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Abandonar por un tiempo la ficción y entrar en el terreno —océano inmenso— de la realidad propia, ese espacio complejo de preguntas con respuestas pendientes, de cuestionamientos que se hacen fisura y terminan por fracturar todo eso que creemos ser, de sentimientos y emociones que suelen reñir contra “lo racional”. Eso hace la escritora colombiana María del Mar Ramón en Coger y comer sin culpa. El placer es feminista publicado en la colección Cuerpxs de la editorial mexicana U-Tópicas.
Precedida por un prólogo coral que recoge las voces de Aura García-Junco, Tamara de Anda (Plaqueta), Catalina Ruiz-Navarro y Luciana Peker, Ramón habla y escribe porque cree “en el poder que tiene contar nuestras historias y hacernos visibles”. Desde una culpa ya lejana, con incomodidades y cuestionamientos, entre la rabia, el placer y el goce, con humor y dolor, y sin caer “en la trampa neoliberal del empoderamiento personal”, la autora recoge su propio andar por trastornos alimentarios, masturbaciones, orgasmos, nudes y violencias bajo las reglas, los mandatos y el poder de la heteronorma.
Ramón nos recuerda que nuestros cuerpos están afectados por la historia y que se hace urgente derrocar la idea de los cuerpos normales y mejores, erradicar las visiones heroicas de menstruar y desgenitalizar el placer sexual. Conversamos con ella sobre este libro de ensayos.
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¿En qué momento nació el deseo (¿y la necesidad?) de escribir este libro en el que hace una mirada tan incisiva y profunda no sólo sobre usted misma, sino sobre la familia y la sociedad que somos?
El libro es producto de los debates que venían dándose desde los feminismos latinoamericanos, más precisamente en argentina posterior al #NiUnaMenos. Después del 2015 vinieron años de mucha ebullición en el debate feminista en Argentina, algo que no era nuevo porque es un país que tiene una tradición de discusión colectiva y popular feminista desde los Encuentros Nacionales de las Mujeres. Lo que sí sucedió en la masividad de aquellos días, en la profundidad de las conversaciones y de ese intercambio plural, es que sentí que tenía que escribir algo en ese tono menos solemne y un poco más punk. No creo que el libro fuera en ese entonces nada novedoso ni disruptivo, porque eran conversaciones que teníamos y diálogos que se fortalecían todo el tiempo, pero sí creo que hasta ese momento yo no había leído —en español y de la región— la crítica más irónica y cruda que quería hacer, y un poco consecuencia de todas esas preguntas y procesos se dio la posibilidad y la urgencia mía de escribirlo.
¿Cuál fue el mayor desafío a la hora de escribir y, sobre todo, de escribirse como lo hizo aquí?
El mayor desafío que me impuse en esa época fue el de no evitar los lugares incómodos del texto. Recuerdo unos primeros textos en primera persona que había hecho algunos años antes, en los que todavía sentía un pudor extraño por qué irían a decir de mí, por lo que la narración no terminaba nunca de encontrar ni un tono ni una originalidad ni nada. Supongo que en esos textos previos podía verse que no estaba escribiendo lo que realmente quería decir. Por ese entonces los leyó quien después sería el editor del libro en la primera edición colombiana y me dijo algo que me fue muy importante para mi escritura posterior: “Si vas a escribir algo, tienes que poner toda la carne en el asador. Uno no puede escribir a medias sobre lo que quiere decir”, y creo que tenía mucha razón.
¿Era la honestidad el desafío?
Sí, y no hablo de eso como apegarse a los hechos reales, sino como una forma de decir sin temor lo que yo quería, por el hecho de que como autora y como persona fuera a quedar expuesta. Supongo que uno de los mayores desafíos al escribir en primera persona un texto como esos es no tener ningún temor a la vergüenza ni a lo patético ni a lo vulnerable. Es que también somos esas cosas; incluso en los momentos más trágicos o más brillantes de nuestras vidas hay un poco de eso, y creo que no evitarlo es lo que ha hecho del texto un libro que se sigue publicando y leyendo. No temer al patetismo es su mayor virtud y donde reside lo genuino que pueda tener.
Nadie quiere mirar los costos reales de mantener el sistema como está. Y una vez lo narras entras en una categoría extraña
María del Mar Ramón, escritora colombiana
Usted dice que no va a sentirse mal por querer estirar los límites de lo aceptado para que la sociedad la quiera y la aplauda, y nos hace pensar en las muchas manifestaciones de la culpa, como esa que recae sobre el querer ser y estar acorde a las convenciones sociales.
Existe una enorme doble moral en el mundo sobre todas las cosas, por supuesto, pero específicamente sobre lo que se nos pide a los cuerpos para caber en la norma. A las mujeres se nos exige delgadez, que es incluso considerada como algo positivo en ámbitos como el laboral, como si ser flaco te hiciera disciplinado y te concediera una superioridad moral. Sin embargo, nadie quiere escuchar decir que te metes los dedos hasta el fondo de la garganta para vomitar la comida y poder mantenerte delgada, y es algo que hace nuestra sociedad con casi todas las cosas, ¿no? Nadie quiere mirar los costos reales de mantener el sistema como está. Y una vez lo narras entras en una categoría extraña, como si encarnaras una especie de monstruosidad, como si hubieras revelado los trucos de un mago y eso fuera no sólo inmoral, sino directamente desagradable. Lo que quise hacer fue jugar un poco con eso y denunciar que lo que la gente aplaude y demanda tiene costos altísimos , desagradables y hasta escatológicos en nuestras vidas.
También afirma que “cumplir con la norma sólo tenía sentido si había testigos”. ¿Cómo “lee” ese mecanismo de vigilancia y de legitimación que hace tan explícito el poder que le asignamos a la mirada del otro o la otra?
Creo que con los temas del cuerpo y la discriminación por las otras corporalidades, específicamente la gordofobia, hay algo muy curioso: si bien hay una discriminación material real que afecta las vidas de las mujeres en todos los ámbitos de sus vidas y que incluso, según The Economist, hace que ganen menos plata y accedan a peores lugares de trabajo sólo por ser gordas, tengo la sensación de que mucho del adoctrinamiento primario sobre los cuerpos ocurre en nuestros ámbitos más íntimos y afectivos como la familia, nuestras amistades y primeros vínculos. El poder que se ejerce sobre nuestra psique siendo apenas unas niñas con esa cantidad de normas y leyes y la obligación de cumplirlas, no sólo para no ser discriminadas por el resto de la sociedad, sino para ser queridas por nuestra propia familia es algo muy doloroso de ver en las mujeres de mi generación. Siento que para muchas de nosotras la posibilidad de migrar y tejer vínculos que se basaran en otros diálogos fue muy liberador en cuanto a la relación con nuestro cuerpo.
Le corresponde al mercado editorial abrir un poco el juego y dejar que entren más voces, más diversas, de más experiencias
María del Mar Ramón, escritora colombiana
Es muy valioso el reconocimiento que hace de su lugar privilegiado y su vida de mujer blanca, cisheterosexual de clase media, que le ha ahorrado formas de violencias y discriminación. ¿De qué manera se logra conversar desde la empatía y el reconocimiento con quienes no están en ese lugar?
Es una conversación en la que las personas blancas, de clase media y cisheterosexuales tenemos que movernos del medio. A mí, mi experiencia sobre la violencia no me interesó mucho más que este libro que escribí, y un poco motivada por eso no volví a escribir no ficción. Es un ejercicio de honestidad intelectual publicar sólo cuando una se considera relevante para una conversación pública y siento que nuestras experiencias de la clase media blanca y cis no lo son más. Me parece que le corresponde al mercado editorial abrir un poco el juego y dejar que entren más voces, más diversas, de más experiencias y reflexiones sobre la forma en la que nos marca el mundo.
También es muy interesante su reflexión alrededor de “la trampa neoliberal del empoderamiento personal”. ¿Cómo se puede escapar de ella en un mundo donde prolifera la autoayuda?
No lo sé a ciencia cierta; me gustaría saberlo. A veces yo también quiero creer en la promesa de la felicidad y del bienestar permanente, y estar ilusionada con que si deseo algo con suficiente ímpetu, va a suceder, y que si no sucede, no tiene ningún vínculo con la forma desigual e injusta en la que el mundo está repartido, sino con que yo no lo deseé lo suficiente. Digo esto porque lo que nos venden no es poco atractivo; todos queremos ser felices en un mundo que nos exige serlo y además nos vende las maneras exactas para conseguirlo. Por eso creo que comprender que la promesa y exigencia de la felicidad es tramposa y esquiva, y que la realidad no sólo es menos glamurosa sino más triste, puede ayudar a resignarse con menos angustia al devenir del mundo. Me genera cierta tranquilidad abrazar la complejidad y no renunciar nunca a ella, incluso cuando soy infeliz y cuando la estoy pasando mal o cuando tengo meses y hasta años complicados. Desconfío de cualquier persona que sea taxativa con sus soluciones ante los problemas del mundo, tanto de los políticos, los feministas, los sociales y los emocionales. Desconfío de cualquier persona que quiera decirme cómo ser en plaquitas de Instagram.
Un síntoma de los tiempos que corren…
Y donde todo va tan rápido, donde hay que opinar sobre todo, saber sobre todo, tener todo y estar en todas partes. Cada vez me gusta más pasar tiempo teniendo conversaciones obsoletas, que no sirven para nada, o dedicada al ocio de caminar y hacer actividades cuyo beneficio no pueda medirse, y siento que eso es algo que tiene que ver con la pregunta. La vida no “sirve” para nada, tampoco los afectos, ni cada persona a la que quieres tiene que ser constructiva y “aportarte”, ni cada cosa que haces tiene que estar claramente acomodada en una cadena productiva de bienestar. Procurar pensarse fuera de ese sistema donde siempre hay una meta distinta me ayuda a estar más tranquila. Disfruto muchísimo de la certeza de mi obsolescencia; me da mucha libertad.
Otro asunto que atraviesa el libro es la idea del cuerpo afectado por su historia. ¿Por qué cree que es tan común que desliguemos lo uno de lo otro?
Porque en general tenemos súper escindido al cuerpo de la mente, a las ideas de lo corporal, de lo material, de lo banal. Y a mí me resulta muy bello como somos cuerpo, cómo el cuerpo se afecta de los estados afectivos, cómo la tristeza es un estado del cuerpo y cómo tenemos otras formas de registrar la palabra.
Yo valoro mucho el sexo como eso: un lugar sin juicios en el que me puedo exponer
María del Mar Ramón, autora de "Coger y comer sin culpa"
¿Cómo se podrían deconstruir las visiones heroicas de menstruar?
Ja, ja ja. No sé. No estoy muy en el tema del activismo menstrual. Sólo quiero que me dejen decir en paz que me siento como una mierda cuando menstrúo, que la paso horrible y que me gustaría muchísimo dejar de hacerlo. Siento que hay unas visiones esencialistas con esta cosa del útero, la naturaleza, la “sabiduría” y qué se yo; tampoco es un discurso que observe mucho. Tendrá sus cosas y a mucha gente le servirá para reconciliarse con su cuerpo o lo que sea. A mí me molesta menstruar y me molesta más la precariedad de los avances científicos al respecto, pero bueno, son perspectivas. Sí, por supuesto, que todas las personas menstruantes deberían tener acceso a todos los métodos de higiene menstrual posibles.
¿Cuál es la vía para desgenitalizar el placer sexual?
Procurar que coger sea una actividad volcada más al placer que a “cómo debería verse coger” y procurar que no exista un libreto a la hora del sexo. Salirse del guion que nos dijeron que era tener sexo con otros y otras, y explorar. Es rico que existan en el mundo espacios donde todo está permitido (mientras sea consentido) y yo valoro mucho el sexo como eso: un lugar sin juicios en el que me puedo exponer, puedo intentar y puedo arriesgarme a cosas que cuando no estoy cogiendo naturalmente no haría.