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El 25 de abril de este año, miembros del MIT Media Lab —laboratorio de investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts dedicado al desarrollo de tecnologías transformadoras— presentaron el concepto de “razonamiento aumentado por IA”: una sinergia entre la inteligencia artificial y el pensamiento humano. Valdemar Danry, neurocientífico y uno de los principales colaboradores en la formulación de esta idea, describe un sistema que potencia la reflexión y el razonamiento humano mediante retroalimentación y sugerencias en tiempo real basadas en IA. Funciona como un copiloto del pensamiento que plantea hipótesis, formula preguntas e ilumina perspectivas que no habíamos considerado.
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Esta propuesta surge como respuesta a las preocupaciones de economistas y científicos sobre la convivencia armoniosa entre el ser humano y la IA, buscando que el humano pueda utilizar la inteligencia artificial a su favor en lugar de ser utilizado por ella. Sin embargo, la solución desarrollada por el laboratorio de investigación está diseñada para una implementación general en la población, lo que revela una paradoja preocupante. Esta tecnología se convierte en un indicador más de la creciente desigualdad educativa intergeneracional que se avecina y, por extensión, de la desigualdad económica. Mientras algunos individuos logran adaptarse y avanzar aprovechando estas herramientas digitales, otros corren el riesgo de volverse progresivamente menos relevantes en el entorno cada vez más dominado por la digitalización. Esta disparidad no solo afecta a la generación actual, sino que amenaza con crear una brecha casi irreversible que impactará a las futuras generaciones.
A lo largo de la historia, el “factor tiempo” ha sido un aliado para equilibrar las desigualdades. Aunque los proyectos de Occidente no han sido perfectos, han logrado mitigar gran parte del problema gracias a los períodos de adaptación que ofrecían las transformaciones graduales. Sin embargo, en esta cuarta revolución industrial, donde la IA se integra cada vez más como un elemento inherente del ser humano, el tiempo ya no favorece el equilibrio, sino que se convierte en una desventaja descomunal para ciertos sectores de la población. Para dimensionar esta aceleración, consideremos que en la Edad Media —época en la que se inventaron la brújula y el reloj mecánico— el intervalo entre grandes innovaciones era de 200 a 500 años. Ahora, en esta etapa de interconectividad entre la biología humana y la tecnología, el intervalo promedio entre innovaciones disruptivas se estima en apenas 5 a 7 meses.
Esta velocidad condena a los individuos sin acceso o con acceso limitado a la tecnología a convertirse en analfabetas digitales, reduciendo significativamente sus posibilidades de obtener empleos bien remunerados y participar en el crecimiento económico de sus países. ¿Cómo se manifiesta concretamente esta desventaja? Imaginemos dos escenarios reveladores:
Primer escenario: un grupo de individuos utilizan el sistema de razonamiento aumentado por IA desarrollado por el MIT Media Lab, mientras otro solo tiene acceso a computadoras comerciales básicas. Cuando ambos grupos enfrentan el mismo problema, el segundo realiza una búsqueda específica en el navegador. En el mismo tiempo, el primer grupo no solo completa la búsqueda, sino que genera diez preguntas adicionales para profundizar en el tema y crea una síntesis integral de lo aprendido.
Segundo escenario: la diferencia entre usuarios con dispositivos móviles básicos versus aquellos con smartphones que integran IA como ChatGPT y Gemini. La brecha en capacidades de procesamiento y acceso a información es abismal.
En ambos casos, quienes tienen acceso a tecnología moderna y sus actualizaciones constantes poseen una ventaja significativa en velocidad de aprendizaje y resolución de problemas. Esta disparidad genera automáticamente una fractura profunda en el mercado laboral y en la estructura social.
¿Qué implicaciones concretas tiene esta transformación? El informe de este año sobre el futuro del empleo del Foro Económico Mundial revela una realidad compleja: aunque se crearán 170 millones de empleos, 92 millones serán desplazados, con las posiciones de nivel inicial particularmente vulnerables. Un ejemplo tangible es el anuncio de Meta —empresa matriz de Facebook e Instagram— sobre su intención de reemplazar informáticos principiantes con agentes de IA: programas semiautónomos capaces de realizar tareas que tradicionalmente ejecutaban humanos. Esta brecha digital crea una situación crítica donde individuos con acceso limitado a la tecnología no podrán desarrollar las habilidades necesarias para competir en el mercado de la cuarta revolución industrial. Los países con poblaciones en desventaja enfrentarán ciclos prolongados de pobreza —incluso las naciones desarrolladas— lo que limitará su desarrollo social y económico.
Se requiere conciencia colectiva y la superación de intereses mezquinos que impiden adoptar una visión a largo plazo. Es fundamental frenar el tecno-optimismo ciego que promueve innovaciones sin considerar planes para mitigar sus consecuencias sociales. En México y Latinoamérica comenzaremos a percibir estos indicadores en las próximas décadas. Como resultado, es previsible una oleada de demagogia por parte de los gobiernos: propuestas simplistas e irrealizables como prohibir la IA o garantizar empleos universales, sin considerar la viabilidad económica o tecnológica de tales medidas. No obstante, la planificación inmediata para mitigar las consecuencias educativas es indispensable y urgente para lograr el equilibrio entre innovación e igualdad en el desarrollo humano.