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Hacer excavaciones en los sitios donde se erigieron las ciudades prehispánicas para hallar grandes tesoros fue una práctica que nació en el país hace cuatro siglos. Los vestigios llamaron la atención de grandes viajeros y, más allá de las historias del saqueo, aquellas excavaciones incipientes marcaron el inicio de una pasión en el país. Así lo externó el arqueólogo Leonardo López Luján en el tercer círculo de lectura organizado por EL UNIVERSAL.
El también director del Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia conversó ante un auditorio lleno sobre su más reciente obra Arqueología mexicana. Sus orígenes y proyecciones, editada por El Colegio Nacional.
El libro, coescrito con el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, Premio Princesa de Asturias 2022, presenta a los precursores de la arqueología en México, singulares personajes de educación militar o religiosa que, aún en el siglo XVII, y armados solo de una gran curiosidad y de una notable pasión por el pasado, constituyeron las bases sobre las cuales se construiría la antropología moderna.
López Luján expresó que en México se hace arqueología de alto nivel gracias a la larga historia que esa disciplina tiene en nuestro país.
“Somos lideres en el mundo. Estamos excavando desde 1675. Es decir, ya no somos novatos, quienes ejercemos la profesión actualmente tenemos la fortuna de ser el eslabón más reciente de una larguísima cadena” señaló.
Otra razón del carácter vanguardista y prolífero de la antropología mexicana es que el amor hacia el pasado no constituye sólo una característica restrictiva de los expertos sino que los mexicanos profesan un culto especial a nuestros ancestros, llevándolos, muchas veces literalmente, tatuados en la piel.
López Luján narró que la persona que en 1675 inició las primeras excavaciones fue Carlos de Sigüenza y Góngora, a quien definió como un ilustrado antes de la Ilustración, un genio del barroco mexicano que se interesó en saber qué resguardaba en su interior la Pirámide del Sol de Teotihuacan. Ese intelectual sintió curiosidad por el montículo de 67 metros de altura que, en ese tiempo, era un notorio accidente del paisaje.
“A Sigüenza y Góngora se le ocurrió hacer una excavación para saber si la pirámide estaba hueca o no. Esperaba que tuviera un gran tesoro, pero para la desgracia de todos, no encontró cavidades en ella porque los teotihuacanos depositaron muchas ofrendas que sepultaron con toneladas de tierra y piedras”, explicó.
Otros intelectuales novohispanos mencionados por López Luján en su libro son Lorenzo Boturini y José Antonio de Alzate y Ramírez.
¿Cómo hacían sus proyectos esos intelectuales?
Estos precursores, denominados por algunos como protoarqueólogos y, por otros, personas con arqueofilia (gusto por los vestigios del pasado), se enfrentaron a condiciones muy complicadas. Imagínense, por ejemplo, que para viajar a la Nueva España, Alexander von Humboldt tuvo que pedir salvoconductos. No había aviones ni camiones para llegar a una zona arqueológica. No había hoteles y uno tenía que adentrarse en territorios inexpugnables en medio de la selva, piensen en Palenque, Yaxchilan o Bonampak.
Se cuenta que Guillermo Dupaix, capitán de dragones luxemburgués, años después de haber llegado a la Nueva España (1791), recibió la encomienda del rey Carlos IV para realizar la Real Expedición Anticuaria, misma que aceptó bajo la condición de ser acompañado por un grupo de soldados para que lo protegieran y, a su vez, de llevar un dibujante y un escribano. Sucede que, al carecer de dotes para el dibujo y al, obviamente, no contar en la época con cámaras fotográficas, necesitaba un dibujante profesional para documentar sus hallazgos, así como alguien a quien pudiera dictarle todo lo que sus ojos veían.
López Luján compartió que, a diferencia de aquellos tiempos, hoy los arqueólogos están abrigados y aunque existen condiciones más favorables, la adversidad que a veces enfrentan es la insuficiencia presupuestal del Estado.
“Ahora no hay presupuesto, pero generalmente hay condiciones para que uno pueda realizar su investigación. En aquel entonces, con excepción de Guillermo Dupaix, todos los viajeros y exploradores interesados en visitar nuestras zonas arqueológicas lo hacían bajo su propia cuenta y riesgo. Ellos financiaban sus expediciones y corrían con los peligros. No había ningún apoyo del gobierno colonial, el virrey no apoyaba, ni el rey de España.”
¿Quiénes podían hacer estas expediciones?
Generalmente eran varones, no mujeres, hombres que pertenecían a la inteligencia local o extranjera, es decir, cultivados con buenos ahorros. Humboldt es el mejor ejemplo. También eran funcionarios, miembros de la Universidad, del Real Seminario de Minas o de la Real Academia de Artes de San Carlos.
Esos varones se reunían en la Ciudad de México, hacían tertulias en algunas residencias para mostrarse, entre ellos, los objetos que coleccionaban, los intercambiaban, los vendían y discutían acerca de su significado. Los más ilustrados, como el astrónomo León y Gama y el polígrafo Alzate, hacían gruesos tratados donde disertaban sobre las implicaciones de estas civilizaciones antiguas.
El libro habla sobre la ciudad italiana de Herculano; señala que la arqueología muchas veces servía como proyecto nacionalista. ¿La política siempre ha ocupado a la arqueología para sus intereses?
Los grandes estadistas siempre están interesados en el pasado por cuestiones identitarias, nacionalistas y también de propaganda política. Eso es clarísimo, hay que pensar aquí en Lázaro Cárdenas, en Thomas Jefferson, en Hitler, en Mussolini, en Atatürk, quienes hacían uso y en muchos casos también abuso del pasado. ¿Por qué? Porque invocar a nuestras raíces puede movilizar a las masas, infundir un nacionalismo mal entendido.
![Leonardo López Lujan en EL UNIVERSAL. El arqueólogo es director de una de las investigaciones más importantes del país: el Proyecto Templo Mayor.Berenice Fregoso / El Universal](https://www.eluniversal.com.mx/resizer/v2/IRO2RD64MVCVJIES5C5SVFWH6A.jpg?auth=0e4a3544ac5a35796256acf709d45232867068109665a5f431ead79b19a4d5d3&smart=true&height=620)
Competir con los italianos
López Luján platicó que en el siglo XVIII la Ciudad de México estaba en plena efervescencia cultural y en ella habitaban alrededor de 170000 personas, era la urbe más poblada del continente americano.
“No sólo era un emporio comercial y mercantil, aquí se juntaba la riqueza de las haciendas y de las minas. Además, se deba el contacto con una subcolonia: las Filipinas. En ese tiempo la Ciudad de México poseía una única imprenta, la de la viuda de Bernardo de Hogal, en la calle de las Capuchinas (hoy 16 de septiembre). Ahí se publicaron, en 1748 y 1749, los dos primeros impresos sobre arqueología y, para nuestra sorpresa, no fueron sobre las civilizaciones olmecas, zapotecas o mayas sino sobre las excavaciones que diez años antes había comenzado Carlo di Borbone en Herculano, Pompeya y Estavia”, destacó.
Esas primeras publicaciones mexicanas son sobre excavaciones apócrifas. “Se cuenta en ellas sobre un inexistente caballero de Malta y de un Abad de Orval que comparecieron a las excavaciones, se metieron en una casa de aquellas sepultadas por la erupción del Vesubio (que sucedió el 79 d.C., tapando con sus cenizas Pompeya y sepultando con sus lodos Herculano), miraron unos salones suntuosísimos, encontraron vino, pan y queso fresco de hace 17 siglos y se lo comieron”.
“A partir de ese momento, todos los sabios novohispanos dijeron: tenemos que copiar el ejemplo. Alzate emprendió la expedición a Xochicalco, la primera gran expedición en 1777, León y Gama señaló la urgencia de excavar en el Zócalo, entonces llamado la Plaza de Armas, y también en Tlatelolco”, platicó López Luján.
Bicentenario del primer museo
El arqueólogo narró que cuando inició la traza de la capital del país, es decir, cuando se construyeron banquetas, se numeraron y nombraron calles. En aquel momento emergieron vestigios mexicas, en especial, dos de grandes dimensiones: la Coatlicue y la Piedra del Sol, la primera el 13 de agosto de 1790 y la segunda el 17 de diciembre del mismo año.
López Luján expresó que si esos hallazgos hubieran sido 100 o 200 años antes ya no existirían. “Se les hubiera visto como piedras del demonio por la famosa iconoclasia de los religiosos españoles. Los hubieran mandado a la basura, a la destrucción”.
No obstante, en la época de la Ilustración, fueron descubiertas algunas esculturas y, por primera vez, fueron valorados los vestigios de las civilizaciones indígenas por sus cualidades estéticas.
“La Coatlicue apareció enfrente de la Puerta de Honor del Palacio Nacional, donde se hacen las mañaneras. En el extremo contrario está la placa que puso mi maestro Eduardo Matos en 1990. Este monolito fue llevado a la primera Universidad, la Real y Pontificia Universidad de México, que años después Justo Sierra mandó demoler, ahora hay un restaurante de lujo que se llama Burger King. Ahí fue donde paró la Coatlicue, exhibida en el claustro”, comentó.
A su vez, agregó que la Piedra del Sol apareció en la Torre Nueva de la Catedral y estuvo a la vista de todos casi un siglo antes de que Leopoldo Batres la llevara al Museo Nacional sobre la calle de Moneda.
Según el investigador, la Coatlicue, al poco tiempo de ser desenterrada, fue sepultada de nuevo. La razón: cuando cerraba la Universidad, en las noches, ingresaban indígenas y le dejaban flores. Las autoridades consideraron que eso podría reactivar un culto idolátrico y pervertir a los estudiantes.
Ese monolito vio la luz hasta después de la Independencia de México cuando el primer presidente, Guadalupe Victoria, creó el Museo Nacional, en 1825, y pidió que se exhibiera como una pieza más.
López Luján recordó que este 2025 se cumplirán 200 años de ese primer museo, que en su momento fue de los más grandes del mundo. Se ubicó en la que fuera la primera Universidad, después se mudó a la Casa de Moneda para finalmente llegar a su actual paradero, Chapultepec.
“Fue un gran hito en la historia de la arqueología de México, fue como una reacción en cadena porque cualquier mansión barroca y neoclásica que se construía en la ciudad, implicaba una excavación; si salía alguna escultura, se recuperaba para ponerla como piedra esquinera en una jamba, en un dintel, en el zaguán. Esto es nuestro patrimonio, nuestra herencia de las grandes civilizaciones del pasado, no hay que destruirlo, aunque obviamente mucho se destruyó y se sigue destruyendo”, señaló.
Antes de la firma de libros y la toma de selfies, el arqueólogo respondió algunas dudas de los suscriptores.
¿Cómo se conservan los vestigios hallados en el Tren Maya?
No he visitado Yucatán desde hace muchos años. Alguna vez trabajé en la zona roja de Chetumal. Uno como arqueólogo, trabajando en la dirección de salvamento arqueológico, labora con mucho estrés, con mucha presión, porque hay intereses económicos y en el caso, del Tren Maya, también políticos.
El ser humano suele ser corruptible. La gran paradoja es que queremos mucho nuestro pasado, pero somos más amantes del dinero, de lo que llamamos la civilización y el progreso, y a veces nos llevamos entre las piernas el patrimonio arqueológico. No sólo pasa aquí en México sino en todo el mundo
El arqueólogo lamentó la cantidad de vestigios perdidos en los circuitos de saqueo y señaló que el arte mesoamericano, sobre todo en los años 70 y 80, “se fue al cielo”.
“Un vaso maya está en 100 o 200 mil dólares en una subasta, son cantidades estratosféricas porque ahora se aprecia mucho. Afortunadamente en el siglo XIX les parecía horrible, les gustaba el arte griego, el romano, el egipcio, el chino, incluso el japonés y por eso los museos de Europa y de Estados Unidos están llenos de eso”.
¿Cómo logran negociaciones con universidades extranjeras que financien trabajos ante la falta de recursos gubernamentales?
En el Templo Mayor, con el departamento de genética de la UNAM en Juriquilla, estamos llevando DNA para identificar plantas. Queremos ver si encontramos tabaco.
Tenemos una colaboración con una mexicana que está en la Universidad de Burgos, España, y estudia el DNA de seres humanos para identificar la genética de nuestros ancestros.
Por ejemplo, con mi buen amigo Saburo Sugiyama, de Nagoya y de la Universidad de Arizona, estamos haciendo LiDAR. Todas las estaciones totales que usamos son de ahí porque nosotros ni para brújulas tenemos, no tenemos equipos, somos científicos sin instrumental, entonces hacemos estas alianzas estratégicas que nos permiten subsistir al acceder a tecnología de punta. Colaboramos con colegas de todo el mundo y con mexicanos que viven al extranjero, gente de primerísimo nivel. La ciencia sigue avanzando, no paramos.
Las carreras científicas ahora pasan por un momento complejo, no hay nuevos puestos de trabajo para los jóvenes, no hay plazas, no hay becas. Esperemos que pronto mejore porque el cambio generacional es fundamental.