El cristianismo vive alrededor de una cena; la filosofía gira en torno a un banquete. La cena cristiana se recrea más o menos un millón de veces cada día, salvo un viernes y un sábado al año. Juan de la Cruz escribió un verso, “la cena que recrea y enamora”, que conjuga justo dos verbos precisos, recrear y enamorar, y que aparece en uno de los cuentos fundadores de la narrativa moderna mexicana, “La cena”, de Alfonso Reyes. El banquete platónico sigue siendo uno de los textos centrales de la filosofía y de Occidente: figuras como Aristófanes, Sócrates y Diotima de Mantinea (quien tiene la última palabra) discuten acerca del amor.

La comida atraviesa las artes, los ritos y las mitologías de todas las civilizaciones y aparece en más de un texto literario. Por ejemplo, también Los Buddenbrook, de Thomas Mann, comienza con una cena. Se trata de un acto de comunión y de comunicación familiar en el que muy pronto, eso sí, se manifiestan las tensiones por el vaivén de intereses y proyectos y creencias entre mujeres y hombres, abuelos y padres, hermanos y nietos. Muchos siglos atrás el canto primero de la Eneida ya nos habla de un banquete; comen y conviven los soldados de Eneas apenas repuestos del colérico viento de Juno; traduce Rubén Bonifaz: “Ellos a la presa se disponen y a las viandas futuras. / Las pieles arrancan de los flancos y desnudan las carnes; / parte, en trozos las cortan y trementes en varas las fijan; / ponen otros, en la costa, calderos, y flamas ministran. / De la comida allí sacan fuerzas, y en la hierba esparcidos / se llenan de viejo Baco y de pingüe venado” (Virgilio, Eneida, I, 210-215).

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Evert Pieters/ Art Institute Chicago
Evert Pieters/ Art Institute Chicago

Por instinto político –vale decir, estratégico– el encomendero Pedro Páramo invita a cenar a sus enemigos históricos, los revolucionarios, y casi se mimetiza en ellos para neutralizarlos y proteger sus latifundios y su múltiple poder: cualquier cena nos inclina a la conciliación. ¿Pelean por hambre y sed, así sea de justicia? Pues bien, yo les daré frijoles, tortillas y chocolate.

Otra historia de Juan Rulfo, “El día del derrumbe”, convierte en banquete la visita de un gobernador a un pueblo tras un terremoto. El gobernador debería haber ido a coordinar la reconstrucción de aquel humilde villorrio. Rulfo ironiza: los recursos se gastan en una comida donde se chorrea el ponche y donde corren por las mesas las tortillas, las salsas y un venado de sabor, como vemos, virgiliano. No será exclusivo de México el impulso de volver festejo cualquier asunto, pero México ha sabido crear una cocina de alcance mundial gracias, en parte, a nuestro ánimo celebratorio y conmemorativo. ¿Qué problema no se resuelve en una buena mesa?

El éxito de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, hace ya unos treinta años, deja entenderse por la brillante idea de novelar como si se tratara de una receta y de colocar la alimentación en el núcleo de la obra. Alguna vez expuse la hipótesis de que el éxito de la novela (y película) también obedecía a que nos (re)conciliaba con las labores caseras, ahora que las mujeres de pronto debían alternarlas con el trabajo profesional y los hombres debíamos participar más en la cocina y otras áreas. Después de todo, la mesa abre vías creativas que el planchado, el trapeado y el lavado de vidrios no nos dan (ni el barrer, el aspirar, el cepillar, el coser).

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La espléndida película Spencer, del chileno Pablo Larraín, con una protagonista en actuación soberbia, es uno de los muchos ejemplos de la presencia en el cine de la comida como rito. El rito es allí tan dominante que asfixia a la princesa Diana y aburre a sus hijos.

En todos estos casos –serios, irónicos, rígidos– la comida conserva su carácter aglutinante y siempre propiciará espacios para el conocimiento mutuo e incrementará las posibilidades de diálogo y consenso. La comida tiene un aspecto social e íntimo: se comparte y también se ingiere; se reparte y pasa a ser un poco de nuestro organismo, de nuestro torrente sanguíneo. Ya tan sólo por estos dos aspectos, el comunitario y el personal, empieza a adquirir un carácter sagrado. Al inicio de El proceso de Franz Kafka los oficiales que llegan a notificarle a Joseph K. que será sometido a juicio se comen el desayuno que él estaba a punto de despachar: le roban algo muy íntimo –anímico– al fiscalizarle lo que ingresaría en su organismo.

Escucho que en estos días hay inquietudes estudiantiles por la cuestión de los comedores universitarios. La Universidad Complutense de Madrid tiene resuelto el problema: abundan los comedores a la mitad del precio que el que se registra en las calles o incluso menos. Hay opciones. Mejor no nos imaginemos qué sería de la vida universitaria sin tales espacios, donde dejan verse hornos: allí calientan sus comidas quienes las trajeron desde casa.

La vida española es verbal. El ser humano es verbal. Los comedores, como los transportes públicos, suelen ser un jubiloso enjambre de conversaciones cruzadas. Lamento no haber conseguido, cuando fui coordinador de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (diciembre de 2015 – diciembre de 2019), concretar un acuerdo con directores durante una reunión a la que convoqué a raíz de la petición de un instituto de enfrentar ciertas inseguridades cerrando completamente la media cerca que ya tenía en el espacio verde, compartido por los institutos de Investigaciones Jurídicas, Sociales, Filosóficas, Filológicas, Históricas, Estéticas, Económicas. El acuerdo consistía en darle un estímulo a la convivencia mediante un muy necesario comedor: más iluminación para más seguridad por las tardes y noches y un espacio para partir el pan y compartir la sal, como Eneas, como Odiseo en costas del Mediterráneo o de algún otro de los mares del mundo.

Aunque el acuerdo era compartido, pronto lo asumí como propio. Hubo resistencia de ambientalistas de Económicas, pese a que habíamos encontrado un sitio que sigue igual: un rectángulo ya de por sí alterado con cemento en la esquina entre Económicas y Sociales. Un comedor estimularía el mutuo conocimiento entre colegas y estudiantes.

Alrededor de un auditorio importantísimo para la historia de Ciudad Universitaria pululan vendedores que responden a una urgencia básica de nuestra gente joven: comida a un precio razonable. La facultad más próxima podría recuperar el comedor que alguna vez estuvo donde ahora se encuentra la sala de maestros: quizá enfrente, donde hoy vemos una pagaduría. Cuestión de oferta y demanda: mejorarían la oferta y la formalidad. Todo espacio es estratégico. Todo tiempo es estratégico. Quienes han fundado civilizaciones lo supieron desde siempre.

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