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Juan Pablo Penilla, abogado de “El Mayo” Zambada, pasó de recibir galardones a ser negado; Morena se deslinda de él
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Desmantelan 27 laboratorios clandestinos en Sinaloa; decomisan precursores químicos y equipo especializado
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Apareció de forma modesta, como un espacio para subir videos caseros a la red, sin aspiraciones artísticas ni comerciales. La vorágine de la cibercultura en sus años de precocidad sorprendió al mundo convirtiéndolo en un fenómeno cultural, un espacio para aprender cosas prácticas, un ámbito de reflexión filosófica, un patio virtual de juego, un centro de adoctrinamiento, un archivo inagotable de testimonios en videos. Nunca pareció más fácil y entretenido educarse ni tan accesible hacer “carrera” como comunicador. Más que un recurso esta plataforma se volvió para muchos una forma de vida.
YouTube fue creado por tres empleados de Paypal, Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim, y puesto en línea el 14 de febrero de 2005 como un espacio abierto para compartir videos bajo el slogan Broadcast yourself (Transmítete a ti mismo). Tras un comienzo relativamente flojo el número de visitantes aumentó exponencialmente y a mediados de 2006 tenían alrededor de 100 millones de visitas diarias. Eso llamó la atención de los gigantes digitales y Google lo adquirió por 1.65 mil millones de dólares. En febrero de 2017 se subían 400 horas de contenido cada minuto a la plataforma y hoy es el segundo sitio en popularidad de todo internet, con un tráfico de 71.97 mil millones de usuarios. YouTube es un prodigioso aunque caótico depósito de momentos asombrosos de la historia y la cultura, que incluye entre un marasmo de locura y absurdo una colección insuperable de discursos, ensayos, reportajes, entrevistas, documentos, conferencias, lecciones, obras de arte del cine y el video, un caleidoscopio de imágenes y testimonios que sintetizan nuestro paso por este planeta. YouTube está valuado ahora en 29.71 mil millones de dólares. Sin embargo, esta plataforma posiblemente nunca hubiera podido conquistar esa inmensa popularidad de no ser por el uso de su algoritmo. Así que vale la pena revisar de qué se trata eso.
Las redes sociales aparecen con una lógica simple: el usuario encuentra a un creador que le interesa, lo sigue y consume su contenido (con el modelo de jalar o pull lo que postea) en orden cronológico inverso, es decir lo más reciente primero. Los inmensos monopolios de la atención y de la captura masiva de ojos y mentes entendieron muy pronto que debían eliminar ese sistema primitivo de vínculos entre creadores y espectadores para reemplazarlo por algo menos aleatorio que aumentara la permanencia e interacción de los visitantes. Así surge la idea de los “algoritmos de recomendaciones”, los cuales tratan de resolver la necesidad de alcanzar a todo tipo de auditorios en cualquier parte del mundo y de hacerlos permanecer el mayor tiempo posible al ofrecer o empujar (push) contenido hacia el usuario. Cualquier sistema para ordenar información o datos es en esencia un algoritmo, es decir una serie de reglas matemáticas que emplean las plataformas de medios sociales para determinar cómo y en qué orden presentar el contenido a un usuario. Pero los algoritmos de las redes sociales son predictores del gusto, oráculos tecnológicos de la voluntad que tratan de intuir las preferencias en función del consumo previo, del perfil y de una serie de características que las plataformas conocen o suponen del usuario. Los algoritmos de la mayoría de las grandes empresas privadas de comunicación son por lo general sistemas oscuros de criterios a menudo secretos de los cuales sabemos muy poco o nada a pesar de que tienen el poder de afectar profundamente nuestras relaciones y vidas. El presunto objetivo de estas corporaciones es beneficiar a sus clientes comerciales (anunciantes, publicistas, vendedores, proveedores de servicios) por encima de las necesidades e intereses de los usuarios (audiencias, consumidores, pasajeros).
YouTube es en cierta forma un motor de búsqueda masivo que incorporó su algoritmo antes que Facebook, Twitter y Reddit, entre otras. La mayoría de los usuarios consumen únicamente las recomendaciones que hace el algoritmo lo cual lo fortalece: lo viral se incluye en la lista de recomendaciones y lo incluido a su vez se viraliza. El algoritmo es, según los expertos, la razón del inmenso éxito de esta plataforma. Uno de sus ingenieros lo describe como: “Uno de los sistemas de recomendación industrial más sofisticado y de mayor escala que existe”. Las plataformas manipulan lo que los usuarios pueden ver para favorecer a ciertos creadores y determinados contenidos. Con ello producen lo que el periodista, autor y activista Corey Doctorow llama chokepoint capitalism o capitalismo de estrangulamiento, en donde todo el flujo de información pasa por un filtro o embudo del propietario del sitio. De esta manera los monopolistas de la comunicación digital controlan, acorralan, someten y suprimen a sus usuarios convirtiéndose en intermediarios autoritarios.
Cuando apareció internet quisimos creer que era el fin de la era de los intermediarios, que los vínculos entre consumidor y productor no podrían ser intervenidos en esta poderosa tecnología que creaba conexiones horizontales sin jerarquías. Pocos años después las redes sociales se encargaron de destruir esa posibilidad al reestablecer estructuras de poder y privilegio en Internet. Los algoritmos podrían ser útiles y beneficiosos para las partes. No obstante, la plataforma dedica enormes recursos a especular al respecto de lo que el usuario quiere y así tratar de anticipar su permanencia en la red, con lo que intentan controlar sus pensamientos y actos. Difícilmente podemos decir que las plataformas logran leer mentes pero no hay duda de su capacidad para influenciar creencias y provocar acciones. Uno podría pensar que estas estrategias son relativamente inocuas, sin embargo pueden implicar la imposición o invisibilización de ideas, noticias, corrientes de pensamiento y de disidencia. El poder que ofrecen las herramientas digitales de manipulación y control del flujo de información de las plataformas, sumado a la desregulación (eliminación de leyes de protección del consumidor, de la privacía y del trabajo) permite a las plataformas explotar a usuarios y clientes en una lógica que Doctorow ha llamado enshitification, o enmierdamiento.
Inicialmente la selección de la página principal y de lo más visto en YouTube era curada por seres humanos que veían y elegían los videos. Eso obviamente se acabó cuando el sitio creció desaforadamente. La masa de empleados que hubieran necesitado para seguirlo haciendo era del orden de las decenas de miles de personas entrenadas. Por tanto, en 2007 comienzan a usar el algoritmo. De acuerdo con Guillaume Chaslot, un programador que trabajó para Google por tres años en el sistema de recomendaciones de YouTube hasta que lo despidieron en 2013, el algoritmo está en constante cambio para maximizar los ingresos de los anunciantes. El tiempo que pasa el usuario viendo “es la prioridad, todo lo demás es considerado una distracción”, le comentó Chaslot a Paul Lewis en una entrevista para The Guardian en 2018. Lo que se sabe es que los videos recomendados dependen del comportamiento del usuario, sus búsquedas registradas y analizadas tanto en la propia plataforma como en Google (qué ven, cuánto tiempo ven, qué buscan, qué saltan y qué marcan como Me gusta, entre otros factores). Por otro lado, se insertan los videos que están trending y los recomendados. De acuerdo con la empresa el algoritmo ha cambiado desde entonces, en especial al tomar más en cuenta los gustos y satisfacción del usuario. Chaslot previno desde entonces que YouTube era una caja de resonancia para la intolerancia, un medio que incitaba a la polarización, ponía énfasis en la confrontación, en la indignación y en hacer que el usuario su hundiera más y más en la “madriguera del conejo” (rabbithole). Así como hay estudios que aseguran que esta afirmación es legítima hay otros que dicen que carece de fundamento.
La inmensa popularidad de esta plataforma ha dado lugar a la aparición de influencers con números gigantescos de seguidores, audiencias de fieles creyentes distribuidos a lo largo y ancho del espectro de la política, la paranoia, el desconsuelo, el resentimiento y la neurosis. Entre estos empresarios ideológicos se cuentan algunos fanáticos estridentes, cientos de promotores de chifladuras y numerosos manipuladores carismáticos de la retórica que han guiado las percepciones de millones y han cambiado la manera en que se influencia, persuade y dogmatiza a la gente. Aparte de estas celebridades de la provocación, en la plataforma también hay legiones de teóricos, académicos, políticos e improvisados que han discutido, enseñado y predicado teorías conspiratorias, blasfemando acerca de todos los temas posibles y haciendo uso de conocimientos, especulaciones, escándalos, fantasías y mentiras flagrantes. Si bien debemos celebrar la libertad de expresión que permite esta diversidad (a veces incendiaria) de discursos, la realidad es que también ha sido un factor determinante para la decadencia de las democracias y el fortalecimiento del populismo contemporáneo. Los ecos de los merolicos del descontento y la rabia resuenan en las burbujas ideológicas.
Cuando se tiene el interés cautivo de miles de millones de usuarios en una plataforma cualquier influencia, por pequeña que parezca, puede tener grandes repercusiones como decidir elecciones, provocar revueltas o lanzar linchamientos mediáticos o reales (pensemos en las campañas de odio contra la minoría rohinyá de Myanmar). Nadie puede cuestionar que hemos llegado a un tiempo de tecnofeudalismo, como explica Yanis Varoufakis, una nueva edad dorada para los oligarcas que extienden su poder más allá de sus enormes corporaciones mediáticas para controlar la extracción de riquezas, información y trabajo, manejar servicios públicos, determinar políticas, imponer vigilancia y represión, decidir el gasto social y en efecto gobernar, convirtiendo a los ciudadanos en usuarios y vasallos. Basta ver la influencia que tiene Elon Musk en los recortes brutales al presupuesto y en el manejo de la información más delicada tan solo en las primeras semanas del gobierno de Donald Trump. La presencia de los multimillonarios más ricos del mundo en la segunda toma de posesión de este presidente estadounidense fue una señal inconfundible de que entramos a un nuevo medievo de depredación sin precedente. El mundo que vivimos hoy es resultado, en buena parte, del acceso al ecosistema político de YouTube, a su caldo de cultivo de visiones extremistas y a la vertiginosa aceleración reaccionaria de la política. A pesar de su tremendo éxito podemos imaginar que el fin de YouTube ocurrirá cuando el auditorio más joven abandone la plataforma tal como hizo con MySpace, y luego, con Facebook, condenándolos a la irrelevancia. Los anuncios, cada vez más invasivos, sofocarán a creadores y consumidores, el ambiente corporativo estrangulará la creatividad y la competencia con empresas, celebridades y productores famosos hará cada día más difícil la aparición de nuevas voces. Plataformas como Instagram y TikTok han creado un universo de posibilidades más dinámico que YouTube y muestran que en un parpadeo pueden desencadenar el abandono masivo y hundimiento de la titánica plataforma. Asimismo, la irrupción de la inteligencia artificial (IA) y, en particular, de los modelos de lenguaje a gran escala (LLM, al estilo de ChatGPT y Deep Seek) nos permite intuir un futuro cercano en que la plataforma estará infestada por contenido generado por IA para complacer no al público sino al algoritmo (que también es producto de la IA) y de esa forma se cerrará el bucle excluyendo en lo posible la intervención humana.
Así que feliz cumpleaños YouTube y gracias por todo, desde los videos de Jorge Luis Borges y José Luis Perales, los clips de Sailor Moon y los arrebatos de Jean Paul Sartre hasta el Superbowl LIX, pasando por la epidemia memética y la efervescencia fascista que ha infectado al cuerpo político planetario.