Lee también: Vals para lobos y pastor: adelanto editorial
“México es un niño que ríe en la oscuridad. México es una tumba desenterrada con frutos rojos y amarillos recién cortados. México es un pajarito que picotea y picotea su imagen en un espejo roto”, así define el escritor Ernesto Lumbreras al país de 1874, año en que católicos lincharon a John Stephens, pastor estadounidense que fue enviado a establecer una iglesia protestante en Ahualulco de Mercado, Jalisco. Ese hecho violento llamó la atención del poeta, curiosidad que concluyó en la escritura de su novela Vals para lobos y pastor (Ediciones Era, 2024).
Lumbreras usó la ficción para reconstruir la infancia y juventud de Stephens ya que los datos biográficos que pudo indagar sobre este personaje se limitaban a su lugar de nacimiento (Gales), su migración a California de la mano de su madre, su incorporación a la Iglesia Congregacional, su viaje a Jalisco donde fue asesinado y el proceso judicial que siguió tras su linchamiento.
En esa ficción, el protagonista mira una serie de desgracias que, al parecer, siempre son cíclicas: la persecución religiosa en Reino Unido, la lucha por el fin de la esclavitud en Nueva Orleans (la guerra de Secesión), la llegada de inmigrantes a California en busca de oro, la pérdida de México de una parte de su territorio, el asesinato de indígenas y la intolerancia religiosa en Jalisco.
¿Qué le atrajo de Stephens?
Primero, la sorpresa de que este personaje histórico tuviera algo que ver con mi pueblo natal y que su historia fuera un secreto guardado a piedra y lodo. Muy pocos de mis paisanos tenían conocimiento de este suceso trágico. Me entero a mis 30 años por un periódico que publicó en primera plana la noticia de que el gobierno norteamericano, 50 años después del crimen, todavía seguía exigiendo la indemnización. Esto fue, de algún modo, la primera invitación a indagar.
En un segundo momento, el interés por reconstruir una historia desde la ficción y la fantasía a partir de los retazos de la biografía de John Stephens. Me resultaba estimulante saber que había nacido en Gales y 27 años después moriría a muchos kilómetros de distancia, en un pueblo de Jalisco, en mi pueblo.
Su novela es un motivo para hablar de Estados Unidos y los migrantes.
Cuando decidí revelar la vida, pasión y muerte de John Stephens pensé en un formato de novela de viaje, de aventura y, por supuesto, en una novela de iniciación del personaje.
Las coordenadas históricas daban pie para que el protagonista fuera partícipe en los fulgores, los peligros, los cambios que iban a movilizar a miles de hombres y mujeres en la víspera de la guerra de Secesión en Estados Unidos (1861 a 1865), teniendo como telón de fondo la pérdida de la mitad del territorio de México. Además, la llegada de Stephens con su madre a Nueva Orleans sucedió en la década de los 50 del siglo XIX, un momento en que curiosamente —eso no lo comento en mi novela— ahí estaban expulsados, desterrados, Benito Juárez y Melchor Ocampo.
Cuando Stephens llegó a California fue en el contexto de la fiebre del oro. Entonces, me imagino al protagonista de mi novela como un gambusino, donde también tendrá una parte de su iniciación humana y religiosa para que, en su último capítulo, llegue a Ahualulco, a su emboscada final.
Cuando Stephens viaja en barco mira cómo tratan a los esclavos y cuestiona a dios.
El siglo XIX, tanto en Europa como en América, la relación del hombre con lo sagrado comienza a resquebrajarse. Me interesaba cruzar la novela por una suerte de neblina maléfica, es decir, el mal está latente en las pruebas de vida que habrá de enfrentar John Stephens, lo siniestro y lo oculto en las mismas imágenes religiosas. Ese niño, en su llegada a Nueva Orleans, descree de la iglesia, no va a misa, pero es más religioso que nunca, su vida espiritual se multiplica a partir de las decepciones, de los desencuentros con el imaginario cristiano y se potencia su fe en el prójimo, en su entorno, en su barrio, en su ciudad, en su país de adopción.
Al inicio de la novela escribe: "Estábamos en 1852, años de hambrunas y persecución religiosa", al parecer esa es una constante.
Tristemente sólo cambian las circunstancias. La condición humana en su registro más básico e instintivo sigue operando. Cambian las fechas, cambian los siglos y esa condición básica del hombre opera ayer y hoy con otros nombres, con otras circunstancias. El tema del linchamiento podría parecer de otros tiempos. Aquí en México revisé estadísticas y el tema de los linchamientos por cuestiones religiosas, raciales, económicas y políticas sigue siendo recurrente. La hierba sigue estando crecida y seca. Basta una chispa de intolerancia, de mala información, de noticias falsas para ir sobre la vida del que atenta supuestamente algo de nuestra propiedad, de nuestra libertad, de nuestras creencias…eso no ha cambiado.
¿Por qué la mención de William H. Prescott y su libro Historia de la Conquista de México?
Tuve que adentrarme en la literatura del siglo XIX, me encontré las cartas que Prescott envió a varios intelectuales mexicanos, Prescott estaba levantando la documentación (para su libro), entonces hay cartas cruzadas, por ejemplo, con Lucas Alamán.
El libro de Prescott sirvió para la élite militar que vino a la guerra contra México, fue una suerte de biblia bélica, un señuelo de la ambición, de lo que representaba el México prehispánico, fue un libro muy leído en Estados Unidos, en Europa y, por supuesto, también aquí en México. Me atraía una lectura de iniciación con emboscadas y una invención que hice a las guardas de libro sobre unas notas respecto a los espejismos del oro.
También uno se esconde en el personaje de John Stephens. En muchos sentidos estoy ahí, una novela sí de poeta por las referencias a poetas, a poemas que John incorpora a su vida como talismanes, acompañamientos e interlocutores en su largo periplo. De algún modo ese libro de Prescott es una biblia, pero también es una emboscada, una anticipación a los espejismos de la ambición.
Stephens es seducido por la lectura y la música.
El título del libro ya remite a un deseo de que el relato se construya con un cuidado musical. El vals nos remite al siglo XIX, a Strauss, pero también a este personaje femenino de la novela, Helen Bird, la imitadora de pájaros. En ello confieso un pecado de origen, me considero ante todo poeta y cuando paso a la prosa es inevitablemente tener ese cuidado por el ritmo, por la cadencia, por el encabalgamiento de lo que se va contando, como si fuera también cantado.
En la historia hay representaciones del teatro de marionetas como una segunda vida, como un espacio donde ese teatrino nos amplía la perspectiva, hace más plena la vida, la hace más intensa, pero también nos hace ser ese otro que formará y educará el espíritu de John Stephens, conocer a ese otro que será su confesor, su curador de almas y un anticipo de la profesión de fe que tomará en California y en México.
¿México es para usted un niño que ríe en la oscuridad?
Para muchos la gran novela escrita por un extranjero es Bajo el volcán de Malcolm Lowry, este autor supo ver a México más allá de la superficie, más allá de esa mirada de turista, de esa mirada curiosa sobre el color local, supo ver el alma del mexicano, supo ver la herida. Cuando escribí este libro, por supuesto que leí otros autores extranjeros que hicieron testimonio de sus días, sus años y estancia en el país.
Esa frase que aludes es, en buena parte, una suerte de resumen de la mirada de Lowry y la mirada de los cronistas de la conquista sobre lo que veían en México. Una parte catártica, una conjunción de la muerte, de lo tétrico y ¿por qué no? de lo desconocido. Dicha fase podría resumir esas imágenes, esa simbología a la mirada del extranjero.
¿Existió el periódico La Lanza de San Baltasar que menciona en la novela?
Sí, fue el órgano de divulgación de la Iglesia Congregacional, ahí dirimieron sus diferencias con otros periódicos, en este caso, católicos de Guadalajara. Los ejemplares se encuentran en la hemeroteca de la Biblioteca Juan José Arreola y fueron parte de mi consulta bibliográfica.
¿Se conservan cartas de Stephens?
Con mi hermana tengo una colección de libros de microhistoria, ella me mostró un cuadernito de la iglesia donde mataron a Stephens —que todavía existe, ya con otro nombre, ahora es iglesia Emanuel—, y a un costado de la plaza publicaron un cuadernito (mimeógrafo) y reproducen una carta que no conocía, la acabo de ver hace unos meses y el tono me puso la piel de gallina porque es muy parecido a la prosa de mi novela. Habla sí del asedio, de que a Stephens le rompieron los cristales de la iglesia a balazos semanas antes de que lo mataran.
El protagonista se siente aliviado al dejar la búsqueda de oro y poder llegar a una civilización con ley.
Stephens llega al México de la República restaurada, el optimismo de los liberales por llevar a la realidad la Constitución de 1857 porque las Leyes de Reforma realmente fueron un salto mortal para algunos personajes. La desamortización de los bienes de la iglesia era una parte de la modernidad de México como país, pero, por supuesto, había intereses creados, el poder de esa riqueza pasaba de unas manos a otras y el amparo, la legitimidad de las leyes habilitaba este cambio. Comenzaba para el país una etapa de progreso, pero también daría lugar a este tipo de episodios como el John Stephens y otros que sucedieron en Michoacán, también de persecución religiosa, que historiadores del Colegio de Michoacán y de la Universidad de Guadalajara han documentado. En el norte también hay registro de agresión a iglesias anglicanas.
Entonces, el imperio de la ley, en este caso, la pena de muerte a los asesinos materiales del pastor John Stephens tampoco hablaba mucho de un país en camino al progreso. Era un momento de transitar hacia la modernidad poniendo en práctica leyes de avanzada en un siglo (el XIX) en el que la republica todavía no pasaba de un experimento.
Con el paso del tiempo ¿realmente nos pesan, como sociedad, nuestros muertos?
No, hay una alfombra que se llama olvido. Por experiencia personal, por experiencia de mi comunidad, la historia de John Stephens se guardaba bajo la alfombra o en un sótano donde están los cachivaches que ya que no nos sirven.
Me gustó mucho una reseña de Roberto Pliego sobre el caso, se tituló El fantasma de Ahualulco porque Stephens es un fantasma que apenas empezamos a ver los nacidos en Ahualulco, una historia que nos incordiaba.
Cuando realicé una presentación de este libro, dije: "Es una presentación, pero también me gustaría que fuera una expiación y ¿por qué no decirlo? un exorcismo, un deseo de que el espíritu, el fantasma, los restos de John Stephens nos rediman por lo que pasó hace 150 años”.
En esa dimensión, por supuesto, los muertos pesan para traer del pasado esa lección de tiniebla a nuestro presente y sacar provecho de esa lección porque los retos son muy parecidos a los que pasaron hace 100, 200 y 300 años.