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A simple vista, la vida y obra de Gabriel García Márquez parecería un terreno muy explorado. Desde 1967, año en que fue publicada Cien años de soledad, la abrumadora celebridad de la novela no ha hecho sino crecer, a tal grado que se puede hablar de un efecto Macondo. Pero dicho efecto tiene sus bemoles. Uno de ellos es que la célebre novela ha terminado por eclipsar al resto de la obra del Nobel colombiano. En consecuencia, en el imaginario de millones de lectores (e incluso no lectores), el legado del maestro se ha visto constreñido a conceptos como “Boom Latinoamericano” y “realismo mágico”.
Una de las aristas que han quedado en la sombra es la relación que García Márquez sostuvo con el periodismo. Innumerables veces afirmó que allí residía su mayor vocación. Así lo dijo en 1976 durante una entrevista con Orlando Castellanos: “Yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo (…) Yo empecé siendo periodista, porque lo que quería era ser periodista”.
En 54 años de trayectoria, García Márquez redactó miles de piezas para diarios y revistas. Tales trabajos han sido compilados por Jacques Gilard en cinco volúmenes titulados Obra periodística que suman 3 mil 288 páginas. Un sexto volumen, que contiene las piezas publicadas por el maestro entre 1998 y 2002, fue publicado en 2014 por el diario colombiano El Tiempo bajo el título La nostalgia de las almendras amargas. Se trata de un corpus enorme y muy variado: en más de medio siglo, Gabo fue redactor, cronista, entrevistador, editorialista, editor, columnista, corresponsal e incluso empresario de medios. No obstante, a ningún cargo le dio tanto peso como a lo que llamaba “el máximo nivel de reportero raso”.
La frase no es un juego de palabras, sino la expresión simplificada de una nueva y transgresora perspectiva del oficio. En la ya mencionada entrevista, García Márquez dijo: “Yo creo que la carrera de periodismo está considerada al revés. Los muchachos jóvenes que empiezan, a los cuales se les quiere enseñar, los nombran reporteros, y después, a medida que van progresando, que van haciendo méritos, los ascienden a la sección de editoriales y los llevan hasta directores. Yo creo que la carrera es completamente al revés, porque la expresión máxima, el máximo nivel del periodismo, es el reportaje”.
Resulta imposible ser exhaustivo con una trayectoria de más de medio siglo. Así, este trabajo identifica sólo algunas entre las muchas maneras en que el Nobel de Literatura 1982 recurrió al periodismo para forjar su legado.
El inicio: aprendiz de redactor
Una vez más: para García Márquez, el reportaje es la máxima expresión del periodismo. Lo anterior no significa que siempre haya sido reportero. Debió ganarse el puesto. Su carrera inició en 1948, cuando, a los 21 años, ingresó como aprendiz de redactor en El Universal de Cartagena. Esto quiere decir que su labor no consistía en recabar información de primera mano, sino en interpretar informaciones recolectadas por otros. Entre sus responsabilidades estaba revisar las notas recibidas por teletipo y transformarlas en historias que atrajeran el interés de los lectores. Esta primera etapa se caracterizó por la búsqueda de un estilo: la meta era decir las cosas de una manera original, recurriendo al humor y a cierto exotismo. Lo que importaba no era qué se decía, sino cómo se decía, de allí que García Márquez dedicara columnas a hablar del acordeón (“No sé que tiene el acordeón…”, mayo de 1948), al hecho de que en un hospital nacieron cuatro pares de gemelos (“El mes de mayo fue un mes próspero…”, junio de 1948) e incluso a cómo hacer una nota cuando no se tiene tema para escribir (“Tema para un tema”, abril de 1950).
Esta primacía de la forma no era casual: tras el asesinato del candidato a la presidencia, Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, Colombia vivía el periodo conocido como “La Violencia”, donde el gobierno había impuesto una estricta vigilancia sobre los periódicos y revistas, a tal grado que en cada sala de redacción había un censor del régimen que autorizaba o descartaba los contenidos.
El Tomo 1 de su Obra periodística, titulado “Textos costeños”, contiene las primeras 38 notas que García Márquez escribió cuando era aprendiz en Cartagena. También contiene más de 450 artículos que publicó en su segundo empleo, en El Heraldo de Barranquilla, donde también fue redactor de enero de 1950 a diciembre de 1952. Su columna se llamaba “La Jirafa”. Allí, por ejemplo, escribió sobre una adolescente italiana que permanecía inconsciente en una clínica de Roma tras una sobredosis de barbitúricos (“Fricciones a la bella durmiente”, marzo de 1950). También abordó con sarcasmo los reportes de avistamientos de objetos no identificados en los cielos de Arkansas (“Pobres platillos voladores”, marzo de 1950) y escribió un relato imaginario sobre un mueble tan gastado que había perdido su facultad para producir descanso (“La marquesa y la silla maravillosa”, abril de 1950) idea que rescatará 18 años después en su cuento “El último viaje del buque fantasma”.
De esa época provienen también las primeras iniciativas de García Márquez como fundador de periódicos y revistas, pues se asoció con amigos y colegas para lanzar Comprimido, que se promovió como “el periódico más pequeño del mundo”, y Crónica, revista sobre temas literarios y deportivos. En esta última, Gabo publicó en diciembre de 1952 un texto titulado “La Casa de los Buendía (apuntes para una novela)”. Esa breve colaboración periodística es el germen de un proyecto narrativo que, quince años después, se convirtió en Cien años de soledad.
A lo largo de su vida, García Márquez volvió una y otra vez a esta faceta de columnista: el Tomo 5 de su Obra periodística, titulado “Notas de prensa”, compila sus artículos publicados entre 1961 y 1984. Resultan asombrosas la variedad y la profundidad de los temas que toca.
Torciéndole el cuello al cisne
A diferencia de los redactores y los editorialistas, que interpretan información recogida por otros, los reporteros visitan el lugar de los hechos para recabar información de primera mano y entrevistar a testigos. La primera asignación de Gabo como reportero sucedió cuando trabajaba para el periódico bogotano El Espectador. Tenía ya 27 años de edad, y seis trabajando como periodista. El 12 de junio de 1954, un deslave sepultó a decenas de personas en la región de Antioquia. García Márquez fue enviado a indagar lo ocurrido. Cuando José Salgar, jefe de redacción del diario, revisó la primera versión de aquel reportaje, le aconsejó a García Márquez “torcerle el cuello al cisne”, es decir, exponer los hechos sin rodeos ni florituras. La recomendación habría de cambiar para siempre su forma de hacer periodismo: a partir de entonces sus trabajos se caracterizan por un estilo directo y una prosa relativamente seca pero rica en detalles y forjada con una carpintería que genera tensión y no da tregua a los lectores.
En El Espectador, donde trabajó de inicios de 1954 a mediados de 1955, García Márquez publicó alrededor de 80 reportajes que pueden consultarse en el Tomo 2 de su Obra periodística, titulado “Entre Cachacos”. En esta etapa, el reportero profundizó su interés por los problemas sociales de su país. Destaca un reportaje en cuatro partes acerca de las condiciones de vida en una región incomunicada y empobrecida (“El Chocó que Colombia desconoce”, septiembre de 1954) y otro sobre cómo el ejército distribuyó en orfanatos de toda Colombia a miles de pequeños que quedaron huérfanos a causa de la violencia en la zona cafetalera de Villarica (“El drama de 3,000 niños colombianos desplazados”, mayo de 1955).
De esta etapa proviene también una serie de catorce entregas que cuenta la odisea de Luis Alejandro Velasco, marino que estuvo al garete en el mar por once días tras el naufragio del buque militar colombiano ARC Caldas. (“La verdad sobre mi aventura”, abril de 1955). Desde 1971, ese trabajo circula en forma de libro bajo el título Relato de un náufrago.
Corresponsal tras la Cortina de Hierro
El Tomo 3 de la Obra Periodística, titulado “De Europa y América”, contiene tanto notas breves como amplios reportajes enviados por García Márquez desde el viejo continente entre julio de 1955 y abril de 1956. Escribe, por ejemplo, sobre los estrenos cinematográficos del Festival Internacional de Cine de Venecia, y sobre la rivalidad entre las actrices Gina Lollobrigida y Sophia Loren. También hizo una serie de notas en torno al asesinato no resuelto de una joven italiana llamada Wilma Montesi. Sin embargo, el trabajo más notable de aquella época es una extensa crónica producto de un largo viaje realizado en 1957 por Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y la Unión Soviética. Con más de 100 páginas de extensión, constituye un excepcional testimonio de cómo los ciudadanos de esas naciones viven la Guerra Fría. Provisto ya con una certera capacidad de observación, García Márquez consigna pros y contras de la vida cotidiana en el bloque socialista, y los contrasta con su contraparte capitalista. (“De viaje por los países socialistas. Noventa días tras la cortina de Hierro”, publicado por las revistas Cromos de Colombia y Momento de Venezuela, 1959).
Tras pasar por Ginebra y Roma, García Márquez recaló en París: allí la convivencia con exiliados de toda América Latina le permitió transformar su perspectiva del mundo. De una concepción nacional, centrada en su natal Colombia, pasó a una mirada latinoamericana, perspectiva que jamás abandonó. Vino después otra experiencia fundamental: el paso por Venezuela, a donde viajó para trabajar en la revista Momento con su amigo, el también periodista Plinio Apuleyo Mendoza. A pocos días de su llegada a ese país, Gabo y Plinio presenciaron la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez. El momento resulta emocionante: días antes, los servicios de inteligencia se habían llevado presos a todos los trabajadores de la redacción, excepto a García Márquez y a Mendoza, que en ese momento habían salido. El dueño de la revista, un millonario de apellido Mac Gregor, había abandonado el país. Así, a la caída del dictador no existía un equipo con quiénes armar el impreso: a los dos amigos se les ocurrió visitar una radiodifusora para convocar en plena madrugada a obreros, redactores y fotógrafos. Así improvisaron un equipo de periodistas. Lo que pudo ser un desastre terminó siendo un enorme acierto: “De la edición aquella, en la que trabajamos durante 48 horas seguidas manteniéndonos en pie con tazas de café negro, asumiendo responsabilidades que no nos correspondían, ordenamos una impresión, entonces desmesurada, de cien mil ejemplares (que se venderían, por cierto, en pocas horas)”, cuenta Mendoza en su libro Aquellos tiempos con Gabo.
Inversionista y reportero
Otra experiencia esencial comenzó en 1973. La circunstancias de García Márquez ya eran muy distintas: siete años antes había publicado Cien años de soledad, cuyo rotundo éxito le representó al autor solvencia financiera y un creciente prestigio. Ese año, el autor se propuso emprender uno de sus más ambiciosos proyectos periodísticos: una revista política con contenidos relativos a toda América Latina. Así nació Alternativa, proyecto fundado y financiado por tres socios: García Márquez, el sociólogo Orlando Fals Borda y el periodista Enrique Santos Calderón. En palabras del último, el periodismo que practicaban era de “denuncia, investigación y análisis”. Tanto García Márquez como los otros socios invirtieron grandes cantidades de dinero en esta aventura que, por naturaleza, resultaba un negocio de muy alto riesgo.
Pero García Márquez fue más allá: además de ser socio, decidió involucrarse en el proyecto como reportero. Un reportero sui generis: con muchos recursos económicos, tiempo disponible y contactos entre las altas esferas de la política y la diplomacia internacional. El primer número de Alternativa, lanzado en marzo de 1974, tuvo un tiraje de 10 mil ejemplares que se agotaron en 24 horas. En ese número García Márquez publicó un artículo sobre la intervención del ejército norteamericano en el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende (“Chile, el golpe y los gringos”, marzo de 1974). Sin presiones de tiempo ni dinero, el reportero inversionista se dedicaba durante meses a la investigación y la redacción de cada trabajo. Destacan entrevistas con el hombre más buscado por la junta militar Argentina: el guerrillero Mario Eduardo Firmenich (“Montoneros, guerreros y políticos”, diciembre de 1976), así como dos reportajes amplios sobre los efectos del embargo económico impuesto a Cuba por parte de los Estados Unidos (“Cuba de cabo a rabo”, agosto de 1975, y “Los cubanos frente al bloqueo”, noviembre de 1978).
Se sabe que la policía confiscó cientos de ejemplares en lo que sería, oficialmente, el único intento de censura directa contra la publicación, si bien existieron numerosos intentos de censura indirecta, entre ellos acciones jurídicas, bloqueos económicos, sabotajes a la red de distribución e incluso un ataque con explosivos. Los quince reportajes que García Márquez publicó en Alternativa están reunidos en el Tomo 4 de la Obra periodística bajo el título “Por la libre”.
Libros de no ficción
Aparte deben mencionarse dos grandes reportajes desarrollados por Gabo para ser publicados en forma de libro. No son novelas, o en todo caso, son novelas-sin-ficción. Uno de ellos es La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile. Publicado en 1986, narra una odisea increíble: en los años más crudos de la dictadura chilena, existía una lista de 5 mil exiliados a los que el gobierno de Pinochet les prohibía regresar. Entre ellos estaba el director de cine Miguel Littin, quien se las arregló para entrar disfrazado a Chile y grabar cientos de horas de película, documentando casos de desempleo, violación de derechos humanos, censura, corrupción de autoridades. El resultado es un filme que exhibe la situación real que guardaba su país. Por las páginas de esta novela sin ficción desfilan personajes emblemáticos como Víctor Jara, Violeta Parra y por supuesto la memoria de Salvador Allende. Pero también conocemos historias locales como la de Sebastián Acevedo, hombre que se prende fuego en una plaza reclamando por sus hijos desaparecidos, detenidos por agentes de la dictadura.
El otro libro-reportaje de Gabo es Noticia de un secuestro. Lanzado en 1996, cuando el maestro estaba por cumplir siete décadas, es una obra maestra producto de tres años de arduo trabajo. Definido por él como la tarea “más difícil y triste” de su vida, combina las habilidades de investigación del mejor reportero con la pericia del novelista maduro. En 346 páginas, Gabo narra el secuestro colectivo de diez personas —muchas de ellas periodistas— emprendido por los capos colombianos del narcotráfico liderados por Pablo Escobar. Los secuestros son una medida para frenar la extradición de los cabecillas a los Estados Unidos, y para presionar al gobierno de César Gaviria a otorgarles amnistías. Con admirable carpintería, el autor narra en los capítulos impares las difíciles rutinas del cautiverio, mientras en los capítulos pares consigna las muchas y muy distintas maneras en que los secuestros cimbraron a Colombia. Conmueven especialmente los esfuerzos del congresista Alberto Villamizar por liberar a su esposa, la periodista Maruja Pachón. Once capítulos y un epílogo le bastan al Nobel para retratar una sociedad compleja, flagelada por la violencia, en donde el combate al crimen no pasa únicamente por operativos policiales sino que exige una distribución más justa de la riqueza y mejores oportunidades de educación.
Reportajes novelados
Acaso el ejemplo más visible de cómo el maestro García Márquez recurrió al periodismo para construir su obra sea, paradójicamente, su obra de ficción. “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”, afirma en El olor de la guayaba. Bien leídas, sus ficciones confirman su veta periodística, pues a menudo están armadas con recursos de reportero y suelen abordar temas relacionados con el oficio. Es el caso de El coronel no tiene quién le escriba: redactada en París en 1955, la más breve de sus novelas está llena de alusiones directas a la ya mencionada censura que, en Colombia, sucesivas dictaduras militares habían ejercido sobre la prensa. Así, por ejemplo, cuando en la novela el Coronel pregunta al médico si hay noticias nuevas, éste le extiende varios periódicos y responde: “No se sabe. Es difícil leer entre líneas lo que permite publicar la censura”.
Otro ejemplo, entre muchos posibles, lo encontramos en Crónica de una muerte anunciada. Publicada en 1981, la novela está basada en un drama real que ocurrió en la población colombiana de Sucre el 22 de enero de 1951: Cayetano Gentile fue asesinado frente a todo el pueblo por los hermanos Víctor y Joaquín Chica Salas. García Márquez era aquel joven redactor que publicaba columnas en El Heraldo de Barranquilla. Él y la víctima tenían la misma edad —24 años— y sus familias eran muy cercanas. Tras el crimen, el primer impulso del joven Gabo fue contar la noticia con tratamiento periodístico. Su madre lo impidió. “Me pareció una falta de respeto escribir sin su permiso. Sin embargo, desde aquel día no pasó uno en que no me acosaran los deseos de escribirlo”, cuenta el novelista en sus memorias. Habrían de pasar treinta años antes de que aquella experiencia fraguara como una magistral novela con forma de crónica.
“Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados”, aseguró el maestro durante una entrevista de radio en 1991. La frase no permite dudas: más que como el creador de mundos fantásticos, ajenos y excepcionales, García Márquez trabajó toda su vida para ser visto como un reportero que se dedicó a documentar y consignar, en distintos registros, las complejas y diversas realidades que coexisten en América Latina. Su legado encarna el máximo nivel del periodismo: el reportero en la cumbre.