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En la década de los setenta, gobiernos, bancos y empresas internacionales adoptaron las computadoras mainframe. Estos sistemas permitían a los institutos y organizaciones almacenar y organizar los datos digitales del individuo de forma permanente. Esta nueva forma de almacenamiento de información implicaba la conversión del fragmentado historial digital en un registro comprensible y claro del ser humano. Sin embargo, la preocupación en torno a la implementación de estos sistemas era de nicho: solo líderes de derechos civiles, estudiantes activistas, políticos y un pequeño porcentaje de la población advertían del peligro sobre el almacenamiento permanente de datos y el control masivo sobre los ciudadanos que esto representaría.
Décadas después, las preocupaciones se materializarían de forma inesperada. A finales de julio e inicios de agosto de este año, usuarios de las plataformas ChatGPT de Sam Altman y Grok de Elon Musk descubrieron cientos de miles de sus conversaciones expuestas ante el público. Las interacciones que los usuarios generaban en dichas plataformas comenzaron a destacar como contenido indexado en los buscadores de Google, Mozilla Firefox y de otras empresas del mismo sector. Estas conversaciones contendrían información específica de los usuarios, como diagnósticos médicos, confesiones, experiencias traumáticas, estrategias corporativas confidenciales y críticas políticas; un ejemplo fue el del investigador Henk van Ess en donde descubrió que un usuario proveniente de Egipto pidió a ChatGPT escribir una historia sobre cómo su presidente arruinó el país. La publicación de estos datos confidenciales se desencadenó debido a la falta de una advertencia clara hacia los usuarios por parte de las empresas sobre la función “compartir” de las plataformas. Esta función, al ser usada para compartir chats con otras personas, indexaba automáticamente las conversaciones en los más reconocidos a nivel internacional.
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Ante estos eventos, una gran fracción de los más de los quinientos millones de usuarios de estas plataformas, entraron en pánico ya que no esperaban que sus datos confidenciales fueran a ser revelados ante el público de una manera tan directa. Sin embargo, la pregunta fundamental que hay que hacer es ¿por qué la gente nunca esperó que sus datos pudieran ser expuestos?
La formación del concepto de la privacidad en Occidente se remonta a la Antigua Grecia, con el primer intento de diferenciación entre lo que es considerado público y privado. De acuerdo con Aristóteles, lo privado era secundario ya que se priorizaba la armonía colectiva que la individual por el bien del órgano político y sus ciudadanos. Por tanto, partiendo de la filosofía de privacidad de Aristóteles, la Guerra Fría en los años cincuenta impulsó inversiones en investigaciones para crear sistemas de comunicación resistentes, es decir, que no se rompieran fácilmente, como una red de caminos donde si uno se compromete, el otro camino no se vería afectado. Así, como resultado de estas primeras investigaciones, nace el concepto de “internet” en los años ochenta.
Las redes de computadoras, que habían empezado como experimentos militares y académicos, se estaban multiplicando. Redes como ARPANET (Advanced Research Projects Agency Network), permitían que computadoras en universidades y laboratorios militares se conectaran para compartir recursos y datos. Sin embargo, surgieron otras redes independientes, como CSNET (Computer Science Network) para conectar departamentos de ciencias de la computación que no tenían acceso a la red ARPANET. Estas redes funcionaban bien por separado, pero no había una forma práctica de unirlas, lo que creaba problemas de compatibilidad y limitaba su utilidad. Así entonces, nace el “internet” que se describiría como una conexión de redes interconectadas para comunicarse. En pocas palabras, la motivación principal detrás de la definición del concepto era evitar la fragmentación de las redes para así formar un ciclo completo de comunicación.
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Como resultado, la narrativa de la preocupación del individuo alrededor del manejo de sus datos digitales “privados” por gobiernos y empresas, se vuelve invalida. Por ejemplo, la noticia de la implementación de la CURP Biométrica en México; alertó a periodistas, organizaciones y ciudadanos. La preocupación destacada no era alrededor de la falta de ciberseguridad, necesaria para proteger los datos únicos de los ciudadanos contra organizaciones criminales, sino la atención se dirigió a la posible creación de programas de vigilancia y espionaje en contra de los ciudadanos por parte del estado. Esta narrativa nunca debió haber sido relevante debido a que el aparato de gobierno en occidente, históricamente, siempre ha priorizado la armonía colectiva sobre la individual.
Dicho de otra manera, la información “privada” del individuo puede ser usada por gobiernos y empresas de cualquier manera en nombre del bien colectivo. Un ejemplo claro sería la revelación por parte de Edward Snowden en el 2013 sobre los programas de espionaje masivo llevados a cabo por Estados Unidos y sus aliados internacionales como Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda. Estos programas, creados tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, amplió los poderes de la Agencia de Seguridad Nacional para recopilar datos y vigilar individuos sin una orden judicial en nombre de la lucha contra el terrorismo. Es decir, por parte de Estados Unidos esto sería una estrategia necesaria para reforzar la seguridad de su patria y población. Otro ejemplo, sería en el 2015 durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, en donde el gobierno implementó Pegasus – un software de espionaje – para vigilar a sus ciudadanos. Este programa permitía tomar control total de teléfonos móviles, accediendo a mensajes, llamadas, micrófono, cámara y datos de ubicación del individuo sin ser detectado. Organizaciones como Citizen Lab de la Universidad de Toronto revelaron que, durante la práctica, el programa se utilizó contra periodistas, activistas anticorrupción, defensores de derechos humanos y opositores políticos, sin orden judicial. Así, tras estos eventos, el gobierno justificó el uso de dicho programa para combatir al crimen organizado y al terrorismo.
Entonces, por un lado, tenemos la filosofía del bien colectivo utilizado a conveniencia por gobiernos y organizaciones. Por otro lado, tenemos el “internet”; que se creó específicamente para la interconectividad y la comunicación en su más alto esplendor, no para la “privacidad”. Así que, si entendemos que la “privacidad” toma efecto cuando el ser humano tiene el control.
y opción sobre qué individuos y cuándo pueden entrar en su espacio reservado, sea físico o mental. El concepto clásico moderno de “privacidad” nunca ha existido en el entorno digital, ya que esta se vuelve obsoleta cuando un sistema, fuera del control individual, es alimentada conscientemente de datos confidenciales por el usuario.
La solución de esta narrativa sin bases es sencilla. Si no deseas que individuos u organizaciones violen tu “privacidad”, no expongas información personal en un sistema que se creó para la interconectividad y el intercambio de grandes cantidades de datos. Además, un sistema creado a partir de una filosofía gubernamental donde la privacidad individual se posiciona en un nivel secundario.