El pasado 6 de marzo llegó a las librerías En agosto nos vemos, novela póstuma de Gabriel García Márquez. La publicación ha ocurrido en la fecha de cumpleaños del autor y a punto de cumplirse una década de su fallecimiento. De este relato se sabía desde 1999, cuando el Nobel dio a conocer que estaba trabajando un libro con ese título. Más aún, se sabe que escribió al menos cinco versiones de esa historia. Pero En agosto nos vemos no llegó a ver la luz, y en algún momento García Márquez expresó su deseo de que las distintas versiones fueran destruidas. Sin embargo, los borradores permanecieron en el archivo del autor, hoy custodiado por la Universidad de Texas en Austin, donde pueden ser consultados.

La novela, que apenas rebasa el centenar de páginas, ha sido publicada con un prólogo en donde los hijos del escritor —Rodrigo y Gonzalo García Barcha— explican por qué, en contra de la voluntad de su padre, decidieron dar el libro a imprenta, hecho que califican como “un acto de traición”. Además, se incluye un epílogo de Cristóbal Pera, en su momento editor de Gabo. A pesar de su brevedad, la novela contiene valiosas lecciones sobre el arte de narrar y aporta nuevas claves sobre la particular visión del mundo que permitió a García Márquez forjar un monumental legado periodístico y literario.

La historia que cuenta la novela es la siguiente: cada 16 de agosto, Ana Magdalena Bach, de 46 años, viaja sola a una isla a depositar un ramo de gladiolos en la tumba de su madre. Tiene una rutina muy bien establecida: toma cada año el mismo taxi, se aloja en el mismo hotel, compra los gladiolos con la misma florista. Lleva casada 27 años con Doménico Amarís, músico y director de conservatorio. Son una pareja feliz, bien avenida, que ha sorteado con fortuna los escollos de la vida en común. No obstante, la rutina cambia la noche en que, sin buscarlo, Magdalena termina en la cama con un desconocido.

Magdalena acostumbra sentarse al pie de la tumba de su madre y conversar con ella como si estuviera viva. Un año después de su aventura, resuelve contarle lo ocurrido. Está tan convencida de que su madre le mandará una señal de aprobación que la espera en ese mismo momento: mira al cielo y a la ceiba florecida que cobija los restos de su madre.

Llegamos aquí al momento clave de la novela. Tal como ha sido publicada, En agosto nos vemos permite dos formas de lectura. La primera sería ignorar tanto el prólogo como el epílogo, y limitarse a la cautivadora historia de Magdalena y sus noches furtivas. Leída así, no hay ninguna duda de que la novela es una pieza bien trabajada y muy valiosa por sí misma. Hay que decirlo: se trata de un García Márquez muy lejano a la noción de “realismo mágico” que le ha ganado millones de lectores. Y sin embargo, la novela ostenta rasgos muy garciamarquianos: que Magdalena vuelva a la isla cada 16 de agosto remite a la concepción del tiempo cíclico presente en casi toda la obra del Nobel colombiano, sobre todo en Cien años de soledad, en Memoria de mis putas tristes y en los cuentos “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” y “El último viaje del buque fantasma”. No se trata de que el tiempo dé vueltas en redondo, sino de un tiempo en espiral en donde los hechos se repiten pero con variaciones que inciden en el curso de la historia completa. De esta manera el duelo de Magdalena por la muerte de su madre va mutando, alterando su sentido, en una espiral que termina por resolverse.

En este aspecto la novela resulta la contraparte de uno de los primeros cuentos del autor, publicado en 1950 bajo el título “Alguien desordena estas rosas”. En ese relato la voz principal pertenece a un niño fallecido en un accidente (ocurrido también en agosto). Desde el otro lado de la muerte, el niño intenta comunicarse con quien 20 años antes era su cuidadora, pero lo único que puede hacer para interactuar con los vivos es desordenar las flores que la mujer vende. A la impotencia que sufre el afantasmado niño en el relato de 1950, correspondería la impotencia de Magdalena intentando interpretar la voluntad de su madre muerta en la novela recién publicada. Ambas situaciones remiten al misterio de la comunicación humana.

Allí, en la interpretación y sus riesgos, radica uno de los ejes temáticos de En agosto nos vemos. Los ejemplos abundan: ¿qué significa el billete de 20 dólares que Magdalena encuentra una mañana entre las páginas del libro que está leyendo? ¿Por qué Doménico, su esposo, ha dejado de escuchar música grabada y prefiere descifrar en silencio las partituras de sus obras preferidas?

La segunda forma de abordar este libro —y a mi modo de ver, la mejor— se completa leyendo con atención los paratextos, es decir, el breve pero sustancial comentario de los hijos del autor y el nutritivo epílogo en donde Cristóbal Pera relata los pormenores de ese siempre necesario pacto de confianza entre un autor y su editor. Al ser leído así, el volumen nos cuenta otra historia no menos fascinante, pues nos recuerda que leer es siempre un ejercicio de interpretación y que somos los lectores, desde el otro lado de la página, quienes completamos el texto. Dicho de otra forma, al apropiarnos de un relato es inevitable que éste nos llegue matizado por nuestra propia experiencia. Buscamos en él señales de la misma manera que Magdalena busca en la ceiba florecida el gesto aprobatorio de su difunta madre.

Sin revelar demasiado, puede afirmarse que el final es muy consistente con esta situación: Magdalena contradice la última voluntad de su madre, pero al mismo tiempo está segura de que Micaela habría comprendido mejor que nadie esa traición. Imposible no reparar en el paralelismo que esto guarda con la decisión de los hijos del maestro de publicar la novela, aunque eso significara contradecir a su padre.

La encrucijada remite a un viejo debate que en este 2024, año del centenario luctuoso de Franz Kafka, vuelve a cobrar vigencia. Como se sabe, el autor checo pidió a su amigo Max Brod que tras su muerte destruyera sus manuscritos. Para fortuna de sus lectores, entre ellos el mismo García Márquez, Brod ignoró la petición de Kafka. Queda claro entonces que, en circunstancias como esta, la traición se traduce en un beneficio para los lectores. Al respecto conviene recordar una frase que el propio Gabo incluyó en el prólogo a sus Extraños peregrinos, doce cuentos: “Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica”.

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