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Tres detenidos en caso Silvano Aureoles suman denuncias por excesos y desvíos; uno de ellos, señalado por tener 32 escoltas
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Asesinan a Kristian Zavala, periodista de Guanajuato; Fiscalía asigna equipo forense y operativo para esclarecer el crimen
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Sheinbaum acusa “puro nepotismo y mucha corrupción” en el Poder Judicial; “jueces se dedicaban a liberar delincuentes”, dice
Entre las ocho millones de personas que viven en Nueva York, hay más de un diez por ciento que son indígenas procedentes de México y aunque la cifra es imprecisa, Mari está segura que son más, sin embargo, la gente tiene miedo y vergüenza por reconocerse inmigrante e indígena. A pesar de ello, en la Gran Manzana, Mari tiene un ritual: conectarse por videollamada para conversar con sus amigas en mixteco.
“Todas somos mujeres indígenas, todas hablamos mixteco y reconocemos nuestras costumbres. Trabajamos en el rescate de la lengua, la cultura y, sobre todo, en la difusión de nuestros derechos. En la cultura mixteca hay una violencia muy fuerte hacia la mujer, entonces, tenemos la meta de aprender a defendernos”, platica.
Esas reuniones son parte de las actividades del colectivo Las voces en NY donde, además de escucharse, bordan y comparten sus recetas de cocina. “La mayoría llegamos antes del 2000 a Estados Unidos y vivimos experiencias muy fuertes en México. Mis compañeras han vivido violencia y llegando acá les hacía falta sanar”.
Mari llegó a Nueva York en 1999, tenía 14 años. “En Guerrero veíamos que nuestros familiares que se iban a Estados Unidos mandaban mucho dinero. Quería seguir estudiando, pero al terminar la secundaria mis padres no tenían dinero para que entrara al bachillerato, querían meterme a la normal, pero yo quería estudiar leyes”, recuerda.
La ahora intérprete decidió migrar. “Mis padres tenían la mentalidad de que llegando enviaría dinero, no fue así, por mi edad no me empleaban y además no entendía el idioma y cuando me contrataban, no me pagaban lo que era e incluso, ni me pagaban”, narra.
Mari no sólo enfrentó la barrera del inglés, también se encontró con el mixteco, lengua que -paradójicamente- aprendió en Nueva York.
“Llegué con unos familiares, todos hablantes de mixteco. En mi casa siempre me dijeron que no debía hablar esa lengua porque era un retroceso, algo no digno. Estuve alejada del idioma hasta que llegué a Nueva York, aquí aprendí a hablarlo bien porque viví con 15 personas que sólo se comunicaban en mixteco”, platica.
En Estados Unidos, Mari trabajó haciendo limpieza y terminó el bachillerato. Regresó a México con la ilusión de estudiar alguna licenciatura en la UNAM, no obstante, se enfrentó a la inexistencia de revalidación de estudios, por lo que volvió a Nueva York y ahora trabaja para una asociación como intérprete del mixteco al español, asistiendo a inmigrantes.
¿Es alto el número de población mixteca en Estados Unidos?
Sí, por ejemplo, en Atlanta trabajan en los campos. Aunque la mayoría de la gente indígena radica en California.
¿Cuál es el mayor obstáculo que observas para esta población?
La justicia lingüística. Casi siempre hay una mala práctica médica por falta de esa justicia y es una situación en la que se puede perder la vida. Hay mujeres a quienes les han hecho cesáreas innecesarias sólo para liberar camas.
Se limita a las personas indígenas por la falta de información en sus lenguas. Otro caso es que sus hijos no llegan a estudiar como tal una carrera por desconocimiento. Aquí la educación es gratuita hasta la preparatoria, después se necesita un proceso de becas donde los padres tienen que estar involucrados para llenar formularios, pierden muchas oportunidades por falta de información.
¿Con Trump eso se agrava?
Sí, las cosas están terribles, no sólo para los hablantes de lenguas originarias, en general para los hablantes de otro idioma. Tratamos de acercarles información. La situación es que si detienen a alguien, lo deportan, no hay tiempo defenderse.
Desplazamientos forzados
“Si tienes hijos menores de edad, debes preguntarle al abogado cómo pueden nombrar a alguien más para cuidarlos en caso de que seas detenido o deportado. Los trámites varían en los diferentes estados”. Esa es una de las indicaciones que traduce oralmente un colectivo de intérpretes indígenas para que pueda ser escuchada por sus compatriotas: inmigrantes indígenas de México y Guatemala que viven en Oregon, Estados Unidos.
Otros ejemplos del listado de acciones y derechos, recopilado por Lynn Stephen, junto con un grupo de investigadores y personas de diferentes organizaciones, son: no contestar ninguna pregunta respecto a tu nacionalidad, la migra sólo puede arrestarte en un lugar público; si te detienen, pregunta ¿estoy arrestado o detenido?; si Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) llega a tu casa ¡no abras la puerta!
La primera necesidad que tienen los inmigrantes indígenas es el acceso a la información en su lengua, comenta en entrevista la antropóloga y académica de la Universidad de Oregon, Lynn Stephen, quien trabaja desde hace 20 años en la defensa de los derechos de mujeres indígenas inmigrantes.
Ella ha visto que todos los presidentes han implementado políticas dedeportación, sólo que ahora el miedo es más grande por la visibilidad que Trump y su gabinete le quieren dar al tema.
“Ahora realizamos la traducción de sus derechos, de cómo preparar a su familia e iniciaremos con diez idiomas. Tenemos más de un año investigando las comunidades indígenas presentes en Estados Unidos y únicamente en el estado de Oregon hemos identificado 51 idiomas distintos de México y Guatemala”, señala.
Algunas de esas lenguas presentes son: purépecha de Turícuaro, mixteco de Juxtlahuaca; zapoteco de Tlacolula, Ozolotepec y Loxicha; amuzgo de San Pedro Amuzgos, náhuatl del centro de Guerrero y Orizaba, triqui de Juxtlahuaca, tseltal de Chiapas y maya yucateco.
Stephen platica que en el caso de las mujeres, cuando llegan a Estados Unidos no todas entienden el español, entonces dependen de su pareja y si ésta trabaja en el campo, ellas se incorporan a esas labores y es ahí donde lo aprenden.
“Hay situaciones que son importantes para ellas: dejar a sus hijos en la escuela, ir al doctor y solucionar algún problema con la policía. Para las mujeres indígenas cuando están dando a luz, tengo conocimiento de casos donde no hubo traductores o un intérprete en el idioma correcto. Existen personas que trabajan en organizaciones o en instancias de gobierno que quieren servir a las comunidades indígenas, pero realmente no saben que sus idiomas son distintos y sin mucha relación con el español”, detalla.
La investigadora afirma que el racismo en contra de personas indígenas procedentes de México está muy vivo en las propias comunidades mexicanas y latinas en Estados Unidos. “Es algo importado de México, todas tiene historias de discriminación, de insultos que siguen”.
Los inmigrantes indígenas comenzaron a llegar a Estados Unidos a finales de los años 70 del siglo pasado, algunos de esos testimonios Stephen los reunió en el libro Vidas transfronterizas, donde entrevistó a familias mixtecas, zapotecas y triquis. “Las mujeres jóvenes empezaron a migrar de la mixteca, del área de Juxtlahuaca, a Sinaloa y después a Baja California, para terminar en California y Oregon”, narra.
En los años 80 algunas recibieron la “amnistía” de Ronald Reagan. El 6 de noviembre de 1986 el entonces presidente de Estados Unidos firmó la Ley de Control y Reforma de la Inmigración (IRCA) para otorgar la legalización y un camino a la ciudadanía a cerca de tres millones de inmigrantes, entre los que había aproximadamente 1.3 millones de trabajadores del campo.
“Eran trabajadoras en la agricultura y eso fue bueno, tanto para hombres como para mujeres, les dieron una gran ventaja porque hasta la fecha, casi 40 años después, no ha existido un programa de esa escala que ofrezca un espacio legal y un camino a la ciudadanía. Hoy sólo se puede solicitar vía asilo. De ese tiempo ya hay dos y tres generaciones que tuvieron hijos y que son ciudadanos estadounidenses, por lo menos hasta ahora”, detalla.
Aunque actualmente no todas las mujeres indígenas inmigrantes trabajan en el campo, al inicio de los años 70 sí fue una actividad predominante. Sin embargo, los motivos de migración aún se relacionan a condiciones de pobreza, violencia de género y desplazamientos forzados a causa del narcotráfico.
Uno de los testimonios que Stephen recupera en Género, Etnicidad y Migración: Lecciones de los Mixtecos y Zapotecos es el de Soledad Cruz Hernández, de San Agustín Atenango, Oaxaca, quien migró a Estados Unidos en 1994, siguiendo a su esposo.
“Antes llevaban a sus niños pues y los sentaban ahí en su carriola y ahí estaban los niños porque las mamás iban a trabajar y ahora dicen que ya no admiten a los niños, ya no quieren que vayan los niños. Entonces las señoras a veces también no pueden ir porque dicen: no pues, si vamos a la fresa, si nos apuramos hacemos algo y si no pues no sacamos ni para pagar a la que cuida al niño ¿Qué hacemos? Por eso a veces se los llevan y a veces los tienen escondidos ahí en el carro. Pero los niños a veces empiezan a llorar y ni modo, se dan cuenta los patrones ahí y luego les llaman la atención, que ellos ya no quieren niños, pero pues no pueden dejarlos en su casa pues tienen que pagar a quien los cuide. Cobran 1,50 dólares por hora por niño”.
En una entrevista realizada en 2008, una mujer triqui de 60 años originaria de Juxtlahuaca, Oaxaca, narró a Stephen que se fue de su comunidad por los altos índices de violencia. “A ellos les gusta mucho matar. Asesinaron a mi marido y a mi cuñado. Siempre están matando gente. Matan a niños, niñas, mujeres y hombres. Me fui y me llevé a mis nietos porque es demasiado peligroso. Dejé mi casa y mi hijo está en ella. Tengo miedo de que si se va, perderemos la casa”.
En el artículo Gendered Violence and Indigenous Mexican Asylum Seekers: Expert Witnessing as Ethnographic Engagement la antropóloga ejemplifica otro caso de migración por violencia:
“Cuando estaba muy borracho, se acercó a donde yo estaba, me agarró la pierna y me puso las manos por todo el cuerpo. Sus esposas estaban allí y me dijeron: ‘Tiene una pistola en la mano’. Luego le dijeron a él: ‘No le hagas daño’. Luego lo empujaron y de allí me escapé a las tres de la mañana. Salí corriendo. Corrí hasta que llegué a un río y cuando pasé el río, subí la montaña. Me senté porque no podía seguir. Mientras corría, ese hombre fue al ayuntamiento local y dijo por el altavoz que si no regresaba a su casa, él personalmente me mataría a mí y a mi familia… Así que me fui y tengo miedo de volver a casa porque él me va a matar”.
¿Ha aumentado la población de quienes migran a Oregon?
Si hablamos en general, por ejemplo, en 2005 bajó la migración, pero por diversos estudios sabemos que personas de pueblos indígenas seguían llegando. En los últimos cinco años han llegado no solamente de Oaxaca y Guerrero, ha llegado mucha gente de Chiapas y Nayarit.
Donde hay muchísima violencia en México por el crimen organizado, la gente sale. Ahora la situación en la frontera de Chiapas y Huehuetenango, Guatemala, es muy terrible, hay una guerra entre cárteles y la gente abandona su hogar.
¿Cuáles son los trabajos que más desempeñan las mujeres indígenas?
Es muy variable. Por ejemplo, de la zona triqui, hay mayordomos que reclutan personas específicamente para la agricultura. El trabajo más fácil donde se pueden integrar es el campo, en la pizca de moras, fresas y cerezas durante el verano, son trabajos temporales, de mayo a agosto.
También he conocido mujeres que cuando terminan de trabajar en los campos se van a las empaquetadoras, donde congelan las verduras y frutas. Otras cuidan niños, hay toda una red entre mujeres porque, según la ley, no puedes llevar a tus bebés a los campos, entonces tienes que pagar a alguien para que los cuide.
Algunas trabajan en el campo, algunas están en restaurantes, limpiando casas, pero, también, tengo en la Universidad de Oregon estudiantes que cursan la licenciatura y la maestría, son jóvenes trilingües porque hablan inglés, español y su idioma indígena.
No quiero promover el estereotipo de que todas las mujeres indígenas que llegan siguen haciendo trabajos en el campo porque eso es crear una idea de víctima. También hay mujeres indígenas trabajando en ONG y en lugares del gobierno. Ojalá que fueran más.