido coronar el fin de la historia y el hechizo por los paraísos que se endilgan a creyentes y ateos. Según lo describe el propio Juanes, Los caprichos fue escrita a vuela pluma, en escritura automática, originalmente sin puntuación, algo que decidió cambiar a la hora de la publicación. Es esa una prueba de audacia enfrentada a las realidades que encuadran al individuo como parte del rebaño. Un libro que siembra encuentros imposibles: Kierkegaard con Groucho Marx, la década prodigiosa de los sesenta con el oscurantismo monopartidista que parece nunca terminar, Homero con Walter Benjamin, Leibinitz con San Agustín, Sartre con Bakunin, Satanás que nos sonríe desde su trono, y un largo etcétera.

Jorge Juanes nunca ha reclamado discípulos ni incondicionales. Para él es entrañable la búsqueda de la especificidad, la prevalencia del fenómeno intempestivo sobre el sistema. No hay culto al autor sino atención a la obra. De Los caprichos y de su trabajo, desprendo el horror por las construcciones masivas, identifico sus aciertos verbales, la perceptible pasión de sus interrogaciones, la dosificación de las demostraciones y ritmos, esa alternancia de teoría y seducción que caracteriza su trabajo. No hay en ningún momento abdicación de la singularidad. Probablemente, deslindándose de maestros y filiaciones, Los caprichos de Occidente sea una constatación de quien enfrenta la fe ciega en todas sus formas, la mira como una gigantesca zona reservada para quienes son capaces de soportar la ebriedad de la monotonía.

La búsqueda de los comienzos es quizá la más importante de todas las búsquedas, de allí el interés cautivo por Heráclito, por los autores trágicos, por el itinerario y las debilidades de Odiseo. Un intento inmanente a todos, aunque en algunos sólo sea un relámpago, se trata del retorno al origen como medio para conocernos, para triunfar sobre nosotros mismos, para no evadir o desertar de nuestra polivalente existencia humana. El trabajo de Juanes es de gran utilidad para no aferrarnos al porvenir, para desistir de las finalidades gregarias y no sumarse al ridículo de las revoluciones o al miedo por el juicio final, para no adherirse a ninguna forma de arrogancia profética.

Lo sabe Jorge y gracias a él algunos de nosotros lo sabemos: en la Quinta del Sordo, incansable, Goya sigue pintando monstruos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Comentarios

Noticias según tus intereses