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El cierre y la apertura de fronteras fue determinante para el desarrollo del arte en Japón, primero decidieron cortar las relaciones que tenían con China e India y después cedieron a la presión de inmiscuirse en la modernidad de occidente. Esa historia se narra en el libro Trazo y color. Esencias de la pintura japonesa (Satori, 2025), de las investigadoras Yayoi Kawamura y Pilar Cabañas Moreno.
“En esta edición abordamos la pintura tradicional japonesa y una de las miradas es el tema de frontera con China y otros países, la cual es interesante. Hacia el siglo XI, Japón cortó la influencia o el seguidismo hacia la cultura china, hasta entonces se enviaban a los estudiantes a estudiar allá. Eso fue el detonante para crear una cultura japonesa independiente, nuestro periodo clásico”, explica Yayoi Kawamura.
En ese momento, la corte imperial se instaló en Kioto, convirtiendo a esa ciudad en la capital cultural, ahí se produjo la pintura yamatoe, es decir, el uso de colores planos y rostros arquetípicos escasamente individualizados hechos en paneles o puertas deslizantes (fusuma) y biombos.
Después, el gobierno de Japón pasó a manos de los samuráis, quienes impulsaron el budismo zen, disciplina que buscaba la severidad, la austeridad y alcanzar un estado puro.
Fue cuando el cromatismo se dejó de lado y comenzó a practicarse la pintura aguada a la tinta en blanco y negro con muchas gamas de grises”, añadió la también profesora de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo.
Con las fronteras cerradas, ¿el arte se popularizó entre los japoneses?
De 1620 a 1630 se cerraron las fronteras porque al final del siglo XVI llegaron cristianos portugueses y españoles a establecer misiones, pero los gobernantes señalaron que eso socavaría el fundamento de la cultura japonesa basada en budismo y confucianismo. Y la instrucción fue cerrar las fronteras al mundo europeo. Otra vez volvimos a nosotros mismos e inició el periodo Edo que duró mucho, desde 1615 hasta 1868, dos siglos y medio. Fueron años muy estables, sin enemigos extranjeros.
Fue entonces cuando creció la clase media en ciudades como Tokio y Osaka, ellos empezaron a demandar arte y la respuesta fue el florecimiento del grabado, de las estampas. No obstante, el aislacionismo no podía ser eterno, a mediados del siglo XIX, Estados Unidos, Francia e Inglaterra presionaron a Japón para que abriera sus fronteras.
Cedieron, pero regresaron a la defensa del arte tradicional.
Sí, el régimen feudal del periodo Edo tuvo que ceder y a partir de 1868 tuvimos otro gobierno, el poder regresó a la casa imperial (la Restauración Meiji) y abrió fronteras porque los japoneses querían occidentalizarse, se dieron cuenta que estaban muy retrasados respecto a la Revolución Industrial, quisieron imitar la modernidad occidental negando su propia tradición.
Fue un periodo de muchos conflictos dentro de Japón, había partidarios de conservar la tradición y otros querían asimilar la cultura occidental. La pintura japonesa sobrevivió porque hubo defensores importantes como Okakura Kakuzo que exhortaban a estudiar primero la tradición pictórica de Japón para que ésta no se perdiera.
La apertura provocó otro movimiento: llegaron extranjeros buscando arte exótico. Los diplomáticos hicieron sus colecciones particulares y los comerciantes de arte compraron aquellos objetos que ya no querían los japoneses, como las estampas; a éstas las veían fuera de moda, por ello, fue el tipo de arte que más llegó a Europa y a América.
¿Esa apertura influyó en la adquisición de materia prima?
Desde el siglo X hasta siglo XIX siempre se utilizó acuarela, pintura aguada a la tinta monocroma y cromática. ¿Por qué? Porque Japón tiene un gran desarrollo del papel washi, es un papel fuerte a base de fibras de tres tipos de plantas. No tiene nada que ver con el papel que usa el mundo occidental, que es hecho a partir del algodón desecho.
La resistencia de ese soporte es tal que el mejor pigmento para pintar sobre ese papel es la acuarela, un poco disuelta con la cola de animales (que suele ser de siervo), llamada nikawa, que sirve como aglutinante y adherente. No hubo necesidad de buscar otro soporte. Es cierto que algunas obras se pintan sobre la seda muy fina, pero pintar un óleo o pintar un lienzo, no, no surgió esa necesidad en Japón.
¿Qué artista clásico ha tenido más atención en el presente?
Citaría la figura de Murakami Takashi (1962), un pintor conocido por hacer pop art. Sin embargo, si analizamos bien sus obras, detrás hay una gran tradición de arte japonés. Se formó en la especialidad de nihonga, la pintura tradicional japonesa, en la Escuela de Arte de Tokio. A pesar de su aparente modernidad, Murakami regresa constantemente a las fuentes clásicas del arte japonés, como también lo hace el colectivo teamLab, fundado en 2001, que, usando el arte digital como medio de expresión, busca nuevas experiencias estéticas y relaciones con la naturaleza.
Es un poco provocador como todos los artistas actuales pero detrás siempre hay algún guiño hacia el gran peso de la pintura japonesa. Su obra hoy está en todas partes y se ha expuesto el Museum of Art en Nueva York, Estados Unidos; el Museo für Moderne Kunst en Fráncfort, Alemania, y en el Museo Guggenheim Bilbao, España.